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Mora, proporcionándole, uno, nueva y amarga pena, dándole el otro á gustar, por vez primera, las más puras delicias que conoció en la vida. Fué el primero la muerte del Conde de Fuentes, acaecida á las tres de la madrugada del 14 de Mayo de 1776. Este triste suceso hizo á la Duquesa intimar algo con su madrastra doña Mariana de Silva, la cual, tan poco fiel à la memoria de su segundo marido, como lo había sido éste á la de su primera esposa, volvió á casarse por tercera vez en 1778 con el espléndido Duque de Arcos, D. Antonio Ponce de León, logrando también enterrarlo el 13 de Diciembre de 1780. Debe consignarse, sin embargo, en honor de la ilustre académica, viuda de tres maridos, que así durante sus terceras nupcias como durante su tercera viudez, miró y favoreció como á hijos propios á los dos menores, D. Juan y don Carlos, que en edad bien temprana dejó huérfanos el Conde de Fuentes. A poco de muerto éste, y cuando ya tenía Villahermosa, después de siete años de matrimonio, perdida casi la esperanza de dejar un heredero á su ilustre casa, dió á luz la Duquesa una niña, que se llamó Javiera por exigèncias de su madre, y conmutación del hábito ofrecido por ésta á San Francisco Javier años antes, y cuyo cumplimiento la prohibió Carlos III, por serle sospechosa esta devoción á un santo jesuita. Pombal fué más precavido, mandando borrar á tiempo del calendario á San Francisco Javier y á San Ignacio de Loyola.

Salió la Duquesa á Misa de parida con grande pompa y acompañamiento, según era entonces costumbre, y fué después aquel mismo día al Menasterio de las Salesas Reales, para presentar la recien nacida à su hermana Sor Maria Luisa Pignatelli: acompañábanla en la misma carroza, la Duquesa de Béjar y doña Francisca de Sales Portocarrero, Condesa del Montijo, educandas las dos de las Salesas Reales. Desde su más tierna infancia era la Villahermosa grande amiga de esta extraña Condesa del Montijo, que no fué otra sino la procesada por la Inquisición en 1798, madre del célebre Tio Pedro del 17 de Marzo en Aranjuez, jefe más tarde de

la francmasoneria española. En la època á que nos referimos, contaba la Condesa del Montijo veinte y cuatro años, y era señora piadosa y de tan ejemplares costumbres, como su intima amistad con la Villahermosa y la de Béjar, prueba con evidencia. Cómo esta señora de tan cristianos principios y piadosa educación, pudo extraviarse hasta el punto de ser en su edad madura la fautora en Madrid del jansenismo, que nunca fué otra cosa en España sino descarado Volterianismo, es cosa que asombra y estremece, y hace considerar, los derrumbaderos por donde la adulación y las malas compañías precipitan la vanidad de la mujer. Algunos datos curiosos que sobre la infancia de esta señora hemos encontrado en el archivo de las Salesas Reales, podrán quizá explicar en parte, el enconado odio de que dió muestras la Condesa del Montijo en sus últimos años, contra todos los institutos religiosos y muy especialmente contra los frailes Capuchinos.

Fué esta señora hija de D. Cristóbal Portocarrero Guzmán y Luna, Marqués de Valderrábano, primogénito de la casa de Montijo, y de doña María Josefa Chaves Chacón, hija de los Condes de Miranda. Murió el Marqués de Valderrábano en vida de su padre, á los veintinueve años de edad, en 2 de Noviembre de 1757. La pena de su viudez abrumó à doña María Josefa, y encerróse dos años en su casa, con gran retiro del mundo y austeridad de vida, hasta que mal aconsejada por un fraile Capuchino que espiritualmente la dirigía, entró en el convento de religiosas Carmelitas, llamado de las Baronesas, abandonando á su hija, de seis años entonces, á los cuidados del viejo Conde del Montijo, su abuelo, enfermo ya y postrado por el mal de perlesia que le causó la muerte. Puso el abuelo á la tierna huerfanita de educanda en las Salesas Reales, sin que volviese á tener ella otras noticias de su madre, que las que de vez en cuando le traía su tío abuelo el Cardenal Arzobispo de Toledo D. Luis Portocarrero, Conde de Teba, que con largos intervalos la visitaba. Por él supo la niña al cabo, que su madre, novicia aun en las Carmelitas, había de profesar en la fiesta del Patrocinio de Nuestra Seño

ra, 14 de Noviembre de 1762. Al día siguiente á este, una religiosa, maestra de las educandas en las Salesas, escribía à cierta persona de toda su confianza: «Hemos sabido hoy que el Conde del Montijo continúa su mejoría, y que mañana se vestirá su Excelencia. Ayer profesó con gran solemnidad la señora Marquesa (viuda de Valderrábano) pero sin participárnoslo siquiera por un recado: la niña lloró todo la mañana, acordándose que su Eminencia la dijo un mes há, que su madre profesaba el día del Patrocinio de Nuestra Señora; explicando su sentimiento en términos no correspondientes á su edad, lo que á mí, que soy un poco agorera, me hace temer que fué presentimiento de la falta que la hará, pues desde que su abuelo está enfermo, ni su Eminencia ni su abuelo Miranda, ni ninguna de sus gentes han hecho memoria de ella, mas que si no fuese en el mundo. »

A la muerte del Conde del Montijo en el siguiente año de 1763, recayó en doña Francisca de Sales toda su ilustre casa, quedando al mismo tiempo ella en el abandono más absoluto por parte de su familia, pues ya no tuvo desde entonces ni más apoyo ni más cariño que el de las buenas religiosas Salesas. Conserváronla estas á su lado hasta los diez y seis años, en que contrajo matrimonio con D. Felipe Palafox Centurión, hijo del Marqués de Ariza, hombre honrado y cariñoso, que supo hacerla olvidar durante todo el tiempo de su matrimonio, las amarguras de su infancia. Era la Montijo de ingenio muy despierto y educada cuidadosamente por las Salesas, alcanzó cierta ilustración no comun entonces, llegando á poseer bien varios idiomas. Vino á sus manos, años después de su casamiento, un libro francès de Nicolás de Torneux, titulado: Ilustraciones cristianas sobre el Sacramento del matrimonio, y ocurriósele ocupar en la traducción de esta obra, sus ocios de gran señora. Sometió, sin embargo, su trabajo, como hija sumisa de la Iglesia, á la aprobación de un Prelado, y fué este el Obispo de Barcelona, D. José Climent, hombre docto y austero, con ciertos ribetes jansenistas, en el verdadero sentido de la palabra: el cual, tan prendado quedó ó

aparentó quedar del libro, que lo encabezó con un prólogo de su pluma, y lo hizo imprimir en su diócesis en 1774. Y de este hecho tan sencillo y tan laudable, vino à arrancar la ruina de la Condesa; porque los entusiastas elogios de parásitos y aduladores, que convierten en prodigio cualquiera simpleza de un Grande, adjudicaron unánimes á la Condesa el bonete de doctora en Teología, y quiso ella en su vanidad, mantener con aplauso la honra de esta borla. No llegaron las cosas à mayores mientras el cariño inteligente del Conde, pudo moderar la vanidad y corregir los errores de su esposa; mas una vez viuda esta, en 24 de Octubre de 1790, rodeóse al punto de cuantos la adulaban y aplaudian, y poco a poco convirtióse su tertulia, si no en bureau d'ésprits à la moda de Francia, en madriguera clandestina de lo más perdido y disoluto que existia por aquel tiempo, entre el llamado clero jansenista de España. ¿Reverdeció entonces en el corazón pervertido de la mujer ya madura, y al calor de la ponzoña volteriana, la antigua antipatia al estado religioso, que inspiró á la cándida niña aquella falsa vocación que la privò de madre, y aquel imprudente director que la aprobaba...? Es lo cierto, que la Condesa del Montijo se hizo entonces célebre por su ódio à los institutos religiosos, y por los epigramas burlescos contra los frailes, de que se la supone autora, y que corrieron en boca de todos los que se educaron en los cinco primeros lustros de este siglo. «Estos obscenos é impíos epígramas, dice D. Vicente Lafuente, eran recitados de sobremesa en los convites y francachelas, á que convidaba Godoy también á la autora, aunque se dice eran más bien de otro poeta afrancesado. En aquellos epigramas hace siempre el gasto un capuchino, algun confesor de monjas ó por lo menos alguna beata. Lo malo que se publica ahora, apenas alcanza el cinismo de aquello. »

Hubo al fin públicas denuncias del conventículo jansenista; tomó el Nuncio cartas en el asunto, y vióse obligada la Inquisición, tan abatida ya y aun corrompida, á entablar una sombra de proceso, que hizo huir á la Condesa del Montijo de

la corte. Retiróse á Logroño, donde siguió en correspondencia con el renegado Obispo de Blois, Gregoire, y otros clérigos revolucionarios franceses, muriendo al cabo en 1808, con la triste gloria de ser el primcro y último ejemplar de señora, encausada por materias de fe, entre las damas de la Grandeza española (1).

(Se continuará).

LUIS COLOMA, S. J.

(1) En la galería de cuadros del Excmo. Sr. Duque de Alba, existe un retrato, original de Goya, de la Condesa del Montijo, doña Francisca de Sales Portocarrero. Hállase representada ésta en actitud de bordar en un bastidor, y rodéanla sus cuatro hijas doña Ramona, doña María Tomasa, doña Maria Gabriela, y doña María Benita de los Dolores, que fueron respectivamente, Condesa de la Contamina, Duquesa de Mediñasidonia, Marquesa de Lazan, y Marquesa de Belgida. Estas señoras, educadas por su misma madre, en sus tiempos de virtud y recato, lamentaron mucho los extravíos de aquella, y fueron siempre modelos de señoras de su clase.

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