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neció el 29, y divulgando maliciosamente la noticia de que el gefe político queria quitar las arSucesos de mas á la milicia, reunióse esta tumultuariamente Zaragoza. al tiempo mismo que se congregaba el ayuntamiento, presidido por Moreda. Dos comandantes de los milicianos unidos á pocos oficiales tomaron la voz del cuerpo, y presentándose en las casas consistoriales forzaron al gefe político á renunciar el mando y á alejarse de la ciudad para libertarse de los peligros que le amenazaban.

el ministerio.

Apenas los buenos ciudadanos supieron la violencia ejercida y el desamparo de Zaragoza, entregada á unos cuantos hombres acalorados, y sin el poderoso vehículo de la autoridad que habia combatido la anarquía, representaron al gobierno supremo de la corte todas las parroquias y la guarnicion, pronunciándose enérgicamente contra la licencia. Y los cinco batallones de la milicia nacional de la ley y la caballería comenzaban de este modo su esposicion: "Señor: el dia 29 de Octubre último un puñado de fanáticos, invocando el nombre del pueblo de Zaragoza, que detesta su sed de sangre, su inmoralidad y sus locos furores demagógicos, compelió tan ilegal como inconstitucionalmente al caballero gefe político á hacer dimision de su destino á presencia del ayuntamiento, que presidia, y en medio de las augustas funciones de su ministerio." El gobierno desaprobó la conducta del gefe político por haber cedido á las amenazas de los hombres turbulentos, y le mandó empuñar segunda vez las riendas de la provincia.

RepresentaYa entonces llovian de todas partes las repreciones contra sentaciones contra el ministerio, porque las sociedades secretas, con una circular espedida desde su centro, ponian en movimiento á los confederados. Cádiz, Sevilla, Valencia, Badajoz, Santiago, Ga

licia, casi á un mismo tiempo, acusaron á los
ministros de delitos imaginarios, pues no sabiendo
con qué darles en rostro, y no pudiendo marcar un
solo hecho contrario á las leyes, decian que los
secretarios del despacho habian perdido la fuerza
moral para gobernar la España. Venian las esposi-
ciones firmadas por miles de habitantes para dar
al voto de unos pocos el sello de la opinion públi-
ca: veamos cómo obraban este milagro. Comenza-
ba de ordinario el alboroto en las tertulias llama-
das patrióticas, que enviaban una comision de sus
individuos al gefe político para participarle que
al dia siguiente se reunia el pueblo en la plaza
para tratar de asuntos interesantes, y que conta-
ban con su beneplácito para colocar en ella la
tribuna. Al son de las músicas que paseaban las
calles acudian los ociosos: se peroraba contra los
crímenes de los mandarines que causaban la mise- las plazas.
ria del vulgo, y cantando himnos y victoreando á
Riego se dirigian todos á la casa del ayunta-
miento; tras esto hacian reunir las autoridades, y
tomando dos ó tres individuos el nombre sagra-
do del pueblo leían una representacion que de
antemano tenian prevenida, obligaban á firmarla
á los gefes alli reunidos, y á los ciudadanos de

mas nota.

De este espíritu de desasosiego, que lejos de ser útil á la libertad la ahogaba, resultó una especie de terror en las ciudades populosas y en la corte, que dió origen á ridículas y estravagantes escenas. La prevencion era tal, el miedo tanto en las gentes tímidas, y sobre todo en el sexo de la hermosura, que cuando andaban reunidos los agitadores por las calles, bastaba que ladrase un perro, ó se soltase un caballo, ó sucediese el incidente mas leve, para que todos corriesen, y cerrasen sus tiendas y casas los vecinos con una prisa y un

Tribunas en

Elecciones.

estrépito aterrador. Al oir el estruendo de las puertas con tanto atropellamiento cerradas, los barrios apartados pensaban que eran descargas de fusilería ó cañonazos, y las mugeres lloraban, y todo era confusion, espanto y algazara. Algunos mal intencionados solian entonces dirigirse á los mercados públicos, y propalando siniestras noticias, ó tal vez simulando que huían, sembraban el miedo entre las sencillas lugareñas, que echando á correr para salvar una vida que creían en peligro, dejaban abandonadas sus gallinas, frutas y demas objetos de venta. Entonces recogiendo los despojos del campo de batalla los tahures, retirábanse cargados de provisiones á saciar el hambre que los devoraba. Tal es el cuadro verdadero de aquellas demasías, que aunque parezcan despreciables influían en el sistema nervioso de muchas señoras, á quienes los sustos y el contínuo terror ocasionaron peligrosas enfermedades.

En medio de tantos desórdenes y del dominio de las doctrinas exageradas, resultado forzoso de las circunstancias, verificábanse las elecciones de diputados para las legislaturas de 1822 y 1823. No tenia aun España las costumbres parlamentarias que origina el largo reinado de la libertad: en tiempos serenos hubieran muchos mirado con indiferencia el derecho de eleccion, el mas precioso de todos, y en el que estriba y se apoya la máquina entera del gobierno representativo. En los dias turbulentos que habian amanecido para España, un pueblo inerte, y que jamas conoce su poder, huía de la urna electoral porque tal vez la rodeaba un grupo de jóvenes, á quienes tan facil hubiera sido alejar si el pueblo se hubiera mostrado compacto como debia. Y los mismos que por una cobardía criminal entonces y despues hurtaban el cuerpo á peligros muchas veces exagera

dos, murmuraban al rededor de la chimenea y se lamentaban de los males públicos, que con su apatía y falta de arrojo ellos mismos ocasionaban. Hombres de eterno hablar, siempre con la queja en los labios, el miedo en el pecho y la imagen del riesgo en la imaginacion, jamas salen á plaza á defender como es justo las leyes, aunque las vean holladas, y quieren desde el silencio de su asilo que se oiga una voz que no levantan, y que debiera ahogar siempre á la gritería de los motines. Mas lo cierto es que las opiniones y los intereses de un pais nunca quedarán representados en una asamblea legislativa, mientras la menor sombra de coaccion ahuyente á un solo ciudadano, sea cual fuere su matiz político, de la sala electoral, ó no concurran todos espontáneamente y con la conciencia libre á este acto sublime y que testifica su dignidad.

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No contentos los gaditanos con representar contra el ministerio, llevaron el asunto al estre→ mo de negar la obediencia á sus decretos, rasgando de este modo el libro de la Constitucion misma que suponian defender. Moreno Guerra atizaba alli el fuego de la rebelion, porque en su delirio calificaba de servilismo la firmeza del gobierno, y parecíale que para regenerar la patria era preciso inundarla en sangre y espurgarla del bando realista, tan numeroso entonces en España. Descendamos ahora á la causa de la desobediencia de Cádiz. Cuando los secretarios del despacho supieron que en aquella plaza la autoridad militar habia autorizado con su presencia la procesion del retrato de Riego con menosprecio de las órdenes circuladas, destituyó del mando á don Manuel Francisco de Jáuregui, y nombró en su lugar al general Venegas, marques de la Reunion. Apenas hirió los oidos de los gaditanos el

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Cádiz.

1821.

Rebelion de nombramiento de Venegas, amotináronse el 29 de Octubre, y nombrando una junta compuesta de autoridades, resolvieron representar al rey contra el ministerio, y manifestar que no admitirian en su recinto al nuevo comandante. El marques, sabedor de la resistencia que intentaban oponerle, presentó su renuncia, y el ministro entregó el baston de Cádiz al baron de Andilla, militar ilustrado, de índole suave, y que habia contraido grandes com. promisos por la causa de la libertad. Pero ya roto el freno á la licencia de la plebe gaditana, volvió esta á arremolinarse, y á propuesta de la milicia, la junta, compuesta del comandandante general, de la diputacion de provincia, del ayuntamiento y del consulado, resolvió no obedecer en adelante orden alguna firmada por los actuales ministros. Jáuregui, unido siempre á los sediciosos con desdoro de su autoridad, espidió una circular ordenando que ninguno prestase obediencia al baron de Andilla, y que fuese detenido donde se hallase. Andilla habia salido en posta de Madrid, y en la Cartuja de Jerez, mientras mudaban los caballos, se le presentaron varios oficiales en nombre del comandante del batallon de España don Pedro Fonfreda, y despues de haberle enseñado la circular de Jáuregui, le declararon que Fonfreda estaba determinado á no permitirle pasar adelante. En vano el baron invocó las leyes y procuró convencer á los comisionados: violentado por estos tuvo que retirarse á Utrera.

1821.

De Sevilla.

Jáuregui notició á Sevilla los sucesos del 29 de Octubre para que detuviesen al marques de la Reunion, si pasaba por aquella ciudad. Divulgáronse al momento los sucesos de Cádiz en el café del Turco, foro de los jóvenes mas fogosos, y fragua al mismo tiempo de las conspiraciones contra la paz y el orden público. Instalóse tambien

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