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minas de explotación romana; argumento a geógrafos e historiadores para situar la frontera de cántabros y asturianos. A la izquierda asoma uno de los interesantes términos de nuestro viaje: los Picos de Europa, sublime corona de Cantabria, diadema de hielos con la cual lucha el sol sin vencerla, antes haciéndola fulgurar al herir sus eternos cristales, publica a lo lejos su pujanza, su gloria y su hermosura.

Caminando adelante vamos a ver la mar y los esteros de San Vicente.-Saludémoslos de lejos, puesto que otro ha de ser el camino que allá nos lleve.-Saludémoslos hasta dentro de poco, y tornemos a tomar en Puente San Miguel el triste y solitario camino de Santillana.

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SANTILLANA

I

HISTORIA Y NOVELA.-LA LOCURA CLAUSTRAL.-BLASONES

Y DIVISAS

De Santander a Santillana, por la mañana;

de Santillana a Santander, después de comer.

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si decían nuestros padres, faltos de la comodidad que nosotros hemos alcanzado, y puestos en obligación de cabalgar para el despacho de sus quehaceres y negocios entre la villa antigua y la ciudad moderna. Y efectivamente, haciendo su jornada como el popular decir ordena, tomábales el sol por la espal

da, tanto al ir como al volver, prevención sabida y comodidad añeja de caminantes.

En los orbes de la realidad y de la ficción, en el mundo de los hechos y en el de la fábula, en los fastos de la vida y de la fantasía, vive Santillana, merced a dos caracteres diversos: real el uno, imaginado el otro, pero dotados ambos por la

naturaleza y el ingenio de aquella energía vital, persistente, que cura de la muerte y preserva del olvido: el Marqués y Gil Blas.

Pocos son los españoles ciertos, a sabor, de la no existencia de Don Quijote. De la primitiva existencia de Gil Blas de Santillana no dudaba ninguno de los gallardos oficiales que mandaban aquellos soldados ingleses cuyas devastaciones en Monte-Corban hemos referido. Así es, que venidos a la villa con pretexto de visitar su célebre colegiata, y con razón de ejercitar su fortaleza de jinetes y de lucir sus soberbios caballos, no se descuidaban en pedir a los naturales noticias de la progenie y morada del aventurero personaje.

Vivia entonces la villa uno de los más respetables e ilustres caballeros de ella, don Blas de Barreda (1), y deslumbrados por la paridad del nombre y la pronunciación confusa de los extranjeros, no vacilaban los preguntados en dirigirles a la casa de los Barredas. Y se cuenta que ciegos de aquel entusiasmo isleño que a las veces y en remotas partes del mundo ha tomado vandálica fisonomía, rascaban las paredes para llevarse reliquias del revoque, o desencajaban peladillas del zaguán, empedrado en mosaico de guijarros, a la manera usual de la tierra.

Ignoro si preguntaban por la casa de Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, pero de juro era apellido notorio para los curiosos, si entre ellas los hubo, de literatura española, pues con los de Mena y Manrique compendia la poesia castellana de su siglo, para cuantos no han tenido ocasión y holgura de penetrar en el populoso Parnaso de los Cancio

neros.

A bretones y cántabros, a extranjeros y nacionales, siendo de aquellos cuyo espíritu inquieto presta oído a la voz apa

(1) Curioso literato; dejó excelente librería, recopilados datos y documentos para la historia de la villa y de su colegial, y copiadas algunas inscripciones interesantes de la provincia. Posee la casa su nieto, mi ilustrado amigo el marqués de Casa-Mena y de las Matas.

gada y moribunda de las recuerdos, no han de faltarles dentro del recinto de la solariega villa impresiones y sorpresas, ni ocasión de meditar en presencia de una piedra labrada soltando el vuelo a la fantasía sobre sus dos poderosas alas, sentimiento y memoria.

Tienen las poblaciones, como los individuos, su arreo y traje, en que revelan sus gustos y sus hábitos, cuando no sus vicios y virtudes. Así aparecen a los ojos del viajero, militar un pueblo, comerciante otro, jovial Sevilla, agrícola Córdoba, veleidosa Cádiz, ascética Burgos, levítica Toledo; así hablan con la lengua de sus ángulos y contornos, de su verdura o su austeridad, de sus hojas o sus piedras, vergeles, palacios, campiña, murallas, agujas y chapiteles; así tras de la fábrica muerta aparece el hombre, y bajo el techo silencioso de la vivienda se dejan penetrar la pasión, el juicio, la creencia, la opinión y el sentimiento.

Santillana, en las proporciones de villa a ciudad, de casa solar a palacio, de colegiata a catedral, de caballero aventurero a prócer palatino, señor de horca y cuchillo, recuerda ciertas ciudades italianas, magníficas, soberbias un tiempo, ya despobladas y ruinosas, que en su abandono presente parecen más altivas y ceñudas que lo fueron en días prósperos y gloriosos; que en su construcción y traza conservan la huella de una historia intestina, agitada, febril, nutrida toda de odios, de celos, de enemistades y venganzas.

Yo no sé qué austera grandeza respiran sus dos calles costaneras, desiguales, que se unen para salir por un extremo al campo de Revolgo, y se apartan luego en abierto ángulo para terminar en la casa comunal y torre del merino la una, en la colegiata la otra. Parecen los caminos por donde enemigos bandos salían al campo de batalla, al de tregua; por donde volvían a retirarse mal calmadas las iras, latente el rencor y vivo; caminos donde los linajes antiguos dejaron colgados y en orden sus escudos, como están en militar museo las armas y banderas de los guerreros.

El campo de Revolgo suena en los papeles particulares de

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