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propio tiempo que la suprema de Madrid cesaron en sus funciones las juntas que en las provincias se habian formado cuando en el mes de Marzo apellidaron fibertad. El, rey, sancionó muchos decretos espedidos por las pasadas Cortes..

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Descollaban en el congreso ahora reunido no solamente los mas brillantes ingenios que tanto resaltaron en la isla de Leon y en Cádiz en las primeras asambleas, sino tambien otros nuevos, cuyos destellos habian deslumbrado en sus escritos ó en el campo de batalla, A todos inflamaban el amor patrio y el deseo de arraigar en España el gobierno representativo; pero andaban divididos en el rumbo que convendria seguir para lograr su intento. Los vocales del año doce, que se reputaban amaestrados por la esperiencia y la desgracia, habían perdido en el destierro y en los padecimientos aquella energía primitiva del alma, aquel entusiasmo que el conocimiento de las personas y de las cosas disipa y evapora. Con el corazon frio y la imaginacion, apagada por seis años de dolor y por el raciocinio, querian imprimir en medio de la revolucion un movimiento normal y geométrico á las ruedas del gobierno, poniendo en olvido el motor principal, esto es, el rey, que paralizaba ó aceleraba el movimiento á medida de sus planes. Pura era la intencion, laudable el fin, errado el camino. La indulgencia, la tolerancia, la moderacion formaban su sistema: virtudes necesarias en un gobierno consolidado, pero que hay que amalgamar con la energía, la justicia y la fuerza, si ha de salir poderosa y depurada la nueva ley del crisol en que intentan adulterarla opuestos metales. Hombres de conciencia y de talento, no eran hombres de Esta do. Al frente de esta escuela sentábanse en primer término los elocuentes conde de Toreno y Marti

Idea de la asamblea.

1820

nez de la Rosa: eran tambien su ornamento Espiga, don Marcial Lopez, Gareli, Tapia, Clemencin, Moscoso y Villanueva.

Dejábanse ver en los escaños opuestos jóvenes ardientes, á quienes una imaginacion de fuego y un corazon no amargado todavía por el acibar de la esperiencia seducian y arrebataban. Hijos de la libertad á cuyo restablecimiento habian contribuido, midiendo por su ardimiento el ardimiento del pueblo, con los ojos fijos en el cuadro inmenso de la revolucion francesa, pero sin atender á sus pormenores, ansiaban repetir aquellas sangrientas escenas, porque creían que solo ellas, removiendo y amasando de nuevó los contrarios elementos que combatian la nave del Estado, podian entre naufragios y borrascas sacarla á puerto. Juzgaban incorregibles á los absolutistas, desgraciadamente con harta razon, y pretendian sustituir á la templanza el terror, levantando la patria de sus propias ruinas. Pero en sus patrióticos ensueños no se acordaban de la ignorancia del vulgo, de la osadía é influjo del clero, ni del prestigio que todavía conservaba un monarca enemigo de los derechos del ciudadano. Cabeza de estos hombres nuevos presentábase Romero Alpuente, discípulo de Marat y admirador de sus doctrinas; y junto á él aparecian á mayor o menor distancia Gascó, Moreno Guerra, Calatrava, Palarea, Isturiz, don Felipe Navarro, Florez Estrada, Sancho y otros muchos. En un punto único se encontraban todas las opiniones: en la resolucion de no modificar el código político en artículo alguno, reputando por crimen el tocar un solo ápice al arca santa de la ley. Y aun el diputado Zapata propuso en la sesion de 18 de Julio que los ocho años que habian de transcurrir para poder reformarla, comenzasen á contarse desde el dia 9, en que S. M, la juró en el seno del congreso.

Frescos se conservaban tambien en el corazon de los representantes del pueblo los agravios que habian recibido; y no obstante la templanza de los moderados, dejábanse arrastrar algunas veces por este sentimiento, que degeneraba en desconfianza del cetro y en su aborrecimiento. La comision encargada de responder al discurso del rey, en la que figuraron el conde de Toreno y Martinez de la Rosa, hablando del juramento del monarca á la Constitucion dijo: "que habia cobrado con este acto la nacion sus derechos, y legitimado S. M. los del trono." Una sola palabra envolvia la acusacion de todos los actos del reinado hasta alli consumados, puesto que los calificaba de ilegítimos.

Las Cortes comenzaron sus tareas discutiendo la ley de infracciones que quedó pendiente en 1814; y revocaron el decreto del año doce, en el que habian escluido de la sucesion á la corona al infante don Francisco de Paula y á doña María Luisa, gran duquesa de Luca. Ocupáronse igualmente en el proyecto de inmortalizar el dia en que S. M. habia jurado las nuevas leyes, proponiendo llamar á Fernando el Grande, levantarle una estátua pedestre con una corona cívica, y el libro de la Constitucion en la mano; acuñar medallas, y pintar un cuadro que representase el acto del juramento. La instruccion pública y la agricultura llamaron del mismo modo la atencion del congreso, digno de los mayores elogios por la mesura y sabiduría con que dió sus primeros pasos.

Y mientras la asamblea empleaba sus fuerzas en dar aplomo al código restablecido, levantábanse á combatir en sentidos opuestos las conspiraciones de Fernando y de los realistas, y la anarquía del vulgo. Nuestro embajador en Roma, don Antonio Vargas y Laguna, á quien con el tiem po valió la negativa el título de marques de la

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Roma.

Constancia, negóse á jurar el sistema constitucional, y contribuyó á formar en la ciudad que baña Int igas de el Tiber una junta llamada apostólica, que atrayéndose los ánimos de los obispos declaró guerra á muerte á los liberales españoles. Vargas y el consul de Marsella fueron los dos únicos súbditos que rehusaron el juramento al código político recien proclamado. El prelado de Orihuela don Simon Lopez, defensor de la inquisicion en las Cortes de Cádiz, no quiso obedecer una circular del ministro de Gracia y Justicia, en la que encargaba que los párrocos esplicasen en el púlpito las bases de la ley fundamental de la monarquía; y despues de una porfiada lucha con el gobierno salió estrañado del reino. Otros obispos, no obstante la abolicion del santo oficio, renovaron los índices formados por los inquisidores prohibiendo libros, para contrariar el espíritu y la marcha del ministerio. La carta secreta del Papa enviada en este año al monarca español por medio de tercera persona descubre los deseos, el plan y toda la máquina que se fabricaba contra la libertad de España en la intrigante RoCarta de Pio ma. "Un torrente de libros perniciosísimos inundan ya la España en daño de la religion y de las buenas costumbres, dice Pio VII: ya comienzan á buscar pretestos para disminuir y envilecer al clero: los clérigos que forman la esperanza de la iglesia, y los seculares consagrados á Dios en los claustros con votos solemnes, se ven obligados al servicio militar: se viola la sagrada inmunidad de las personas eclesiásticas: se atenta á la clausura de las vírgenes sagradas: se trata de la abolicion total de los diezmos: pretenden sustraerse de la autoridad de la santa sede en objetos dependientes de ella: en una palabra, se abren contínuas heridas á la disciplina eclesiástica y á las máximas conservadoras de la unidad católica profesadas hasta ahora, y

VII al rey.

con tanta gloria practicadas en los dominios de V. M." (*) Asi la mano sagrada de un pastor de paz encendiendo la tea de la supersticion, tan temible en nuestro suelo, preparaba el próximo incendio y acaloraba las pasiones de un príncipe que ya no obraba de buena fé, si la tuvo alguna vez, como dice el marques de Miraflores (*).

El clero obedecia ciegamente las inspiraciones del solio pontificio. El padre Maduaga predicaba en Cáceres contra el sistema constitucional: en Burgos Fr. Miguel Gonzalez, corrector de la Victoria, fulminaba iguales anatemas; y los obispos secundaban en todas partes este plan horrible acalorando los ánimos, y prodigando larga siembra de tribulaciones y alarına en las conciencias.

La sociedad patriótica de Madrid que se reunia en los cafés de Lorencini y de la Fontana de Oro era un foco contínuo de insurreccion donde se predicaban las doctrinas de Danton y de los septembristas franceses, y se criticaban los actos del gobierno y á sus individuos, sin perdonar al monarca, que era inviolable segun las leyes. Los oradores sacaban á plaza la vida y los vicios privados del rey y de los ministros, pintándolos con colores exagerados, y despertando asi la cólera del vulgo y del príncipe, á quien no bastaba odiar naturalmente la libertad, sino que la confundia ahora con la licencia. El ministerio no apagó en sus principios con mano fuerte el amenazador volcan; y en una de sus violentas erupciones trataron de atacar al secretario de la Guerra, marques de las Amarillas, enviando á las doce de la noche del 16 de Mayo los oradores una comision al palacio real para que solicitase la caida del marques. Llovia en estas reuniones el oro, derramado por algunos estrangeros que removian el oculto fuego de los resentimientos, enardeciendo con desmedidos elogios

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