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Abril, y al dia siguiente repitieron en público igual anuncio. Y el secretario de la Gobernacion, encargado particularmente por el rey de espresar el disgusto que habia causado á Fernando la rota de los napolitanos, añadió: "S. M. conoce cuán funesto es no solo para los pueblos, sino tambien para los príncipes mismos, el quebrantar con poca delicadeza sus palabras y juramentos; y por esta razon se complace en afirmar nuevamente por mi conducto, que cada vez está mas resuelto á guardar y hacer guardar la Constitucion, con la que mira identificados su trono y su persona." El congreso unánime resonó en alabanzas á Fernando de Borbon; y hasta el mismo Moreno Guerra, cuyos labios habian destilado siempre hiel y veneno, quemó inciensos al cetro empuñado por el rey constitucional. El miedo arrancaba al monarca sus nuevos y voluntarios compromisos, que algun dia resultarian en menoscabo de su pundonor, y le llenarian de desprecio y de oprobio á los ojos de la Europa entera. La defensa de los napolitanos, que habian desafiado el poder de la Santa Alianza, concretóse á una dispersion escandalosa á la vista del enemigo empleando sus armas en disparar tiros contra los generales Filangieri y Carrascosa, que salvaron milagrosamente la vida. Tan imprevisto desenlace amedrentó á los representantes españoles, en quienes despertaban dudas y temores de invasion las respuestas vagas de algunas naciones, y el silencio de otras á las notas pasadas por nuestro ministro de Estado sobre el acuerdo que respecto á la Península Ibera hubiese adoptado el congreso de Laybach. Ni era al propósito para tranquilizar los espíritus la nota que en Mayo pasó la Rusia, pues embebia la amenaza de obrar conforme los resultados que acarreasen los principios políticos proclamados en España en el año anterior (*). Mucho

1821.

Falsedades del rey.

(* Ap. lib. 9. núm. 7.)

Deportaciones.

mas cuando era en respuesta del escrito que don
Francisco Zea Bermudez, nuestro embajador en San
Petersburgo, presentó al canciller del imperio defen-
diendo la mudanza política de 1820, y manifestan-

do
que no habia sido obra de una sedicion militar co-
mo alli se creía, sino el voto unánime formado por la
nacion á consecuencia de los desaciertos y errores
que el gobierno anterior habia cometido en los omi-
nosos seis años de tiranía. Contra esta defensa, con
tanta habilidad y destreza diplomática estendida por
el señor Zea, elevó á los emperadores de Rusia y
Austria una furiosa impugnacion el marques de Ma-
taflorida desde el suelo hospitalario de Tolosa.

Los mismos vencidos, llegando á Barcelona de tropel, publicaron su derrota, y soplaron con la pintura que de la crueldad de los austriacos trazaban la rabia y el furor de los catalanes. Inflamados los ánimos en aquella ciudad, amotináronse los agitadores pidiendo el destierro de los serviles, y calificados arbitrariamente con este nombre muchos ciudadanos contra quienes no pesaba cargo alguno delante de la ley, fueron embarcados y conducidos Desórdenes á las islas Baleares. Entre los espulsados estaban de Barcelona.- comprendidos el obispo, el baron de Eroles, los generales Sarsfield y Fournás, y muchos gefes en actual servicio, como el coronel de Leon Adriani, sembrando de este modo la semilla de una próxima insurreccion, en la que reducidos al despecho toma. ron parte aquellos militares, agraviados sí, pero á quienes el agravio no autorizaba para la traicion. El De Galicia. gefe político de Galicia, secundando el movimiento de la plebe, prendió mas de cien personas, y conduciéndolas á la Coruña, donde corrieron inminente riesgo de sucumbir al puñal de los alborotadores, las envió á Canarias hacinadas en miserables barcos. Cádiz, Sevilla, Málaga, Algeciras y Cartagena imitaron estos escesos; y el gobierno y las

Cortes contentáronse con desaprobarlos, sin levantar su mano de hierro y castigar á los enemigos de las leyes y del público reposo. "¿Qué idea formarán de España las demas naciones, dijo en el congreso Martinez de la Rosa, cuando circulen por ellas las listas de trescientos individuos arrebatados en las capitales del seno de sus familias, y deportados á islas remotas por sola la opinion y el querer de unos pocos particulares?" Y al observar que á un tiempo mismo y como de un golpe se cometia igual crimen en puntos tan distantes uno de otro, entreveíase al través del misterio la oculta cabeza de las reuniones secretas dirigiendo desde su oscura estancia un plan de destruccion y de licencia. La hez de los carbonarios, derramada ahora por nuestro suelo, aumentó el número de las sociedades clandestinas; y señalando el ministerio pensiones á los fugitivos de Nápoles, puso el colmo á la penuria del erario, harto exhausto y empobrecido con la disminucion de las rentas y el incremento diario de las cargas del Estado.

El clero se habia constituido centro de las conspiraciones, y de él partian todos los radios que en diferentes direcciones cruzaban la Península: los gefes políticos, que veían repetirse las tramas, y que siguiendo el hilo hallábanlo siempre en la mano de un ministro del altar, clamaron por el pronto remedio. Las Cortes decretaron exigir la responsabilidad á los obispos por no haber avisado al gobierno de que los pastores se habian convertido en lobos de su rebaño: mandaronles circular pastorales inculcando los principios del sistema constitucional, é hiciéronles responsables de la conducta de los curas. Al propio tiempo no cesaban de publicarse sentencias judiciales contra los frailes turbulentos que abusaban de su carácter descaradamente en el púlpito. Fernando, ansioso de conservar la confianza de las Cortes, participaba diariamente á la asamblea por

medio de sus ministros los triunfos del ejército contra las partidas rebeldes; y cuando derrotados estos en Salvatierra, y vencido Merino por el Empecinado, pareció destruida la hidra de la rebelion, congratulóse de la victoria obtenida, y dió el parabien al congreso. Desvanecido el temor de que las armas de la Santa Alianza, vencedoras en Italia, invadiesen nuestro suelo, calmóse la irritacion despertada en Barcelona y demas ciudades bajo el pretesto de aquel peligro.

Morillo, viendo despues de su conquista de Cartagena de Indias que los combates y las fatigas aclaraban las filas de su ejército, y enterado del cambio político del gobierno de la metrópoli, firmó un armisticio con el general contrario el faVuelta de Mo- moso don Simon Bolivar, y regresó á España. Mas rillo á España. apenas estampó los pies en la corte súpose que Bolibar habia roto la suspension de hostilidades al propio tiempo que el coronel Iturbide tremolaba en la provincia de Méjico el estandarte de la independencia, para con él levantar el trono á que aspiraba. En las islas Filipinas ejecutóse una terrible matanza de estrangeros, creyendo los naturales que aquellos habian envenenado las aguas y el aire, y producido asi la peste que devastaba el pais.

1821.

Sentencia de Vinuesa.

Los perturbadores de la paz pública habian atacado la seguridad personal, y sembrado el terror por las provincias; mas sus manos no se habian teñido aun con sangre, no obstante que la sociedad patriótica antes cerrada habia renacido en la Fontana de Oro, y anunciaba siniestros proyectos. En la mañana del 4 de Mayo se divulgó por la villa que el juez de primera instancia don Juan García Arias, que sustanció la causa de don Matías Vinuesa, capellan de honor del rey y canónigo de Tarazona, por la conspiracion de que hablamos arriba, le habia sentenciado á diez años

de presidio en Africa. Al momento se agruparon en la Puerta del Sol los hombres de mas exageradas opiniones, y formando por sí solos una especie de tribunal no reconocido por las leyes, resolvieron dar la muerte al canónigo y á su juez aquella tarde. Y sin embargo que entre el acuerdo y la ejecucion transcurrió un buen espacio de tiempo, y que voló en alas de la fama el sanguinario decreto de aquellos asesinos, ni la autoridad salió al remedio, ni en la carcel se tomaron las medidas de precaucion que reclamaban la vindicta pública y el imperio de la ley, bajo cuyo sagrado amparo descansa la seguridad de los presos. Llegada la tarde volvieron á reunirse los inalvados, y dirigiéndose ordenada y pausadamente á la carcel de la Corona, paráronse mientras que la guardia que la custodiaba, simulando resistencia, disparó al aire sus fusiles: entonces rompieron con hachas la puerta, defendida por un solo cerrojo, pues todas las otras estaban abiertas. Acto contínuo invadiéronla los atumultuados, y penetrando en el calabozo donde yacía el desgraciado sacerdote, descargaron sobre su cabeza dos golpes con un tremendo martillo de hierro que hizo pedazos su cráneo, y tras esto abriéronle diez y siete heridas de arma blanca. Cayó la víctima, que al ver á sus verdugos se habia postrado de rodillas, é implorado el perdon; pero las pasiones populares no escuchan la voz de la naturaleza, y la ternura se apaga en su presencia. Intentaron esponer al público el cadáver para conmover al pueblo tambien quisieron dar muerte á don Manuel Hernandez, llamado el Abuelo, que estaba en la carcel de Corte; pero desistieron de uno y de otro intento. Con las manos tintas en sangre encaminaron los pasos á la casa del juez Arias, que inas afortunado que Vinuesa habíase fugado de ella

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Su asesinato.

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