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que entró el príncipe en el real alcázar, tomando un aire hostil, desalojaron al pueblo del altillo que domina las plazas de oriente y de palacio, y obligaron á retirarse á un reten de la milicia voluntaria situado en la primera para mantener el orden. Despejado aquel recinto, coronaron el arco inme. diato tendiendo sus avanzadas por aquel lado hasta la casa de los Consejos, y ocuparon militarmente la referida altura de oriente, apostando sus centinelas á alguna distancia. El rey presenció desde su cámara estas maniobras, y viéronse en las ventanas del regio edificio mugeres que agitaban pañuelos blancos en ademan de animar á los militares. La irritacion de la soldadesca no tenia límites: llevaba pintados en los semblantes el furor y la osadía: aquel sacudimiento habia sido casual, sin orden de los que tenian los hilos de la trama; pero una vez abortada la conjuracion por la fuerza de las circunstancias, no parecia posible que volviesen á tascar el roto freno los indómitos caballos. El teniente don Mamerto Landaburu, conocido por su ardiente liberalismo, quiso recordar á los soldados sus deberes, y le insultaron el arrojado jóven tiró del sable para vengar el agravio hecho á la disciplina militar; pero apuntáronle los fusiles tres granaderos, y los oficiales, creyendo que le salvarian si lograban introducirle en el sagrado del palacio, arrastráronle al patio, cuyas piedras salpiAsesinato de có con su sangre traspasado á balazos por la espalda. El ministro de la Guerra mandó formar causa á los asesinos; concedió á la viuda de Landaburu el sueldo entero que disfrutaba el malogrado esposo, declarando que sus hijos serian educados á espensas de la nacion, y mandó procesar á los asesinos: Fernando de Borbon rubricó el decreto, no osando oponerse todavía á la justa propuesta de su

Landaburu.

secretario.

Hasta entonces el pueblo no habia considerado el levantamiento de la guardia real sino como un pique contra los fraguadores de alborotos: mas cuando vió ensangrentado el lindar del alcázar del rey y vilmente asesinado á un oficial por sus subordinados, conoció la inminencia del peligro, y subió por grados el termómetro de las pasiones. La milicia voluntaria empuñó acto contínuo las armas y se posesionó de las plazas de la Constitucion y de la Villa, derramando á lo lejos sus avanzadas hasta la vista del enemigo. En cortos momentos Madrid presentó el aspecto de un campamento bélico con dos ejércitos contrarios á punto de venir á las manos, y de encender la guerra civil para disputarse el dominio de la moribunda monarquía. La diputacion permanente de Cortes, presidida por el ex-ministro don Cayetano Valdés, la de provincia, el ayuntamiento y el Consejo de Estado se reunieron sin perder instante y comenzaron sus deliberaciones.

Mas habiendo logrado que los batallones de la guardia se retirasen á los cuarteles, dejando únicamente dos compañías para custodia del palacio, calmáronse un tanto los ánimos, y la milicia se restituyó á sus hogares. La ansiedad dominaba los espíritus el 1.° de Julio, mas no turbaron el orden público sucesos aciagos, ni los ojos que miraban por la parte esterior la fachada del real alcázar podian penetrar el horrible nublado que amagaba una próxima tempestad. En aquel dia Morillo, que mandaba las armas en Castilla, fue nombrado coronel de guardias, cuyo cargo admitió con la confianza de que los partidos llegarian al acomodamiento que todos deseaban. Vino por fin la noche á oscurecer el cielo, y oscureciéronse aun mas los negocios, porque los batallones de la guardia empuñando las armas dirigiéronse dos á guarnecer el

Calma momentánea.

1822

Morillo nom

brado coronel de guardias.

regio alcázar, y los cuatro restantes, ό por mandato del monarca, como se deduce del curso de los acontecimientos, ó por impulso propio, salieron de Madrid por la puerta de Hierro con direccion al Pardo. El conde de Cartagena corrió precipitadamente para detenerlos en el camino; y habiéndolos alcanzado y exhortado á la vuelta, obtuvo por Sublevacion respuesta que habiendo sido insultados tenian rede los batallones deguardias. suelto vengar los agravios recibidos, sin que les satisfaciese la palabra que empeñaba el general de que castigaria á los promovedores de motines. Siguieron el comenzado rumbo, y llegaron á su destino tan desordenadamente que los primeros se tirotearon con los últimos que venian. El señor Fernandez de Córdoba, en testimonio de sus intenciones, afirma en la Memoria ya citada que se opuso en el Pardo á la destruccion de la lápida constitucional, y que colocó junto á ella un piquete para su custodia. Muchos oficiales abandonaron á los soldados á la salida de la villa, y presentándose á las autoridades liberales organizaron una especie de cuerpo provisional en defensa del código de 1812, poniéndose en los morriones una cinta verde y un pañuelo blanco para distinguirse de los rebeldes.

palacio.

La cámara real presentaba la imagen de una Interior de fragua ardiendo, donde todas las pasiones querian elaborar sus proyectos; y sin probarlos en el crisol de la conveniencia pública para separar el oro de los otros metales, deslumbrábanse con su momentáneo esplendor. Asi puestas en el yunque de la esperiencia piedras falsas en vez de diamantes, rompiéronse á los primeros golpes del martillo, y quebrantáronse con ellas las esperanzas de los buenos ciudadanos. Los embajadores de las altas potencias habian volado al alcázar á rodear al príncipe, y á cubrirle con sus pabellones: dis

tinguíase entre todos el de Francia, conde de Lagarde, que trabajó sin descanso en imprimir á los sucesos el curso convenido, no obstante que desde los primeros pasos tropezó en un muro invencible que no habia pensado encontrar. El conde, sorprendido con tan poderoso estorbo, no desmayó, y aconsejó siempre que se aprovechase el abortado levantamiento de la guardia para moderar las bases del código de 1812, como deseaba la Francia, y como el mismo Fernando habia prometido. El cuerpo diplomático, cuya mayoría solo deseaba un dique al torrente que se despeñaba contra España, apoyó las elocuentes razones de Lagarde, porque solo de este modo podian amalgamarse los intereses opuestos, y realizarse la ventura del pais. Fernando no contradecia en presencia de los representantes de sus augustos aliados las incontestables verdades que fluían de la boca del honrado embajador, pero á sus espaldas se entendia en secreto con Córdoba, Salcedo y demas cabezas de la conjuracion, y si hemos de creer una revelacion de alta esfera ó juzgar por los resultados, esplicábase francamente deseoso de recobrar el cetro de hierro.

Aquellos cortesanos que habian trabajado en favor de la enmarañada urdimbre con miras moderadas, creyendo que se cumplirian los conciertos que se habian tenido, reconocieron el error en que habian estado, y entibióse su celo presagiando que á una plaga se sustituiria otra. No menos crítica era la situacion de los ministros, que se veían envueltos en un laberinto sin salida, y donde se habian perdido de buena fé en busca de la salvacion de la patria. Engañados y vendidos por un conjunto de intrigas inconcebible, debian considerarse como las víctimas destinadas al sacrificio, cualquiera que fuese la enseña henchi

Buenos oficios del embajador francés.

Opinion de Fernando.

Situacion de los ministros.

1822.

da por el próspero viento de la victoria. Hijos y amantes de la libertad hubieran preferido perder la vida á mancillarla asintiendo á los fines del despotismo; pero tampoco podian desear el triunfo de la anarquía, porque en su dominio encerrábase la ruina propia. De aqui nacieron sus esfuerzos para reducir el rey al camino de la razon: mas la cabeza del príncipe, inflamada con el incienso de los palaciegos, desdeñaba los medios conciliadores, y únicamente halagaban sus oidos las lisonjas de los que le persuadian que una compañía de la guardia bastaba para restituirle á su pristino poderío. Desgraciadamente se atropellaron las insurrecciones militares para acrecentar su error: en Castro del Rio se sublevó en 25 de Junio la Sediciones de brigada de carabineros, bajo pretesto de que las Cortes la habian estinguido; y sabida en Córdoba la noticia, rebelóse igualmente el regimiento de la milicia activa de aquella ciudad emprendiendo el camino de Castro, en union con los paisanos que de Lucena y otros puntos corrian á aumentar el número de los rebeldes. Mandaba las fuerzas insurreccionadas el coronel don Juan Espinosa de los Monteros; y volando en alas de la fama la nueva del pronunciamiento, pintóse en los reales salones con colores exagerados, y creyeron los cortesanos que Andalucía entera caía sobre Madrid proclamando la soberanía del monarca. Mas de Sevilla salieron tropas y artillería á las órdenes del mariscal de campo don Tomas O-Donojú en persecucion de Espinosa y los suyos.

Andalucía.

Divulgada la partida de los batallones de la guardia, volvieron á ponerse sobre las armas la guarnicion y la milicia. Los regimientos del infante don Carlos, de Almansa y de la Princesa habíanse en la apariencia decidido por la Constitucion, no obstante que muchos de sus óficiales,

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