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1820.

de España regida por un príncipe que en vez de calmar las pasiones y hacer amable el cetro con la dulzura y justicia de su gobierno, soplaba la tea de las públicas agitaciones, y miraba con placer la imagen de la guerra á trueque de saciar su ambicion y su sed de tiranía!

Ya en la sesion de las Cortes de 4 de Setiembre, con motivo de una proposicion de Alvarez Guerra sobre sociedades patrióticas, tocóse la envenenada llaga de los sucesos del dia; pero la tienta fue suave y no se ensangrentó la herida con el calor de la controversia. Renovada esta el 5 con la lectura del oficio y del discurso de Riego, subieron de punto la energía y la vehemencia de los oradores: Gutierrez Acuña propuso pedir al gobierno las causas del destierro; Florez Estrada pa sar el escrito á una comision, y Romero Alpuente llamar á los secretarios del despacho para que diesen cuenta de los acontecimientos que suministraban pábulo á la discusion. El señor Isturiz, que tanto ha sobresalido despues en distinto banco, sostuvo entonces los principios mas exagerados diciendo que la palabra rey era anticonstitucional: frase llamado al orden doró, vistiéndola con brillantes galas. La asamblea sostuvo por una gran mayoría las atribuciones del poder ejecutivo.

que

Pero la sesion que mas abiertamente fija las miradas de la historia es la del dia 7, célebre en los anales parlamentarios, y origen desgraciado de nuevas divisiones. En ella Romero Alpuente, que aspiraba á la funesta gloria de Marat, reprodujo la mas detestable de sus máximas, asegurando que el pueblo tenia derecho para hacerse justicia y vengarse á sí propio. Al salir de los labios del tribuno estas palabras un murmullo de reprobacion se dejó oir en el congreso, y levantándose el ministro Argüelles habló con una elocuencia varonil

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robustísima contra los principios de la anarquía. "¡Desgraciada nacion aquella, esclamó, en que se pregona que el pueblo está autorizado para hacerse justicia por sí mismo!" Y enardecido por las injustas acusaciones de los diputados que defendiendo á Riego calumniaban á los secretarios del despacho, los amenazó con abrir las famosas páginas de aquella historia y revelar la verdad entera. Entonces varios diputados gritaron á una voz "que se abran;" y volviendo á tomar la palabra el ministro desnudó los sucesos del velo que los cubria, pintó las faltas y la imprudencia de Riego con una exactitud, con un pincel tan valiente y enérgico, que hizo enmudecer á los enemigos del gabinete, y se cubrió de un lauro inmarcesible. Esta hoja de la corona cívica del señor Argüelles es á nuestros ojos la mas brillante, y la que dará siempre eterno testimonio de su mérito, de su facundia y de sus conocimientos y recursos oratorios. El mismo general Quiroga acriminó á Riego diciendo que la opinion de tres ó cuatro personas no era la opinion del ejército de la isla, y que la orden de disolverse no se le habia comunido al pie de la letra. Hermoso fue el discurso de Martinez de la Rosa en apoyo del gobierno. "No, no veo la imagen de la libertad, dijo en una furiosa vacante, recorriendo las calles con hachas y alaridos: la veo, la respeto, la adoro en la figura de una grave matrona que no se humilla ante el poder, que no se manchia con el desorden." Y mas adelante: "Todo el que perturba el orden público es criminal y merece castigo: que su estravío provenga de inmoderado celo por la Constitucion ó del odio que le profese, es indiferente en esta cuestion: en uno y otro caso perjudica á la misma Constitucion, destruye el orden y atropella las leyes." No menos se distinguieron el conde de To

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Revelaciones de Argüelles.

los liberales.

reno, Gareli, Calatrava y otros muchos diputados, consiguiendo el gabinete un triunfo completo y glorioso.

Sin embargo el bando exagerado no podia olviDivision de dar el destierro de Riego y su derrota. Divididos desde aquel dia con mayor encono los hombres de 1812 y los de 1820, es decir, los autores de la Constitucion y los que habian trabajado para restablecerla, facil hubiera sido á los primeros reducir á la razon á los segundos, si no hubiesen temido la contra-revolucion de los realistas. Las tramas de estos obligábanlos á transigir con los anarquistas, á no emplear medidas fuertes para no privarse de sus brazos en caso necesario; de suerte que el realismo era el sosten de la exageracion; y como los escesos de esta aumentaban los partidarios del poder absoluto, los moderados se veían encerrados en un círculo vicioso, del que no podian salir porque tenian que combatir con la resistencia de los vencidos y con las exigencias de los vencedores.

La nacion española no aplaudió los insultos prodigados al gobierno por una turba seducida; y la milicia cívica y el ejército de la capital y de las provincias representaron al monarca diciendo que estaban prontos á sacrificarse por la tranquilidad del Estado. Si el congreso hubiese sabido reunir estos elementos de orden y sacar fruto de ellos, la anarquía hubiera quedado sepultada para siempre. Pero apartando los ojos de las revueltas que alteraban el reino quiso mas bien contemporizar con sus autores; y en 10 de Setiembre dió su aprobacion al repartimiento de tierras ofrecido por el general Quiroga á los soldados de la isla. Concedióse una amnistía y olvido general á los disidentes de las colonias de Ultramar; y despues de lumiLeyes impor- nosas discusiones en las que resplandeció la sabiduría de los diputados, salió á luz una ley im

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tantes.

Reforma de

portante sobre mayorazgos. La del máximum, la de responsabilidad de los infractores de la Constitucion, condenando á muerte á los que conspirasen contra ella, el desafuero de los eclesiásticos y el establecimiento del jurado en los delitos de imprenta, dignas de alabanza en todos los paises, produjeron tristes resultados en el nuestro por las escasas luces del pueblo. La asamblea legislativa conociendo las verdaderas llagas de la patria y sus ocultos autores, suprimió todos los monasterios de monacales y de las cuatro órdenes mili- monacales. tares, y reformó los demas conventos de mendicantes. Abiertas las puertas de la secularizacion á frailes y monjas, prohibidas la profesion y la entrada en los conventos, reducidos estos á uno solo de cada orden en los pueblos y capitales, y cerrados los que no reuniesen veinte y cuatro profesos, removió el fanatismo sus numerosos brazos amenazando las leyes. Por otra parte aplicando sus bienes al crédito público, quedaba éste abrumado con el peso de las pensiones, para cuyo pago no bastaban ni remotísimamente sus productos. Los generales de las órdenes religiosas, antes de la discusion, representaron á las Cortes contra la reforma intentada, distinguiéndose por su audacia el general de Capuchinos fray Francisco de Solchaga, condenado por el poder judicial á la pena de estrañamiento del reino y pérdida de sus hono- . res y dignidades por el impreso que publicó sobre este asunto. Asi se multiplicaban los enemigos secretos de las nuevas instituciones, que auxiliados y espoleados por los agentes ocultos de palacio, tenian en contínua alarma y zozobra á los liberales.

Ocupó en 23 de Setiembre la secretaría de la Guerra don Cayetano Valdés, adornado de relevantes prendas, y ciego admirador del códi

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go de 1812. Las Cortes, abriendo por fin los ojos á los peligros que amenazaban el orden público y la existencia del gobierno, autorizáronle en 14 de Octubre para cerrar las sociedades patrióticas despues de un reñido debate en que Moreno Guerra, Romero Alpuente y Florez Estrada defendieron la licencia bajo todas sus formas. Bellísimos discursos salieron de los elocuentes labios del conde de Toreno, de Gareli y del inimitable Argüelles, discursos que pueden presentarse como modelos de buenas máximas de gobierno y como documentos históricos, y que comprueban las páginas que escribimos. Sin embargo, los ministros se contentaron con publicar el decreto sancionado, y no cerraron el café de la Cruz de Malta, nube de piedra siempre amenazadora y vomitando males. Fernando pasó revista á la guarnicion y á la milicia nacional madrideña, que desfilaron despues por delante de la real familia. En aquellos dias se verificó tambien la bendicion de las banderas de la milicia, que en todas partes era un objeto de fiesta y de alegría celebrada con pompa y algazara.

Aprobada por las Cortes la reforma de los conventos, el nuncio del Papa pasó una nota muy osada en contra del proyecto de ley, é intrigó con el monarca, ya de suyo inclinado al sostenimiento del fanatismo: los ministros presentaron el decreto á la sancion real; mas el rey, usando de la prerogativa que le concedia el código reinante, negóse á sancionarlo alegando que asi se lo dictaba su conciencia. El ministerio sabedor de las tramas que se urdian, y convencido de la debilidad de Fernando, que no cedia sino al miedo, le anunció alteraciones y tumultos en la corte: y como tampoco se doblase esta vez, estimulado por su confesor y por el referido nuncio, esperó que se realizasen sus pronósticos sin desplegar el celo que debia para

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