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estrangeros Montmorency dejaba ya entrever en su respuesta los pensamientos del gabinete. Y aunque todavía prevalecia en la cámara del anciano monarca la moderacion que á éste caracterizaba, facil era deducir que triunfaría el espíritu reaccionario de la congregacion apostólica, representado en la próxima reunion de los reyes de Europa que iba á celebrarse en Verona. En tal estado cerráronse en Francia las cámaras el 17 de Agosto.

Si saltando los mares fijábase la vista en las colonias americanas, habíase consumado la revolucion, y para arraigarla en Méjico el congreso legislativo nombraba emperador á don Agustin Iturbide. De suerte, que el reinado de Fernando VII parecia destinado á perder la monarquía, sus posesiones, su crédito, sus virtudes, y hasta su nombre, venerado un dia, y ludibrio ahora y objeto de escarnio de los tiranos estrangeros. Fruto amargo de las pasiones dominantes que plantado por los partidos habia por fin dado el veneno de su jugo nutrido primero por el despotismo, y llevado á sazon por la anarquía.

El monarca español, que tan facilmente habia creido batir á los liberales en los primeros dias de Julio, lloraba ya su imprevision, y temblaba al ver mas enconadas las pasiones que él mismo habia irritado, porque la imaginacion de un déspotá le abulta los peligros. El ayuntamiento de la corte, en cuyos bancos se habia sentado Beltran de Lis, se oponia á su traslacion á San Ildefonso, y le aconsejaba la mudanza de su servidumbre de ambos sexos, enviando á S. M. la representacion de los mas fogosos tribunos, que decia: "sepa el rey que tal es la voluntad de los patriotas de Madrid." A consecuencia de la causa de 7 de Julio, prendian en las provincias á los grandes desterrados,

1822.

América.

Prisiones.

1822.

Carta de Fer

tales cómo los duques del Infantado y de Castro Terreño, al gefe político San Martin, á quien sepultaron en un calabozo, y á Morillo, detenido en Estremadura; y el fiscal daba la misma orden en la corte contra los ex-ministros Martinez de la Rosa, Gareli y compañeros. Entonces el príncipe, temeroso siempre por su existencia, creyó que no debia aguardar el triunfo de los realistas, victoriosos unas veces y otras batidos, é imploró la proteccion de su pariente y aliado el rey de Francia. Pero conociendo la sabiduría y nobles sentimientos del anciano que empuñaba el cetro francés, habló el lenguaje sinulado y falaz que le distinguia para conmover el corazon del monarca estrangero. La carta particular de Fernando, escrita de su puño en 23 de Julio, es un modelo de máximas finando á Luis losóficas y políticas, que honrarian á su autor si se hubiese conformado con ellas su conducta. Pinta con sus verdaderos colores el resultado de las falsas teorías que precipitan en un abismo á las naciones sin nunca darles la tranquilidad que necesitan para ser felices; pero no busca en la quietud sepulcral del absolutismo el remedio, sino en el renacimiento de las antiguas instituciones de España. Cuando copiemos en su lugar respectivo la respuesta á esta carta, verán los lectores comprobado el hecho con la respetable autoridad del mismo Luis XVIII. No olvidemos empero que era Fernando quien escribia, el mismo que habia mandado al presidente de la regencia proclamar el despotisino, y que sabia tocar todos los resortes para conseguir sus fines.

XVIII.

La funesta declaracion de Urgél, acalorando los ánimos de la juventud liberal, que se indignaba al ver invocada la tiranía, convirtióse en un instrumento de proscripcion, y originó en Cataluña turbulentas escenas.

No se habia estinguido enteramente en el vulgo la aficion á los autos de fé; y el ayuntamiento de Barcelona quiso ofrecer á sus paisanos un espectáculo que imitaba hasta cierto punto las hogueras del santo oficio. El 5 de Setiembre, adornadas vistosamente las casas consistoriales, y reunidas alli la guarnicion y la numerosa milicia nacional, el verdugo quemó al son de las músicas, y en presencia de la autoridad municipal, el manifiesto de la regencia. Concluido el acto, resonaron los aires con un contínuo clamoreo pidiendo la muerte de los serviles: en su consecuencia, accediendo los gobernantes á los ruegos amenazadores de la inuchedumbre, resolvieron el arresto de los llamados desafectos, para cuya arbitraria calificacion nombraron comisiones: desempeñaban entonces los cargos de comandante general y de gefe político el marques de Castelldosrius y don Vicente Sancho. Pasaron de sesenta los presos sin juicio, ni testigos, ni antecedentes: de suerte, que entre ellos se contaban el general Santocildes, el comandante del quinto batallon de la misma milicia voluntaria y el secretario del ayuntamiento, literato que habia publicado varios escritos en defensa del código de 1812: los demas eran títulos, magistrados, empleados y frailes. Condujéronlos á la ciudadela aquella noche entre la armonía de una música colo cada en la muralla y los ayes y lamentos de sus familias: al dia siguiente los embarcaron con rumbo á Mahon, Mallorca é Ibiza. Repitiéronse tales atentados en Vich, Tarragona, Tortosa y otros pueblos, dando el nombre de libertad á la mas horrorosa servidumbre, pues destrozada la Constitucion y violada la seguridad personal, quedaban los españoles mas beneméritos á disposicion del vulgo, que tan crudamente los humillaba ahora, y que no tardaria en atropellarlos aun mas en nombre del despotismo. 47

T. II.

1822.

Quema el verdugo en Barcelona la declaracion de Urgél.

1822.

Madrid.

En la corte celebráronse el 15 de Setiembre Exequias de magníficas exequias por los que habian perecido el 7 de Julio con las armas en la mano defendiendo la libertad. Dirigióse la comitiva á la iglesia al son de los tambores, que batian marcha lúgubre: seguian los comisionados de todos los cuerpos de la guarnicion, desde soldados hasta generales, y en medio del ayuntamiento descubríanse siete mugeres viudas ó parientes de los muertos, vestidas de luto y con pañuelos blancos en la mano, despertando la compasion de la muchedumbre. Durante la misa saludaron los manes de las víctimas con repetidas descargas; y despues los regimientos de infantería y la artillería desfilaron por delante de la lápida constitucional.

del Prado.

Habiendo cumplido asi primero con el agradecimiento debido á los que valerosamente se sacrificaron en las aras de la patria, entregáronse el 24 á una fiesta cívica nueva en los anales de nuestra Fiesta cívica historia. Entoldaron el espacioso salon del Prado, y colocaron bajo el toldo dos mil ciento y diez varas de mesa, ó sean setecientas cincuenta mesas de á doce cubiertos, para que cupiesen en ellas nueve mil convidados, que eran los individuos que componian la guarnicion de la corte el 7 de Julio. Presentóse el ayuntamiento acompañado de los heridos y de los parientes de las víctimas, que se sentaron en las cuatro mesas de preferencia, de cincuenta cubiertos cada una, dispuestas para las autoridades: la tropa, dejadas las armas en pabellones, ocupó sus asientos, confundido con el coronel el soldado. Entre tanto que servian la comida, los himnos patriótiticos y la dulcísima armonía de las músicas aumentaban la algazara del convite; concluido el cual, diéronse al regocijo los soldados hasta las cuatro y media de la tarde. Aquella noche apareció iluminada la corte, y las músicas vagaron por

pero

las calles tocando marchas é himnos alusivos al
triunfo de la libertad. Ni el mas ligero insulto, ni
una sola sombra empañó el límpido cielo de aque-
lla reunion tan numerosa, que consagrada al rego-
cijo, olvidó por un momento los amargos dias de
luto y horfandad que seguirian á aquel breve cre-
púsculo de ventura. Pero no todos se contentaban
con honrar la memoria de sus hazañas: los menos
generosos respiraban tambien el fétido aliento de la
venganza: la ley inexorable derramaba la sangre
de los guardias en castigo de su rebelion. El odio
de los jóvenes mas ardientes recaía principalmente
sobre don Teodoro Goiffieux, francés, hombre fa-
nático y ciego partidario del absolutismo,
que habia permanecido en palacio con los dos ba-
tallones que lo guarnecian, y se hallaba por con-
siguiente comprendido en la capitulacion. Temiendo
sin embargo el furor de los partidos, quiso espa-
triarse, autorizado con el debido pasaporte: pren-
dióle en Buitrago un destacamento de caballería,
vestido de paisano, y le envió á la corte. Formóse
el proceso, é interpretando violentamente el hecho,
le sentenciaron á la pena capital, aprobando el fa-
llo el general Copons, no obstante que algunos dias
despues declaró la incompetencia del tribunal al
tratarse de otros reos. El embajador de Francia to-
có cuantos resortes podian imaginarse para salvar
la vida de Goiffieux: el monarca hubiera firmado
el indulto, pues el ministro de la Guerra se sentia
inclinado á este rasgo de clemencia; mas apenas se
traslució el intento agrupáronse los que creían que
la sangre derramada salva los estados moribundos,
y amenazaron á las autoridades, que no osaron lu-
char contra tan poderoso elemento.

FIN DEL TOMO SEGUNDO.

Ejecucion de Goiffieux.

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