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Ni el vencedor de Bailen escapó de ser sospechado, no siendo el general Castaños de aquellos que se captan los afectos de la plebe, por lo mismo que se granjeaba por sus modales cultos la buena voluntad de los de elevada esfera.

Entró por fin aquel fatal Noviembre y con él un golpe de enormes desventuras. Súpose que en Lerin habia caido prisionero el batallon de tiradores de Cádiz, cuerpo compuesto en gran parte de presidiarios y otra mala gente, pero consoló el saber que habian hecho una defensa gloriosísima, acto no comun en los de su clase, cuya valentía feroz en pendencias y acciones criminales, flaquea con frecuencia hasta desaparecer en las graves funciones de la guerra.

No hubo gloria, y sí una fatal derrota en la batalla que intentaron en Gamonal, cerca de Búrgos, las tropas procedentes de Extremadura, bisoñas, no bien arregladas, y cuyo mando tenia un jóven de alta clase, buen caballero y patricio, pero capitan inexperto.

En breve hubo noticia de mayor desdicha, cual fué la rota en Reinosa y Espinosa del ejército llamado de la izquierda, que contenia muy buenas tropas. Fuerzas francesas veteranas acababan de entrar en España procedentes de Alemania; con ellas venia el gran Napoleon acompañado de sus mejores generales, y á tal poder no podia resistir el de la pobre España, escasa en soldados y en quienes gobernasen con acierto los pocos, y de ellos muchos no buenos, con que contaban.

XXV.

En esto corrió una noticia consoladora, porque se asegu raba haber tenido los nuestros una ventaja notable en Ca

TOMO II.

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parroso, lugar de Navarra que tiene un puente, el cual se suponia ganado gloriosamente por los españoles. Vino, con todo la Gaceta de oficio á aguar el gozo, publicando un parte de tal singularidad, que le conservo casi integro en la memoria, particularmente el último período, que era cual pongo en seguida al pié de la letra:

<<Participo á Vd. que hemos tomado á Caparroso á las once de esta mañana, habiéndole evacuado los enemigos á las ocho. »Voy corriendo á activar todo aquello, y á que sigan adelante las conquistas. » Firmaba este escrito D. Francisco Palafox, hermano del célebre D. José, defensor de Zaragoza y hombre muy apreciable, pero corto en luces y saber, y si bien digno de estima, impropio para el mando.

Algo animó saberse que parte del ejército inglés vencedor de Junot, en Portugal, venia adelantándose por una y otra Castilla.

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La division que habia entrado por la Nueva se acercaba á Madrid, donde se creyó que entrase. No lo hizo y solo se acercó, pasando por el Real Sitio de San Lorenzo, ó dígase el Escorial, al cual llegó ya más de mediado Noviembre. Acuyo á verla, pero tuve pocos compañeros; no olvidaré los pensamientos que en mí despertó ver aquellos extranjeros en aquel lugar.

dí allí

Los herejes ingleses aparecian armados en el monumento de Felipe II, y aparecian allí, no como enemigos, sino como aliados, y aun como acudiendo á defender la fé que no profesaban, siendo emblema ó divisa de la causa de la nacion aliada con la protestante Inglaterra, la defensa de la religion á la par con la del rey y la patria.

De estos contrastes y de iguales ó parecidas inconsecuen

cias vemos mucho en la historia, y no poco en las cosas todas del mundo, pero quizá el suceso que aquí conmemoro da de ello una de las pruebas más señaladas.

No pasé arriba de dos dias en el Escorial, pero mi vuelta á Madrid fué triste, porque en el no largo camino del Real Sitio á esta córte tropezaba á cada paso con dispersos fugitivos, casi todos ellos procedentes de la derrota de Gamonal, y llenos del mayor desaliento veíase ya llegar la hora de caer Madrid en poder del victorioso y terrible enemigo.

No bien llegué á mi casa cuando mi madre, señora de clarísimo entendimiento, de ánimo varonil, instruida, algo dada á pensar en la política, acérrima enemiga del emperador francés aun mucho antes de su pérfida invasion de España, y cuando era general en los españoles adularle, previendo el mal que sobrevendria, dispuso que nos trasladásemos á Cádiz, pues quedarnos en Madrid si le ocupaban los franceses venia á ser, por razones privadas, una cosa imposible, porque nos faltaria para vivir todo recurso.

Siendo menor de edad hube de seguirla.

XXVI.

Salimos de Madrid el 27 de Noviembre, y así no fui testigo presencial de las escenas de la corta resistencia y ocupacion de la capital, de las cuales supe sin embargo y conservo en la memoria curiosas anécdotas, pero me abstengo de referirlas porque me ciño á hablar de lo que ví yo mismo.

Se caminaba entonces lentamente. No porque, como hoy dicen ó se figuran algunos, fueran aquellos tiempos los en que hacian las gentes su testamento antes de emprender el

viaje de Madrid á Andalucía. Al revés, el camino era bueno, y, si no falto de peligros en punto á ladrones, tampoco tal que fuese caso comun ser robado. No habia diligencias, pero habia postas medianamente servidas para los viajeros, escasos en número, que de ellas usaban, y lo que hoy falta, en cada casa de posta habia dos sillas (viejas en verdad, y malas por todos conceptos), de suerte que podia viajarse con alguna rapidez en carruaje sin llevarle propio.

Pero esto solo servia para dos, ó cuando mas tres personas; á una familia decente era necesario un coche de colleras, medio de viajar por cierto no barato. Andábamos nueve leguas al dia, alguna vez diez con una enorme zaga, y siempre con alguna escolta, saliendo de madrugada y haciendo larga parada en la mitad del dia.

Así fué, que el dia que salimos de Madrid, hicimos noche en Arajuez. Allí al amanecer del dia siguiente, nos encontramos en momentos de terror y confusion. La Junta central, en la noche habia resuelto trasladarse á Andalucía ó á Estremadera, por venir ya encima y estar cercano el enemigo victorioso, bien que aun no estuviese en su poder el paso de Somosierra, el cual se creia 'defendible á pesar de estar muy mal guardado.

Grande era el apuro de los numerosos dependientes del gobierno, hallándose sin recurso alguno de coches, carros ó caballerías para acompañarle en su fuga. Se acudió al medio de embargar los carruajes que habia en Aranjuez, suerte que hubo de tocarnos; en tanto ahogo apelamos al favor y conseguimos el desembargo de nuestro coche.

Continuamos, pues, nuestro viaje, ya muy entrado el dia, siendo Tembleque el punto en que habiamos de hacer noche.

Pero yendo de camino, nos pasó una silla de posta, que tuvo la desgracia de volcar, y bajándonos á dar socorro á quienes en ella venian, supimos que el gobierno habia suspendido su viaje á quedarse en Aranjuez por no estimar muy inminente el peligro.

XXVII.

Con estas mezclas de temor y confianza en que la imprevision de la cabeza del Estado resultaba de la mala situacion del cuerpo todo que le dominaba, allanado dos dias despues Somosierra, y puesto Napoleon sobre Madrid, hubo la Junta de ponerse en camino precipitadamente, siendo como un prodigio que llegase sana y salva á Badajoz, de donde por juiciosa determinacion pasó á Sevilla.

No eran cortos los peligros que en tal confusion corrian los viajeros.

La voz ¡traicion! era aplicada á la conducta de los que huian, y el calificado de traidor hallaba en todo lugar jueces y verdugos, siendo el juicio tan sumario que á menudo la acusacion era la sentencia. (1)

Como prueba del estado de las cosas y de los ánimos en

(4) En los dias de que voy hablando, fueron asesinados no pocos viajeros. Entre ellos, cayeron D. Miguel Cayetano Soler, ministro de Hacienda que habia sido bajo Cárlos IV, y que léjos de servir al rey intruso se venia de Madrid á lugares no ocupados por el enemigo, y el general D. Benito San Juan, que habia defendido el paso de Somosierra con gran valor, si con infeliz fortuna abandonado por soldados cobardes, que despues figuraron entre sus asesinos. Pero á bastantes personas oscuras costó la vida el venir huyendo de Madrid en aquellas horas. De algunas supe que si no murieron, escaparon con trabajo de manos de la plebe, empeñada en reputar á los traidores porque no coadyuvaban á la resistencia heróica que se suponia estaban haciendo á los franceses los madrileños, resistencia que, bien está decirlo, era imposible, por ser muy otras las condiciones relativas de la capital y del poder que vino sobre ella, que las de los sitiadores y sitiados de Zaragoza.

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