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Mientras tanto los liberales proscriptos, escondidos unos en España, otros refugiados en Gibraltar y demas paises estranjeros, alimentaban la esperanza que no muere nunca en el corazon del hombre, de volver á encender en España el fuego de la libertad, y hacer llamamientos á los que consideraban deseosos de sacudir el yugo que los abrumaba. Se lisonjeaban de que presentándose en cualquier punto, aunque fuese en un estremo de la Península, arrastrarian á los que estaban comprometidos de antemano á secundar el movimiento. Varias cartas que recibian de la Península llamándolos al socorro de tantos desgraciados, contribuian á nutrir sus ilusiones. Algunos eran sinceros: otros, instrumentos de la misma policía deseosa de atraerlos á sus redes. ¡ Vanos sueños! Si tantas intentonas desde el año 14 al 20 hechas con fuerzas dentro del mismo pais, habian sido desgraciadas, ¿qué habia de suceder á unos pocos proscritos que desembarcaban donde sus mas encarnizados enemigos tal vez los estaban aguardando? Asi no produjeron estas tentativas mas resultados que aumentar las víctimas, y dar pretestos á las nuevas medidas de rigor que á cada instante se inventaban.

A principios de agosto de 1824, el entonces coronel Valdés seguido de unos pocos compañeros, sorprendió á Tarifa, pueblo fortificado, de que se apoderaron al momento. Con los presidiarios que pusieron en libertad y algunos vecinos que se les unieron, formaron una fuerza de trescientos hombres. En aquel punto fuerte podian mantenerse algunos dias, mientras otros gritos respondiesen á los suyos; mas lejos de moverse el país, se vieron sitiados los de Tarifa por fuerzas que vinieron de Algeciras, entre las que se hallaban algunas estranjeras. ¿Qué recurso les quedaba en aquellas circunstancias? Con la brecha abierta, aguardando á cada momento el asalto, tuvieron la suerte de embarcarse á favor de las tinieblas de la noche.

No hablaremos de los suplicios que siguieron al movimiento, tanto en el mismo Tarifa y sus inmediaciones, como en Marbella y otros puntos, donde se habia intentado semejante desembarco.

A principios del año 1825, los dos hermanos D. Antonio y

D. Juan Bazan, procedentes de Inglaterra, desembarcaron en la costa de Alicante á las inmediaciones de Guardamar, seguidos de unos setenta compañeros. Igual ilusion los cegaba de inflamar con su presencia los ánimos de los que suponian descontentos é irritados: igualmente espantoso fué su desengaño. En vez de hacer gente á su favor, se concitaron contra ellos los voluntarios realistas de toda la provincia; salió ademas en su persecucion el gobernador de Alicante con algunas tropas. Fué el resultado el que debiera suponerse; quedó destrozada aquella pequeña partida de patriotas esforzados, prisioneros los dos hermanos, el primero mortalmente herido. En la misma parihuela en que le conducian, fué pasado por las armas en Orihuela, juntamente con el otro y los demas que habian caido en las manos de los encarnizados vencedores. Las víctimas de sus furores fueron muchas. La menor chispa de escitacion contra el sistema que regia, provocaba el furor y afilaba el puñal de la venganza.

El bosquejo de otro cuadro horrible nos resta que trazar; el fin trágico de un hombre que habia prestado eminentes servicios á la patria y al Rey, cuyo nombre habia sonado tanto en la guerra de la independencia. Hablamos del Empecinado. Solo de una nacion en el estado mas profundo de barbarie, se podria creer el fin que estaba reservado á un militar tan esclarecido y tan valiente. Ninguna parte habia tenido el general en los diver. sos alzamientos del 14 al 20. De este año al 23, no habia hecho mas que obedecer las órdenes que como militar habia recibido de un gobierno constituido, á cuya cabeza figuraba el Rey Fernando VII. Cuando tuvo fin el gobierno constitucional, se retiró al pueblo de su naturaleza, Roa, satisfecho de haber cumplido con su deber, sin ninguna inquietud en su conciencia. Mas en lugar del descanso del hogar doméstico, se encontró con la lobreguez de una prision donde fué encerrado como un vil facìneroso. La vileza... (es imposible darle otro nombre) de los que disponian de su suerte, llegó al punto de sacarle en una especie de jaula de hierro todos los dias de mercado, y dejarle algunas horas en la plaza espuesto á las injurias, á los denuestos y

hasta golpes de la muchedumbre concitada por sus enemigos. Puso por fin término á tantos sufrimientos el vil suplicio de horca, en que el general terminó sus dias luchando y forcejeando con los que le arrastraban al patíbulo, siendo hasta el último suspiro el terror de sus verdugos.

Apartemos la vista de tan bochornoso espectáculo, para pasearla con rapidez, sobre lo mas importante que ocurria á la sazon en los paises estranjeros.

A mediados de 1824 sobrevino la muerte de Luis XVIII, monarca que tiene algun derecho al dictado de capaz, y que en medio de sus aspiraciones á ser absoluto, bajo el manto de una Carta otorgada que él mismo trataba de falsear, no se hizo muy odioso, ni adquirió fama de violento y sanguinario. Fué su sucesor Cárlos X y heredó sus pretensiones, aunque abrigadas en cabeza mas estrecha. Era su destino, como luego veremos, pagar los desaciertos de ambos. Las relaciones de España con aquella corte, no sufrieron ninguna alteracion con este cambio.

En Portugal ocurrian novedades de importancia. Publicada en aquel pais la Constitucion española de 1812, se trasladó su Rey D. Juan VI á Europa, dejando á la cabeza del gobierno del Brasil á su hijo primogénito D. Pedro. Un año despues se declaró este pais independiente de la madre patria, con el título de Imperio, y el príncipe subió al trono de esta nueva monarquía, primera y en el dia la única de aquel vasto continente. El gobierno de Portugal, sin reconocer este nuevo órden de cosas, no promovió hostilidades contra un estado que habia sido su colonia.

Con motivo del restablecimiento del sistema absoluto en Portugal se suscitó la misma division de partidos que en España, declarándose unos por medidas fuertes y opresivas, inc'inándose otros á la moderacion y la templanza, único medio en su opinion de introducir la concordia entre los ánimos. A la cabeza de la primera parcialidad se hallaba el Infante D. Miguel, gefe entonces del ejército parecia su padre adicto á contrarios sentimientos. Una conspiracion estalló en Lisboa bajo los auspieios del príncipe, en que se queria obligar al Rey á firmar cier

tos decretos favorables á las miras del partido violento. Con este motivo se cercó con tropas el palacio, mientras se ejecutaban varias prisiones de los que pasaban por mas adictos á las opiniones moderadas. Se negó el Rey á secundar la insurreccion; para ponerse mas á salvo de la influencia de los amotinados, se refugió á bordo de un navío inglés (el Windsor-Castle), por consejo del cuerpo diplomático. D. Miguel, destituido del apoyo de su padre que le declaró rebelde, reconoció su error é imploró el perdon que le fué concedido, con la condicion de salir estrañado del reino. Se retiró D. Miguel á Viena, con cuya corte estaba enlazado por el lado de su muger, archiduquesa de Austria.

Al año siguiente (1825) reconoció el Rey la independencia política del Brasil, declarándose emperador. Poco tiempo sobrevivió á este arreglo, que hubiese tal vez producido en el pais algun disturbio; mas no del tamaño de los que tuvieron lugar á su fallecimiento.

Don Pedro su heredero, por repugnancia de regir dos estados declarados independientes uno de otro, ó cediendo tal vez á consideraciones políticas que no permitian á Portugal ser parte de otra monarquía, renunció esta corona á favor de su hija Doña María de la Gloria, otorgando ademas á Portugal, como condicion de su renuncia, una especie de Constitucion que tomó el nombre de Carta portuguesa. La princesa que contaba siete años de edad fué reconocida reina, y por disposicion del mismo Emperador, se encargó de la regencia del pais la Infanta Doña María Isabel, hermana suya.

Escitó esta conducta de D. Pedro grandes disturbios, en un pais donde el Infante D. Miguel contaba con muchos y poderosísimos parciales. Se tradujo la desavenencia en guerra abierta, alzándose pendones en favor del príncipe: mas habiéndose declarado el gabinete inglés á favor de los derechos de Doña María, y desembarcadɔ tropas para dar mas fuerza á la justicia de su causa, quedó esta por entonces victoriosa. La jóven reina vino á Europa, donde se instaló solemnemente su gobierno. En cuanto al español, sin mezclarse por entonces en los negocios

de aquel reino, se contentó con organizar un ejército de obser vacion en la frontera, y protestar contra la Carta portuguesa.

«La promulgacion de un sistema representativo en Portugal, decia el manifiesto, pudiera haber alterado la tranquilidad pública en otro pais vecino, que apenas libre de una revolucion, no estuviese animado de la lealtad mas acendrada. Mas en España, pocos habrán osado fomentar en la obscuridad esperanzas de ver cambiada la antigua forma de gobierno, pues la opinion general se ha pronunciado de tal modo, que no habrá quien se atreva á desconocerla. Esta nueva prueba de la fidelidad de mis vasallos, me obliga á manifestarles mis sentimientos, dirigidos á conservarles su religion y sus leyes; y sin ellas solo pueden tener lugar la desmoralizacion y la anarquía, como nos lo ha enseñado la esperiencia. »

«Sean las que quieran las circunstancias de otros paises, nosotros nos gobernaremos por las nuestras: y yo, como padre de mis pueblos, oiré mejor la voz humilde de una inmensa mayoria de vasallos fieles y útiles á la patria, que los gritos osados de la pequeña turba insubordinada, descosa acaso de renovar escenas que no quiero recordar. ›

Publicado ya en 19 de abril de 1825, mi real decreto, en que convencido de que nuestra antigua legislacion es la mas proporcionada á mantener la pureza de nuestra religion santa y los derechos mútuos de una soberanía paternal y de un fiel va sallage, los mas proporcionados á nuestras costumbres y á nuestra educacion, tuve à bien asegurar á mis súbditos que no haria jamas variacion alguna en la forma legal de mi gobierno, ni permitiria que se estableciesen cámaras ni otras instituciones, cualquiera que fuese su denominacion; sólo me resta asegurar á todos los vasallos de mis dominios que corresponderé á su lealtad, haciendo ejecutar las leyes que solo castigan al infractor, protegiendo al que las observa; y que descoso de ver unidos los españoles en opiniones y en voluntad, dispensaré proteccion á todos los que obedezcan las leyes, y seré inflexible con el que osare dictarlas á la patria.»

Por tanto, he resuelto se circule de nuevo el referido de

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TOMO III.

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