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mia se contaba con el apoyo de fuertes y numero❤ sos brazos. Consiste el triángulo en que su cabeza se descubre á dos individuos, cada uno de los cuales forma un ángulo con otros dos iniciados, y uno de estos el eslabon sucesivo con otros tantos, procediendo de igual suerte hasta lo infinito. De aqui resulta que solamente los gefes principales poseen el secreto, se reunen y pesan los medios: toinado un acuerdo, comunícase rápidamente por los eslabones de la cadena, y sin saber la mano que lo impulsa todo se pone en movimiento y se ejecuta ciegamente el golpe.

!

El objeto de los conjurados era proclamar el gobierno representativo, cimentándolo sobre el cas dáver del monarca si no cedia á las amenazas cuan、 do se apoderasen de su persona, porque entonces no habia dado aun muestras de aquella debilidad fle xible á los peligros. Acordes en el fin no lo esta→ ban igualmente los gefes en los medios de llevar á cima la empresa. Formaban la cadena militares, empleados, condecorados algunos con, nobles insignias, y otros con destinos del mismo palacio, y al paso que aquella se estendia perdiéndose de vista, componíase de los individuos mas humildes de la sociedad, Para facilitar el éxito habíase reunido una suma considerable, y prometíanse otras, mayores si llegaba el caso de ser necesarias. Congregadas las cabezas de la conjuracion para aplicar la mecha á la preparada mina, dividiéronse en dos pareceres encontrados al resolver el modo de volarla. Opinaban unos que puesto que muchas noches salia el rey de palacio disfrazado y sin mas acompañamiento que Chamorro y el duque de Alagon, dirigiéndose algunas de ellas á casa de una hermosa andaluza llamada Pepa la malagueña, de bia ejecutarse su muerte en la habitacion de aque, lla muger, donde era facil penetrar para que que

dase infamada la memoria del que tiranizaba la patria al ver el pueblo el sitio donde habia espirado. Otros pensaban que el grito de libertad debia resonar de dia y á la luz del sol, aprovechando la ocasion en que Fernando se apeaba del coche por las tardes fuera de la puerta de Alcalá y se retiraba solo con algunos guardias. Pues colocados los conjurados de trecho en trecho darian la señal de la esplosion asesinando al rey y á los que le acompañaban, sin que estos pudieran presentar gran resistencia. Prevaleció la opinion de los segundos; y ya se acercaba el dia señalado, y cada cual tenia destinado el punto que habia de ocupar, cuando la estrella protectora del monarca desvaneció la tormenta con sus benéficos rayos.

Los dos iniciados del eslabon de Richard eran dos sargentos de marina, que desde el principio habian desplegado el mayor celo, y á los cuales habia confiado el comisario un puesto peligroso para el momento terrible. Aterrados con la magnitud de la empresa, de la empresa, ó seducidos con la brillante perspectiva que les proporcionaria el servicio que prestaban al rey descubriendo la conjuracion, corrieron á delatar á Richard y á los demas compañeros que conocian. Sabida en palacio la nueva de tan importante descubrimiento, los iniciados avisaron á sus cómplices, y circulando el aviso eléctricamente por la cadena, no tardó en llegar á oidos del comisario de guerra. Como el nombre de los delatores era todavía un misterio, voló Richard en busca de los sargentos para que se salvasen; y asiéndole estos, y poniéndole una pistola al pecho, condujéronle á la carcel á disposición de las autoridades. Richard pereció en la horca sin abrir los labios, no obstante el tormento que le aplicaron, sin que sus enemigos pudiesen arrancarle una palabra; y colocaron su cabeza en

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la puerta de Alcalá, teatro destinado para la tragedia. Asi es que solo pudo traslucirse que existia una conjuracion, y que sus autores habian tratado de quitar la vida al rey; pero solos dos eslabones se habian roto, y sus individuos, á escepcion de Richard y del cirujano Baltasar Gutierrez, habíanse escondido ó fugado: los demas, á quienes por despecho de no poder encontrar el centro de la trama condenó al patíbulo el bando dominante, estaban inocentes.

En este número se contaban don Vicente Plaza, sargento mayor del regimiento de Húsares, y un ex-fraile sevillano llamado Fray José, que habiendo empuñado las armas en el alzamiento de 1808, habia ascendido á capitan en el transcurso de la guerra. Perdido el gusto á la vida monacal, y apremiado por los decretos terminantes del gobierno á volver á su convento, habia venidó á la corte á solicitar el permiso de seguir la carrera militar, pues aunque profeso, no tenia órdenes sagradas. Negáronlé la gracia que pedia, y escondido en Madrid, despechado y sin medios de subsistencia, conoció por su desgracia á uno de los delatores, quien le presentó á Richard. Compadecido el comisario de la situación y miseria de Fray José, sin descubrirle el plan que llevaba entre manos ni decirle su objeto, le anunció solo que no le faltaria remedio en su infortunio si se unia á los buenos ciudadanos. Prometiólo asi el fraile, y Richard le facilitó dinero, citándole para una próxima entrevista, que no se verificó por el contratiempo de la delacion. Preso el desgraciado jóven y formada causa, de los doce jueces que entendieron en ella, cinco votaron en su favor, y siete le sentenciaron al suplicio de la horca: mandó el rey que se fallase el proceso en revista, y segunda vez obtuvo votos favorables. A pesar

mentos.

de tan grave circunstancia, y de haber ignorado el fin de los conjurados, el monarca ordenó que se ejecutase la muerte en horca, porque lo que se queria eran víctimas que espiasen el crimen, brillase ó no en ellas la inocencia.

La rabia que inspiró á la camarilla el no poder penetrar el secreto de los conjurados precipitó á sus individuos en los mayores escesos. FernanNuevos tor- do mismo mandaba en órdenes reservadas dar tormento á diferentes personas, para que levantasen el velo de una conspiracion que no conocian. Asi sucedió entre otros á don Juan Antonio Yandiola, que nas adelante sufrió el terrible tormento conocido con el nombre de grillos á salto de trucha. Muchas páginas sería necesario llenar para referir los nombres de los que padecieron injustamente tropelías y apremios por resultado de esta conjuracion.

Habíase concertado el doble enlace de la prinCasamiento cesa de Portugal doña María Isabel con el rey segundo de Fernando, y el de su hermana doña Francisca con Isabel, y de el infante don Carlos; anduvo en el negocio hasdoña Francis- ta llevarlo á felice cima un fraile franciscano,

Fernando con

don Carlos con

ca.

llamado Fray Cirilo Alameda, que colmado despues de favores, se encumbró á la dignidad de general de su orden y de grande de España de primera clase, representando un papel importante en la Corte de Fernando, hasta que por via de destierro le nombraron años adelante arzobispo de la isla de Cuba. El duque del Infantado, presidente del Consejo Real, obtuvo los poderes de los augustos hermanos para celebrar en su nombre los desposorios, que se verificaron en Cádiz á la llegada de las princesas en dos fragatas. El pueblo gaditano creyó contemplar en la graciosa fisonomía de Isabel y en sus hermosos ojos azules el iris de la paz, y se distinguió por el entusiasmo

con que aclamó su nombre. Caminaron la reina y su hermana por debajo de frondosísimos arcos que formados de rosas y arrayan habia levantado el amor de los españoles: los hombres tiraban del coche, y las doncellas les presentaban coronas de flores. Asi llegaron á Aranjuez, y de alli se trasladaron á Madrid, donde entraron el 28 de Setiembre por la puerta de Atocha á las doce del dia, acompañadas del infante don Antonio, y llevando á su lado, montados en soberbios caballos, á sus regios esposos, que habian salido á recibirlas á media hora de distancia, y que venian á la portezuela del coche. Magníficos y suntuosos arcos decoraban la carrera, adornada con gusto y aparato, porque los madrideños no cedieron en demostraciones amorosas á los pueblos que habian cruzado en su viaje las ilustres princesas. Aquella noche se verificó el matrimonio, siendo padrino don Antonio, y al dia siguiente celebráronse las velaciones en San Francisco el grande con toda la pompa y magestad debidas al cetro.

1816.

Otro decreto

francesados.

Aunque Ceballos aflojó momentáneamente la rienda á las violencias ejercidas contra el bando liberal, no por eso en aquel intervalo los empleados del príncipe José, errantes en Francia, esperimentaron consuelo alguno. Al contrario, en 28 de Junio se mandó que á mas del estrañamiento decretado, y del secuestro de sus bienes, se les contra los aformase causa para averiguar los grados del crimen que habian cometido con su conducta política. Y las viudas de los espatriados, que sucumbian á la miseria y al dolor, si querian regresar al seno de la nacion, debian no solo probar la viudedad con el mortuorio de sus maridos, sino sujetarse tambien á la vigilancia dei gobierno en el pueblo donde se estableciesen, cual si volvieran contagiadas de la peste. Horrorizan los padeci

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