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rey.

avisado por sus amigos: lavaron el martillo en la fuente de Relatores, pero no su mancha, que las de sangre nunca se lavan: maltraron los matadores á los que habia en casa del juez ausente, y biosos de despecho maldijeron la hora en que no habian cometido un nuevo crimen.

ra

Entre tanto el terror se habia apoderado de los pacíficos ciudadanos, que entregándose á un vergonzoso abatimiento autorizaban con su inmovilidad en una poblacion tàn numerosa, y en la capital de la monarquía castellana, un horrible atentado cometido por cien personas á luz del sol, con anticipado anuncio, y con pública jactancia. Fernando, siempre tímido y cobarde delante del peTerror del ligro, se llenó de horror, y mandando formar su

guardia en el gran patio del alcázar, y colocar cañones en las avenidas del mismo, arengó á los oficiales diciéndoles que confiaba no entregarian su rey al martillo de los revolucionarios. Asi lo prometieron los batallones de la guardia; y la guarnicion toda hubiera desagraviado á las ultrajadas leyes si las autoridades política y militar hubieran cumplido con sus deberes.

El monarca exoneró del mando al capitan general de Castilla la Nueva don Ramon Villalba, nombrando en su lugar al intrépido conde de Cartagena, Morillo, que como hemos dicho habia regresado de América: despojó del ministerio de la Gobernacion al débil Valdemoro, que tan descuidado anduvo el dia anterior, y confió sus riendas á Feliu, que desempeñaba el de Ultramar: tambien dió la gefatura política de Madrid al general Copons. La sangre derramada obligábale á depositar estos cargos en personas de su confianza, no inaleadas por el delirio reinante.

En las Cortes Martinez de la Rosa y el conde de Toreno pintaron con el brillante colorido

de la verdad el abismo á que conducian la licen-
cia y
el delito; y nunca resplandeció con luz mas
pura su elocuencia, que al defender el gobierno
representativo de los negros lunares con que pre-
tendian desfigurarle los agitadores. La libertad
regada con sangre no echa raices, se marchita y
perece. El ministerio en nombre del rey espuso el
sentimiento que al monarca habia causado el ase-
sinato de Vinuesa; y la asamblea manifestó igual-
mente al trono la execracion con que miraba á
los que habian atropellado tan vilmente el código
fundamental. Para oprobio de su memoria osaron
santificar la matanza en el templo de las leyes
Romero Alpuente, Golfin y Moreno Guerra, y
llamaron injustamente patriotas á los que habian
descargado el martillo sobre la cabeza de la víc-
tima inmolada.

El congreso nacional, despues de la victoria de Salvatierra, concedió una ainnistía á los facciosos prisioneros, y continuando el curso de sus tareas redujo á la mitad la contribucion del diezmo al discutirse el plan de hacienda. Concedió quince mil hombres al gobierno para el reemplazo del ejército, autorizándole para negociar un nuevo empréstito de doscientos millones, y otorgó una pension de ochenta mil reales con facultad de capitalizarla á los generales Riego y Quiroga, y de cuarenta mil á los demas gefes de San Fernando y de Galicia. Ordenó devolver á los liberales las multas pagadas en los seis años de despotismo; y prescribió que al proveer las plazas de gefes y oficiales del ejército, se prefiriese á la antigüedad y demas circunstancias el amor á la Constitucion. De este modo se aumentaba el número de los falsos liberales que jugaban con dados dobles; porque los motines servian de escala para los empleos, y la adhesion al sis

:

Amnistía á los facciosos.

tema vigente en los serviles encubiertos, consistia en perturbar la quietud de las ciudades populosas. Y últimamente, siendo una prerogativa de la corona la convocacion de Cortes estraordinarias, pidió la asamblea al rey que las reuniese en un tiempo en que ningun peligro inminente las reclamaba. Llovieron multiplicadas esposiciones de las provincias y de las autoridades sobre el trono con la propia demanda; y oponerse al torrente de unos deseos asi manifestados llevaba consigo peligros y ruina.

Merino volvió á aparecer de repente en Castilla á la cabeza de cien infantes y sesenta caballos, y sorprendiendo un destamento de soldados Crueldades los fusiló á todos junto al convento de Arlanza:

de Merino.

1821.

Ciérrase la

latura.

los representantes de la nacion acusaron al arzobispo de Burgos y al obispo de Osma porque auxiliaban al canónigo rebelde. En las provincias Vascongadas la abolicion de sus fueros y el establecimiento de aduanas contribuían al descontento de los naturales, y principiaba á arraigarse la rebelion en su suelo.

El 30 de Junio el rey cerró la segunda legislatura, reasumiendo sus trabajos en estas palabras:

"Obra es de las Cortes en efecto la nueva segunda legis organizacion del ejército, tan adecuada á los verdaderos fines de su instituto: el decreto de instruccion pública que, dividida en varias enseñanzas desde las primeras letras hasta lo mas sublime del saber, difundirá proporcionalmente las luces y los conocimientos útiles en todas las clases del Estado: el de reduccion de diezmos, por el cual, sin desatenderse la competente dotacion del clero, se alivia al labrador considerablemente, fomentando de este modo la agricultura, manantial inagotable de nuestra riqueza; y en fin, el sistema de

hacienda, que suprimiendo los impuestos y arbitrios gravosos é inútiles ha fijado las rentas públicas en contribuciones menos molestas, y conocidas ya del pueblo español en otras nuevas conformes con los principios equitativos de la Constitucion política de la monarquía, y adoptadas con buen éxito en las naciones mas cultas."

1821. Muerte de

El hombre grande del siglo, aherrojado en una roca del océano por la perfidia inglesa, Napoleon, que quiso mudar la Europa, y que con sola su presencia podia transformar su faz, habia muerto en Mayo en la isla de Santa Helena, y la noticia de su fin regocijaba á los estúpidos que no Napoleon. habian entendido ni la marcha ni las miras de ingenio tan estraordinario. Sin la guerra de España, en que tan desacertadamente le empeñaron sus generales, no hubiera sucumbido quizás en la desgracia: el mundo hubiese adelantado en ilustracion, y nuestra patria, juguete largo tiempo de una política infernal, hubiérase ahorrado dias de luto y de amargura. El rey de Portugal Juan VI vino del Brasil á Lisboa, y apenas puso los pies en la corte lusitana prestó juramento á la Constitucion establecida.

Fernando, disgustado de los hombres que le rodeaban, y fraguando en el secreto de la cámara real planes contínuos para mudar la forma de gobierno, aunque conocia la honradez y pureza de los liberales mas templados mirábalos con tanta ojeriza como á los mas exagerados. Sus consejeros íntimos pertenecian siempre al partido absolutista, y deseaba la soledad de los Sitios reales, donde á solas con ellos entregábase á sus pasio- del rey por los nes dominantes, libre de las miradas de sus ministros, y libre tambien de los insultos y del trágala que tantas veces oía en las orillas del Manzanares. El 11 de Julio trasladóse acompañado

Predileccion

Sitios.

1821.

rilla en Barcelona,

de la reina á los baños de Sacedon, donde permaneció hasta el 3 de Agosto, en que regresó á la capital de la monarquía: mas el 16 salió otra vez para San Ildefonso, donde sufrió un ataque vehemente de gota. Los variados afectos que habian combatido la existencia del príncipe; su atormentadora ambicion, luchando siempre con la debilidad de carácter y su propension á los placeres de la mesa y de la hermosura, habian poco á poco minado su salud, y en la flor de la vida veíase condenado á sufrir una enfermedad cruel é incurable que abreviaba sus dias.

La fiebre marilla, transportada en buques veFiebre ama- nidos de la Habana al puerto de Barcelona, propagábase con suma rapidez desde el cabo de Creus al de Gata, y devastaba la capital de Cataluña. La miseria y la pobreza comunicábanle nuevos brios; y cayendo todas las plagas sobre el principado, en medio de los horrores de la peste alzaban el pendon de la tiranía en las montañas Francisco Montaner, sargento de la division de Manso, y el célebre Juan Costa, conocido con el apodo de Misas. Huyendo del contagio en los primeros momentos abandonaba el médico al enfermo y la familia al moribundo, cuyos dolores crecian al verse privado del dulce consuelo de la amistad y del parentesco. Los escribanos escondidos en sus hogares negábanse á recibir testamentos, y el pavor y la consternacion sepultaban mas víctimas en el sepulcro que la crudeza misina de la fiebre. Cerrados los talleres y las fábricas, el hambre amenazaba con mayores estragos si la piedad y el interes mismo de los ricos no hubiesen derramado á manos llenas el oro: en todas las parroquias se distribuían abundantes sopas á los pobres, y los contagiados no carecian ni de medicinas ni de los necesarios alimentos. Asi en medio de la muerte

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