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dos, que bastan á cambiar súbitamente sus condiciones de fuerza. A veces un genio guerrero ó una especialidad económica robustece en pocos años una nacion abatida; á veces una sola campaña desgraciada quebranta y debilita por mucho tiempo un pueblo vigoroso y robusto. Mientras que la semilla de la ilustracion, base cierta y segura de futuro progreso, pero lenta en germinar y en fructificar, puede comenzar á florecer y á dar fruto en períodos de material enflaquecimiento. En las naciones como en los individuos no existen siempre á un tiempo la madurez del entendimiento y la virilidad de la juventud: por desgracia en las naciones como en los individuos el saber suele venir cuando ha pasado la edad del vigor.

Que se fomentaron los estudios y se protegieron y se cultivaron las ciencias y las letras con laudable solicitud en el reinado de Cárlos IV., lo hemos visto en nuestra historia, y en la parte consagrada á la nar ́racion presentamos no pocos datos y pruebas de ello. Entonces dijimos que nos reservábamos dar en otro lugar mayor extension á aquel exámen; y casi nos arrepentimos del ofrecimiento, toda vez que, no siendo nuestra mision, ni debiendo ser nuestro propósito hacer una historia literaria, no nos cumple en este lugar sino agrupar y reunir las noticias que sobre esta materia dejamos atrás sembradas, y hacer sobre el orígen, la índole, la tendencia, el espíritu, la exten

sion y las consecuencias precisas ó probables de aquel movimiento intelectual las consideraciones que se nos alcancen y sean propias de este género de reseñas.

Si un juicioso escritor dijo con razon: «Las reformas literarias empezaron en el reinado de Felipe V., continuaron en el de Fernando VI., y produjeron la brillante época literaria del reinado de Cárlos III.,» nosotros podemos y debemos añadir; «Y recibieron grande impulso y mejora en el de Cárlos IV.»

Es ciertamente el progresivo desarrollo del movimiento intelectual en España que hemos venido advirtiendo en los reinados de los cuatro primeros Borbones, un timbre glorioso que no puede negarse ni disputarse á los príncipes de esta dinastía, y un honroso blason para ellos, y una compensacion para nosotros de los errores políticos que especialmente en algunos de ellos hemos tenido que deplorar, y hasta que censurar amargamente. Acaso no se ha reparado todavía la diferencia en punto á instruccion y cultura entre los reinados de los cuatro últimos soberanos de la casa de Austria y las de los cuatro primeros monarcas de la estirpe Borbónica, ni su diversa índole, ni la marcha gradual que aquellas llevaron desde Felipe II. hasta Cárlos IV. Y sin embargo esta observacion nos suministrará una nueva prueba de la verdad y exactitud de uno de nuestros principios históricos, y aun el mas fundamental de ellos, á saber,

la marcha progresiva de las sociedades, aun al través de aquellos periodos de abatimiento que parece hacerlas retrogradar.

Felipe II., el monarca español en cuyos dominíos, segun el dicho célebre, no se ponia nunca el sol, tuvo la pretension peregrina de que el sol de la ilustracion no penetrára en la península española, que á tál equivalía la famosa prágmática de 1559, incomunicando intelectualmente á España del resto del mundo, prohibiendo que de aqui saliera nadie á aprender en el estrangero, ni del estrangero viniera nadie á enseñar aqui; especie de bloqueo peninsular para las ideas, aún mas estravagante que el bloqueo continental para las mercancías que otro genio inventó siglos después. El rey cenobita que tan á gusto se hallaba en una celda del Escorial, quiso hacer de España un inmenso monasterio, sujeto á clausura para las ideas. Dejaba, sí, á lcs ingenios españoles, que los hubo muchos y muy fecundos en su reinado, campear libremente en las creaciones de la imaginacion, y en las obras de bella y amena literatura, hasta merecer con razon aquella época el nombre de siglo de oro de la literatura española, y permitíales esparcirse con la misma libertad por el campo neutral é inofensivo de aquellos ramos del saber humano, que no daban ocasion, ni de recelo al suspicaz y adusto monarca, ni de sospecha á los ceñudos y torvos inquisidores. ¡Pero ay de aquel que en materias teológicas, filosóficas ó políticas, se atrevie

ra á emitir un pensamiento nuevo que excitára la sombría cavilosidad de los supremos jueces del Santo Oficio!

Seguro podia estar de no librarse de las mortificaciones de un proceso, de las prisiones ó las penitenciarías del severo tribunal, por sospechoso de heregía ó por alumbrado, sin que le valiera ser teólogo doctísimo como Fr. Melchor Cano y Fr. Domingo de Soto, ni ilustradísimo religioso como Fr. Luis de Leon y el Padre Juan de Mariana, ni esclarecido y virtuoso prelado como Fr Bartolomé de Carranza, ni apóstol fervoroso de la fé como el venerable Juan de Avila, ni siquiera tener fama y olor de santidad como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

Con Felipe III. se levantaban muchos conventos, y se los dotaba pingüemente; pero ni se erigian colegios, ni cuidaba nadie de los estudios. No le importaba que en España no hubiese ni letras ni artes, y que desapareciesen las artes y las letras, con tal que hubiese muchos frailes y desapareciesen los moriscos.Poco le importaba todo á Felipe IV., siempre que hubiese juegos, espectáculos y festines, y que no faltáran lujosas cuadrillas de justadores, músicos y escuderos. Aficionado sobre todo á comedias, con ínfulas él mismo de autor dramático, dado, mas de lo que la dignidad y el decoro consentian, al trato íntimo con comediantas y comediantes, el genio y el arte escénico eran los que progresaban á impulsos de la proteccion

del ejemplo del rey. Brillaban y brotaban ingenios como Lope de Vega, Calderon, Tirso, Rojas y Moreto, y actores y actrices, como Morales, Figueroa, Castro y Juan Rana, y como la Calderona, María Riquelme y Bárbara Coronél. El pueblo se desahogaba contra el rey, los favoritos y el mal gobierno, con sátiras, pasquines y comedias burlescas y desvergonzadas. La poesía lírica tuvo tambien su período de brillo en este reinado, pero abandonada á sí misma y sin el auxilio de otros ramos del saber, estinguióse pronto, y cayó en el gongorismo y en la corrupcion. Por raro caso se veia salir á luz tal cual produccion de otro género y de algun fondo, como las Empresas políticas de Saavedra, y como la Conservacion de Monarquías de Navarrete.

¿Qué ciencias ni qué letras podian florecer con Cárlos II., guiado por confesores fanáticos, por privados disolutos y por camareras intrigantes? ¿Qué estudios habian de promover aquellos personages influyentes de la Córte que el vulgo conocia con los apodos de la Perdiz, el Cojo y el Mulo? ¿Qué literatura habia de cultivarse, como no fuese la sátira envenenada, sangrienta y grosera, con el monarca de los hechizos, de los duendes de palacio, de los familiares del Santo Oficio, de las monjas energúmenas, de las revelaciones de fingidos endemoniados, y de los conjuros de embaucadores exorcistas?

Pero viene el primer soberano de la casa de Bor

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