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que se descubria siempre en sus ademanes y en sus actos todos, era vehemente y apasionado y sabia espresarse con calor y entusiasmo cuando el caso lo requeria.

Así es, que al tratar de la abolicion de las señoríos y al oponerse á que el asunto pasese á informe del Consejo de Hacienda, esclamaba:-<V. M. puede hacerlo todo en un solo renglon. En diciendo: abajo todo, afuera los señoríos y sus efectos, está concluido.>

Dignas son de copiarse en este lugar las palabras que dijo al proponer que se formase un Consejo de guerra para juzgar á los generales torpes ó desgraciados.

<Con que sabiendo V. M., decia, que la causa de nuestros males ha sido la falta de gobierno y de vigor, es menester que V. M. tome sobre si este cuidado, es menester que aparezca un pequeño Robespierre.

>En la situacion en que nos hallamos todo es inútil sino hay energia. Todos conocemos que se deben ejecutar las cosas con fuerza y con sangre. V. M. necesita derramar más sangre de españoles que de franceses, y si no, no salimos del letargo. Esto está más claro que la luz del dia.»

Con gran talento y sobrada oportunidad sabia tratar las mas árduas y complicadas cuestiones parlamentarias.

Como ejemplo de oportunidad y sentimientos pueden citarse aquellas palabras célebres y patrióticas: «¿Qué diria de su representante aquel pueblo numantino (era diputado por la provincia de Soria), que por no sufrir la servidumbre quiso ser pábulo de la hoguera? Los padres y tiernas madres que arrojaban á ella á su hijos ¿me juzgarian digno del honor de representarlos si no lo sacrificase todo al ídolo de la libertad? Aun conservo en mi pecho el calor de aquellas llamas, y él

me inflama para asegurar á V. M. que el pueblo numantino no reconoce ya mas señorío que el de la nacion.>

El año 23 emigró de España, y á su regreso se afilió definitivamente en el partido moderado, siendo nombrado secretario de Gracia y Justicia el año de 1835.

V.

Inguanzo fué sin duda alguna el verdadero rival de Argüelles en las Córtes de Cádiz, definiéndose en sus discursos y en sus actos políticos como uno de los jefes mas caracterizados del bando que se llamó servil ó enemigo de las reformas.

Su instruccion era variada y sus convicciones profundas, condiciones que le permitieron distinguirse desde los primeros momentos como uno de los hombres de mas valía de aquellas Córtes.

No puede negarse á Inguanzo una gran cualidad, rara en la mayor parte de los hombres, y muy especialmente en los de aquella época, y es la de sustraerse completamente del espíritu reformista que tanto dominaba á aquellos legisladores.

Con razon dice el Sr. Rico y Amat, que acaso fué el diputado Inguanzo el único que se resistió desde un principio á la fascinacion que causaba en sus compañeros la idea de la reforma y regeneracion de España.

Era el adalid mas atrevido con quien tenian que luchar los apasionados de las reformas, que tanto abundaban en aquella Asamblea.

Defendia lo antiguo sin pasion pronunciada, y se proponia introducir todas las reformas que creia prudentes y razona

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bles. Su carácter sacerdotal y la investidura de canónigo daban á sus palabras una solemnidad y una fuerza muy acentuadas.

Argüelles é Inguanzo eran los paladines de las dos grandes causas que se ventilaban en aquel famoso Congreso.

El fuego, el entusiasmo y la imaginacion calenturienta y abrasada que se reflejaban en los discursos de Argüelles, encontraban un antagonismo terrible en la lógica fria y profunda del canónigo Inguanzo.

Y llama la atencion el que siendo un hombre de doctrina filosófica tan severa, tuviese una cualidad que se aviene mejor con las imaginaciones febriles y exaltadas; la cualidad de la improvisacion.

Llegó á ser cardenal y arzobispo de Toledo, muriendo á una edad avanzada y dejando una muy grata memoria de su nombre.

VI.

Para conocer y apreciar el conjunto de los oradores de las Córtes de Cádiz, no debemos fijarnos solamente en aquellos de dotes más expontáneas y brillantes, sino tambien en aquellos otros que sin hacerse tan notables por esas circunstancias, reunian otras que les dieron verdadero renombre.

Y entre esos diputados debemos contar á D. José María Calatrava, hombre que logró un gran prestigio y un poderoso ascendiente en la Cámara, en fuerza de constancia y de trabajo, acreditando siempre talento, instruccion y consecuencia política.

Se dió á conocer desde las primeras sesiones y formó nú

cleo con Argüelles, García Herreros, Muñoz Torrero y otros oradores eminentes.

No se distinguian sus discursos por lo florido del lenguaje, por lo atrevido de los pensamientos, ni por la brillantez de la frase, pero se recomendaban por su severidad, por su claridad, por su sencillez, cualidades que si no cautivan desde el primer momento, llegan á hacerse muy apreciables y hasta rivalizan con aquellas otras que fascinan y conmueven, pero que no convencen.

Era Calatrava un hombre en quien dominaban dos tendencias: la tendencia revolucionaria y la tendencia del órden. Y hé aquí el problema que intentaba resolver, sin que desconociera que la práctica de los principios democráticos en absoluto y sin restricciones, es ocasionada á turbulencias y á producir situaciones anárquicas.

Como prueba de esa lucha que se operaba constantemente en él, cita con gran oportunidad el Sr. Rico y Amat el contradictorio dictámen que presentó á las Córtes de 1821, dividido en dos pliegos, el uno abierto y el otro cerrado, condenando en el primero la sublevacion de Cádiz contra el ministerio, y declarando en el segundo que el gobierno carecia de fuerza moral, y que era preciso que S. M. lo reemplazase con otro más liberal y patriota.

Calatrava es una nueva prueba de que la rigidez de los principios absolutos debe subordinarse á otros principios de discrecion y de prudencia.

CAPÍTULO IV.

Patriotismo de los diputados.-Su amor á las colonias.-Tendencias de estas para realizar su autonomía.—Actitud valerosa de los Constituyentes.

I.

Preciso es que reconozcamos en los Constituyentes de Cádiz una exaltacion política, que si les desviaba á veces del buen sentido, que debe ser el gran criterio de los gobernantes, nunca estinguió en ellos el patriotismo.

Y cuando contra ellos se conjuraban dos recias tormentas, la tormenta de la guerra y la de la peste, ni el cañon enemigo, que tanto podia intimidar á hombres avezados, más que al ejercicio de las armas, á las especulaciones filosóficas, ni el terror que infunde en los ánimos más templados el desarrollo de una epidemia, lograron desfallecer aquellos pechos esforzados y valerosos.

Hay que reconocer en ellos, no solo la pasion política, sino hasta el fanatismo patriótico, si fanatismo cupiese en todo lo que se refiere á la defensa de la patria y á la integridad de su territorio.

II.

¿Por qué hemos de negarlo? Cuando al correr de la pluma trazamos estas líneas y nos fijamos en la actual situacion de

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