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En vano los Sres. Romero Alpuente, Priego y Quiroga, manifestaron que en el estado de ignorancia en que las Córtes se hallaban, les era necesario adquirir luces de particulares, y que la llamada de los secretarios al seno del Congreso, no podia considerarse mas que como una prueba de confianza y opinion grande de su patriotismo. El Sr. Garcia Herreros dijo: que de este patriotismo habian dado testimonios públicos; que no les restaba mas que el honor, y que si era preciso que lo sacrificasen por la patria, estaban prontos á hacerlo; que en cuanto á lo que habia espuesto el Sr. Romero Alpuente, existian en la secretaría todos los documentos justificativos que se necesitaban, y sin los cuales, de nada serviria: que cuando en otro tiempo se preguntaba á los secretarios del despacho alguna cosa, se hacia con anticipacion; y que exigiéndoles ahora contestaciones de memoria, podria suceder, que cualquiera falta involuntaria en la exactitud de las palabras, alterase el verdadero sentido de las espresiones; que tenian dadas pruebas de su amor á la patria; que habian abandonado sus esposas, sus hijos y sus haciendas, y que últimamente no les quedaba mas sacrificio que hacer que el de su vida, que estaban prontos á sacrificar: que se dijese dónde corria riesgo la patria, y que allí acudirian los primeros, etc.

Entonces propuso el Sr. Palarea, que en vista de la imposibilidad en que se hallaban las Córtes de saber el estado de la nacion, ni por los antiguos secretarios del despacho ni por los nuevos, se pasase á sesion secreta, esperando que aquellos dignos ciudadanos, satisfarian allí á cuantas preguntas les hiciesen; á lo que contestó el Sr. Argüelles, lo agradecidos que estaban al aprecio que el Congreso hacia de ellos; pero que no podia menos de manifestar que la publicidad era su salvaguardia, y que tal vez se hubiera espuesto á todos los resultados de la desobediencia, si en lugar de ser pública aquella sesion, hubiese sido secreta; que tenia motivos de creer, que la ilustracion y talento de los sugetos que entonces se hallaban encargados de las secretarías del despacho, facilitarian con la brevedad posible las noticias que las Córtes exigian; y que pedia á los señores

diputados les libertasen del conflicto en que se hallaban, porque era para ellos muy amargo.

Amargo era, en efecto, para aquellos hombres beneméritos, verse en un apuro, de donde no podian salir sino por medio del silencio. Cualquiera revelacion que hiciesen, dando que fuese revelacion, los constitula en el carácter de acusadores. ¡Y qué acusaciones tan tremendas, sobre todo, en su boca y en aquellas circunstancias!

El Sr. Martinez de la Rosa hizo sentir al Congreso la penosa situacion en que aquellos hombres se encontraban, y habiendo indicado que tal vez seria fácil al Congreso adquirir otros medios de comunicacion, se dió fin al asunto, levantando la sesion, que por la hora y el objeto, habia atraido un sin número de espectadores. Con el interés mas vivo y silencio religioso, se escucharon cuantas palabras salieron de los labios de los exministros, quienes evacuaron el salon, despues de haber sido despedidos en términos honoríficos por el presidente.

Asi terminó este asunto, es decir, el público, pues las Córtes pasaron inmediatamente á sesion secreta.

Al oficio en que se les pedia consejos sobre la designacion de personas para ocupar las secretarías vacantes del despacho, respondieron que agradecian mucho la confianza que merecian á S. M.; mas que siendo de sus facultades privativas nombrar libremente á sus ministros, no debian las Córtes estral imitar las suyas. »

En su respuesta al discurso del trono, haciéndose cargo del famoso apéndice, decia el Congreso :

Han escuchado las Córtes con dolor y sorpresa, la indicacion que V. M. se ha servido hacer por sí, al dar fin á su dis

curso. »

«Llenas de afecto, de lealtad y de ardiente celo por la observancia de la Constitucion, que tan positivamente establece el respeto debido á la sagrada é inviolable persona de V. M., no podrán jamas ver con indiferencia, cualquiera accion menos conforme con este principio constitucional; accion que solo puede tener cabida en algun español indigno de este nombre,

y que mereceria siempre la execracion general de la nacion, y especialmente la de una capital que tantas pruebas ha dado á V. M. desde los primeros tiempos de su reinado, de un amor y fidelidad á toda prueba. Por lo demas, las Córtes, ceñidas por la Constitucion á las funciones legislativas, descansan en el celo y sabiduría de V. M. Confian que V. M., como gefe supremo y único del poder ejecutivo, en cuya a gusta persona reside la potestad de hacer ejecutar las leyes, y cuya autoridad se estiende á todo cuanto conduce á la conservacion del órden público, el cual es inseparable del acatamiento y veneracion de la dignidad real, dispondrá que se reprima enérgicamente todo esceso contrario en cualquier sentido á nuestras instituciones, por los medios que ellas mismas tienen señalados; y esperan que de esta suerte consumará V. M. la grande obra de nuestra restauracion política, y afirmará mas y mas la solidez y perpetuidad del trono constitucional, conforme al voto general é irrevocable de los españoles. »

Fue para el público la separacion de los ministros, objeto de disgusto, de inquietud, de nuevos recelos y temores. El medio que adoptó la corte para deshacerse de ellos, pareció sobrado ruin; y la táctica de echarse en cierto modo en manos del Congreso á fin de elegir los sucesores, muy poco acertada por lo que llevaba tan conocidamente de engañosa. Pocos ministros salieron de sus cargos con mas popularidad y sentimiento de los hombres sinceramente deseosos del bien de su pais, de la consolidacion de las instituciones liberales. Pocos habian entrado á mandar en circunstancias mas difíciles, ora atendiendo al cambio radical que se habia hecho del derecho público español, ora á la posicion de la misma corte, impaciente y resentida de haber tenido que ceder á voluntades imperiosas. Su conducta fué arreglada á lo que pedia de ellos el pais, á lo que les prescribia su deber, á lo que reclamaba asimismo su reputacion con tan justo título adquirida. Argüelles, que tan alto habia subido como representante de la nacion en las Córtes generales, pasaba por una ruda prueba al tomar las riendas de administrador y gobernante de una nacion, por tantas vicisitudes, calamidades y mise

rias trabajada, y que en su rápida transicion de un estado de servidumbre humilladora, al de una emancipacion política completa, habria de sufrir oscilaciones que comprometiesen su reposo. Gran diferencia habia en efecto, entre las coronas de flores que arrancaba su elocuencia á un público entusiasmado de sus inspiraciones, y las espinas de un cargo en que se eclipsan muchas veces los hombres de mas génio. Arrostró Argüelles su nueva situacion, con serenidad y gran firmeza de ánimo; caminó impertérrito por la senda que le estaba trazada por la ley, y no se olvidó jamas, de que representaba el papel de ministro de una nacion regenerada y libre. Entre las exigencias de un público impaciente, los miramientos debidos á un Congreso celoso de sus prerogativas, y el desvio y ceño de una corte que no podia convertir en sonrisas sin faltar á sus deberes, tuvo que moverse todo el tiempo de su administracion, sin inclinarse á parte alguna por no perder el equilibrio. Se aplicó á los negocios con asiduidad, no descuidó ninguno de los ramos de su administracion; hizo á todos justicia, observó con ojo vigilante los pasos de los enemigos de las instituciones liberales, siempre pronto á reprimirlos sin estralimitar sus facultades; y no pocas veces hizo el sacrificio de popularidad, por contener, por refrenar, por denunciar hasta en la tribuna pública, lo que le parecian estravios y abusos en el ejercicio de la libertad, que podian ser causa de su ruina. Para navegar sereno por un mar tan sembrado de escollos, se necesitaba gran tenacidad de propósito, creencia ciega en la solidez de sus principios, un acendrado valor cívico. Tal es la prenda que mas brilló en Argüelles durante su administracion, elogio á que tienen título igual sus compañeros. Si en mo. mentos de conflicto pudieron dudar algunos de su tino y capacidad, ninguno de su buena fé, ni de la sinceridad de sus principios. Para todos los amantes de la Constitucion fueron objetos de confianza, sobre todo durante los últimos meses de su ministerio, en que se divisaban en el horizonte tantas nubes negras. Decir que salieron puros de la administracion, seria un pequeño elogio para hombres de su clase y temple. Para concluir lo que concierne en este punto á sus personas, diremos que el Congreso

nacional, como testimonio de lo gratos que habian sido sus servicios, y de la alta consideracion que se debia á sus personas, les concedieron una pension vitalicia de sesenta mil reales; resolucion que fué adoptada por unanimidad, pero que no tuvo lugar hasta de allí a dos meses.

Con esto damos fin á la segunda poca de la presentacion de Don Agustin Argüelles en la escena pública. Siguiendo constantemente nuestro plan, no dejaremos de recorrer, aunque con suma rapidez, los sucesos que llenan el vacio del año justo, que duró su situacion pasiva.

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