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dian, la zumba que de los liberales y sus ideas salian ya de los augustos labios, y la benigna acogida que tenian las representaciones de algunos magnates y autoridades para que recobrase el rey el poder absoluto y se ciñese la corona de hierro. Disimulado desde su niñez y perspicaz en traslucir los verdaderos sentimientos de una nacion fanatizada por el clero, halagaba los deseos de la plebe autorizando con su presencia las ceremonias religiosas, aunque su fé no fuese tan ardiente y pura como antes de haber estado en Francia. El 11 partió S. M. de Zaragoza, y lle- Abril de 1814. gó el mismo dia á Daroca.

A cada paso que daba el rey acercábase al teatro de los acontecimientos, y urgía la necesidad de salir de la incertidumbre y pronunciarse abiertamente en pro ó en contra del código vigente. Y aunque las demostraciones populares y los consejos y súplicas de algunos ayuntamientos garantizasen el éxito del golpe premeditado, sin embargo Fernando queria obrar con pulso y no esponerse al azar de un contratiempo por imprimir á la marcha de su política un movimiento demasiado veloz. En la misma noche del 11 celebraron pues sus consejeros una junta, en la que se presentó el bullicioso conde del Montijo, aquel capitan de antiguas asonadas que tanto se distinguió en el destronamiento de Carlos IV y María Luisa. Todos los vocales del Consejo opinaron que S. M. no debia jurar la Constitucion, escepto don José Palafox, que abrumado bajo el peso de tantos pareceres opuestos, llamó en su ayuda á los duques de Frias y de Osuna, que despues de haber corrido á Zaragoza á rendir sus homenages al rey, le seguian en el viaje. Pareció al general que siendo ambos individuos de la grandeza y testigos oculares de los sacrificios de la nacion, pesa

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Junta de Daroca.

Abril de 1814.

ruel.

ria mucho su voto en la balanza. Reuniéronse los duques á las personas que componian la junta, y habiendo el de San Carlos sentado la cuestion de si convenia ó no al bien comun que S. M. jurase la nueva ley, y pronunciádose rotundamente por la negativa, enardecióse el conde del Montijo al esponer su voto pintando el juramento como principio y origen de todas las calamidades que desolarian la patria. Refutó sus razones don José Palafox, apoyado por el duque de Frias, que aconsejaba la jura con la reserva del derecho que el monarca tenia á proponer ó modificar los artículos que se opusiesen á la firmeza y esplendor del solio. Osciló el de Osuna en sus palabras, ladeándose ya al uno, ya al otro partido del Consejo; y disolvióse la junta sin tomar un acuerdo definitivo, pero con ánimo de congregarse de nuevo para resolver el problema. Mas como la verdadera solucion bullia ya en la cabeza de Fernando, envió éste despues á Montijo á Madrid, á propuesta de San Carlos, sugerida por el mismo conde, para que aguijase los barrios bajos de la corte contra la asamblea nacional, y empleando sus viejos amaños soplase el fuego de la discordia, y encendiese en caso necesario un tumulto.

El 13 verificó el monarca su entrada en Teruel, adornado con alegorías alusivas á la libertad, las Paso por Te- que aplaudió Fernando con irónica sonrisa. Alli se despidió para regresar á su puesto el capitan general de Cataluña don Francisco Copons, que se habia captado el real desagrado por haberse atenido á la letra de los decretos. Desembarazado entonces el príncipe de su molesta presencia, no encubrió con tanto empeño la propension de su carácter, y aumentó las picantes sales y agudezas con que sazonaba las frases mas usuales que empleaban los diputados en las Cortes.

Otro consejo

Llegados el 15 á Segorbe los dos augustos hermanos, juntáronse con su tio don Antonio de vuelta de Valencia, donde habia entrado el 7 en compañía de don Pedro Macanáz, con el objeto de sondear el ánimo de varios personages, influyendo en sus planes, como despues diremos. Tambien procedentes de Madrid encontráronse con los príncipes, en cuya busca venian, el duque del Infantado y don Pedro Gomez Labrador, que unidos á los anteriores, á don José Palafox y á los duques de Frias, Osuna y San Carlos, celebraron aquella misma noche otro consejo como el pasado de Daroca. No asistió á la junta don Juan Es- en Segorbe. coiquiz, que habia querido preceder á los reales viajeros adelantándose á Valencia á dar la última mano á la obra preparada, y competir en sus oficios con los que en la corte prestaba el conde de Montijo. Ya largo rato que se agitaba la cuestion, cuando de improviso se presentó en el retrete el infante don Carlos como ansioso de tomar parte en negocio de tanta monta. Unido el infante á Fernando desde los primeros años de su juventud cuando las disensiones domésticas dividian el palacio, partícipe de su aborrecimiento á Godoy, y compañero de desgracia en Valencey, gozaba don Carlos suma influencia en el ánimo de su hermano, y reinaba entre ambos un cariño entrañable. El duque de Frias y Palafox repitieron los argumentos que en Daroca habian espuesto; y arrimóse al parecer contrario el de Osuna con palabras mas significativas, arrastrado por la seductora elocuencia de una dama de quien andaba enamorado, y á la que habian fascinado con sus artes y lisonjas gentes de hábito talar. Tocando entonces el turno al duque del Infantado, dijo: "Aqui no hay mas que tres caminos: jurar, no jurar, y jurar con restricciones. En cuanto á no jurar, participo

mucho de los temores del duque de Frias..." y prosiguió hablando en términos oscuros, pero de los cuales podia colegirse que opinaba debia el monarca prestar un juramento condicional. Negóse don Pedro Macanáz á espresar su voto, alegando que lo habia manifestado ya al rey y al infante, y sin dejar escapar una frase que descubriese en qué sentido lo habia verificado. Con el mismo misterio se produjo ahora San Carlos; y llegando su vez á don Pedro Gomez Labrador, olvidó en los arranques de su frenética arenga el comedimiento debido á tan ilustres personas, pronunciando mal escogidas voces y en tono inculto; y acabó declarando "que de ningun modo debia el rey jurar la Constitucion, siendo necesario meter en un puño á los liberales." Separáronse los consejeros sin acordar en la apariencia cosa alguna, pero con la firmne resolucion, por parte de los que manejaban el eje de aquella complicada máquina, de echarla á rodar por los viejos carriles de la tiranía.

Mandaba el segundo ejército y la capitanía general de Valencia don Francisco Javier Elio, Causas del á quien habia malquistado con las Cortes y la liodio de Elío á bertad de la prensa lo que en ellas y en los dia

la libertad.

rios se dijo con motivo de su espedicion al rio de la Plata, y del segundo combate de Castalla. Descontento desde entonces y dispuesto á contribuir á la ruina del código de Cádiz y á vengar de este modo los que llamaba agravios, escuchó con alegría las primeras muestras que de su desapego á las nuevas leyes dió el monarca al pisar el suelo patrio. Pero viendo el rumbo que seguian las autoridades de Cataluña, y principalmente el general Copons, no creyó tan cercano el dia del triunfo, y confió á su auditor don Martin de GaztaSu auditor haga el cuidado de redactar la arenga con que Gaztañaga. habia de felicitar al rey en su recibimiento. Al

ma de sus secretos don Martin, y despositario de su confianza, escribió el discurso en sentido constitucional, pues aunque enemigo de ciertas ideas habia dado á la estampa varios escritos en favor de las reformas. Tal era el estado del negocio, cuando á la fama de la libertad del rey agolpáronse de tropel y por la posta á aquella ciudad personages de alto rango y de distintos colores.

Valencia,

La regencia envió á recibir á Fernando á su presidente el cardenal don Luis de Borbon, arzo- El cardenal bispo de Toledo, acompañado del ministro inte- de Borbon en rino de Estado don José Luyando, y de algunos oficiales de la secretaría. El cardenal, hombre de escaso talento, menos sagacidad y ningun tacto diplomático, como de su carta á Napoleon en 1808 puede colegirse, era mas á propósito para atraer el nublado que para desvanecerle en tiempos tan turbios; y la torpeza del ministro escedia la suya. Corrieron tambien á la embocadura del Guadalviar los ex-regentes don Juan Perez Villamil, fecundo en intrigas, y don Miguel de Lardizabal, que tanto encono habia mostrado contra la asamblea nacional. Pisó igualmente el suelo edetano, como en su lugar dijimos, el infante don Antonio, Intrigas del que constituyéndose centro de los realistas, descu- infante don brió sin embozo la repugnancia de su sobrino á someterse al juramento prescrito, y concitó á sus amigos á trabajar en favor del antiguo orden de cosas. En su tertulia, tan famosa despues porque en ella se fraguaban los rayos de las proscripciones, sobresalió don Justo Pastor Perez, empleado en rentas, que á la sombra del favor desencadenóse contra los liberales en un papel que impriinia bajo el título de Lucindo ó Fernandino. Un incidente casual al decir de unos, y muy estudiado segun otros, comenzó á descubrir la tendencia

Antonio,

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