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resultarian á la libertad de que unido al gobierno contribuyese á conciliar los ánimos y á robustecer la concordia y la templanza. No solo Riego se quejó ágria y desentonadamente de la orden de disolucion del ejército de la isla, sino que con frases indirectas, pero no muy oscuras, aludió á las ventajas de una mudanza de ministerio, en cuyo plan andaban enredadas personas de distintos matices políticos, y.uyos hilos, cruzándose por los salones de palacio, formaban una trama tan enmarañada y urdida con objetos tan opuestos, que es imposible aclararla. Quizás el deseo de Fernando de emanciparse de unos consejeros á quienes aborrecia vino á encontrarse con el afan de derribarlos de los amigos de Riego: lo cierto es que circuló una lista de candidatos.

El general del ejército de la isla, infiel al secreto que debe guardarse en los asuntos de estado, divulgó las palabras del rey y de los ministros, atribuyó al miedo sus atenciones, habló de propuestas de transaccion en detrimento del gobierno, y faltó de este modo á los deberes de militar y de hombre público. Al dia siguiente en todos los cafés se referian frase por frase las reflexiones del ministerio, y se escarnecian los consejos del monarca con mengua del decoro del que los habia vendido. No contento con esto у раra colmo de imprudencia dió á luz una carta en que reproduciendo las mismas revelaciones ponia en ridículo á los altos personages que habian figurado en aquellas escenas. Entonces los secretarios del despacho, obrando con toda la mesura propia del alto escaño que ocupaban, consultaron al Consejo de Estado si debian ó no revocar el nombramiento de capitan general de Galicia para evitar mayores desaciertos.

Asi encrespadas las pasiones, el 3 de Setiem

1820.

bre, despues de un suntuoso banquete dado al caudillo de Andalucía, trasladóse éste al teatro, que rebosaba de gente ansiosa de contemplar al que habia el primero desnudado la espada apellidando libertad. Apenas se sentó rodeado de su estado mayor en el palco, principiaron la algazara y los victores, convirtiéndose el coliseo en una plaza de toros. Calmnado un nomento el bullicio, Riego habló al pueblo en los términos en que acostumbraba, y levantándose un ayudante suyo, de cuyo nombre no queremos acordarnos, entonó por Entona el trá- vez primera en Madrid el Trágala perro inventado en Cádiz: cancion infernal propia para insultar al rey y á los mismos liberales, y para acrecentar los enemigos de la Constitucion sin producir á su causa ventaja alguna. La plebe, cantada la copla, repetia el coro con rabia y frenesí, y el desenfreno era tal que amenazaba una esplosion.

gala.

El gefe político Gayoso con noticia anticipada que habia tenido de aquellas bacanales habíase constituido en el palco de la presidencia, y como responsable de la tranquilidad pública quiso restablecerla. Pero los propios edecanes del general le insultaron, y algunos hombres osados le amenazaron hasta el punto de peligrar su existencia, que sin duda hubiera perdido á no escudarle con sus cuerpos y defenderle heróicamente dos oficiales de la milicia nacional, y otros dos de la Desorden del guarnicion de la plaza. Riego presenció á sangre fria con desdoro suyo el ultraje hecho á las leyes, y ni una palabra soltó para apaciguar el alboroto, ni tampoco salió al desagravio de la autoridad, como lo exigian el honor y el deber militar. Aumentado el tumulto con el atropellamiento del gefe político, cundió el bullicio por la corte: la tropa estuvo sobre las armas en los cuarteles, y pasóse la noche entre amenazas y gritos sediciosos.

teatro.

Cuando desde estas primeras escenas de anarquía nos paramos á examinar sus autores, al lado de jóvenes inespertos, pero de buena fé, tropezamos con algunos de esos hombres á quienes la naturaleza ha dotado de la astucia de la serpiente que se arrastran por el suelo al querer ocultar sus artificios, y que cuando se levantan y silban es para enroscarse al cuello que intentan ahogar. Ocultos en la oscuridad de un bufete, donde sus intrigas arrancan las lágrimas del crédulo litigante, saltan de la silla al primer grito de las públicas turbulencias, se encaraman sobre una piedra, y cuando han ganado la confianza de la inocente muchedumbre adulando sus deseos, corren á venderla al alcázar regio. Hombres de siniestro agüero, pequeños de corazon, largos de razones, de una audacia inmensurable, que se burlan de la virtud, de la fé, de la conciencia, y que solo tienen un Dios, el oro.

Tal es el retrato de algunos de los agentes secretos de Fernando, instigadores de los alborotos para desacreditar la libertad, recibiendo por la noche las inspiraciones del solio, y acaudillando por la mañana un motin. Embriagada por ellos la revolucion ni se desarrolla ni se nutre: en vez de abrirse un camino recto y anchuroso adelanta revolcándose por el cieno: en vez de acometer hechos grandes, nobles, sublimes que asombren á la Europa, que hagan temblar á los tiranos, entona el trágala, irrita al leon que la acecha, y cae aletargada en tierra. ¿Y cómo ha de desembarazarse de las cadenas que la sujetan y que la obligan á unos movimientos tan incomprensibles? Sin esta llave del laberinto secreto de las revueltas políticas que describimos, en vano se buscará el hilo de tan embrollados sucesos. Atribúyalos en hora buena la ignorancia á sola la anarquía: nosotros

señalamos la mano alta, poderosa, que ponia en movimiento esa misma anarquía, que para devorar la tierna planta de la libertad daba suelta á un tigre feroz, sin pensar que una vez ensangrentado pudiera haber despedazado la diestra que lo azuzaba. No debe pues pasmarnos el cuadro de asonadas, de gritos y de insultos que va á desarrollarse á nuestra vista sin un fin político: el delirio y la ebriedad en vez de la firmeza y la prevision: una farsa en fin llena de episodios ridículos, pero tristes, en vez de un drama progresivo y de bien calculado desenlace.

Viendo los tempestuosos vientos que se habian levantado á combatir la nave pública, el ministerio, recibida la respuesta del Consejo de Estado, comunicó á Riego una real orden mandánSu destierro. dole salir en el acto de la corte, é ir de cuartel á Oviedo exonerado del mando militar de Galicia: tambien fue confinado el gobernador de Madrid Velasco. Habia resuelto el caudillo de las Cabezas presentarse en la barra del salon de Cortes, y desde ella esponer sus quejas á los representantes del pueblo en un discurso; mas teniendo ahora que ausentarse entregó al presidente del congreso su escrito, acompañado de un oficio á los secretarios del mismo en que les rogaba lo comunicasen á la asamblea nacional.

Apenas se esparció la nueva agrupáronse las gentes en las plazas públicas; fijáronse pasquines incendiarios; la sociedad patriótica de la Fontana anunció por carteles su reunion prorumpiendo los oradores en amenazas y alaridos de venganza; hablaron de defender al héroe insultado, segun ellos, por los secretarios del despacho; aseguraron que todo era efecto de una trama secreta para destruir el código gaditano, y en un instante aparecieron los sombreros adornados con cintas verdes, en las

que se leía "Constitucion ó muerte," á semejanza
de los habitantes de París en 1793. Llegó por fin
la noche del 6 de Setiembre y los
grupos allana-
ron la casa del gefe político, á quien en su furia
deseaban inmolar á la venganza: en medio de los
peligros y tribulacion de la familia apareció en su
auxilio el capitan general Vigodet, que arrestó
en la escalera á un empleado de hacienda, cabe-
za aparente del motin. El gobierno, sostenido por
la guarnicion y por la milicia nacional, cubrió de
artillería la Puerta del Sol, foco en aquellos dias
de los agitadores, y disipóse la tormenta conju-
rada por la energía de las autoridades y el terror
de los sediciosos.

En los mismos turbulentos dias que acabamos de describir coincidieron con aquellos sucesos amagos de realismo y de imprudencia preparados por el maquiavelismo de la cámara real. A la salida de Fernando y á su vuelta á palacio prorumpieron en gritos de "viva el rey" varios iudividuos llevados ó por el entusiasmo de sus ideas de absolutismo, ó lo que es mas probable por el cebo del oro que prodigaban los agentes de un príncipe que deseaba intentar todos los medios de encender en su favor las pasiones populares del año catorce. A la fama de aquellos gritos acudieron á la plaza del regio alcázar á averiguar si eran ciertos liberales de acalorado temple que no pudiendo contener los ímpetus de la cólera al oirlos, lanzáronse contra los gritadores obligándolos á victorear á la Constitucion y á Riego. Las voces de los unos, las corridas de los otros, el sable desnudo brillando en las manos de los acometedores, y todo esto mientras el rey se apeaba del coche, presentaron un cuadro de escándalo y de discordia civil en el lindar misino del respetable asilo de nuestros antiguos monarcas. ¡Triste destino el 26

T. II.

1820.

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