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José Luyando recibieron orden de regresar á Madrid, sin descubrirles cosa alguna de lo que se habia resuelto. Si Fernando encontró sembrado de rosas y de arcos triunfales el terreno que mediaba desde el Fluviá al Turia, ahora, rebullendo en las poblaciones hombres turbulentos enviados por los gefes realistas, conmovian al vulgo y empujábanle para que se precipitase en los escesos. Un grito continuado de anatema á las Cortes y á las leyes promulgadas hería los oidos del rey, mientras que sus ojos miraban á la plebe atumultuada derribar y hacer pedazos con frenética alegría las lápidas que con el letrero de Plaza de la Constitucion se veían colocadas en la fachada de las casas consistoriales, ó en las plazas mayores.

Al punto que el congreso supo que el rey se acercaba á la corte madrideña envió á recibirle una diputacion de su seno, compuesta de seis individuos, poniendo á su frente á don Francisco de la Dueña y Cisneros, obispo de Urgél. Los diputados encontraron á S. M. en la Mancha y en medio del camino, y retrocediendo al pueblo inmediato para alli tributarle sus homenages, negóNo recibe se el monarca á darles audiencia, y mandóles paá la diputacion de las Cortes. sar á Aranjuez, huyendo todo contacto con los representantes del pueblo.

ral de Madrid.

Fernando nombró capitan general de Castilla Eguía gene la Nueva á don Francisco Eguía, que tambien habia precedido al rey en la Corte con la division del ejército de Elío que mandaba, y le destinó para ejecutar el golpe de estado que habia de reducir á polvo al código de Cádiz y á sus adıniSu carácter. radores. Era Eguía conocido por su ignorancia y rancias ideas, llegando su apego á la rutina y á las antiguas usanzas á tal punto, que llevába el cabello recogido y atado por detras como en tiempo de Carlos III, por lo que le daban el nombre

(Ap. lib. 7.

de coletilla. Su odio era tan inestinguible como implacable su venganza; y amaba la inquisicion no solo porque era fanático, sino tambien porque le parecia el instrumento mas útil para sostener el despotismo. Apenas llegado á la corte, recibió Eguía una real orden, juntamente con la lista de los diputados del congreso y demas personas que debian ser arrestadas (*): al cardenal de Borbon se le mandó retirar á su diócesis de Toledo, y al núm. 7.) ministro don José Luyando se le señaló por destierro el departamento de Cartagena, como oficial de marina que habia sido. Precedidas estas siniestras señales, y llegada la noche del 10 al Mayo de 1814. 11, auxiliado en Madrid Eguía por algunos oficiales de la guarnicion, constituyóse en casa de don Joaquin Perez, diputado americano de la Puebla de los Angeles, y actual presidente de las Cortes, y le notificó de orden del rey que Noche del 10 estas quedaban disueltas y finalizados sus trabajos: la fuerza armada se apoderó del edificio en que el congreso celebraba sus sesiones, y el archivo fue cerrado y sellado. El presidente de la asainblea nacional era uno de los Persas que habian autorizado con su nombre la representacion dirigida al rey, y escuchó con sumo agrado el decreto notificado por Eguía, pues ya de antemano poseía la clave de lo que se trataba (*). No tardó en recibir en premio de sus servicios una mitra comprada á costa del honor y de la fé que habia jurado al fijar sus plantas en el santuario de las leyes, cualquiera que fuese su opinion política y sus deseos.

Bajo el mando del mismo general, y asistidos por numerosas bayonetas, encarcelaban tambien á aquellas horas y con el mayor silencio los jueces de policía don Ignacio Martinez de Villela, don Antonio Alcalá Galiano, don Francisco Leyva y don

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de Mayo.

(* Ap. lib. 7. núm. 8.)

Encarcelamiento de los diputados.

Jaime Alvarez de Mendieta, algunos de ellos diputados, á varios ciudadanos distinguidos por su rango y por sus talentos. Tales fueron los regentes don Pedro Agar y don Gabriel Ciscar, los ministros don Juan Alvarez Guerra y don Manuel García Herreros, el capitan general Villacampa, y los diputados de ambas Cortes don Diego Muñoz Torrero, don Agustin Argüelles, don Francisco Martinez de la Rosa, don Antonio Oliveros, don Manuel Lopez Cepero, don José Canga Argüelles, don Antonio Larrazabal, don Joaquin Lorenzo Villanueva, don Miguel Ramos Arispe, don José Calatrava, don Francisco Gutierrez de Teran, don Dionisio Capáz y don Miguel Zumalacarregui. Sufrieron igual suerte el célebre poeta don Manuel José Quintana, el inmortal actor don Isidoro Maiquez, el conde de Noblejas, su hermano don Narciso Rubio', don Juan O-Donoju y otros varios. Presentáronse espontáneamente en la carcel al saber que los buscaban los diputados don José Zorraquin y don Nicolás García Page; y fueron presos al dia siguiente don Ramon Feliu, don Antonio Bernabeu y don Joaquin Maniau. Encerraron á los presos en el cuartel de guardias de corps y en otras cárceles de la corte, sumiendo á muchos en calabozos estrechos é inmundos, faltos de luz y de aire, y aumentando con el sarcasmo y la crueldad la amargura de su estado. Negóse con laudable entereza á verificar los arrestos el antiguo magistrado valenciano don José María Puig, varon moderado y enemigo de las pasiones destempladas que se disputaban el mando.

Estendiéronse las proscripciones á las provincias, y entre otros fue conducido á Madrid el esclarecido vate y elocuente escritor don Juan Nicasio Gallego, arrestado en Murcia por su furibundo obispo, con otros ilustres diputados que habian

con sus hazañas y escritos honrado el suelo natal: entre estos se contaron don Vicente Traber atraillado desde Valencia, don Domingo Dueñas, oidor de Granada, y el coronel don Francisco Golfin. Salvó la fuga á los señores conde de Toreno, Ca- Fuga de alneja, Diaz del Moral, don Tomas Isturiz, Cuar- gunos, terp, Tacon y Rodrigo, que se acogieron á las naciones estrañas. Asi mientras regaban con su llanto en Francia el pan del dolor los que habian seguido el bando del príncipe José, entre quienes descollaban tantos literatos insignes, henchían las prisiones en tierra española los que habian defendido la independencia nacional, cual si el mérito fuera delito en esta nacion, y llevara consigo el anatema. Pero observemos de paso el estado de la opinion en un pais en que el presidente del congreso legislativo conspiró contra el mismo congreso de que era cabeza, y en que varios vocales se convirtieron en verdugos de sus compañeros, y ejecutaron por sí el encarcelamiento. Si los escogidos del pueblo, si aquellos á quienes enaltecía el gobierno representativo se aunaban para derribarle, ¿qué mucho que el vulgo se eslabonase por sí mismo las cadenas, y besase la mano de sus opresores?

Madrid.-Lalá

Hinchadas en Madrid las olas populares por el conde de Montijo, y por el oro que el monarca habia enviado desde el camino á los curas de las parroquias para que lo repartiesen entre los pobres, reventó la tormenta en la mañana del dia 11, en que arremolinada la plebe destrozó Tumulto de la lápida de la Constitucion al grito de mueran pida destrolos liberales, y sacando del salon de Cortes la es- zada. tátua de la libertad, y demas figuras alegóricas que lo adornaban, las arrastró por las calles cometiendo escesos é insultos con los que bien le plugo, sin que lo impidiesen los soldados que ocupaban militarmente el edificio de doña María

Decreto de 4 de Mayo.

de Aragon. Aplaudian el tumulto los que alegres con la mudanza, ó amigos siempre de ir al hilo de la corriente, no preveían que una vez roto el freno de la licencia, y sueltos los vientos de las pasiones, vendria un tiempo en que mudado el curso del torrente, se despeñaria contra los mismos á quienes ahora halagaba. Instable la multitud novelera, derribará mañana el ídolo que hoy inciensa. La sediciosa procesion pasó por las cárceles donde yacían los diputados, amenazándolos con la muerte, encaramados algunos de los amotinados á las rejas del encierro; y por la noche una tropa de mugeres convertidas en furias repitieron los amagos y los dicterios clamando que les entregasen los presos y los pondrian á buen recaudo. Tras esto tocaron á rebato los periódicos el siguiente dia 12, denominando traidores á los vocales de Cortes y acalorando al vulgo: descolló entre todos por sus sangrientas doctrinas la Atalaya de la Mancha, que redactaba el padre fray Agustin de Castro, monge del Escorial. Este fraile terrorista tuvo ademas la osadía de suponer que las Cortes habian formado una Constitucion secreta para establecer la república en España, y valióle la calumnia una pension de diez mil reales al año que le señaló Fernando.

El 11 apareció fijado en las esquinas, corrido el velo á las reales intenciones, un manifiesto en forma de decreto, firmado por el rey y refrendado por don Pedro Macanáz, que aunque tenia la fecha del 4 de Mayo en Valencia, habia permanecido reservado con el mayor sigilo. Documento es este de tanto interes para el desenvolvimiento de los futuros sucesos, que merece le analicemos con detencion usando de sus espresiones, y copiando sus párrafos mas importantes.

El monarca recuerda la abdicacion de su pa

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