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bía jurar el rey, reservándose modificar los articulos que se opusieran al esplendor de su sólio.

Consultóse al duque de Osuna, y la crónica non sancta de aquella época, cuenta que influencias femeninas obligaron á este ilustre personaje á responder: sí, nó y qué sé yo.

XI.

El Consejo no tomó ningun acuerdo; pero quedándose solo el rey con el duque de San Carlos:

-¿Qué haremos, duque? le preguntó.

-V. M. lo duda.

-Yo ya tengo formada mi resolucion, pero las circunstancias.....

-V. M. no jurará la Constitucion.

-Pero, ¿y los charlatanes de las Córtes?

-¿Quiere V. M. que le indique lo que debe hecerse?
-Sí, habla.

-Pues bien, el conde de Montijo es audaz; su carácter espansible y bullanguero le han adquirido gran popularidad en los barrios bajos de Madrid. Es ambicioso, él contribuyó poderosamente á la sublevacion de Aranjuez, ama á V. M., y es preciso que vaya á la córte para poner en pugna al pueblo con el gobierno y la Asamblea.

-Hágase tu voluntad, dijo el rey con cínica sonrisa.

La comitiva llegó á Teruel y encontró la ciudad espléndi damente adornada con emblemas liberales.

¡Qué de epígramas al contemplar aquel espectáculo brotaron de los augustos lábios!

Pero todavía no podia desahogarse por completo.

Aunque á alguna distancia llevaba á su lado al general Copons y como este bizarro general era inflexible guardador de las órdenes que habia recibido de la Regencia para no descubrir el verdadero espíritu de que se hallaba dominado el monarca, se contenia.

Pero el general se despidió del rey para volver á ponerse al frente de su ejército, y Fernando quedó completamente libre.

XII.

El dia 15 llegó la comitiva á Segorbe.

En aquella ciudad se reunieron á Fernando su hermano Carlos y su tio D. Antonio.

Este, como indiqué, habia estado en Valencia en compañía de D. Pedro Macanaz, con objeto de preparar el terreno para la realizacion de los designios de su soberano.

Tambien llegaron á aquel punto el duque del Infantado y D. Pedro Gomez Labrador.

Este último, hombre de gran talento, tenia una gran flexibilidad.

Habia sido partidario de Fernando en sus primeros tiempos, amigo de José Bonaparte, con los constituyentes de Cádiz habia tenido relaciones, y, por último, despues de haber hablado muchas veces en pró de la Constitucion, se acercaba al astro que empezaba á brillar de nuevo para vivir de sus reflejos.

En Segorbe se celebró otro Consejo, pero no asistió á él el canónigo Escoiquiz, porque se encaminó á Valencia con el ánimo de completar la obra iniciada por el infante D. Anto

nio, desempeñando en aquella ciudad el mismo papel que él habia confiado al conde de Montijo en Madrid.

Al Consejo asistieron las personas de que ya tienen noticia mis lectores, el duque del Infantado, Gomez Labrador y tambien el infante D. Cárlos.

Este y su hermano, unidos desde los primeros años, se profesaban hasta donde era posible, mútuo cariño, y como habian vivido juntos en la emigracion, no tenia Fernando secretos para él.

El duque de Frias y el general Palafox repitieron lo que habian indicado en Daroca.

Pero el duque del Infantado, reasumiendo los debates, dijo:

-Aquí no hay más que tres caminos que seguir: jurar la Constitucion, no jurarla ó jurarla con restricciones. Cada cual asintió su opinion, dominando en la mayoría la que el rey no debia aceptar por nada del mundo la Constitucion.

de

Notando que callaba Macanaz, le preguntaron cuál era su dictámen.

-Ya he tenido el honor de manifestárselo á S. M. y á S. A. y no tengo que añadir una sola palabra.

-Por mi parte digo otro tanto, exclamó el duque de San Cárlos.

En vista de estas reservas ninguno se atrevia á hablar, cuando Gomez Labrador en un arranque de entusiasmo, con tono descompuesto, dijo:

-Por mi parte declaro que el rey no debe jurar la Cons-titucion. Esto es lo que exige el bien de la patria, que no será feliz mientras no se meta en un puño á los liberales.

XIII.

Desde aquel momento resolvieron todos in pectore, opinar como Gomez Labrador, tanto más cuanto que las noticias que habian recibido acerca de la actitud en que se hallaba el capitan general de Valencia, eran sumamente favorables á sus proyectos.

Mandaba el ejército de aquella ciudad el general D. Francisco Javier Elio, hombre de violento carácter, que estaba muy incomodado con el gobierno, y mas aun con la libertad de imprenta, gracias á la cual habian censurado los periódicos su expedicion á la isla de la Plata y los desaciertos que habia cometido como militar.

Sus intenciones eran apoyar á Fernando si aspiraba á reivindicar su poder absoluto, pero no atreviéndose á obrar en este sentido por su cuenta, y temiendo dejar traslucir demasiado sus intenciones en el discurso con que debia saludar al monarca, encargó la redaccion de esta arenga al auditor de Guerra D. Martin de Gaztañaga, persona que se habia distinguido por algunos escritos en favor de las reformas introducidas por las Córtes.

XIV.

La Regencia envió á su presidente el cardenal de Borbon y al ministro de Estado D. José Luyando, para que recibieran en Valencia al monarca.

El primero carecia de tacto político y de carácter, y el se

gundo, ansioso de conservar su posicion ó de mejorarla, se hacia el sordo y el ciego.

Tambien acudieron á saludar á Fernando los ex-regentes D. Juan Perez Villamil, hombre de mucha intriga, y D. Miguel de Lardizabal, que se habia distinguido por su ódio á la Asamblea nacional.

Todo estaba, pues, preparado en Valencia para que Fernando encontrase, como suele decirse, en los hombres mas influyentes de aquella ciudad, la horma de su zapato.

XV.

Apenas llegó á Valencia el infante D. Antonio, abrió en su casa una tertulia á la que concurrieron desde luego todos los personajes que aspiraban á ponerse bien con el nuevo poder. En ella quiso probar fortuna un modesto empleado lleno de ambicion aunque de vulgar estofa.

Declarándose desde el principio furibundo absolutista, escribió y publicó algunas hojas sueltas llenando de aduladoras y rastreras alabanzas á Fernando VII y fulminando rayos contra los liberales.

Llamábase D. Justo Pastor Perez, estaba empleado en Rentas, y como tenia poco que perder y mucho que ganar, no vacilaba en halagar al rey y en captarse las simpatías de su tio D. Antonio.

A todos estos elementos se unió el concurso del general Elio.

Una circunstancia que unos historiadores creen casual y otros estudiada, puso de manifiesto las tendencias de este general.

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