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le sin fuerzas y exánime, para acorrer en su lastimoso estado á la esposa, que en vano se defendia del lascivo acometimiento de aquellos monstruos. Rotos los diques de la disciplina y desbordada la licencia á la voz de viva el rey, prendieron los soldados á los oficiales de artillería que se habian mostrado amigos de los liberales. Asi entre sangre y lamentos anocheció un dia cuya aurora tan clara y rutilante habia parecido á los ciudadanos, envueltos ahora en la miseria y el dolor.

Tras las tinieblas de aquella sombría noche Marzo de 1820. vino la luz del dia 11, no á consolar á los gaditanos, sino á alumbrar nuevas y mas grandes demasías. Tomando por pretesto el tiro disparado por un paisano, de acuerdo quizás con los asesinos, lanzáronse otra vez á las calles, y renovaron el homicidio, la violencia y el saqueo. Los que habian salvado la vida, la honra ó la hacienda en el primer naufragio, perdiéronlas en el segundo: en todos los ángulos de la ciudad corria la sangre y reinaba el desenfreno y el pillage, sin que los mismos que habian promovido la víspera tan bárbara venganza, sin ánimo de llevarla tan lejos, bastasen ahora á enfrenar á la suelta soldadesca. Las galas se trocaron en luto, las rosas de la hermosura en la palidez de la muerte, los adornos de las fachadas en manchas de sangre y en rasguños de balas, y las flores que alfombraban las calles en cadáveres y moribundos, que yacían en ellas insultados por los monstruos. El general Freyre, que ignoraba el cambio ocurrido en la Corte, congratulábase de aquella matanza al dar cuenta al rey, y le felicitaba por el amor que le habian manifestado las tropas de Cádiz; mas recibido el decreto de 7 de Marzo mudó de lenguaje y desfiguró la causa verdadera de tan funestos sucesos, hijos de su corazon de tigre. Hasta el 16 dilató el em

barque de los batallones de guias y de la lealtad, en cuyo dia comenzaron á darse á la vela para diferentes puntos de la costa: y el 20, renovada Marzo de 1820. ya la guarnicion, juróse en Cádiz el código del año doce, por cuyo obtento tantas calamidades se habian agrupado sobre el desventurado pueblo: con lo cual quedó establecido su dominio en todo el reino.

Las naciones estrangeras, en las que presidian los principios políticos de la Santa Alianza, alarmáronse con la revolucion que habia transformado el gobierno español, mas absoluto en la práctica que ninguno de Europa, en el mas democrático y popular. Inglaterra, que anteveía en la imposibilidad de sostener las bases del código de Cádiz la consecuencia de una reaccion que acabaria de romper los escasos vínculos que nos unian con las colonias americanas, felicitó á Fernando por su juramento: Austria y Prusia representaron los peligros que cercaban el solio asaltado por la insurreccion militar á su modo de ver, y pintaron nuestro estado con lúgubres colores. Luis XVIII, que en su alta prevision deseaba en nuestro suelo un gobierno moderado que al paso que no contagiase la Francia con sus revueltas, cimentase para siempre la tranquilidad á este lado de los Pirineos, ordenó al duque de Laval que trabajase con todas sus fuerzas para la reforma del sistema restablecido. No contento con este paso envió á Madrid á Mr. De-la-Tour du Pin con el encargo de hablar al monarca y á los gefes del partido liberal el lenguaje de la franqueza y de la verdad, y obtener

todo precio las modificaciones que exigia la paz de la Península. Pero el ministro de negocios estrangeros de Francia participó al embajador inglés en París el paso que iba á dar su corte; y el insular, que preveyó las consecuencias de un gobier

Alarma de

Europa.

Intrigas de Inglaterra.

1820.

no robusto y templado en España, dirigido por los principios de la carta francesa, y que adivinó la influencia que adquiriria el gabinete de las Tullerías, espidió un correo á Madrid á su compañero el embajador en aquella capital previniéndole trabajase cuanto pudiese para desconcertar las miras De-la-Tour du Pin. No solo despertaban sus celos nuestras futuras relaciones con Luis XVIII, sino que deseaba que la anarquía destrozando con sus cien brazos el reino, y tomando unas veces el nombre de libertad y otras el de despotismo, desuniese, como hemos apuntado el último eslabon de la cadena que sostenia las colonias americanas. Anticipándose pues al enviado de Francia, alarmó á los gefes de la revolucion pintándoles la mengua de modificar la obra sublime del año doce, y cuando De-la-Tour se presentó á la junta no pudo conseguir cosa alguna de unos ánimos prevenidos por la astucia inglesa. Sin embargo la Francia al obrar asi no llevaba miras hostiles; y cuando mas adelante nuestro ministro en París pidió al gobierno de Luis XVIII esplicaciones sobre las voces que circulaban de la próxima reunion de tropas al pie de los Pirineos, el baron Pasquier, ministro de negocios estrangeros, respondió en 19 de Abril desmintiendo el hecho en los términos siguientes: "El gabinete francés no ha pensado en tomar las medidas que se suponen, porque el acuerdo tomado por el rey y por la nacion española de adoptar el sistema constitucional no puede turbar la buena inteligencia que reina entre España y Francia, puesto que la última debe á su monarca las ventajas de un gobierno representativo: por el contrario debe esperar que sea este un nuevo motivo para estrechar entre las dos naciones los lazos de amistad que tanto contribuyen á su ventura y reposo."

Los reyes pues no retiraron sus embajadores

de la Corte española: mas comenzaron á trabajar cada uno en el radio de sus deseos, encaminando el carro de la revolucion por distintos carriles, pero que todos iban á un mismo despeñadero. La Rusia, que por su posicion geográfica habia sabido la última el restablecimiento de la libertad en nuestro reino, pasó una nota á las otras potencias enumerando las desgracias que seguirian al nuevo orden de cosas, é invitándolas á retirar sus embajadores. Mas la nota llegó tarde, porque ya las demas naciones habian prestado su reconocimiento, y el emperador de Rusia siguió su ejemplo, insistiendo sin embargo en otra nota pasada al gabinete inglés en la necesidad de que la Península modificase sus instituciones. La Gran Bretaña hizo de modo que cayese el negocio en el olvido, y que no tuviese por entonces posteriores resultados (*).

La falta de recursos, las proscripciones y el descontento originado por la miseria del pais habian derrocado el gobierno de la camarilla. La clase media, perseguida en el período de los seis años por la tiranía, habia deseado la calma de la libertad: pero la grandeza era la misma de 1814; y el pueblo, lejos de ilustrarse con las doctrinas modernas, habia bebido en las escuelas abiertas en los conventos las ideas de intolerancia y supersticion, alimentándose en sus porterías con la sopa de los frailes. Fernando naturalmente amaba el despotismo por educacion y por instinto; y despues de haberse cebado en la venganza de los liberales por tanto tiempo, el aborrecimiento habia echado profundas raices, y repugnábale la idea de tener que encontrarse frente á frente con los mismos hombres de quienes se habia declarado enemigo. Asi al levantarse segunda vez de entre sus ruinas la libertad no podia contar ni con los cimientos

(* Ap. lib. 9. núm. 2.)

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de la ilustracion nacional, ni con el apoyo del monarca; y por el contrario era de esperar que al soplo de las pasiones ondease su estandarte la ignorancia, cuyos numerosos partidarios, adormecidos con la esperanza de mejor suerte, despertarian al primer grito del clero. En tal situacion el remedio era dificil, la enfermedad grave, y los médicos que tenian la conciencia del mal no la tenian de la medicina. Algunos han dicho que solo restaba un camino de salvacion: transigir con los gefes del partido absolutista, modificando el código vigente, estableciendo dos cámaras, no mirando atrás para no acordarse de lo pasado, ordenando la hacienda, mejorando el crédito, reformando la administracion, estableciendo nuevos códigos civil y criminal, ilustrando el reino con buenos estudios, y negociando con Roma una reforma gradual y lenta que sin tocar á los llamados derechos espirituales de la iglesia, restituyese á la circulacion y á la riqueza comun los bienes de las manos inuertas. Pero los que tal han dicho no han estudiado las causas verdaderas de nuestra revolucion, hijas, cuando se analizan, de las pasiones privadas que tiñeron de su color los partidos. La tiranía no transige: las escenas de 1814 descubren hasta el fondo de sus pensamientos, y la sangre de 1823 vendrá á sellarlos. La dificultad verdadera é insuperable de aclimatar la libertad en España estaba en el rey, que no la queria: ¿qué hubiera importado que unas Cortes ilustradas, podando las ramas inútiles de la Constitucion, como deseaba la Francia, doblando unas é ingiriendo otras, hubiesen dado al arbol entero robustez y vida, si luego Fernando en la oscuridad de la noche, removiendo y cortando sus raices, le hubiera destruido y secado? El sepulcro le ha igualado ya con los demas hombres: digamos pues la verdad entera, y

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