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Frase alusiva al hijo que esperaba la Duquesa, y que esta tuvo siempre como verdadera profecía de su santo pariente, pues la vió á poco cumplirse en todas sus partes.

No necesitó el P. Pignatelli de diplomáticos rodeos para captarse el afecto y confianza de su sobrina, porque desde el primer momento establecióse entre ellos esa corriente de verdadera simpatía que une siempre à las almas santas, cuyo único objetivo es Cristo. El tio Pignatelli, maestro versadísimo en la dirección de las almas, hombre de contemplación altísima y de exquisita prudencia iluminada por todas las luces y dones de la gracia, reconoció al punto en su sobrina una alma privilegiada que había conservado Dios pura y sin mancilla en medio de los lodazales del mundo, y héchole dar grandes pasos en el camino de la perfección, sin otro guía ni otro apoyo que la moción interna del Espíritu Santo: parecióle desde luego un hermoso trozo de inmaculado alabastro, que le ponía Dios delante para que modelase en él el magnífico busto de una santa. Ella, por su parte, abrióle de par en par su corazón, hasta el último repliegue, sin exagerar nada bueno, sin paliar nada malo, poniéndole à la vista con sencillez humildísima, sus virtudes y sus defectos, sus simpatias y sus repugnancias, lo que esperaba y lo que temía, lo que había hecho en los veintiseis años que llevaba de vida y lo que deseaba hacer en la soledad y en el retiro en que se proponía pasar los restantes que Dios le concediera de existencia.

Conoció claramente el experimentado maestro que esta soledad y este retiro eran la inclinación y gusto natural de la Duquesa, y apresuróse á desecharle el plan terminantemente, sentando por principio de toda virtud el vencimiento propio, y por fundamento de la perfección cristiana, el mismo que ya le había asentado en París aquel desconocido Alberto Magno que dirigió sus primeros revuelos; el perfecto cumplimiento de los deberes de su estado. Ella era esposa, iba á ser madre, era Grande de España, y si quería ser santa, preciso era que lo fuese siendo perfecta esposa, perfecta madre y perfecta Grande de España, y no era ciertamente en la soledad ni en

el retiro donde podría cumplir con santa y escrupulosa perfección los deberes de cada uno de estos estados. Porque lo que es bueno y santo y heróico en la mujer libre é independiente, suele ser defectuoso y aun punible en la casada que no es dueña de sí misma, y como esposa se debía ella á su marido, como madre á su hijo y como Grande de España debíase á Dios, que la habia colocado en aquella altura, para que brillase en lo alto á la vista de todo el mundo, y esparciése por todas partes los santos y benéficos resplandores del buen ejemplo. LUIS COLOMA, S. J.

(Se continuará.)

CRÓNICA POLÍTICA INTERIOR

Gijón 14 de Agosto de 1894.

Suceso inaudito ocurrido en Madrid por la tolerancia con el juego.
Proyectos de viaje del Sr. Sagasta.

Elecciones provinciales: su probable resultado.

Decreto sobre la estadística del trabajo.

Notas tristes.

Bien pronto el Gobierno ha podido observar la trascendencia que tienen ciertas ideas vertidas con poco tacto, y que de generalizarse producirían funestísimas consecuencias.

Recordarán nuestros lectores que en una de las Crónicas anteriores, nos hemos ocupado extensamente de los debates que tuvieron lugar en nuestras Cámaras legislativas sobre la candente cuestión del juego, y entonces censuramos fuertemente la actitud que adoptó el Sr. Sagasta, quien en vez de combatir ese cáncer social que tantos perjuicios origina à la familia, se mostró en extremo tolerante, y casi podemos decir que se declaró defensor de los tahures y vagos que frecuentan esos centros de perdición.

Un suceso extraño, y escandaloso en extremo, ocurrido en la noche del 3, en plena Puerta del Sol, ha venido à poner sobre el tapete esta enojosa cuestión, que tanto se debatió en nuestro Parlamento.

Unos cuantos jugadores, se hallaban entre una y dos de la mañana en una casa de juego que existe en la calle de Tetuán, que tiene por título «Billares Orientales»; de improviso se presentaron dos sujetos: uno de ellos dando muestras ostensibles de embriaguez, se puso á jugar, perdiendo lo que puso en la banca. Se desconocen los motivos que produjeron la con

tienda entre los tahures que se encontraban en esa casa; pero es lo cierto que uno de ellos echándolas de matón, con tono imperativo, se adelantó sobre la mesa y arrojó sobre ella un pañuelo, diciendo «echen ahi todo el dinero. Nadie le entendió en el primer momento, y el citado jugador, que se llama Castillo, que es por cierto hijo de una persona muy distinguida de Granada, repitió sus anteriores palabras, las cuales fueron oídas por el dueño de la casa en aquel momento. «Creo será una broma» dijo el último, acercándose á Castillo.-«Eso es esto»-contestò Castillo, sacando un revolver al tiempo que su compañero pistola en mano, gritaba: ¡Al que se mueva le salto la tapa de los sesos! Nadie le replicó, y mientras los jugadores desfilaban silenciosamente, Castillo y su amigo se apoderaron de la banca, lanzándose precipitadamente á la calle. Vueltos de su estupor, banqueros y dueños, corrieron también en persecución de aquéllos, gritando: ¡A esos, ladrones!-Uno de los fugitivos se volvió y disparó un tiro, sin herir á nadie, pero al llegar á la calle de Preciados, y querer penetrar en la Puerta del Sol, les cerró el paso el guardia municipal Mariano Torres que había acudido al oir la detonación. Castillo hizo entonces fuego sobre él, y el infeliz Torres cayó al suelo con una herida gravisima, que le habia penetrado hasta el vientre. Al ver esto, cada uno de los que se encontraban en la casa de juego, tiró por distinto lado, y mientras Castillo corría hacia la calle Mayor, su compañero trató de escapar, internándose en la calle del Carmen. En la esquina de ésta dióle el alto el guardia de seguridad Leoncio Esteban, y en vez de detenerse el fugitivo, que se llama José Domínguez Magro, apuntô con una enorme pistola, gritando ¡paso! y entonces el arrojado guardia echó mano al revolver; el Dominguez Magro no le dió tiempo á que le sacara de la funda, disparando sobre el otro tiro, y derribándole al suelo.

El valiente agente de la autoridad recibió el proyectil en el vientre. Otro guardia de seguridad y un municipal siguieron en pos del fugitivo, y uno de ellos le hizo con el revolver tres disparos sin lograr herirle. También iban corriendo tras

de él, por la calle del Carmen, un Delegado de Vigilancia y dos guardias más.

Mientras ocurría lo que anteriormente hemos referido, Castillo el Largo, perseguido por multitud de personas, entraba en la calle Mayor.

De cerca le seguía el guardia civil del catorce tercio Rafael García Arias.

Frente al palacio de Oñate, y cuando ya le iba dando alcance, Castillo se volvió hacia los que le perseguían y disparó otro tiro, sin alcanzar á nadie; pero cuando comprendió que el guardia civil le iba á coger, y como á una distancia de dos metros, le descerrojó otro tiro, cuyo proyectil hirióle, aunque por fortuna levemente, en la pierna izquierda.

Entonces el guardia civil García Arias arrojóse sobre el criminal, y sin hacer alto en el revolver que éste empuñaba, le dió un sablazo en el cuello.

Al advertir que el Largo se disponía á disparar de nuevo con el revolver, el denodado guardía le, descargó un sablazo en la muñeca, obligándole á soltar el revolver.

Al mismo tiempo el sereno de la calle Mayor, llamado Victoriano, acudía en defensa del guardia y con el chuzo infiriò à Castillo el Largo una herida penetrante en el vientre, que luego calificaron de grave los facultativos de la Casa de Socorro.

Cuando se encontraba en el suelo, la gente que había acudido pisoteó al Castillo, gritando:

-¡Lincharlo! ¡lincharlo!

El griterio de la multitud, que airada pedía la muerte del miserable, era ensordecedor.

Los que antes perseguian al criminal tuvieron entonces. que defenderle para que no fuera victima de la indignación popular.

La Puerta del Sol, que al sonar los primeros disparos había quedado desierta casi por completo, vióse bien pronto ocupada por gran número de personas que corrian ansiosas de tomar venganza.

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