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ble de Isabel.

mientos de los españoles, que por haber previsto con mas talento que sus conciudadanos que solo Napoleon podia labrar sólidamente la felicidad de la patria, porque reunía el poder necesario para acallar las facciones que la despedazaban, dominar al coloso del clero y cimentar las formas representativas gradualmente, se vieron despojados de su fortuna, y condenados á mendigar la subsistencia en Europa. Con razon los han comparado los escritores franceses á los judíos vagando de ciudad en ciudad, maldecidos por sus hermanos del cristianismo, de todas partes arrojados, y sin mas delito que su opinion sobre un hecho.

La dulzura de Isabel, su amable carácter y el amor que Fernando la manifestaba, parecian presagiar un cambio feliz, si desterrando de su lado á los pervertidos palaciegos que le corrompian, sustituía á su maléfico imperio el suave ascendiente de la bella alına de su esposa. La reina, herida por su amor propio, trabajaba para realizar esta transformacion: estudiaba los gustos y los caprichos de su marido, y sorprendíale algunas veces Carácter ama- vestida de andaluza, ó ataviada con aquellos trages que mas airosos reputaba el rey. Entregada de este modo á la árdua empresa de captarse un albedrío rodeado de tantas redes, logró inspirar al monarca un cariño vehemente, pero no una pasion, porque los placeres, cayendo gota á gota sobre el corazon de Fernando, apagaban el ardor que encendian las gracias de Isabel, y el monarca habia por otra parte fijado en su mente el plan de no someterse al influjo de un privado ó de una esposa, creyendo asi evitar los errores de su padre, mientras que sin saberlo le encadenaban los manejos de su servidumbre. La reina conoció que sin el destierro de dos personas, Chamorro y el duque de Alagon, su triunfo era imposible; y estrellóse

contra el deseo de alejarlos del real alcázar, porque sus ruegos no fueron oidos. La escena de humillacion que mas adelante se representó en el atrio del palacio acabó de abrir sus ojos sobre el poder de los hechizos de sus rivales; y sumiéndose en un dolor tanto mas intenso cuanto mas hondo penetraba sus entrañas, se conformó con su des

tino.

En una de las nocturnas fugas de Fernando,

Sus zelos.

dalosa.

en que vestido de paisano, y acompañado única- Escena escanmente de Alagon y Chamorro, šalia de palacio sin ser visto, porque el gefe de la guardia recibia orden de guardar el incógnito y de alejar los soldados del tránsito, tuvo la reina aviso de la salida de su esposo. Dióle la noticia don Carlos, que temeroso de gravar su conciencia sino rompia el silencio, creyó de su deber atajar asi los pasos de su hermano; pero Isabel apenas daba crédito á las palabras de su cuñado, porque el monarca le habia dicho que se dirigia á la secretaría de Hacienda. El infante la acompañó al minist erio, recorriendo los cuartos del capitan de guardias y del travieso criado; y segura la reina por la ausencia de ambos de que su marido no estaba en palacio, quiso aguardarle en un sitio inmediato al misino por donde debia entrar. Transcurridas algunas horas regresó el rey con sus dos compañeros, y poniéndose le delante la reina, sin poder reprimir los zelos, le dijo: " Me he desengañado por mí propia: viene usted de casa de su querida: sea enhorabuena." Alteróse Fernando, y respondió con palabras destempladas afeando la conducta de su esposa, y amenazando á la persona que hubiese sido causa de aquel contratiempo. Cuando despues supo ó adivinó por congeturas que el motor habia sido don Carlos, denostó á su hermano; y el cómico diálogo que entre ambos pasó animóse en

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tales términos, que hubiera tenido distinto resultado á no mediar la infanta doña Francisca, que con su desenvuelto y osado carácter comenzaba á captarse en el ánimo real aquel ascendiente que gozó en adelante, y que tan funesto fue á los liberales.

Pero si este camino llano y facil para mejorar la situacion interior de las cosas se hallaba cerrado por las venenosas plantas del vicio y la corrupcion cortesana, á cuyo arrino crecia y se elevaba su poder, los acontecimientos, mas poderosos que los hombres, abrian otras puertas. El ejército de veinte mil soldados que se reunia en Cádiz necesitaba prontos y eficaces recursos para organizarse; el tesoro estaba exhausto, y el crédito moribundo: para levantarlo preciso era poner al frente de la administracion un hombre honrado y de talento, y engañar al pueblo propalando que á su sombra iban á plantificarse mejoras sucesivas. En 30 de Octubre cayó pues Ceballos del ministerio de Estado para nunca volver al mando, partiendo desUltima caida terrado á Santander, y de alli á la embajada de Viena; ocupó su silla don José García de Leon Pizarro; y en 23 de Diciembre sucedió en el de Hacienda á don Manuel Lopez Araujo el célebre Ministerio don Martin Garay, discípulo de la escuela de JoPizarro, Gavellanos, y adicto á la monarquía representativa con dos estamentos. Verdad es que en cambio de estos nombramientos de temple moderado no tardó en confiar el rey la capitanía general de Madrid á don Francisco Eguía.

1816

de Ceballos.

ray.

El edificio del crédito público, abrumado por el peso de los desórdenes del gobierno, habíase desplomado, y ni aun vestigios de sus ruinas quedaban, pues el tiempo las habia igualado con el suelo. A mas de los distintos ramos en que siempre se habian dividido en España la recaudacion y ad

ministracion de las rentas públicas, existian dos tesoros, el uno nacional, y el otro privativo del rey, donde el primero desaguaba una corriente de oro á arbitrio del despotismo. Bajo el pretesto de ahorros los directores de loterías y otros empleados de hacienda regalaban á S. M. sumas mensuales de que ningun conocimiento tenia la administracion del ramo, y que manifiestan el embrollo y la dilapidacion que reinaba. Asi es que mientras las clases todas que gozaban sueldos del erario perecian por falta de pagas, el rey y su familia nadaban en la opulencia, y aun ahorraba Fernando algunos millones anuales que depositaba en el banco de Londres, para que le sirviesen de puerto si sobrevenia un naufragio. Y no era la economía la que daba pie á tales envíos, puesto que el monarca gastaba al año la inmensa suma de ciento y veinte millones, no obstante que Fernando VI solo consumia treinta, y el honrado Carlos III sesenta, aumento debido á los muchos gastos que ocasionaba su amor á la caza (*).

Si apartamos los ojos del estado interior para fijarlos en las colonias americanas, Mr. Martignac nos pinta con tanta verdad su estado, que nos parece preferible el que hable un amigo de los Borbones para que sus palabras tengan mas fuerza.

"Un solo recurso quedaba al gobierno español para libertarse de tan apremiadores embarazos, para reparar tantos males y proveer á tantas necesidades: recurso que hacia largo tiempo habia ocupado el lugar de todos los otros, y habia suplido por sí las riquezas locales que nunca habia sabido el primero sacar de la agricultura, de la industria, del comercio y de cuanto forma la fortuna pública de los demas estados. Facil es adivinar que se trata de las posesiones de Ultramar.

"En este lado se fijaban todos los votos, todas

Gastos de Fernando.

(*Ap. lib. 8. núm. 9.)

América.

las esperanzas, y alli efectivamente existian aun medios de salud; es verdad que ya aquella parte de la fortuna de España se hallaba peligrosamente comprometida, pero no era una cosa desesperada; y un negocio tan importante y tan decisivo manejado con prudencia y destreza podia llevarse todavía á felice cima.

"Hemos visto como durante las revueltas que agitaron el reino europeo, las colonias á las que se habia dado libertad sin conocerla, y en las que se habian reconocido derechos sin dejarles su ejercicio, habian roto el eslabon que las encadenaba á la metrópoli, y procurado fundar en provecho suyo estados independientes.

"La resolucion adoptada no habia producido para ellas felices resultados: habian pagado la independencia esterior con el precio de la paz doméstica, y casi en todas partes la division, la anarquía y la guerra civil habian reemplazado á la servidumbre ó al vasallage.

"En semejante estado facil hubiera sido entenderse: algunas concesiones que no hubieran presentado al gobierno serios inconvenientes hubieran bastado para recobrar aquellas comarcas fatigadas, y para cimentar entre las mismas y la España nuevos lazos útiles á ambos. Persuadieron á Fernando que debia ser dueño absoluto en América como en España, y no quiso oir hablar de reconciliacion.

"Las colonias se hallaban determinadas á resistir y á no inclinar nuevamente la cabeza bajo el yugo antiguo que habian sacudido: necesario fue combatir en el estremo del mundo, y comenzar otra vez con un ejército sin disciplina, y con una marina que no tenia ni oficiales ni armada, la grande obra de Cortés y de Pizarro.

"La empresa era inmensa ; la lucha larga y

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