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Wellington tras los franceSCs.

señor Argüelles representó pidiendo se le oyese judicialmente para desagraviar su honor vulnerado, y patentizar la mala fé de sus acusadores. Pero entretúvose con siniestro fin el proceso hasta despues de vuelto el rey al solio, para entonces cebarse en la venganza los que solo con la hartura de innobles pasiones alimentaban su espíritu grosero. Gracias al mismo impostor, que tirando de la mascarilla, escribió de su puño una relacion confesando la inocencia de los acusados, y declarando su verdadero nombre, y que todo era invencion suya y de cierto prebendado de Granada, de quien habia recibido las instrucciones y ochenta reales diarios, como igualmente de otros realistas que se veían ya encumbrados á altos destinos en premio de sus intrigas, los cuales sepultaron los autos siete estados bajo tierra temerosos de nuevas pesquisas, y dejaron solo en la infamia de un calabozo al delator Berteau, que, reducido á la desesperacion y con visos de locura, se quitó la vida con sus propias manos. Habíase insertado en esta causa con sumo misterio un documento en lengua árabe encontrado entre los papeles de Argüelles, cuyo documento mandó el juez traducir á tres moros marroquíes, y resultando una apuntacion insignificante escitó la risa de todos.

Entre tanto lord Wellington habia recibido algunos auxilios de tropas españolas, principalmente del cuarto ejército, por la negativa de pasar á Francia del conde de La Bisbal, que queria acercar sus huestes á la corte para auxiliar las maniobras de los realistas, y descargar el golpe de estado que no cesaban de meditar. Dada la batalla de Orthez, prosiguió picando la retaguardia de los franceses hasta Tolosa, donde habiendo pasado el Garona, empeñóse la lid con tanto brio y decision por una y otra parte, que aunque los imperiales

Batalla de

fueron lanzados por los españoles é ingleses de sus
posiciones, cubriéronse de inmarcesible lauro, cau-
sando á sus contrarios pérdida superior á la suya,
y disputando la palina de la victoria hasta tal Tolosa.
punto que casi pudo decirse que la habian arran-
cado del campo de batalla á la par de los nues-
tros, y dividido con ellos sus gloriosas hojas. Alli
perecieron generosa y denodadamente nuestros mas
valerosos adalides, trocando una vida perecedera
por la fama inmortal que su arrojo merecia: has-
ta el mismo duque de Ciudad-Rodrigo corrió ries-
gos infinitos, entregándose á aquel denodado alien-
to que es el temple de los héroes. Cerca de cinco
mil hombres perdieron los anglo-hispanos, pagan-
do tambien las legiones de Napoleon con la san-
gre de sus mas acreditados guerreros el tributo al
dios de las batallas. Los habitantes de Tolosa, en-
caramados en los tejados y campanarios de la ciu-
dad, presenciaron aquel sangriento combate, á cu-
yo dado jugaban quizás las haciendas y vidas. Soult,
de resultas de la refriega, abandonó á Tolosa, de-
jando en ella los heridos, artillería y demas apres-
tos militares; y ocupáronla el mismo 12 de Abril
los aliados en medio de la pompa y prolongados
víctores de los ciudadanos, que adictos unos á la
casa de Borbon, y contentos otros con que se ale-
jase de sus murallas el teatro de la guerra, compi-
tiéronse en obsequiar á los soldados de la alianza.

.

En aquella tarde llegó la noticia de la entrada de los ejércitos del norte en París el 31 de Marzo, donde el senado habia establecido un gobierno provisional, colocando á su frente al príncipe de Tayllerand, y desciñendo la corona imperial de las sienes de Napoleon Bonaparte. Vendido este ilustre capitan por sus mejores amigos, y teniendo de espaldas á la fortuna, deidad caprichosa que con tan propicio rostro le habia mira

1814.

Los aliados en París.

Abdicacion do, abdicó el solio primero en su hijo, y renunde Napoleon. ciólo despues sin restricciones á nombre suyo y de su estirpe para refugiarse en la isla de Elba del mediterráneo, que le señalaron sus enemigos para perpetuo destierro. El 6 del mismo Abril, cediendo el senado á la imperiosa necesidad impuesta por las potencias invasoras, llamó otra vez al trono de Francia á la familia de los Borbones, proclamó por rey á Luis XVIII, que aun permanecia en Inglaterra, y confió las riendas del gobierno hasta la llegada de aquel á su hermano el conde de Artois en clase de lugar-teniente del reino.

Retirada de Suchet.

de armas. Convenio.

guerra.

El mariscal Suchet habia por fin evacuado España despues de haber volado las fortificaciones de Rosas, dejando guarnecidas á Barcelona, Tortosa, Figueras, Murviedro y otras plazas que bloqueaban los españoles, y dirigiendo sus huestes con rumbo á Narbona. Sabidas por este general y por Soult las mudanzas ocurridas en París, convinieron Suspension despues de varios rodeos en una suspension de armas seguida del convenio definitivo en virtud del cual debian los franceses entregar al gobierno español en un breve espacio de tiempo los fuertes Fin de la que todavía estaban en su poder. Tal término tuvo la gloriosa guerra de la independencia, manantial fecundo de proezas y heroicidades, espejo de tribulaciones y constancia, que la España recordará siempre con orgullo; pero que fue el cimiento y piedra angular de sus futuros padecimientos y desgracias, cogiendo á manos llenas espinas y retama de aquella hermosa siembra de hazañas y patriotismo. Asi de una lucha de que debian salir fecunda la libertad del pueblo y con hondas raices, y el trono radiante de gratitud y beneficios colmando de ventura á los ciudadanos llenos de heridas y trabajados por la miseria, fruto de tan larga guerra, salieron la esclavitud y

los quebrantos, las delaciones y la ignominia. Pero tiremos de la brida y volvamos nuestras miradas á Gerona, donde han quedado Fernando y los infantes don Carlos y don Antonio.

1814. La familia real prosigue su camino.

Ebriedad del

Ausentáronse de aquella ciudad los reales viajeros el 28 de Marzo, y encamináronse á Tarragona, sin fijar las plantas en la capital del Principado, aunque recibian de las plazas ocupadas por los franceses los honores y obsequios debidos á su alto rango. De alli trasladáronse á Reus, donde se detuvieron el 2 de Abril, encantados con el mágico alborozo y frenético ardimiento de la plebe y de las clases todas que enloquecian de amor al deseado Fernando, triunfante ahora en medio de los pueblos y adorado de ellos con la veneracion de un Dios. No hollaban sus pies una nacion libre y orgullosa de sus derechos que pospone los hom- vulgo. bres y las coronas al augusto imperio de la ley: las señales mas humillantes de la esclavitud de oriente revelaban que el vulgo queria un señor que entre las libreas, los azotes y la horca, mezclase las dádivas de palacio y los empleos vendidos al favor. Necesario era un espíritu fuerte é ilustrado para no embriagarse con el humo de tanto incienso; para no adormecerse entre los perfumes de las flores de los arcos levantados, entre la armonía de las músicas militares, el atronador clamoreo de la multitud y los plácemes de los mandarines hincados de rodillas. Habia pues llegado la hora de ensayar los grados del poder, de probar los quilates del entusiasino, y de sacudir el yugo del impolítico decreto que marcaba hasta la ruta á un monarca omnipotente. Segun el itinerario prescrito por las Cortes debia Fernando continuar su viaje por la costa del Mediterráneo hasta las márgenes del Turia, y tomar alli el camino de Madrid; pero pretestando un escrito

(* Ap. lib. 7. núm. 3.) Sepárase el rey del itine

rario señalado por las Cortes.

Fernando en Zaragoza.

que la diputacion provincial de Aragon elevó por conducto de don José Palafox y Melci, felicitando al rey por su vuelta á España, y rogándole que honrase con su presencia á la inmortal Zaragoza (*), torció el rumbo el dia 3, y por Poblet y Lérida llegó S. M. al emporio aragonés el 6 de Abril, tienipo de semana santa.

Caminaba solo con el infante don Carlos, porque su tio don Antonio, deteniéndose con achaque de una leve indisposicion, debia partir via recta á Valencia á atizar la fragua de las intrigas que alli ardia. Asi en el entre tanto lograba el rey romper el primer eslabon de su reconocimiento á las órdenes del gobierno de la regencia, dar tiempo á su tio para llevar á felice cima la empresa que se le confiaba, y captarse aun mas el aura popular y la fama de católico, pregonando que queria cumplir un voto á la Vírgen del Pilar, tan venerada de los zaragozanos.

El sublime espectáculo de Gerona repitióse en la ciudad cuyas humeantes murallas custodiaba la sombra de Lanuza. Convertidos en escombros sus mas preciados edificios, en polvo sus hijos mas valientes, cada piedra atestiguando una hazaña, cada calle un combate, era Zaragoza la imagen de la patria cuyo seno habia desgarrado lucha tan atroz. Igual frenesí, igual júbilo que los catalanes mostraron los aragoneses, poseidos tambien por las esperanzas de un reinado venturoso que prometia la vuelta del monarca. A los ojos del pueblo las intenciones políticas de Fernando yacían envueltas en el misterio; porque las autoridades no se separaban de la senda trazada por las Cortes, y la alteracion de la ruta no parecia un acto hostil, cuando legitimaba su conveniencia la gratitud al patriotismo de los aragoneses. Ocultábanse en el secreto del gabinete las tramas que se ur

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