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Paralelo entre Luis XVIII

VII.

Dos reyes habian vuelto á empuñar el cetro en Fernando aquellos dias: Luis XVIII y Fernando VII. Proscrito el primero por los franceses, y habiendo visto espirar en un cadalso á su augusto hermano y á su esposa, heridos por el hacha del pueblo, corrió un velo á los crímenes pasados, y llevando en una mano la oliva cual símbolo del olvido de sus propios padecimientos, presentó en la otra el libro de los derechos nacionales, y apellidó libertad en Francia reconciliando y mandando abrazar á los hombres de todas las opiniones. Levantado el segundo al solio por los españoles en un tumulto popular, salvado del destierro y de la oscuridad por el inaudito heroismo de los ciudadanos que compraron la vuelta de su rey con la ruina de la patria desgarrada con guerra tan atroz, encendió en retorno la tea de la discordia, ahogó entre sus propios brazos la libertad naciente; y sacudiendo en su diestra el dogal del verdugo y en la izquierda las cadenas, proscribió á los mismos que le libertaron del cautiverio, y el carcelero apretó los hierros sobre las cicatrices de las heridas abiertas en defensa de un monarca á quien nunca llamaremos bastantes veces el ingrato.

1814.

Segunda ende Fernando en

trada triunfal

Madrid.

El dia 13 de Mayo verificó Fernando en Madrid una de aquellas entradas triunfales que parecian augurar largos años de un reinado tranquilo y venturoso. Habíale precedido la division de Wittingham, quedándose en Aranjuez la del segundo ejército, que le habia acompañado desde Valencia. Entró el rey por la puerta de Atocha, cruzando el Prado y las calles de Alcalá y de Carretas, hasta el convento de Santo Tomas, donde se apeó á adorar, segun costumbre de sus antepasados, la imagen alli depositada de nuestra Señora de Atocha. Pasando en seguida por la plaza Mayor y las Platerías, imprimió las huellas en el

palacio de sus padres despues de seis años de ausencia, y se ciñó la diadema y la espada, como dice un historiador francés (*), sin condicion al- (*Ap. lib. 7. guna, sin reserva, sin que algun presentimiento num. 11.) sobre el tiempo futuro empañara el esplendor de su triunfo. Hermoseaban la carrera magníficos arcos y vistosos adornos, levantados en el puente de Toledo y otros puntos; y la alegría y el entusiasmo del pueblo Madrideño, tirando del coche del monarca y victoreando su nombre, fueron tales, que faltan voces para describirlos. El general Eguía entregó á S. M. las llaves de las puertas de la capital de la monarquía. Pero mientras el corazon del príncipe gozaba los dulces trasportes y deliciosos éxtasis de tanta felicidad, lloraban lágrimas de sangre en sus encierros los que tanto habian contribuido á libertarle de las garras del águila francesa, sin que sus ojos pudiesen en los oscuros subterráneos donde yacían percibir una sola ráfaga de luz de aquel sol tan brillante para todos sus compañeros.

El 24 del mismo mes celebró tambien con gran Mayo de 1814. aparato su entrada pública en la corte lord Wellington, duque de Ciudad-Rodrigo, á quien el público prodigó los honores debidos á sus inmortales hechos de armas. Pensaron los proscritos que habiendo el duque mantenido amistosa correspondencia con muchos de ellos, y aun recibido honores del gobierno derrocado, influiria con su presencia en el ánimo del rey, y apagaria la tea de las proscripciones derramadas ya por el reino entero. No fue asi: contentóse el inglés con entregar á su partida una esposicion á don Miguel de Alava para que la pusiese en manos de San Carlos, en la que daba consejos de templanza y moderacion; y corrió á recibir en su patria el mio de sus laureles, recompensados no con gri

:

pre

Consejos de Wellington.

del ministerio.

llos y reacciones, sino con galardon desacostumbrado y digno de una nacion poderosa.

El dia mismo en que el rey rubricó el maniFormacion fiesto de Valencia, habia igualmente formado el ministerio, que reorganizado despues en 31 de Mayo, se compuso del duque de San Carlos para Estado, de don Pedro Macanáz para Gracia y Justicia, de don Francisco Eguía para Guerra, de don Cristóbal Góngora para Hacienda, y de don Luis de Salazar para Marina. Cabeza de este ministerio el duque de San Carlos, el hombre de los tumultos de Aranjuez y el consejero íntimo de Valencey, que tanto impulso habia dado á la máquina política para que volviera al escabroso camino de donde la sacaron las revoluciones, habia de seguir el comenzado rumbo con el apoyo del brazo de hierro de Eguía, el encarcelador de lcs representantes del pueblo. Siguieron al manifiesto varios decretos concediendo el tratamiento de excelencia al ayuntamiento de Madrid, y privando hasta del menor respiro á la prensa: pero lo que principalmente admiraba en el segundo decreto, era llamar intruso por vez primera al príncipe José Bonaparte, levantando asi la gasa á otra serie de proscripciones no reveladas todavía.

El monarca que habia adulado á Napoleon, celebrado con festines sus victorias, iluminado el alcázar para mostrar su su alegría por las bodas imperiales, mendigado mandos para su hermano, y solicitado una distincion creada por José, no podia condenar á los servidores del príncipe francés sin condenarse á sí propio, sin cubrirse del oprobio á que los destinaba. Y sin embargo el 30 de Mayo, dia de San Fernando, en que muchos proscritos, confiados en las promesas del rey al pasar por Tolosa, en las palabras que de los reales labios se habian escapado, y sobre todo en el con

Decreto furioso de 30 de

(*Ap. lib. 7. núm. 12.)

venio de Valencey, esperaban una amnistía, fulminó el trono su horrible anatema contra doce mil españoles en masa adictos á José, rayando la cruel- Mayo de 1814: dad tan alta que en el artículo sesto se prescribia que las mugeres casadas que se espatriaron con sus maridos quedasen sujetas al destierro perpetuo de aquellos (*). De suerte que la muger de un consejero, que cumpliendo el deber mas sagrado y mas útil á la sociedad hubiese acompañado su esposo á Francia, sin mas delito que su amor conyugal, si se hallaba en la miseria ó con peligro de morir por no acomodarse á su temperamento aquel clima estraño, no podia regresar á su pais, y habia de espirar en premio de su virtud sobre la paja, ó devorada por la enfermedad en la flor de sus años. Y nada importaba al rey que gimiesen desterrados tantos esclarecidos ingenios, honor y prez de la nacion española: cien varones ilustres, en cuyas frentes brillaba la aureola de la inmortalidad, no podrian cerrar sus ojos bajo el dulce cielo natal, y deberian los últimos honores á la amistad del viajero, ó á la piedad del francés ilustrado (*). ¡Y ay del que osase pasar los Pi(*Ap. lib. 7. rineos! El infeliz don Francisco Trota, contador núm. 13.) que habia sido del gobierno de José, juzgando enfriadas las pasiones despues de transcurrido un año desde la publicacion del decreto, tornó á su patria y fue condenado, solo por haber vuelto á España, á cuatro años de presidio en Melilla, de donde no debia salir sin orden espresa de S. M. (*) Para calificar los empleados de menor categoría, no comprendidos en el destierro, habíanse establecido las purificaciones, puestas asi la fortuna y el bienestar de los españoles al arbitrio de sus enemigos. El convenio de Valencey se cumplió pues en todas sus partes, menos en aquella que trataba de la suerte de doce mil familias honradas;

(*Ap. lib. 7. núm. 14.)

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Causas de los diputados.

1814.

y el general conde de Villariezo, que desempeñaba la capitanía general de Madrid despues del nombramiento de Eguía para ministro de la Guerra, se distinguió por su crudeza con los parientes de los proscritos, atropellando entre otras señoras á doña María de Theran, esposa del coronel don Francisco Amorós, bien conocido por la célebre escuela que ha fundado en París.

Pero volvamos los ojos á las cárceles donde gemian los diputados del reino, presos, como dijimos, en virtud de una real orden, sin espresar el delito, que era preciso buscar ahora despues de encerrados, para que sirviese de fundamento al proceso. Los titulados jueces de policía dieron cuenta el 12 de Mayo al ministerio de lo actuado hasta entonces, pidiendo instrucciones sobre las bases en que debian estribar las causas; y el 20 respondió el ministro Macanáz que debian fundarse en los hechos que arrojasen de sí los papeles encontrados en las casas de los reos, y que quedaban privados de su fuero respectivo los eclesiásticos y los militares. La ocupacion de los papeles habíase verificado con un rigor y escrupulosa exactitud, digna del exaltado celo de los jueces: bastará decir para su oprobio que de la cloaca del edificio que ocupaba don Manuel Cepero sacaron los pedazos de papel destinados al uso mas inmundo, para ver si en ellos se traslucia cargo alguno; y examinados y calificados de ininteligibles por su estado de deterioro y pestilencia, don Manuel Rubio, comisionado por el conde del Pinar, los presentó al señor Cepero en la confesion para que los reconociera como documentos de la correspondencia que mantenia con los liberales de las provincias. Increibles parecen tanta vileza y degradacion, si no existiesen impresas las pruebas en los Apuntes de don Joaquin Lorenzo Villanueva, con la relacion del

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