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tierro de los

ria del pais, el descontento de la clase media y el egoismo del clero: tuvo el ministro que confesar su impotencia cuando todos los elementos conjurados contrariaban sus ideas. La camarilla, que acechaba este momento, representó al rey la inutilidad de los servicios de Garay; y en la mitad de 1818. la noche del 14 de Setiembre fueron arrancados Caida y des- de su lecho y de los brazos de sus familias don ministros Ga- Martin Garay, don José García Leon Pizarro y ray, Pizarro y don José Vazquez Figueroa, ministros de Hacienda, Figueroa. Estado y Marina, y condenados al destierro. Salieron de Madrid escoltados por fuertes piquetes de caballería, y la esposa de Pizarro, embarazada y enferma, se vió á pocos dias comprendida en el confinainiento y obligada á dejar la corte. Ocuparon sus respectivos asientos don José Imaz, el marques de Casa Irujo y don Baltasar Hidalgo de Cisneros.

El infante don Francisco de Paula, que sepaEl infante rándose de sus padres en Italia habia regresado á don Francisco España en Mayo, estaba destinado á dar su mano

de Paula.

á la princesa Carlota, hija de los reyes de las dos Sicilias, cuyo enlace se verificó en los primeros me. ses del siguiente año. La ninguna parte que por su tierna edad habia tenido el infante en los sucesos de Bayona, y el haber seguido hasta entonces la suerte de sus padres, despertaban sumo interes en favor de don Francisco.

Un funesto acontecimiento llenó de luto los corazones de los españoles sensibles: la virtuosa Isabel, cuya dulzura y amabilidad hacian retoñar Muerte de la secas esperanzas, murió súbitamente en 26 de Di

reina Isabel.

ciembre de una alferecía. Como falleció preñada sacáronle despues de su muerte una niña tambien sin vida; y divulgóse la voz de que habia espirado atosigada, y que al estraerla el feto lanzó un ay agudo que manifestaba no haber dado todavía el último aliento, como los médicos creían.

Ninguna prueba tenemos que acredite hecho tan atroz, forjado sin duda por la malevolencia y por la desventajosa opinion que merecia el rey á sus cortesanos cuando se trataba de las virtudes morales y de los tiernos sentimientos del alma. No obstante tan injusta sospecha Fernando pagó el debido tributo á la naturaleza en la muerte de su esposa Isabel, pues si hemos de prestar fé á una persona de elevada esfera que vivia en palacio, fue esta la vez única en que le observó mas enternecido y angustiado. La nacion sintió la desventura de su reina, porque el monarca quedaba desde entonces entregado de todo punto en manos de sus favoritos de antesala, que lejos de contener la propension de su carácter le despeñarian en mayores desaciertos. Era Isabel de mediana estatura, los ojos hermosos y azules, la fisonomía noble y espresiva, y tenia unas manos muy lindas.

Todas las plagas amagaban infestar el reino: la peste llamada el Bubon asolaba el Africa, y el cordon sanitario tendido por la costa de Andalucía era la única barrera opuesta al contagio. Desde que en Granada se fundó la primera sociedad secreta posterior á la vuelta del rey habíanse derramado por las provincias y principalmente por el ejército sus afiliados, y multiplicado las logias como otros tantos rayos que partian del gran oriente granadino. Las conspiraciones apagadas en un punto renacian en otro como la hidra de la fábula; y lo peor es que el pueblo carecia de la ilustracion necesaria para el cambio que se meditaba, y que cuando la lana no está preparada con las tintas primeras no toma la tela el color perfecto de púrpura en su grado mas alto de hermosura. Habíase cogido en Murcia el hilo de una de estas sociedades, y á consecuencia de las revelaciones de un individuo eran encerrados en el castillo de Alicante

Dolor de Fernando.

Retrato de Isabel.

A gitacion.

des de Elío en Valencia.

y en los calabozos de la inquisicion el entonces brigadier Torrijos, Romero Alpuente, Lopez Pinto y otros ciento.

En Valencia el general don Francisco Javier Elío, al paso que construía caminos, proyectaba canales de Cullera á la capital que cruzasen el lago de la Albufera, y limpiaba la provincia de laArbitrarieda- drones, llevaba al mas alto grado la tirania. Distintas veces habia condenado al patíbulo, bajo el pretesto de conjuraciones descubiertas, á varios habitantes del pais, inocentes casi todos, desnudando el proceso de las formas legales. Bastaba una sospecha leve de liberalismo para que enviase sus satélites, á los pueblos y caseríos, los cuales, arrebatando de la cama donde reposaba el sospechoso, solíanle arcabucear á la puerta misma de su casa, propalando despues que lo habian muerto por ladron. Asi sin causa, ni defensa, ni fallo alguno judicial, disponia de la vida de los ciudadanos, dando la orden de muerte en un simple y mezquiSentencias no retazo de papel. A otros mas calificados acosilegales. tumbraba llamarlos á su palacio y reconvenir les golpeándolos con sus propias manos, afrentándolos Inicuos atro- con bofetadas y dicterios á uso de verdugo, como pellos. hizo en 1814 con el inmortal don Leandro Fernandez de Moratin, á quien osó el monstruo sacudir con su sacrílega diestra. En los calabozos del castiTormentos. llo de Murviedro renovó los tormentos prohibidos por las leyes, arrancando con la fuerza del dolor delaciones falsas que servian para condenar á ciudadanos tranquilos que descansaban en la inocencia. La audiencia de Valencia se opuso á los llamados apremios ó tormentos de Sagunto, y representó al monarca sobre aquel quebrantamiento de las leyes; pero como Elío conservaba tanto prestigio en el ánimo del rey desde los sucesos de 1814, recibió la audiencia una real orden para

que en vez de entorpecer auxiliase los procedimientos de Elío, que tenia del monarca las facultades mas áinplias é ilimitadas (*). Henchía tambien el general las cárceles del santo oficio de presos políticos, creando para juzgarlos una comision mista compuesta del regente de la audiencia don Miguel Modet y de varios inquisidores. A proporcion de la violencia ejercida por Elío eran los esfuerzos de los valencianos para romper la argolla que los oprimia: apenas sufocada una irrupcion del volcan abríase otro crater á corta distancia. En Enero de 1817 habia descubierto una conjuracion fraguada para proclamar la Constitucion de Cádiz, y habia poblado el patíbulo de víctimas procediendo atropellada y despòticamente con escarnio de las leyes de partida. Con la sangre derramada lejos de amortiguarse el espíritu liberal enardecíase, y á su calor reverdecíase el arbol de la libertad y retoñaba su cortado tronco; iba á espirar el año de 1818 y mugía ya cercana la tor

menta.

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Los individuos de las logias de Valencia habian urdido, de acuerdo con sus hermanos de Madrid, una vasta conspiracion para derrocar el gobierno de Fernando, debiendo representarse la primera escena del drama en la capital que baña el Turia el dia primero del año nuevo 1819. Don Joaquin Vidal, uno de los gefes conjurados, acababa de regresar de Castilla, donde habia atado los cabos de la urdiembre, mientras dón Diego Calatrava los estendia á la provincia valenciana. Vidal de regreso de la corte habia almorzado con O'donell, segundo cabo de aquella capitanía general, quien poseía el secreto de lo que se trataba: muchos oficiales de la guarnicion se habian alistado en el partido liberal, y el éxito parecia asegurado per el acierto con que estaban tomados todos los

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caminos. Elío solía concurrir al teatro, y los conjurados se habian apoderado de los billetes correspondientes á los palcos vecinos al suyo: aquella noche, durante la comedia, debia tremolarse el pendon de la libertad: el oficial del piquete pertenecia á los enemigos del tirano, y érales igualmente adicto el que guarnecia la ciudadela, único fuerte de la ciudad. Dispuestas de este modo las cosas, un incidente imprevisto se llevó consigo los planes y las esperanzas: con la noticia de la muerte de la reina Isabel suspendiéronse las representaciones teatrales, como se acostumbraba en España, y la idea de los conspiradores quedó frustrada. Obligados á concertar nuevos medios para apoderarse de Elío, reuniéronse en una de las siguientes noches en la casa llamada del Porche, situada junto á la plaza de Carlet, pero un cabo del regimiento de la Reina, de apellido Padilla, descubrió al general el punto y el objeto de la junta, y Elío, llevado de su carácter impetuoso, partió en su compañía y la sorprendió en el mas crítico momento. Avisado Vidal de la llegada de Elio al frente de sus miñones salióle al encuentro, y desnudando el sable descargó un terrible fendiente, que á no haber dado contra el marco de la puerta, en cuyo lindar se hallaban los opresores, hubiera desgajado á Elío. Aprovechando éste el movimiento del coronel Vidal metióHiérele Elio. le cobardemente el acero por la espalda, y rodó sin sentido el valiente guerrero, digno de mejor suerte.

Entre tanto los compañeros de Vidal huían saltando las tapias del jardin: un capitan de la Reina, llamado don Juan María Sola, se quitaba la vida por no dar en manos de sus verdugos, y el jóven don Felix Beltran de Lis, acogido á la piedad de los vecinos, era maniatado desapiadadamente por ellos. Algunos lograron fugarse: don Diego Calatrava, el capitan don Luis Aviño, los sargentos

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