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Todo presentaba un carácter original; y para admiracion del mundo un mismo hombre mandaba el ejército de los liberales y de sus contrarios: el primero como general de Castilla la Nueva, y el de los segundos como coronel de la guardia. Unas veces volaba al Pardo á negociar con los rebeldes, y al ver su indomable orgullo y sus condiciones inadmisibles, tratábalos de destructores de la patria; y otras regresaba al parque de artillería y se irritaba contra los hombres imprudentes que habian conducido la nacion al borde del precipicio. Enemigo del despotismo, se indignaba contra los que querian dar movimiento á su Carácter de carro de hierro: enemigo de la anarquía, traspasaba su corazon la idea de que se aprovechasen del triunfo de la libertad los genios inquietos, y rompiesen con sus propias manos el cabello con que todavía estaba atado su indomable furor. Combatido por tantas dificultades, execraba á los partidarios furibundos de uno y otro lado que frustraban los planes de salvacion; y cuando Riego le propuso atacar á la guardia real, el conde de Cartagena, con una sonrisa irónica y amarga, le Sudiálogo con preguntó: "¿Y quién es usted? -El diputado Riego. Riego, contestó éste sorprendido de la pregun

Morillo.

cer."

ta. Pues si usted es el diputado Riego, replicó Morillo en el mismo tono de desprecio, vaya usted al congreso, que aqui no tiene nada que ha-Y le volvió la espalda. Entonces Riego dirigiéndose á sus amigos esclamo: "La libertad se pierde hoy: estamos rodeados de precipicios:" y al oir estas palabras corrió la voz por las filas de la milicia de que los vendian. Mas el conde de Cartagena ni escuchaba el rugido de las pasiones, ni los riesgos y la muerte eran poderosos á sufocar el grito de su conciencia. Ansiaba sacrificarse en las aras de la felicidad pública, no en las de un partido.

En medio de la embriaguez de sus dulces esperanzas, no dejaban de despedazar el corazon del rey los mas atroces tormentos: la debilidad y la cobardía de su carácter pugnaban con sus deseos. Y aunque creía segura la victoria, amargábale la idea del peligro, idea que no cabe en el corazon de un príncipe afeminado y adormecido siempre á la deliciosa corriente de fáciles placeres. De aqui la inconstancia de sus resoluciones, que tan pronto tendian á la paz y á la fusion de los bandos opuestos, como á la pelea y al rompimiento: su hermano don Carlos, tan querido siempre de su corazon, era el que mas ascendiente conservaba sobre su ánimo: la reina Amalia, enferma, aterrada, y respetando siempre la voluntad del cielo, no era á propósito para suavizar las penetrantes punzadas que desgarraban el pecho de Fernando. Parecia meditabundo, abismado en un mar de confusiones, víctima del ciego egoismo, que haciéndole olvidar las dulzuras domésticas, recordábale solamente los azares que corria su vida. Rodeábanle el duque de Castro Terreño, los marqueses de Castelar, Casa Sarria, las Amarillas, los generales Longa, Aymerich, Saint-March y otros inuchos cortesanos divididos entre sí, y que aconsejaban al monarca segun el hilo de sus deseos. Unos apoyaban el proyecto de dos cámaras, otros halagaban la propension natural de S. M. á la tiranía. Los cuatro batallones sublevados, recibida la orden de trasladarse á Toledo y á Talavera de la Reina, parecian prontos ya á obedecer

la

y ponerse en marcha; pero sea por conviccion propia, ó por mandato del rey, Córdoba se opuso al convenio, arrastró con la elocuencia que le era natural á sus compañeros, y todo quedó deshecho. Asi transcurrieron los dias sin entenderse, sin conseguir el objeto deseado.

El príncipe y sus íntimos amigos habian esperado en vano un movimiento en los barrios bajos de la villa, que se retardó por incidentes no previstos; y cediendo, ó quizás fingiendo ceder á las prudentes y enérgicas reclamaciones del conde de Lagarde, titubearon primero, y aparentaron despues veJulio de 1822. nir á un arreglo conciliatorio en la mañana del 6. Estipulóse la reforma de la Constitucion dividiéndose en dos cámaras el cuerpo legislativo, y dando á la corona el poder necesario para sobreponerse á las sociedades secretas, y guardar armonía con los estamentos. Mas los absolutistas, que abundaban en palacio, divulgaron aquel dia que los carabineros y provinciales que habian ondeado en Castro del Rio el estandarte real engrosados con mayores fuerzas habian penetrado en la Mancha y se acercaban á la corte. Los que habian negociado la conciliacion á fuerza de afanes y de sudores, hallaron por la tarde cambiada la escena: el príncipe, sombrío y misterioso, se esplicó por rodeos, pero dejó entre ver que no prevalecia el acuerdo tomado, y que se habia conformado con otro plan distinto. En su consecuencia los liberales, que hasta alli habian abrazado la defensa de S. M., desesperaron de la salvacion del gobierno representativo sino sostenian la bandera treinolada en el interior de la villa: sin embargo conservaban toda vía esperanzas por la inconstancia misma de Fernando, y convinieron en no precipitarse. Los secretarios del despacho habian consultado varias veces al Consejo de Estado á fin de que propusiese las medidas oportunas para salir del abismo, y el Consejo habia contestado en sus consultas de los dias 4 y 5 que no hallaba medio alguno honroso de terminar el negocio, sin que antes obedeciesen los cuatro batallones del Pardo la orden de partir á Toledo y á Talavera, y los otros dos regresasen

Exoneracion

del ministro de

á sus cuarteles, quedando para custodiar el real alcázar las dos compañías de costumbre. Habian tainbien los ministros entregado sus renuncias el dia 4, Julio de 1822. y no habiendo sido admitidas, el de la Guerra habia insistido en llamar tropas de las provincias, y principalmente de Castilla la Vieja, donde mandaba el general Espinosa, para obligar á deponer las armas á la guardia real: negóse el rey á rubricar la orden, é irritado con la firmeza del ministro le exoneró de su cargo en la noche del 6. Los demas ministros, el secretario del Consejo de Estado, pues la Guerra. sus individuos, dejando firmada en blanco la consulta para que se habian reunido, retiráronse á tiempo adivinando lo que se trazaba, y el gefe político San Martin, que habia ido á conferenciar con el ministro de la Gobernacion, cansados del largo é infructuoso trabajo de aquel dia quisieron retirarse á sus casas; mas cerradas las puertas de palacio, se les intimó la orden de no salir del alcázar con mas visos de arresto que de otra cosa, porque Fernando insistia siempre en el plan de Vinuesa, en la parte que le era posible llevarlo á cima. Condenados á las tribulaciones de aquella funesta noche, apuraron hasta las heces la copa de la amargura, y vieron desplomarse el pedestal de la monarquía sin poder arrimar las manos para sostenerlo.

Algunos milicianos habian recibido, ya oscurecido el dia, un anónimo que trazaba exactamente el proyecto de los guardias marcando los puntos de ataque, y aunque recaía sobre anteriores sospechas fue leido sin fé. A media noche los cuatro batallones que estaban en el Pardo pronunciaron su marcha con rumbo á la corte, y despues de detenerse y dar un rodeo, penetraron antes de amanecer por el portillo del Conde-Duque con el objeto de sorprender la villa y desarmar la milicia. Alli divididos en tres columnas, encaminóse la primera

Anónimo.

cometimiento

al parque de artillería, la segunda á la Puerta del Sol, y la tercera á la Plaza de la Constitucion: Entrada y a marchaban silenciosos y resueltos: pocos poseían el de los guardias, secreto del gobierno que se intentaba establecer: su grito era como en los dias anteriores el de viva el rey absoluto. La primera columna antes de llegar al parque tropezó en la calle de la Luna con una patrulla del batallon sagrado, mandada por el ex-guardia don Agustin Miró, y á los primeros tiros, disparados al azar, dispersóse y retrocedió desbandada dejando varios prisioneros, y entre ellos el teniente don Luis Mon, que ofreció por su libertad seis onzas de oro y un reloj al paisano que le prendió, el cual despreció con altivez la oferta. La segunda cohorte pisó sin estorbo la Puerta del Sol, donde se posesionó; mas sin poder apoderarse de la Casa de Correos, porque los soldados que alli habia atrancaron la puerta á falta de cerradura con una gran piedra que sus robustos brazos arrancaron de la escalera.

El encuentro de la primera columna habia servido de despertador á las tropas liberales: todos corrieron al puesto señalado, y el oficial de artillería que mandaba las piezas colocadas en la Plaza Mayor saltó de un balcon para no perder momento. El general Morillo, que permanecia en el parque, recibió el aviso de la entrada de los guardias por diferentes paisanos, á quienes mandó arrestar creyendo que todo era mentira. Mas apenas se cercioró de la verdad del hecho desnudó el sable atónito de tanta falsía, y determinado á perecer combatiendo contra los defensores del despotismo. Su actividad le duplicó los medios de resistencia: envió gefes y refuerzos á los sitios amenazados: en todas partes brilló su prevision, y á su pericia y arrojo se debió en parte la victoria.

Llegó á la Plaza de la Constitucion la tercera

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