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y de la desesperacion brillaban contínuos rasgos de amor á la humanidad que hermoseaban tan terrible cuadro.

Doctrinas anárquicas.

En la Fontana de Oro habian resonado alabanzas á la muerte de Vinuesa; y sus asesinos, fundadores de una orden llamada del martillo, osaron aparecer en aquel sitio adornado el pecho con el instrumento con que habian inmolado al clérigo infeliz. Alli Romero Alpuente persuadia al pueblo que la guerra civil era un don del cielo, y que la anarquía purgaba la tierra de tiranos: alli se igualaba la monarquía moderada con la esclavitud, y se llamaba al trono cadalso de la libertad; y alli, agitados siempre los oradores por el vértigo que los dominaba, enardecian los ánimos á favor de la república sin nombrarla. El ministerio queriendo apagar aquel foco de insurreccion, fijaba los ojos en el gefe político; pero Copons, que en 1815 habia dicho al rey que envidiaba la suerte de Elío que habia derrocado el sistema representativo, queria ahora lavar aquella mancha en el agua corriente de una exageracion sin freno. Un hecho reciente é indigno de todo funcionario público acababa de revelar al gabinete hasta qué punto podian contar los altéradores del orden social con don Francisco Copons y Navia. Al acercarse la época de las elecciones de diputados para la próxima legislatura, el secretario de la Gobernacion habia circulado á los gefes políticos una instrucion reservada encargándoles que sin traspasar las facultades que la ley les concedia procurasen que las elecciones recayesen en personas amantes de la libertad, pero no en los protectores de la licencia (*). El general Copons, faltando á su deber, leyó á voces en un café el escrito del mi- núm. 8.) nistro alarmando á los anarquistas, que confundieron la exhortacion con el mandato, y que no cesa

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Circular reservada.

(* Ap. lib. 9.

Constituciou.

ron de perseguir á Feliu y de prodigarle los mas odiosos dictados. Entonces el ministerio destituyó á Copons, y nombró en lugar suyo á don José Martinez de San Martin, de carácter resuelto y entero, y enemigo de bullicios y de insultos.

Entre tanto Fernando, que residia aun en el delicioso palacio de San Ildefonso, renovó de una manera brusca é impolítica sus ataques á la Constitucion jurada. No escarmentado con las lúguMas ataques bres escenas que originó en el pasado año el nomdel rey á la bramiento ilegítimo de Carvajal, ni satisfecho con la moderacion y respeto al trono del ministerio, pues á sus ojos en no amando el despotismo todos eran iguales, admitió la dimision del ministro de la Guerra don Tomas Moreno Daoiz, y por sí, y sin consultar á los demas secretarios responsables, elevó á la silla vacante al general de Marina Contador. Asustado éste con las consecuencias que preveía anciano y enfermo, no admitió el cargo, y el monarca entregó las riendas de la secretaría del mismo modo ilegal al general Rodriguez, cargado tambien de años y de achaques. Viendo los ministros el proceder injusto y arbitrario de S. M., todos unánimes pusieron en las reales manos su Dimision del dimision, para no autorizar con su permanencia los pasos inconstitucionales de Fernando. Mas traslucióse el secreto y agitáronse las reuniones de Madrid, y el ayuntamiento y la diputacion de Cortes representaron igualmente al príncipe entre el estruendo de las conmociones populares que regresase de San Ildefonso y pusiese término con su presencia á la zozobra pública. Entonces el rey se No la admi- negó á admitir la dimision del ministerio, y nombró secretario interino de la Guerra á don Ignacio Balanzat, confiriendo despues en 9 de Setiembre la propiedad á don Estanislao Sanchez Salvador, con anuencia de sus consejeros responsables.

ministerio.

te el rey.

Y temeroso de que á su vuelta estallase una tormenta parecida á la que afligió su ánimo al regreso del Escorial, la dilató cuanto pudo. En este verano los baños de Bañeras se vieron llenos de personages y militares españoles fugados que solo respiraban sed de venganza, y que anunciaban en embrion multiplicadas tramas contra la libertad de su patria. Ya en 29 de Junio escapado de Mallorca, donde el gobierno le habia destinado de cuartel, llegó á Bayona en una lancha pescadora el general Eguía, autorizado por Fernando para formar una junta céntrica de conspiraciones, y dirigir aquella máquina escandalosa y funesta de invasiones y de partidas facciosas que asolaron la España. Con semejante rey ni era posible cimentar la tranquilidad ni contener á los anarquistas, cuyos motivos de desasosiego tenian tan fundada

causa.

La Fontana de Oro, como igualmente las reuniones patrióticas de las provincias, eran el eco de las sociedades secretas, y revelaban los planes misteriosos de estas en los discursos con que arrastraban á la muchedumbre á su ejecucion. En su ignorancia de la época y del estado de Europa, los oradores aspiraban á sublevar las naciones vecinas y á generalizar los gobiernos libres, contando principalmente con que la Francia entera se levantaria al primer grito de libertad que resonase en sus fronteras. Y no pareciéndoles el código de 1812 bastante democrático pretendian reformarle en sentido republicano, despojando al trono de la prerogativa de rehusar dos veces la sancion de las leyes: para ello contaban con Zaragoza y Barcelona, y solo les faltaba para dominar en la corte entronizar el terror que habian infundido con la muerte de Vinuesa, y que comenzaba á disiparse, gracias á la confianza que infun

T. II.

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1821.

dia la firmeza de San Martin y de Morillo. Para recobrar pues el terreno perdido quisieron repetir la sangrienta escena de Mayo en un infeliz pintor sentenciado á diez años de presidio por haber conspirado contra el sistema representativo: los oradores anunciaron al pueblo su designio de descargar el martillo sobre la cabeza del preso; pero las autoridades tomaron sus medidas con tanto pulso y arrojo, que los agitadores se vieron detenidos é imposibilitados de llevar á cima el nuevo crimen. No desmayando empero con semejante contratiempo tocaron otro resorte: los guardias que en la plaza de palacio acuchillaron á los que insultaban al rey, permanecian encerrados en un convento, y los individuos de la Fontana inflamaban el corazon del vulgo hablando de la impunidad de los conspiradores, y presagiando que ella acarrearia la muerte de la libertad. Irritada la plebe pedia la sangre de los guardias, y los anarquistas, dirigiéndose al lugar de su encierro, amenazaron al piquete que custodiaba á los reos; mas los soldados, despues de haberse defendido con bizarría, peligraban ya acometidos por una muchedumbre que iba siempre de aumento. Luego que Morillo supo el acometimiento de los amotinados mandó redoblar Arrojo de la guardia, y tirando de la espada disipó los grupos y restituyó su aplomo á la alterada calma.

Morillo.

Rabiosos los alborotadores con el arrojo del conde de Cartagena, que asi les disputaba las víctimas destinadas por ellos al sacrificio, acusaron de tirano á Morillo en la Fontana, y dijeron que habia infringido las leyes, y que debia ser castigado. El general renunció el mando de Castilla, y pidió que le juzgase un consejo de guerra, afirmando que no volveria á empuñar el baston ínterin no se pusiesen en claro su lealtad y su inocencia. El consejo se reunió y absolvió de todo cargo al conde de

Cartagena, que se encargó segunda vez del mando en 18 de Setiembre, para terror de los perturbadores del sosiego público que tanto trabajaban para que triunfase el desorden. Desbaratados de este modo sus inicuos planes en la capital de la monarquía por el valor de las autoridades, restábales la esperanza de que la victoria coronara sus conatos en Aragon y Cataluña.

Don Jorge Bessieres, aventurero francés, y segun repetidos indicios en contacto ya entonces con los agentes de Fernando, habia intentado en Barcelona mudar en república la monarquía, y en virtud de la ley de las Cortes que castigaba con la pena capital las conspiraciones contra el código reinante fue sentenciado á muerte. Los alboro-. tadores pusieron el grito en el cielo, y quisieron que el general de Cataluña Villacampa aplicara á Bessieres la amnistía que el congreso nacional habia concedido á los facciosos despues de la victoria de Salvatierra. Entre tanto el auditor habia aprobado la sentencia, y el reo habia sido puesto en capilla: recurrieron pues al trillado y poderoso medio de las asonadas, y amenazado el auditor por cien puñales consultó al tribunal especial de Guerra y Marina, que conmutó la pena de muerte en la de encierro en el castillo de Figueras. Bessieres amaba tanto la libertad, era tan idólatra de la república, que bien merecia la proteccion de la gente exagerada: apenas tuvo ocasion huyó del castillo, se acogió al suelo francés, y volvió á España con el negro pendon de la tiranía en la mano, siendo uno de los verdugos mas crueles de los españoles, como veremos en el curso de los futuros su

cesos.

En el mismo sentido de república trabajaba en Zaragoza don Francisco Villamor, y habian saltado algunas chispas de rebelion tan insensata en Ga

1821.

Don Jorge Bessieres.

Plan de re

pública.

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