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su parte gracia y donación al Colegio de todos sus bienes gananciales, como así lo verificó con ciertas condiciones á favor de su madre Doña Úrsula, firmándose la escritura de donación de Doña Maria, ratificada por su madre el 30 de Abril de 1646, siendo testigos los pintores Juan Díaz de Aragón y Antonio de Caniego y el maestro organista Francisco Martinez.

A partir de este instante la actividad de Diego Valentin Díaz vá siempre en aumento, siempre progresando y no le abandona hasta el fin de sus días. Hace el pedimento necesario, presenta el memorial y condiciones, se recibe información de utilidad, oyéndose testigos y á 22 de Enero de 1647 se publica el auto, concediendo licencia para el otorgamiento de escritura. El patronazgo del Colegio é iglesia quedaba para él por los días de su vida y para Doña María de la Calzada, su mujer, y después de ellos, para la persona ò comunidad que dispusiera de su testamento, ó si hubiera quien quisiera el patronazgo, dando por lo menos la tercera parte de lo que él hubiera gastado, désele el referido patronazgo, decía, y aún reservósele el mejor entierro. Díaz es modesto, es humilde; pues si no fuera por su mujer, no tomaria otro entierro si no el de la entrada de, la puerta de la iglesia y prohibe que se le haga bulto, es decir, que se construya ninguna estatua sepulcral. Resuelve que se varie el titulo de San Luis, Rey de Francia, que antes tenía, pues le parece mejor para el colegio de doncellas que sea su protectora María Santisima, y como Maestra de Seminario Santa Teresa de Jesús; pero no se olvida de sus generosos y amados tíos y dispone que sus restos sean inmediatamente trasladados á una de las capillas, la cual habrá de quedar con la advocación de San Luis, por la especial devoción que ellos le tenían.

Por su parte dá toda su hacienda y la de su mujer, que importaría 8.000 ducados, de los que 2.000 pensaba invertir en acabar la iglesia y el ornato de ella, y entre las cláusulas que establece para la admisión de colegiales, preceptúa que siempre se ha de preferir haya en el Colegio una deuda suya,

y à falta de parientes ha de entrar una hija de pintor, escultor ó platero.

Seis años después, el 24 de Julio de 1653, ya estaba concluída de edificar la iglesia, adornada con todos los retablos, no habiendo limitado gasto ninguno para ello, y entonces varió las condiciones de la escritura, haciendo donación general á su fallecimiento de toda la obra hecha y de todos sus bienes, incluso los gananciales de su esposa, pagándose á ésta, á su madre y á sus dos hijas las cantidades que dejaba señaladas.

La idea de la perpetuidad del Colegio era la que más hondamente le preocupaba, y aleccionado por la experiencia vió sin duda algo expuesto el no dejar fijado claramente un punto tan importante. Resultado de sus meditaciones fué la nueva escritura que otorgó, y por ella, él y su mujer dejaban el patronazgo para después de su vida à los Obispos de esta ciudad, quienes ejercerian el gobierno y la protección del Colegio como tales patronos, sobre todo lo cual proveyó y aceptó el Obispo de Valladolid, que era á la sazón D. Fray Juan Merinero en 6 de Abril de 1658.

VI

Hora es ya de que consideremos á Diego Valentin Diaz en su concepto artistico. Coincidieron los albores de su juventud con la época de excepcional vida que se produjo en esta ciudad motivada por la última residencia de la corte. Hijo de pintor, con su padre aprendería la pintura y seguramente su vocación estaba ya fijada y manejaba la paleta y los pinceles cuando pintores extranjeros llegaban á Valladolid con la corte del tercer Felipe, patrocinados por su Ministro y favorito el gran Duque de Lerma, muy inte'igente y aficionado á las Bellas Artes, particulamente á la pintura. Ya estaba más formada en aquellos tiempos verdadera escuela en la escultura, iniciada por Alonso Berruguete, continuada por Juan

TOMO CXIVI

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de Jemi, por Gaspar de Tordesillas y por Esteban Jordán y representada genuinamente con caracteres de escuela propia de Castilla por Gregorio Hernández, quien eliminando las exageraciones del movimiento y de la forma, tuvo en más que las enseñanzas y los recuerdos de Miguel Angel, el estudio sincero del natural y los afectos profundamente sentidos y expresados.

No dejaba por eso la pintura de ostentar á fines del siglo XVI obras notables como la Anunciación, de José Martinez. ejecutada para la capilla de Fabio Neli, en la iglesia conventual de San Agustin, cuadro que por si solo bastaría á dar á un artista fama imperecedera; pero al comenzar el siguiente siglo vienen los florentinos Bartolomé y Vicente Carducho, que no sólo emplean su talento en los templos cristianos dejando como recuerdo un San Diego, sino en asuntos profanos para el palacio de los Reyes, y en decoraciones para el teatro de los mismos; Fray Arsenio Mascagio, florentino también, de quien en la iglesia de las Descalzas Reales se conserva el cuadro de Santa Clara, muy digno de estudio, Bartolomé de Cardenas, portugués, que pintó en el convento de San Pablo; y al lado de éstos y al lado de los pintores castellanos que con ellos se formaban viene en 1603, para completar este periodo esplendoroso, el príncipe de los pintores flamencos, Pedro Pablo Rubéns, quien no solo dejó en esta ciudad la magnifica colección de cuadros que como presente del Duque de Mantua traía para el de Lerma, si no que hizo admirar las obras de su brillante y prodigiosa paleta, pintando aquí el Demócrito y el Heráclito, así como también el retrato ecuestre de don Francisco de Rojas Sandoval, Duque de Lerma.

Dice un crítico moderno que la reputación de Valladolid se elevó en aquellos tiempos á la de una Atenas de las artes de España; pero estos momentos gloriosos fueron desgraciadamente breves. Cumplianse los deseos de Góngora y Quevedo, y no sólo dejaban á Valladolid el Rey y los poetas, sino que también los artistas y la nobleza, y los vecinos mismos, pues algunos años después se condolia el Ayuntamiento de

que hubiera en Madrid más hijos de esta ciudad que en su patria misma. El valisoletano Pereda marchó siendo muy niño con la Corte para formarse allí como uno de los buenos pintores, su paisano Gil de Mena fué también á Madrid para estudiar la pintura; todos seguían el mismo camino como una consecuencia lógica de los hechos que se debían sentir, pero no se pudieron evitar.

Diego Valentín Diaz continuó en Valladolid. Habíanse marchado los pintores, pero sus obras quedaban y en las iglesias y en los monasterios, en el palacio de los Reyes y en los palacios de los nobles tenía como una especie de Museo, donde constantemente podía aprender y depurar su gusto. Pocos años después de ausentarse la corté, le vemos encargarse con su padre de los cuadros de San Benito el viejo, y luego en el año 1621 pinta para la iglesia de San Benito el Real en la capilla llamada del Cristo de la Luz. una Sacra Familia que firmó de su mano y se conserva en lugar preferente en el Museo. Empezó á adquirir fama y nombre; los encargos se sucedían unos á otros; todos los monasterios le solicitaban, y en el de San Francisco, donde tenía particulares afectos y en cuya iglesia estaban sepultados sus padres y su segunda mujer, pintó para el claustro varios pasajes de la vida del seráfico padre. Habiendo remitido un cuadro á León, representando el Salvador, le escribía el Obispo de la diócesis en 1.o de Julio de 1644. «El cuadro ha salido como de mano de Vmd... todos los que le han visto han hallado mucho que alabar en él y con razón. Yo quedo obligado á que todo lo que se hiciese en está iglesia y obispado, de pintura de consideración, no la fué de otra mano que de la de Vmd. porque con eso quedase seguro de que será de toda satisfacción.»

De todas partes recibía plácemes y felicitaciones. Pl Padre Andrès Saló le dirigió otra carta desde el Colegio de San Ambrosio en Diciembre de 1647 para felicitarle las Pascuas, y le decía: «Sr. Diego Diaz Valentín. Porque vista la firma . de este billete y no conocida será, lo primero preguntará usted ¿de quién podrá? Es del Padre irlandés que tanto favor re

cibió uua vez en casa de Vmd. en compañía del pintor húngaro Juan Privisier que movido de la fama de Vmd. como del principal maestro de su noble facultad en estas partes, me pidió le llevase á besar á Vmd. las manos y después ha quedado como yo también muy aficionado siervo de Vmd. y en gran manera pagado del primor de su mano y de su gran caudal en todo, parte de que los extranjeros, pecando de curiosos, nos dejamos mucho llevar.»>

Seria fatigoso entresacar de su correspondencia todas las noticias de encargos, recibos de obras y manifestaciones de consideración artística. Algunas se refieren á retratos como las de D. Diego Daza Maldonado en 1639 y del conde de Grajal, desde Salamanca, en 1657.

Que compartió con Gregorio Hernández la gloria por la encarnación de sus estatuas, es indudable. Ambos nombres deben ir unidos no solo por la participación comun que tuvieran en algunas obras, sino por analogías en la manera de ver y de sentir el arte.

Veamos cuál es el juicio imparcial que puede hacerse de Diego Valentín Diaz al cabo de dos siglos y lejos del ambiente que le rodeaba. Diego Valentín Díaz dibuja perfectamente y no entra sin embargo en la categoría de dibujante, pinta algunos trozos de hermoso color y no puede llamársele colorista; pero siemore se ve en él al pensador profundo, dominado por el sentimiento religioso. No perdona detalle alguno que pueda ayudar á la expresión del concepto, y es á veces nimio y candoroso. Su cabeza de la Virgen en la Sacra Familia es un dechado de cristiana pureza, y sin desdeñar la parte plástica atiende más à la composición y al pensamiento.

Cuando proyectó los adornos para la iglesia de su Colegio, no ejecutó para el altar mayor el retablo de talla como es costumbre, y al pintarle él en un lienzo, por su mano, dos ideas debieron dominarle; una, consagrar su talento en honor de la Virgen y en obsequio de sus queridas colegialas; y otra, la de dar una valiente prueba de sus conocimientos en composición, en perspectiva y en dibujo arquitectónico.

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