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desencajado el pescuezo á pescozadas, y bañados en sangre los dientes á mojicones: mi compañero, si no peor, no menos; y perdonen amigos, que no son ellos : ved que gentil perdon,' y á que tiempo. Los clérigos iban cerca luego los alcanzamos; admiráronse en vernos : supiéron de mí la causa de nuestra libertad, que mi cor pañero estaba tal, que no se atrevió á hablar, por no escupir las muclas. Cada uno subió en su caballería : comenzámos á picar, y no con los talones, que los de la albarda no alcanzaban : á fe os prometo que tuvimos bien que contar del vendaje, y grangería de la feria. El mas mozo de los Clérigos dijo: Ahora bien para olvidar algo de lo pasado, y entretener el camino con algun alivio, en acabando las horas con mi compañero, les contaré una historia, mucha parte de ella que aconteció en Sevilla todos le agradecímos la merced, y porque ya concluian su rezado, estuvimos esperando en silencio, y deseo.

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En

CAPITULO VIII.

que Guzman de Alfarache refiere la historia de los dos enamorados Ozmin y Daraja, segun se la contáron.

LUEGO

EGO como acabáron de rezar, que fué muy breve espacio, cerráron los Breviarios, y metidos en las alforjas, siendo de los demas con gran atencion oido, comenzó el buen sacerdote la historia prometida, en esta manera.

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Estando los Reyes Católicos, D, Fernando, y Doña Isabel sobre el cerco de Baza, fué tan peleado, que en mucho tiempo de él no se conoció ventaja en alguna de las partes, porque aunque la de los Reyes era favorecida con el grande número de gente, la de los moros habiendo muchos, estaba fortalecida con la buena disposicion del sitio: La reina Doña Isabel asistia en Jaen, previniendo las cosas necesarias, y el Rey Don Fernando acudia personalmente á las del ejército. Teníalo dividido en dos partes; en la una plantada la artillería, y encomendada á los marqueses de Cadiz y Aguilar, á Luis Fernandez Portocarrero, señor de Palma, y los comendadores de Alcántara, Calatrava, con otros capitanes, y soldados :

en la otra estaba su alojamiento, con los mas caballeros, y gente de su ejército, teniendo la ciudad en medio cercada, y si por ella pudieran atravesar, habia como distancia de media serle impelegua del un real al otro, mas por

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dido el paso, rodeaban otra media por la sierra, y asi distaban una legua y porque con dificultad podian socorrerse, acordáron hacer ciertas cabas y castillos, que el rey por su persona muy a menudo visitaba; y aunque los moros procuraban impedir no se hiciesen, los cristianos lo apoyaban, defendiéndolo valerosamente, sobre que cada dia no pasó alguno, sin que dos, ó mas veces escaramuzasen, habiendo de todas partes muchos heridos, y muertos; pero porque la obra no cesase, siendo tan importante, siempre con los que en ella trabajaban, asistian de guarda, noche y dia, las compañías necesarias. Aconteció, que estando de guarda Don Rodrigo, y Don Hurtado de Mendoza, Adelantado de Cazorla, y Don Sancho de Castilla, les mandó el rey no la dejasen, hasta los condes de Cabra y Ureña, el Marques de Astorga entrasen con la suya para cierto efecto. Los moros que, como dije, siempre se desvelaban, procurando estorbar la obra, subiéron como hasta tres mil peones, y cuatrocientos caballos por lo alto de la sierra contra Don Rodrigo de Mendoza. El Adelantado, y Don Sancho comenzáron con ellos la pelea; y

que

y

estando trabada, socorriéron á los Moros otros muchos de la ciudad. El Rey Don Fernando que lo vió, hallándose presente, mandó al Conde de Tendilla que por otra parte los acometiese, en que se trabó una muy sangrienta batalla para todos. Viendo el Rey al Conde apretado y herido, mandó al Maestre de Santiago acometer por una parte, y al Marques de Cádiz, y Duque de Najera, y á los Comendadores de Calatrava, y á Francisco de Bobadilla, que con sus gentes acometiesen por donde estaba la artillería. Los Moros sacáron contra ellos otra tercera escuadra, y peleáron valentísimamente, asi ellos como los cristianos, y hallándose el Rey en esta refriega, visto por los del Real, se armáron á toda priesa, yendo todos en su ayuda. Tanto fué el número de los que acudiéron, que no pudiendo resistir los Moros, diéron á huir, y los cristianos en su alcance, haciendo gran estrago, hasta meterlos por los arrabales de la ciudad, á donde muchos soldados entráron, y saqueáron grandes riquezas, cautivando algunas cabezas, entre las cuales fué Daraja, doncella mora, única hija del alcaide de aquella fortaleza. Era la suya una de las mas perfectas y peregrinas hermosuras que en otra se habia visto: seria de edad hasta die y siete años no cumplidos; y siendo en el gr do que tengo referido, la tenia en mr aayor su discrecion, gravedad y gracia

ΤΟΜΟ Ι

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diestramente hablaba castellano que con dificultad se le conociera no ser cristiana vieja ; pues entre las mas ladinas, pudiera pasar por una de ellas. El Rey la estimó en mucho, pareciéndole de gran precio: luego la envió á la Reina su muger, que no la tuvo en menos 9 y recibiéndola alegremente, asi por su merecimiento, como por ser principal, descendiente de Reyes, hija de un caballero tan honrado, como por ver si pudiera ser parte que le entregara la ciudad, sin mas daños, ni peleas. Procuró hacerle todo buen tratamiento, regalándola de manera, y con ventajas, que á otras de las mas llegadas á su persona; y asi, no como cautiva, antes como á deuda la iba acariciando, con deseo, que muger semejante y donde tanta hermosura de cuerpo estaba, no tuviera el alma fea. Estas razones eran para no dejarla punto de su lado, demas del gusto que recibia de hablar con ella, porque le daba cuenta de toda la tierra por menor, como si fuera de mas edad, y varon muy prudente, por quien todo hubiera pasado; y aunque los Reyes viniéron despues á juntarse en Baza (rendida la ciudad con ciertas condiciones) nunca la reina quiso deshacerse de Daraja, por la gran aficion que la tenia, prometiendo al alcaide su padre hacerle por ella particulares mercedes. Mucho sintió su ausencia, mas dióle alivio entender el amor que los Reyes le tenian, de

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