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PRIMERA PARTE.

DE LOS SUCESOS DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO A FINES DE 1852.

Para hacerse cargo de estos sucesos, y formarse una idea exacta de lo que ocurrió en la Granja ó sea sitio de San Ildefonso en setiembre de 1832, es menester no perder de vista el estado moral y político de la nacion, y la marcha que siguió su gobierno desde 1 de octubre de 1825, hasta el momento de la grave enfermedad del rey. De este modo reconoceremos fácilmente las verdaderas causas de la mudanza del ministerio de aquel tiempo, de las disposiciones tomadas por el que le sucedió, y de la situacion actual de la España.

El estado moral y político de la nacion era cual se debia esperar de la mala direccion que se la habia dado en todos tiempos, sin otras ideas de felicidad ni de verdadera riqueza mas que las inspiradas por un ciego fanatismo, y por la arbitrariedad mas absoluta. Habia perdido las Américas y lloraba este quebranto sin saber como reponerlo. Sumida en la ignorancia mas profunda, culpaba á sus gobernantes de faltas irremediables, y sin poder atinar con lo que pudiera convenirla, obedecia ciegamente las sugestiones de personas interesadas que la precipitaban á su ruina. Por último los mismos que quisieran salvarla se vieron en la dura necesidad de ceder al influjo de un egoismo refinado, y ejecutar las órdenes imperiosas del interés privado que, cubierto de un velo misterioso, fulminaba castigos y amenazas contra el que le desobedeciera ó faltase á sus mandatos.

No nos engañemos ni busquemos las causas del mal donde jamas han existido. No hay que culpar á los reyes y ministros, ni tampoco á las leyes, porque aquellos no han sido mas que meros instrumentos de la faccion dominante y desorganizadora, y estas no pueden tener fuerza cuando se invierten las ideas de lo util y de lo bueno, y se apetece lo que mas perjudica. La faccion, consultando solo su interés bien ó mal entendido, ha procurado desterrar las luces, cimentar la ignoran

que

cia y la credulidad, y persuadir despues que la sombra es realidad, que la miseria es riqueza, que no hay mas ley que su voluntad, y que el la resista sufrirá la severa pena de su indignacion. De este modo ha logrado corromper el cuerpo político, destruir los buenos usos y costumbres, debilitar la autoridad civil, y hacer dependiente de sus caprichos á un pueblo ignorante que habia desmoralizado antes por sistema.

No contenta esta faccion con establecer su imperio dentro del imperio, se alzó con el mando absoluto, y ha tenido por siglos subordinados á los monarcas en términos que no se ha hecho mas que lo que ha querido. Los reyes católicos la obe

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decieron Carlos V murió en un convento: Felipe II perdió mucha parte de los Estados que le dejó su padre por complacerla; y, viniendo á nuestros tiempos, Carlos III mismo, á pesar de su firmeza y justificacion, no pudo resistir á sus insinuaciones. Un zeloso servidor de Carlos IV le presentó, en Valencia, cuando volvia del viage que hizo á Barcelona, un plan de reforma y mejoras para salir de los apuros de su tiempo, y aunque este monarca se convenció de su utilidad y conveniencia, y no tuvo el menor reparo que oponer, temió el resentimiento de la faccion, y dejó correr las cosas como estaban. Por último, es bien notorio que Fernando VII fué siempre muy zeloso

de su autoridad y que, no obstante su aversion á cuanto la contrariaba, y los desengaños que tuvo, como se verá mas adelante, fué, hasta su muerte, un mero ejecutor de sus maquinaciones.

Enemiga de cuanto no pertenece á su clase, y sin otro norte ó guia en sus operaciones que el tema de ¡Viva yo, y perezca todo el mundo! multiplicó las hogueras y cadalsos, abrió teatros de sangre que estremecerian á los pueblos mas salvages, y, no satisfecha con los sacrificios humanos que multiplicaba, hizo que los reyes, con todo el cortejo de sus palacios, y los nobles y personas distinguidas asistieran á estas crueles y feroces expiaciones como á festines de placer, donde no se trata mas que de esparcir el ánimo y obsequiarse mutuamente. Ha perseguido sin descanso á todos los hombres de luces, á todos los varones piadosos y discretos, y á todos los que de un modo ú otro pretendian disminuir los males de su patria sin menoscabo alguno de la autoridad civil y eclesiástica; porque el objeto de la faccion ha sido siempre cerrar las puertas á todo lo que no saliera de su seno por mas inocente que fuese, para conservar su influencia y poderío. Ella es la causa de la guerra civil actual, y de todas las calamidades que experimenta la Península, y mientras no pierda su influjo y ascendiente en los ánimos de un pueblo atrasado, mientras no se la reduzca á sus verdade

ros límites, y no obedezca á la ley general, no hay que esperar remedio á nuestros males, ni que se establezca en España un gobierno regular, libre de las convulsiones y temores que lo agitan á cada

momento.

He dicho y repito que ni los reyes, ni los ministros, ni las leyes mismas son culpables de lo que ha pasado y está pasando, pues no han hecho mas que seguir el impulso de la faccion dominante. Dado el movimiento por un agente superior á la ley, los ejecutores de ella no pueden separarse de la órbita que se les describe, y cuando lo intentan, son víctimas irremediables de la saña v furor de la causa motriz. Aun hay mas, los vicios y defectos privados de estos ejecutores son una consecuencia necesaria de la infeccion del cuerpo político, y es muy raro que en sociedades organizadas de este modo, se encuentre un hombre cuya probidad afronte los vicios y desarreglos de su tiempo, porque, no pudiendo hacerse nada en beneficio de la causa comun, ni debiéndose esperar la mas leve muestra de gratitud ó reconocimiento á las virtudes privadas, no se ve tampoco qué estímulo pueda mover á nadie para no proceder del mismo modo que los demas, ó ser una excepcion de la regla.

Todo el mundo sabe los prodigios de valor y patriotismo que hizo la nacion española, cuando vió

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