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bido que muchos idiotas, ignorantes de la ciencia médica van por todos los lugares de la comunidad, y se atreven, á dar medicinas á los dolientes, presumiendo sanarlos, por donde se siguen muchos daños é inconvenientes y se esperan que pensando sanar, los matan, os decimos que todas aquellas personas que hallaredes usar de las dicha ciencia de medicina, sin ser bachilleres ó maestros en la misma no presuman de usar, ni usen de ella bajo la pena de mil florines de oro. Dado en Valladolid á X días del mes de Agosto de 1509.»

Véase, pues, como en medio de sus empresas guerreras, no olvidaban los Reyes Católicos los fueros de la ciencia, y como procuraban dictar leyes que pusieran á los enfermos á cubierto de las hazañas de los intrusos, asunto muy descuidado en nuestra época, en la cual, las cuestiones sanitarias son con harta frecuencia desatendidas, teniendo que lamentar á veces las consecuencias de tan punible abandono.

Las primeras obras médicas que merecen fijar nuestra atención, después de las del Dr. Chanen, son las del insigne Villalobos, médico de los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II; durante su niñez mereció también la confianza de gran número de personajes de la época, entre ellos el Duque de Gandía, á quien hoy la Iglesia venera bajo el nombre de San Francisco de Borja. Sería larga tarea enumerar las cualidades que adornaban á este sabio médico, y si no fuera por el temor de salirme del objeto de este trabajo, de buen grado haría una detallada silueta de este personaje famoso y extraño por más de un concepto; nació en Valladolid en 1469; á los diez y nueve años terminó su carrera, escribió un Tratado sobre las venas, tradujo muchas obras clásicas, canciones, comedias etc. Era poeta inspirado é ingenioso, y sería tarea interminable hacer relación de sus muchas publicaciones. No hemos de dejar, sin embargo, en el olvido sus admirables cartas; todas son curiosísimas, y en la quinta, dirigida al primogénito del Duque de Alba, dá Villalobos muestra de su gran entereza é independencia de carácter, pues afea á este personaje en términos enérgicos, su mal proceder con su padre que

veia correspondidos sus afanes y desvelos con la mayor ingratitud por parte de su hijo; ¡gran ejemplo que imitar en nuestros dias, donde el ejercicio de un cargo público importante, parece revestir de inmunidad al que lo desempeña, para cometer los mayores desafueros; conducta nobilísima la de Villalobos, que sin fijarse en la influencia y categoria de un personaje, le reprende su mal proceder, sin temor á sus iras, y escudado tan solo con la razón y la justicia.

Combatió antes que el italiano Spallanzani, las digestiones artificiales, y expresa con notable sentido fisiológico, la idea indestructible de que jamás el hombre podrá arrancar á la Naturaleza el velo misterioso de que se rodea para ciertos actos importantes de nuestra vida, así como nunca la química de laboratorio podrá reemplazar á la biológica; dice en uno de sus ingeniosos versos á propósito de las digestiones artificiales, lo siguiente:

¿Por qué el calor natural siendo calidad tan blanda cuece y obra en la vianda más que el fuego artificial? que si la carne y el pan echan á cocer en agua,

tres días sobre una fragua

nunca tal obra farán.

El cargo de médico de los Reyes proporcionó á Villalobos serios disgustos, no siendo los de menor cuantía los que debió á uno de sus compañeros en la Cámara regia; eran éstos los Doctores Torrella y Alvaro de Abarca. Con el segundo simpatizó desde luego Villalobos, por ser hombre de verdadero mérito, y tanto le distinguió que à él está dedicada una de sus obras existente en esta Exposición. No sucedia lo mismo con el Doctor Torrella; este médico valenciano parece que á sus escasos méritos reunia gran presunción y sentía grandísima antipatia hacia Villalobos, al cual envidiaba por su profundo saber, su acierto clínico, su notable ingenio y sobre todo por el favor inmenso que gozaba en Palacio, debido al aprecio singular con que le distinguían los monarcas.

Y apropósito de esto se refiere una anécdota que he de relatar, para de este modo hacer menos árido mi trabajo.

Un día que se encontraban en la presencia de los Reyes los tres médicos que les prestaban sus servicios profesionales. hubo de pedir el monarca á Villalobos que refiriera un cuento de damas, que según le había notificado un cortesano tenía muchisima gracia; accedió el médico, y rieron todos los presentes buen rato, celebrando en gran manera la delicadeza y cultura de Villalobos y su esquisito ingenio narrativo; convencido el Rey del antagonismo que existía entre sus médicos, y deseando verlos incomodados, hubo de preguntar al Doctor Torrella: ¿qué os parece de lo que acaba de referirnos Villalobos? A lo que contestò éste todo enojado: Yo, señor, soy doctor y maestro, y por tanto no me precio de chocarrero, replicándole acto seguido Villalobos, á quien molestaron sus frases.-Puesto que dice es maestro, que haga merced de enseñarme à ser necio, cuya oportuna salida regocijó en gran manera á cuantos se hallaban presentes.

Nueva muestra de su carácter independiente y poco ambicioso, es lo que ocurrió al médico que nos viene ocupando, con San Francisco de Borja, entónces Duque de Gandía. Hallábase este ilustre personaje postrado en cama, presa de intensa fiebre; mandó llamar á Villalobos, y no ha sido posible averiguar qué empresa ú ocupación grave tendría que emprender, que manifestó al mèdico su vehemente deseo de hallarse libre de fiebre à la siguiente mañana, prometiéndole si esto sucedía, el regalo de una magnífica fuente de plata repujada; dispúsole los remedios que juzgó oportunos, con tal acierto, que á la visita del otro dia le halló sumamente mejorado: gozoso el Duque de Gandía, que creyó hallarse bueno por completo, le preguntó á su médico: ¿Qué tal, Villalobos? á lo que éste replicó, haciendo una vez más gala de su ingenio: Amieus Plato, set magis amica veritas, queriéndole dar á entender con ello, que aunque le agradaría mucho recibir el obsequio prometido, le gustaba mucho más la verdad y en virtud de ella, no podía darle como sano por entero; agradó

mucho su conducta al Duque, que inmediatamente le envió la alhaja ofrecida.

No todo fueron triunfos y glorias para Villalobos; la envidia artera que por todas partes le perseguía: la guerra sin cuartel que sus mismos compañeros le hacían, la edad que con sus inevitables decadencias fisicas fué mermando sus facultades mentales, trajeron la pérdida de su omnimoda influencia, y empezó á sufrir crueles persecuciones, que amenguaron cruelmente los últimos años de su vida. Fundándose en su acierto clínico, en las portentosas curaciones que verificaba, en su disposición para conocer, las gentes le tacharon de brujo y hechicero, atribuyeron á su anillo doctoral propiedades malèficas, entre otras, la de atraerle las mujeres á su casa por las noches; estos rumores fueron tomando cuerpo y dieron por resultado el encarcelamiento de Villalobos; ochenta días permaneció en la prisión, de donde salió libre, gracias á su inocencia y á la Emperatriz Isabel, que tanto le estimaba. Vuelto á la corte, ocurrió al poco tiempo la muerte de esta. señora, suceso que influyó de tal modo en el ánimo de Villalobos, que le hizo retirarse en definitiva de la vida palaciega.

Conocidos son los detalles de la muerte de esta Reina, suceso desgraciado que trajo en pos de si la conversión del Duque de Gandía.

Era la mujer de Cárlos V hermosa entre las hermosas, según expresión de muchos cronistas; de ella, según testimonios

que se pueden tener por verídicos, se enamoró locamente el Duque de Gandia; el cargo que desempeñaba en Palacio le permitía estar á toda hora muy cerca del objeto amado, y llegó á despertarse en él una de esas pasiones románticas y avasalladoras que, nacidas en la edad adulta, suelen terminar con la muerte: tal es la intensidad con que llegan á apoderarse del espíritu.

No es esta ocasión ni momento oportuno para que nosotros tratemos de dilucidar lo que hubiere de cierto en estos amores; solo incumbe á nuestro objeto, decir que á últimos de

Abril de 1539, enfermó gravemente en Toledo la Emperatriz, muriendo el primero de Mayo en la imperial ciudad; en su dolencia, que según nuestras noticias, fué lo que hoy denominamos fiebre puerperal, la asistió Villalobos, y en un hermoso romance, como todos los suyos, del Duque de Rivas, describe de manera primorosa la turbación de los cortesanos, el aspecto tristisimo de la ciudad, la inquietud del Duque de Gandía, sus entrevistas con Villalobos para informarse á cada momento del estado de la ilustre enferma, y por último, el dolor sentido por el Duque cuando contempló el rostro bellísimo de su amada desfigurado por la muerte, cárdeno por la putrefacción lo que antes fueron rosas y nieve; perdida y siendo pasto de gusanos aquella esbeltez de formas, y exhalando el frio hedor del sepulcro, aquella boca, delicia de cuantos la miraban; tan grande fuè la impresión sentida, que el - Duque de Gandía, Marqués de Lombay, cortesano querido y magnate influyente, dejó las pompas mundanas, hizo vida. ejemplar, y por sus excepcionales virtudes mereció figurar en el católogo de los justos.

¡Benditos amores aquellos que brotan del fondo del alma, sean ó no legales! Nosotros los médicos, interin existan en nuestro organismo corazón y cerebro, tendremos que disculparlos, y qué mucho que así lo hagamos, cuando ocurre como en el caso presente, que el resultado final de los mismos es convertir un libertino en santo.

Como antes digimos, muerta la Emperatriz el Doctor Villalobos se retiró á Tordesillas, y allí escribió su famosa epistola despidiéndose del mundo, y casi olvidado, medio ciego y achacoso terminó sus días el médico insigne, el clínico eximio, el poeta inspirado, una de las grandes figuras del siglo XV, cuyas obras, como no podía menos, han ocupado lugar distinguido en esta Exposición.

El libro de Luis Lobera de Avila, acerca de las cuatro enfermedades cortesanas, catarro, gota, ciática, mal de piedra y de buas, data de 1544, y es un ejemplar bastante curioso. Preceden al texto dos cartas dirigidas por el autor al Conde de

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