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de su voluntad los decretos anteriores. Y para hacer público su agradecimiento por la conducta que en su administracion la Reina habia observado, espidió la manifestacion siguiente:

El Rey. A mi muy cara y amada esposa la Reina.-En la gravísima y dolorosa enfermedad con que la Divina Providencia se ha servido afligirme, la inseparable compañía é incesantes cuidados de V. M., han sido todo mi descanso y complacencia. Jamas abrí los ojos sin que os viese á mi lado, y hallase en vuestro semblante y vuestras palabras lenitivos á mi dolor : jamas recibí socorros que no viniesen de vuestra mano. Os debo los consuelos en mi afliccion, los alivios en mis dolencias. Debilitado por tan largo padecer y obligado á una convalecencia delicada y prolija, os confié luego las riendas del gobierno para que no se demorase por mas tiempo el despacho de los negocios, y he visto con júbilo la singular diligencia y sabiduría con que los habeis dirigido, y satisfecho sobre abundantemente mi confianza. Todos los decretos que habeis espedido, ya para facilitar la enseñanza pública, ya para enjugar las lágrimas de los desgraciados, ya para fomentar la riqueza general y los ingresos de mi hacienda; en suma: todas vuestras determinaciones sin escepcion, han sido de mi mayor agrado, como las mas sábias y oportunas para la felicidad de los pueblos. Restablecido ya de mis males, encargándome otra vez de los negocios, doy á V. M. las mas fervientes gracias por su desvelo en mi asistencia, y por su acierto y afanes en el gobierno. La gratitud á tan señalados oficios que vivirán siempre en mi corazon, será un nuevo estímulo y justificacion del amor que me inspiraron desde el principio vuestros talentos y virtudes. Yo me glorío y felicito á V. M., de que habiendo sido las delicias del pueblo español desde vuestro advenimiento al trono, para mi dicha y para su ventura, sereis desde ahora el ejemplar de solicitud conyugal á las esposas, y el modelo de administracion á las reinas. En Palacio, etc.

Con la revocacion del codicilo, aumentó la furia y la saña del carlismo. Varios síntomas de insurreccion se manifestaron en varias provincias, sobre todo en Leon, cuyo obispo comenzó

desde entonces á levantar públicamente su bandera. Se cambiaron los capitanes generales de varios distritos, y se adoptó la medida de desarmar los voluntarios realistas. Del cuerpo de los guardias de la Real persona, se separaron mas de cuatrocientos individuos de todas graduaciones. Pero con la misma mano se trataba de poner freno al entusiasmo de los que mostraban contrarios sentimientos.... «Algunos, blasonando de fieles, se decia en una circular á los generales, y afectando sostener la sucesion legítima, como si esta necesitara el apoyo de una faccion y no estuviese afianzada en la ley, en la fidelidad de los españoles y en la fuerza de un ejército valiente y leal, aspiran por su parte á innovaciones políticas en que se restringen los derechos saludables del trono, á quien pretenden dominar á título de proteccion. »

Derechos de la soberanía, decia en otra circular el ministro de la Guerra, en su inmemorial plenitud, para que el poder real tenga toda la fuerza necesaria para hacer el bien. Derechos de sucesion asegurados á la descendencia legítima y directa del Rey nuestro señor, en conformidad de las antiguas leyes y usos de la nacion. A derecha é izquierda de esta línea, no hay mas que abismos, y en los que derrumben en ellos á los españoles, no se debe ver sino enemigos de la patria.

¡Inútil empeño, cálculo de cabeza estrecha el intentar establecer un perfecto equilibrio entre las aspiraciones del carlismo, y las ideas liberales del partido que estaba en el otro estremo de la línea! El despotismo ilustrado, absurdo en abstracto, lo era mucho mas en las circunstancias en que se hallaba la Península.

Continuaba D. Cárlos reconocido cabeza de partido, aunque no declarado oficialmente. Tal vez si hubiese tenido la resolucion de alzar abiertamente la bandera y ponerse al frentre de los suyos, hubiese originado grandísimos trastornos, sino alcanzado un triunfo decisivo. Mas por falta de valor ó por principios de deber, declaró á sus parciales que jamas se propasaria á ningun acto de insurreccion durante la vida de Fernando. Por otra parte, su reconocida resistencia á la revocacion del codicilo, renunciando á lo que él llamaba sus derechos, hacia muy peligrosa su

permanencia en palacio y hasta en España, donde contaba con un partido formidable. En tal estremidad, fué preciso darle órden para que se estrañase del reino; resolucion que tuvo efecto en marzo de aquel año, pasando el infante con su familia al vecino de Portugal, donde con las armas en la mano se debatia entonces una gran cuestion, como hemos visto, entre D. Miguel y su sobrina Doña Maria de la Gloria.

Es muy curiosa la correspondencia que tuvo lugar entre Fernando y Cárlos, poco despues del estrañamiento de este príncipe. Compañeros de desgracias, y habiendo corrido casi igual suerte en todos tiempos, se mostraban mútuamente afectos de fraternidad, neutralizados ahora por intereses tan opuestos.

Hé aquí lo que contestó D. Cárlos á una carta del Rey, en que le decia manifestase si era su intencion concurrir á la jura de la princesa Doña María Isabel, que estaba decretada para el 20 de Julio de aquel año. Mi muy querido hermano de mi corazon, Fernando mio de mi vida: he visto con el mayor gusto por tu carta de 23 que me has escrito aunque sin tiempo, lo que me es motivo de agradecértela mas, que estabas bueno, y Cristina y tus hijas; nosotros lo estamos gracias a Dios. Esta mañana á las diez poco mas ó menos, vino mi secretario Plazaola á darme cuenta de un oficio que había recibido de tu ministro en esta corte, Córdoba, pidiéndome hora para comunicarme una real órden que habia recibido: le cité á las doce, y habiendo venido á la una menos minutos, le hice entrar inmediatamente; me entregó el oficio para que yo mismo me enterase de él, le leí, y le dige que yo directamente te responderia, porque asi convenia á mi dignidad y carácter, y porque siendo tu mi Rey y señor, eres al mismo tiempo mi hermano y tan queridos toda la vida, habiendo tenido el gusto de haberte acompañado en todas tus desgracias. Lo que deseas saber, es, si tengo ó no tengo inten cion de jurar á tu hija por princesa de Asturias: ¡cuánto desearia el poderlo hacer! Debes creerme; pero me conoces y hablo con el corazon, que el mayor gusto que hubiera podido tener seria el de jurar el primero, y no darte este disgusto y de los que de él resulten; pero mi conciencia y mi honor no me lo permiten: ten

go unos derechos tan legítimos á la corona, siempre que sobreviva y no dejes varon, que no puedo prescindir de ellos: derechos que Dios me ha dado cuando fue su voluntad que yo naciese, y solo Dios me los puede quitar, concediéndote un hijo varon que tanto deseo yo, puede ser que aun mas que tu; ademas, en ello defiendo la justicia del derecho que tienen todos los llamados despues que yo, y asi me veo en la precision de enviarte la adjunta declaracion qué hago con toda formalidad á tí y á todos los soberanos, á quienes espero se la harás comunicar. Adios, mi muy querido hermano de mi corazon, siempre lo será tuyo, siempre te querrá, siempre te tendrá presente en sus oraciones, este tu mas amante hermano.-M. Cárlos.

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Hizo el príncipe circular esta carta y la protesta á todos los grandes dignatarios de España, y á las Córtes estranjeras. Varios papeles se esparcieron ademas, en que se establecia la legitimidad de sus derechos. La corte de Nápoles protestó asi mismo contra la anulacion del codicilo, alegando igualmente sus derechos á la sucesion á falta de hijos varones ó sus representantes en línea directa de Gárlos IV, jefe de la casa. Era estraño y hasta peregrino, este espíritu de hostilidad á una ley española y popular, sin la cual nunca se hubiesen sentado en el trono de España los Borbones. ¡

Pol Insistió el Rey en su démanda, y propuso á su hermano que en caso de persistir en su negativa, se alejase de Portugal y se retirase á los Estados Pontificios: insinuacion que tenia visos de una órden. «Siempre estaba persuadido de lo mucho que mé has querido, le decia en una carta del 6 de mayo. Creo que tambien lo estás del afecto que te profeso; pero soy padre y Rey, y debo mirar por mis derechos y los de mis hijas, y tambien por los de mi corona. No quiero tampoco violentar tu conciencia, ni puedo aspirar á disuadirte de tus pretentidos derechos, que fundándose en una determinacion de los hombres, crees que solo Dios pue, de derogarlos. Pero el amor de hermano que te he tenido siempre, me impele á evitarte los disgustos que te ofreceria un pais donde tus supuestos derechos son desconocidos, y los deberes de Rey me obliganá alejar la presencia de un infante, cuyas pre

TOMO III.

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tensiones pudiesen ser pretesto de inquietud á los mal contentos. No debiendo, pues, tú regresar á España por razones de la mas alta política, por las leyes del reino que asi lo disponen espresamente, y por tu misma tranquilidad, que yo deseo tanto como el bien de mis pueblos, te doy licencia para que viages desde luego con tu familia á los Estados Pontificios, dándome aviso del punto á que te dirijas, y del en que fijes tu residencia. Al puerto de Lisboa llegará en breve uno de mis buques (de guerra, dispuesto para conducirte. España es independiente de toda accion é influencia estranjera en lo que pertenece á su rẻgimen interior; y yo obraria contra la libre y completa soberania de mi trono, quebrantando con mengua suya el principio de no intervencion adoptado generalmente por los gabinetes de Europa, si hiciese la comunicacion que me pides en tu carta. Adios, querido Carlos mio; cree que te ha querido, te quiere y te querrá siempre tu afectísimo é invariable hermano.Fernando

Era ilusion creer que D. Cárlos se alejaria de Portugal; ni que sus partidarios se lo permitiesen, contando tan próximo el fallecimiento de Fernando. Asi su respuesta fue evasiva, manit festando deseos de obedecer al Rey, y esponiendo mil dificultades para cumplir con sus disposiciones. Comenzaban entonces los asuntos de D. Miguel á presentar semblante triste. Habia tenido lugar la segunda espedición de Inglaterra, que mejoró los de D. Pedro; mas esto no arredró al infante D. Cárlos, pues las ventajas no eran tan rápidas que pudieran privarle de su asilo. En lugar de alejarse de las fronteras de España, se situó en Coimbra á principios de junio, lo que llenó la medida del descontento de su hermano. Hé aquí lo que le escribia en 15 de junio. «Mi muy querido hermano Cárlos: he recibido tu carta del 8 del corriente, y voy á contestarte. Bien pudieras haberme libertado del disgusto de tu viage á Coimbra, cumpliendo mi espresa determinacion. No hallé inconveniente á nuestra despedida en que vieses á Miguel, en la inteligencia de que os encontrariáis en Lisboa; pero teniendo que buscarle á distancia y habiéndose despues complicado mas las circunstancias respecto de este reino, te manifesté por medio de Córdoba mi firme resolucion de

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