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sobra su ética. ¿Cómo no ha de sucumbir á los golpes de los deterministas una moral que empieza por declarar que el postulado de la libertad real no es necesario para legitimar la existencia de la moralidad? Siquiera para Kant los términos de libertad y moralidad eran idénticos, inseparable el concepto de la voluntad libre del de la razón práctica. El imperativo categórico recayendo sobre una libertad aparente y fenomenal, es una de las más grandes aberraciones metafisicas que ha producido este tiempo tan fértil en raras invenciones. A una voluntad aparente se le imponen deberes absolutos: no será gran maravilla que se abstenga de su cumplimiento.

Huyendo de estas dificultades, un ingenioso y agudisimo. pensador moderno, Alfredo Foillée, ha querido fundar una nueva doctrina moral dependiente de su doctrina metafisica de las ideas-fuerzas, concepción original y profunda que puede calificarse de monismo idealista ó de evolucionismo metafisico. Pero en este sistema el fundamento del bien moral queda todavía mas vacilante é indefenso que en la analítica kantiana, puesto que no se presenta como realidad absoluta é imperativa, sino como un ideal relativo y continuamente rectificable, como un perpètuo llegar á ser, que puede ser no más que una ilusión de la conciencia subjetiva. Y en vano se habla de una conciencia universal que envuelve todas las particulares conciencias de los indivíduos, de una sociedad universal de las conciencias, porque esta misma conciencia colectiva é ideal no tiene mas que un valor inmanente y derivado de la experiencia. Y es claro que de lo inmanente y de lo empírico puede brotar, á lo sumo, una moral restrictiva y de limitación, fundada en el principio de la relatividad y limitación de nuestro conocer, pero nunca una moral persuasiva, para la cual siempre se requiere más sólido fundamento que el de una concepción meramente hipotética, no sobre lo que es, sino lo que deberá ser el mundo. La tentativa para combinar y reducir á un solo sistema el realismo y el idealismo, y resolver de este modo la angustiosa crisis presente, es, sin duda, nobilísimo empeño y demuestra en los que lo intentan verdadera capa

cidad y potencia filosófica, pero tal empresa será estèril si, por huir del antiguo dogmatismo metafisico, se vá á parar á un idealismo sin consistencia, que ni puede servir de fundamento á una plena y adecuada interpretación de lo real, ni mucho menos restablecer el imperio del bien y de la justicia en la perturbada conciencia de la presente generación. Si el fondo del ser y del bien es cosa meramente hipotética; si el contenido de la moral se reduce quizá á la infinita série de las evoluciones fenomenales, poco medra la causa de la moral con este nuevo dilettantismo pseudo-idealista, con este romanticismo ético, tan lleno de buenos deseos como impotente para realizarlos; y no es de extrañar que los espíritus positivos y no muy avezados à las ingeniosas sutilezas de la pura especulación prefieran por más clara, lógica y consecuente la moral de Hebert Spencer, que à su modo tampoco niega lo incognoscible, y deja à salvo todo el fondo hipotético é ideal, que cada uno puede fantasear á su arbitrio.

Más bien que seguir á nuestro nuevo compañero en su hábil disección y refutación de la moral positivista, he preferido llamar vuestra atención sobre este nuevo aspecto del problema. Lentamente sin duda, pero de un modo perceptible aun á los ojos más distraídos, se está iniciando en toda Europa la reacción metafísica. Hasta el mismo positivismo se ha ido transformando en este sentido, y quien compare los libros que más boga alcanzan hoy, sin excluir los mismos de Spencer, con la Lógica de Stuart Mill, ó con el Curso de Augusto Compte, ó con los escritos de Littré, advertirá desde luego una diferencia profundísima, y descubrirá, no sin sorpresa, en la trama de las modernas filosofias empíricas, elementos de origen indisputablemente metafísico, reliquias de concepciones hegelianas, aspiraciones más o menos frustradas á una nueva Filosofia de la Naturaleza (á pesar del descrédito en que había llegado á caer el nombre) una tendencia sintética. en casi todos, y ¿quién lo diría? hasta reminiscencias leibnizianas. Favorecido por este movimiento de los espiritus, tanto más sincero cuanto más espontáneo y menos previsto y cal

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culado, ha levantado la cabeza el idealismo realista, no como fórmula final de concordia, ni menos como escuela cerrada, sino como tendencia general, que sólo puede ser fecunda á condición de desarrollarse en toda la variedad y plenitud de su aspiración, sin sujetarse á canon ni á disciplina escolástica, que vendrían á reducirla al mismo estado de tronco seco à que llegó la filosofía crítica en manos de los impotentes continuadores de la obra de Kant.

No se me oculta, sin embargo, que el más grave peligro de la novísima tendencia no es por ahora el de petrificarse en una fórmula árida que mecánicamente sea repetida por los discipulos. Los tiempos no son muy propicios á ninguna clase de magisterio ni de imposición dogmática, y generalmente cuantos hoy filosofan se preocupan más del método que del término, y el qué y el por qué suelen interesarles menos que el cómo. El peligro está precisamente ahí: en que, por recelo contra los abusos del dogmatismo, se huya de toda determinación dogmática, aun en las cosas que más importan á las leyes del pensamiento y á las leyes de la vida. La Metafisica, ó es ciencia trascendental, ó no es nada: Metafisica experimental es un contrasentido, y quien por el nuevo procedimiento regresivo aspire á construir la ciencia primera, caerá de lleno en aquel sofisma, que lo era á los ojos del mismo Augusto Comte, de explicar lo superior por lo inferior.

Si el procedimiento regresivo no basta, menos bastará una nueva hipótesis idealista, que por mucho que se disfrace con el manto de la ciència positiva como el monismo evolutivo de las ideas-fuerzas, siempre vendrá á caer dentro ñe uno de los términos de este inexorable dilema: ò es una concepción trascendental, en cuyo caso se reduce á una nueva y vergonzante restauración del proceso hegeliano, ó es un puro heraclitismo, una filosofía de lo inmanente, ò más bien la afirmación neta y simple del flujo irrestañable de las cosas sin fuente y sin orillas. Sin el yo uno, idéntico, inmortal y libre, sin el Bien infinito y absoluto, no hay Metafisica ni Moral posible. Cambiar el orden del procedimiento y poner como ideal rea

lizable en cada momento é imperfectísimo en todos, lo que, si es algo, ha de ser fundamento y causa de toda realidad actual y posible, es crear con el nombre de ideal una pura quimera que en cada posición y momento de la conciencia se devorará á sí misma. La Ética no puede ser el ideal de hoy ó el de mañana, el de este momento ó el del otro, negándose y contradiciéndose eternamente como nacida de un monstruoso contubernio entre el determinismo y a actividad mental. El problema ético no tiene más que dos soluciones: ó el determinismo, ò la libertad. Hay que escoger francamente entre uno y otro, porque no es solución el decir que la idea es ya acción comenzada, y en tal sentido fuerza eficaz y productora aun dentro de las condiciones del determinismo. La idea es una abstracción de la cual el método experimental no sabe nada, y si admitimos la actividad inicial de la idea, que apenas se concibe sino radicando en sujeto consciente y libre, entramos de lleno en el campo de la psicología tradicional.

Y á él habrá que volver, aunque no en un día, ni por el camino real de cualquier dogmatismo, ni con la aparente rigidez lógica que á algunos tanto enamora, sino por largos rodeos y tras de muchas experiencias y desengaños, y seguramente también con algunos positivos hallazgos en la jornada, porque nada ennoblece más el espíritu humano y nada es para él tan positiva riqueza como aquella parte de la verdad, pequeña ó grande, que por su propio esfuerzo ha conquistado. Tandem bona causa triunphat, y el espiritualismo ha de triunfar ciertamente; pero en qué forma, sólo podrán decirlo los venideros.

MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO.

LAS TRES GRACIAS.

Toda la filosofía del siglo XVIII y toda la política radical del siglo XIX han sido encaminadas y dirigidas á la proclamacion de tres principios, de tres ideas, de las tres gracias de la mitologia contemporánea; la libertad absoluta, la igualdad social y la fraternidad humana.

Tres preocupaciones, tres sueños, tres quimeras.

Tres quimeras digo porque jamás se traducirán para confundirse en un hecho la acción y el pensamiento; porque jamás verán su obra realizada en el mundo la voluntad ni el deseo; porque jamás poseerá el hombre en esta vida todo lo que quiere tener y disfrutar.

Las fórmulas estremas están fuera de la gobernación de los estados; y los últimos términos de la especulacion científica muy lejos aún; y la verdad entera en el otro mundo.

Para que nada pueda ser objeto de una afirmación general, para que todo sea complejo y no rijan las mismas leyes en las diferentes manifestaciones de la accion y del pensamiento humanos aun aquélla imposibilidad de confundir en los hechos de la politica la voluntad y la acción, y de poder hacer todo el bien que se desea, se quiere y se imagina, aun esa quimera social no lo es en las esferas del arte que en todos los tiempos ha conseguido mostrar en las obras maestras la perfección suprema para los sentidos y para la inteligencia del hombre.

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