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la union: al menos tal debió ser el juicio formado por los españoles, que ni leían el interior del rey, ni penetraban las dificultades de sostener un edificio sin aplomo y sin cimientos. Fernando decia que no ignoraba la urgencia de amoldar á las necesidades nuevas, creadas por el aumento de luces, las instituciones políticas, á fin de obtener aquella conveniente armonía entre los hombres y las leyes en que estriban la estabilidad y el reposo de las sociedades. Y que mientras meditaba las variaciones del régimen fundamental, que parecian inas adaptables al carácter nacional y al estado presente de la monarquía, se habia el pueblo pronunciado por la Constitución de Cádiz, y cual tierno padre habia condescendido con lo que sus hijos reputaban conducente á su felicidad."

Españoles, continuaba Fernando, vuestra gloria es la única que mi corazon ambiciona: mi alma no apetece sino veros en torno de mi trono unidos, pacíficos y dichosos. Confiad pues en vuestro rey: evitad la exaltacion de las pasiones, que suele transformar en enemigos á los que solo deben ser hermanos. Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional." (*) El tiempo ha convertido en proverbio la última frase para significar el dolo y el perjurio. En el propio dia las tropas que guarnecian á Madrid, tendidas por el Prado, juraron la Constitucion de 1812, y despues desfilaron por delante de palacio, en preséncia de la familia real, asomada á los balcones.

La fiesta popular del restablecimiento de la libertad celebróse el 12, colocando una hermosa lápida en la Plaza Mayor de la villa y corte, y tirando á la muchedumbre ejemplares impresos del manifiesto del rey. Las músicas, los himnos patrióticos, la iluminacion y el repique general de campanas, unidos á la algazara y bullicio de la

(Ap. lib. 9. núm. 1.)

Fiestas.

1820.

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plebe, contribuyeron á solemnizar la pompa de un acto que se miraba entonces como la base mas firme de la dicha futura de los españoles. A los antiguos Consejos, otra vez abolidos, reemplazaron los que determinaban las leyes vigentes; y quitando las carcomidas ruedas de la imáquina política, empujaron su movimiento por el camino trazado por las Cortes de la isla, cuando aun no lo habian enrojecido con su sangre Porlier y Lacy, ni ardia la hoguera de encontradas pasiones. El infante don Carlos dirigió el 14 la siguiente proclama á las tropas nacionales. "Soldados: al prestar en vuestras banderas este juramento á la Constitucion de la monarquía, habeis contraido obligaciones inmensas: carrera esclarecida de gloria se os está preparando. Amar y defender la patria, sostener el solio y la persona del rey, y enlazaros con el pueblo para consolidar el sistema constitucional, estas son vuestras obligaciones sagradas, y esto es cuanto el rey espera de vosotros, y lo mismo cuyo ejemplo os prometo de mi parte. Vuestro compañero-Carlos." Acababa en aquel punto de prestar juramento á la Constitucion en manos del monarca, juntamente con el infante don Francisco y el cardenal presidente de la junta. Pasma ver con el tiempo en tan religiosa persona tanto olvido de la fé jurada voluntariamente, puesto que abiertas estaban las puertas de España para los que no quisieran manchar su conciencia con un perjurio. Tambien se mandó proclamar la Constitucion en todo el reino á semejanza de la Corte.

Entre tanto, volando los correos á las provincias habian derramado en ellas la noticia de la mudanza política verificada en 7 de Marzo en la capital de la monarquía española. El 10 se supo en Valencia, donde el tirano feroz que la dominaba

habia hecho correr tanta sangre y resucitado las formas y tormentos de los siglos bárbaros: ansioso del poder, y sintiendo que se escapaban de sus manos las riendas de hierro con que habia oprimido á aquella hermosa ciudad, leyó con despecho el decreto del rey, y ofició al ayuntamiento diciendo que estaba pronto á entregar el mando. Para verificarlo montó á caballo á las tres de la tarde, seguido de un piquete de caballería y de los escopeteros que formaban su guardia de honor, y que habian sido los ministros de su venganza; y coinenzó á atravesar las calles por medio de una espesa muchedumbre que ocupaba aquellos contornos. Los parientes de las víctimas sacrificadas en los seis años, y los que habian recibido agravios de su indómito y altanero carácter, llenáronle de execraciones y amenazas: un oficial asió el caballo de la brida con intento de inmolarle en la plaza de la Seo, y desasiéndose con trabajo pudo llegar al patio del ayuntamiento, donde hubiera perecido á manos del vulgo si algunos hombres generosos no se hubiesen opuesto á su muerte y le hubieran salvado. Por la noche el nuevo general, conde de Almodovar, sacado aquella mañana de los subterráneos del santo oficio en hombros del pueblo, le encerró en la ciudadela con mas de cuarenta compañeros: todos permanecieron alli sumidos é incomunicados meses y meses con infraccion de las nuevas leyes.

Sucesos de Valencia.

Prision de Elio.

Conmocion de

En la hora misma en que la plebe arremolinada encarcelaba á Elío en las orillas del Turia, representábanse en Barcelona escenas de igual naturaleza. Apenas supo el pueblo la proclamacion Barcelona. de Zaragoza, agolpóse junto al palacio del capitan general don Francisco Javier Castaños, secundando el movimiento los oficiales de la guarnicion; y todos juntos pidieron á voces se restableciese la ley del año doce. Negóse primero Castaños

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Marzo de 1820.

Cádiz.

á ceder á los votos de la oficialidad, queriendo sostener la disciplina militar; lo cual calmando en apariencia la borrasca la encrespó realmente, y asi es que cuando despues cedió, unida la resistencia al recuerdo de la muerte de Lacy, encendió los ánimos; y dando los catalanes el mando de las armas á don Pedro Villacampa por aclamacion, obligaron á Castaños á salir de Barcelona, custodiado por un oficial y catorce soldados. Tambien penetró la plebe en las mazınorras del santo oficio, sacó en sus hombros á los presos, y despojó aquel archivo de tinieblas y de maldades de sus mas célebres procesos. Pero acontecimientos mas tristes llenaron de amargura los corazones de los buenos españoles y presagiaron el ardimiento y brio con que iba á encenderse en la desgraciada nacion la tea de las civiles discordias.

Atumultuado el vulgo el dia 9 en Cádiz, dió el grito de Constitucion en el momento mismo en Asesinatos de que don Manuel Freyre, general en gefe del ejército reunido, entraba en el puerto. Para calmar la revuelta que habia estallado encaminóse Freyre á la plaza de San Antonio, teatro del alboroto, y habló á los gaditanos con cordura y comedimiento, aconsejando á todos que esperasen con calma el partido que tomaba el rey en medio de tan áspera tribulacion. Mas los amotinados sufocaron su voz con furibundas amenazas, y llenos de ardimiento solamente se tranquilizaron con la promesa de publicar al dia siguiente el código del año doce, pronunciada por el general. Las campanas, la espontánea iluminacion y el armonioso sonido de las serenatas manifestaron el alborozo del pueblo, que confiado en la palabra de Freyre, libre el corazon de sospechas, entregóse al reposo y á la esperanza. Sabido en Sevilla el tumulto de la plaza resolvieron las autoridades, incitadas

y

por el vecindario, seguir el ejemplo, y publicaron la Constitucion. Amaneció el dia 10 en la isla gaditana puro y diáfano el cielo, los tablados en que habia de apellidarse libertad levantados en las plazas, la carrera colgada vistosa y aseadamente, el suelo cubierto de flores y los periódicos anunciando que á las doce del dia principiaria la publicacion del código deseado. Pero antes de que sonase la hora señalada, y cuando esparcidas las gentes por las calles las llenaban de tropel, salieron de sus cuarteles en ademan de ir á tenderse por la carrera los batallones de guias del general y de la lealtad, y cuando llegaron al inmenso gentío prepararon los fusiles y comenzaron un horroroso fuego granizado contra la muchedumbre y contra los balcones y ventanas á que estaban asomados los vecinos. El hijo cayó herido en los brazos de su padre moribundo; el infante, traspasada la cabeza en el pecho de la madre, espiró en la fuente misma de la vida; los ancianos, cuya planta débil resbaló al querer moverse con demasiada presteza, sintieron abierta su espalda por la bayoneta del soldado, y un grito de horror y de muerte lanzado por las víctimas heló la sangre en las venas de los espectadores. La licenciosa soldadesca, harta de sangre y de matanza, entró á saco las casas, se apoderó de la hacienda. de sus dueños, y embotados por el crimen los sentimientos que la naturaleza ha impreso en el corazon humano, lanzóse con rabioso desenfreno sobre matronas y doncellas, y cometió todos los escesos cuyo nombre ignora la modestia. El desangrado amante presenció en su agonía el deshonor de su amada rendida á un mortal desmayo, rasgados sus adornos, medio sueltas las trenzas; y el esposo, cubierto de heridas, una y otra vez probó á levantarse del lecho donde acababan de colocar

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