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pugná bale á fuer de aragonés esta política de los golillas, que fomentaba la impopular tendencia del Rey à confiar altos puestos á extranjeros advenedizos. Pocos meses antes habia mandado recoger el mismo Cárlos III la llave de gentil-hombre al príncipe de Salm-Salm, por no querer este llevarla en París, y con motivo de un fuerte altercado (desafio dijeron otros) habido entre Salm-Salm y el Conde de Fuentes, D. Luis Pignatelli, por ciertas palabras de aquel injuriosas para España, escribe Villahermosa en su diario: «Despaché mi correo y escribí al Duque de Arcos (que me contaba ligeramente el caso de mi cuñado Luis y de Salm) que este suceso y el decreto de Priego daban á entender que era preciso abrir los ojos sobre los servicios de los extranjeros, y que de esportillero arriba no permitiría yo que ninguno se estableciese en España. Quisiera que este aborrecimiento que tengo á los extranjeros en España (pues fuera de ella hago mucho caso de los de mérito, que nunca son los que se expatrian) pasase á mi posteridad..

Recrudeciéronse estos sentimientos del Duque con la venida de Crillon, y tocóle el turno á la Duquesa de aplacarle y abogar por las fiestas y complacencias diplomáticas, à fin de no despertar la suspicacia de Floridablanca con algún desaire hecho á Crillon, buen general por su parte, à quien venía de casta el valor y la pericia en cosas de guerra, como descendiente que era de aquel bravo Crillon á que escribió Enrique IV. ¡Ahórcate, Crillon! Que hemos vencido en Arques, y tú no estabas allí.»

Cumplióse mientras tanto el plazo señalado por el doctor Petit para la curación de Victorio Amadeo, y aunque el niño mejoraba visiblemente y robustecíase en gran manera, todavía pareció débil á su impaciente padre, y resolvió pedir tres meses de licencia á Carlos III, para llevarle á España y dejar. le allí con su madre, si aquel clima le sentaba mejor que el de Italia. Vino concedida la licencia á fines de Julio de 1781, y fijóse la partida para el otoño, retirándose mientras tanto la familia á la viña Reviglasco, distante tres millas de Turin.

Llegó á ella el P. Pignatelli el 7 de Agosto con intento de pasar con sus sobrinos el verano como había pasado ya los dos antecedentes; mas una desgracia imprevista trastornó estos sencillos planes, sumiendo á los Duques en el mayor desconsuelo. El 9 de Agosto atacó á la niña Maria una fuerte calentura, y temiendo el médico se declarasen las viruelas, determinaron separarla de su hermanito. Lleváronla á Turin la Duquesa y el P. Pignatelli, y quedóse el Duque en Reviglasco al cuidado de Victorio. Al amanecer del otro dia, murió la niña en brazos de su santo padrino el P. Pignatelli, y el Duque incrèdulo y orgulloso, que un año antes hubiera desafiado à Dios mismo, al solo pensamiento de perder uno de sus hijos, bajaba humildemente la cabeza, y escribía sumiso y resignado en su diario esta hermosa frase: «¡Gracias sean dadas al Todopoderoso, que me ha dado conformidad para llevar este golpe! Poco despues de las siete de la mañana recibi la fatal noticia. La Duquesa vino à las doce y media con sospechas de nuevo embarazo. ¿Querrá Dios que le ofrezca otro sacrificio?»

Aquella desgracia precipitó la marcha de los Duques, y salieron de Turin el 9 de Septiembre de 1781. El P. PignateIli les acompañó hasta Lannebourg, al pié mismo del MontCenis, y allí se separaron. Los Duques prosiguieron tristemente su viaje, sintiendo no poder llevar consigo á España al santo desterrado. Este volvióse de allí á Bolonia, sabiendo muy bien que la tierra entera es e' destierro, y que la pátria solo está en el cielo.

(Se continuará.)

LUIS COLOMA, S. J.

VOTO Y RENUNCIA DEL REY D. FELIPE V ɑ

(Continuación.)

VI

(1)

Refiere el P. Fr. Nicolás de Jesús Belando, en la cuarta parte de su ya citada Historia civil de España, al tratar de la renuncia de Felipe V á la Corona, un episodio que ha motivado gran controversia entre los parciales y los adversarios de la Compañía de Jesús, ó más bien, entre jansenitas y jesuítas. Copiaré, ante todo, las frases de la Historia civil (2), base de la polémica: «De suerte-escribe con incorrecto y prosaico estilo Belando que el católico Monarca Don Felipe V, inspirado de superiores luces, vivía con grandisimos deseos de dejar la Corona á su hijo el Príncipe de Asturias, y estaba en el ánimo de retirarse al silencio de la soledad en el Real Sitio de San Ildefonso. Esta cristiana resolución, S. M. solamente la comunicó á su Confesor, según ya hacía mucho tiempo que lo tenía premeditado. Y sucediendo á tiempo de que el Duque de Orleans todavia estaba receloso de la estimación del Principe de Asturias á su hija y esperaba que el Rey renunciara la Corona, estrechó sobre ello al Confesor, y éste le escribió lo que pasaba. Con esta carta del Confesor, el Duque Regente se vió bastante embarazado; y creyendo hallar salida á su zo

(1) Véanse los números 584 y 585 de esta REVISTA.

Parte cuarta, pág. 306.

zobra, escribiendo y remitiéndola original al Rey católico, lo hizo persuadido de que, por aquella confianza que hacía del Confesor S. M., tendría á bien las instancias que al mismo tiempo le hacía en punto de no dejar la Corona hasta que el hijo quedara más afecto al matrimonio. >>

Muchas veces, prosigue Belando, los hombres no previenen las futuras contingencias, y así se ven repentinamente sorprendidos de un inopinado accidente, como le sucedió al Confesor; porque el Rey Don Felipe, viendo por su carta que estaba descubierto lo que le había confiado, luego le hizo llamar. Cuando estuvo en su presencia, le mostró la carta escrita de su mano, y con majestuosa indignación le dijo:—«¿No »estáis contento de haber vendido lo que ha pasado por vues>tra mano, sino que venís á vender á Dios por venderme à mi? >Retiraos y no volvais más á mi presencia.»---Concluídas estas severas palabras, el Rey volvió la espalda, y el P. Daubentón cayó en tierra sin sentido, y así lo retiraron y llevaron al Noviciado de los Padres jesuitas de Madrid, en donde tenía su principal habitación, y allí murió de este accidente» (1).

Al referir el suceso en Le siécle de Louis XIV, Voltaire cuidó de advertir que la historia del P. Belando fué impresa con licencia del Rey de España, que admitiera la dedicatoria de los dos primeros volúmenes (2), y procuró con su malicia habitual, sacar partido del hecho contra el Sacramento de la Penitencia. La Harpe, escribiendo en 1777, en la prensa periódica, acerca de las Memorias de Noailles, volvió á contar el hecho casi en los mismos términos de que Voltaire se sirviera. Esta vez la narración de Belando tuvo contradictor, ues el abate Grenier rechazó la imputación dirigida al Con fesor jesuita de Felipe V en una carta que se publicó en e tomo IV de l' Année literaire, calificándola de una de tantas mentiras históricas como la malignidad se esfuerza en reproducir. Aduce, en prueba, otra carta circular del P. Fran cisco

(1) En 7 de Agosto de 1723.

(2) Pero no la del III, publicado con intérvalo de diez años, si bien está delicado à Doña Isabel de Farnesio,

Granados (á quien hemos visto figurar en la Junta de teólogos consultados por Felipe V acerca de la validez de su Voto), el que, al ocurrir el fallecimiento de Daubenton, era Rector del Noviciado de Madrid. En esta carta, dirigida á los Superiores de la provincia de Toledo, de la Compañía de Jesús, el P. Granados ensalza las virtudes del Confesor y refiere las circunstancias edificantes de su muerte. Mr. Baudrillart, al ocuparse en el volumen II (1) de su obra en este interesante episodio, expone, con su habitual rectitud, que la circular del P. Granados, aunque escrita inmediatamente después de la muerte de Daubenton, y casi á la vista del Rey de España, pudiera en algún modo ser juzgada parcial, si otros varios documentos que proceden de personas más desligadas de la Compañía no vinieran á confirmar aus aseveraciones.

Sucede, à mi juicio, en esta controversia lo que suele acontecer siempre que media la pasión de partido: que ni unos ni otros interlocutores se contienen dentro de los límites de la discreción. Trátase, en efecto, de partidos filosóficos; y si no cabe duda en que el P. Belando, quien en verdad no estaba dotado de inteligencia superior, procedió en el citado capitulo de su Historia civil como religioso adverso á los jesuitas y como regalista acérrimo: ya que no exista motivo fundado para calificarle de jansenista, tampoco es dable desconocer que los apologistas de la Bula Unigenitus, acudiendo al reparo con su acostumbrado ardor, pintan al Confesor de Felipe V, à quien se atribuye la redacción de aquel célebre documento, como si fuese un varón adornado de todas las virtudes e incapaz de exceso ó de extravio. Diré, ante todo, como la más extricta justicia pide, que el cargo gravísimo de haber revelado el secreto confesional que al Padre Daubenton se dirige, no resulta en manera alguna probado, y añadiré que los hechos que se aducen hoy en contra de su exactitud, tienen fuerza mucho mayor que la carta-circular del P. Granados, que en 1777 se opuso á la versión de Voltaire y de La Harpe.

(1) Vol. 1, pág. 517.

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