juntos? Mejor hicierais vos, que sois mozo y recio, en cargar con él.» Gustóle al emperador el aire desenvuelto del rústico, y mientras llegaba quien pudiera llevar la pieza, entretúvose en hacerle algunas preguntas; preguntóle entre otras cosas qué edad tenía, y cuantos reyes había conocido.— «Soy muy viejo, señor, contestó el labriego; he conocido ya cinco reyes. Conocí al rey don Juan el segundo siendo ya mozuelo de barba, á su hijo don Enrique, al rey don Fernando, al rey don Felipe y á este Carlos que agora tenemos.-Y decidme por vuestra vida, le preguntó el monarca; de esos ¿cuál fué el mejor, y cuál el más ruín?-Del mejor, respondió el anciano, por Dios que hay poca duda: el rey don Fernando fué el mejor que ha habido en España, que con razón le llamaron el Católico. De quién es el más ruín, no digo más sino que por mi fe harto ruín es este que tenemos, y harto inquietos nos trae, y él lo anda, yéndose unas veces á Italia, otras á Alemania y otras á Flandes, dejando su mujer é hijos, y llevando todo el dinero de España: y con llevar lo que montan sus rentas, y los grandes tesoros que le vienen de las Indias, que bastarían para conquistar mil mundos, no se contenta, sino que echa nuevos pechos y tributos á los pobres labradores, que los tiene destruídos. Pluguiera á Dios se contentara con sólo ser rey de España, que aun fuera el rey más poderoso del mundo.»> Viendo Carlos que no era rudo el labriego, y no insensible á la impresión que la verdad así sencillamente enunciada produce, díjole que el emperador era hombre que amaba mucho su mujer é hijos, y que no los dejaría ni saldría de España, si no le obligara la necesidad de sostener tantas guerras contra los enemigos de la cristiandad y aun del reino español, que eran las que causaban tantos gastos, que no bastaban para ellos las rentas ordinarias de la corona ni los pechos con que le servían los pueblos. En esto llegaron cuatro cazadores y criados de la regia comitiva, y como observase el rústico el grande acatamiento que todos hacían á su interlocutor, entró en sospechas de quién podría ser y le dijo: ¡Aun si fuésedes vos el rey!... Por Dios que si lo supiera, muchas más cosas os diría. Cuentan que Carlos. no negando ya la calidad de su persona, dijo sonriéndose al labrador que le agradecía sus avisos, pero que no olvidara las razones con que había respondido á sus cargos: y que concedidas algunas mercedes que le mandó pedir, y en que el humilde leñador anduvo bastante corto, prosiguió su ejercicio de caza (1). La anécdota no es inverosímil, ni puede parecer extraña al que conozca el carácter de los labriegos y gente del campo de Castilla. Las palabras del rústico no eran otra cosa que el eco de la opinión general del reino, formada por lo que á gente más entendida oyera, y por el propio instinto popular, que en estas materias pocas veces va descaminado; y aquellas palabras debieron hacer más efecto al emperador que las razones y discursos con que hubiera sido censurada su política en las cortes. Durante esta su corta permanencia en España tuvo la desgracia y la pesadumbre de perder la emperatriz, que murió en Toledo de parto (1.o de (1) Refiere esta anécdota el obispo Sandoval en el lib. XXIV, núm. 10 de su Historia de Carlos V. mayo, 1539), á poco de haber dado á luz un niño también sin vida. La muerte de esta excelente señora fué muy sentida y llorada en todo el reino, porque á su notable hermosura reunía las más bellas prendas del alma, y adornábanla grandes y muy excelsas virtudes. Contaba entonces treinta y ocho años de edad, uno menos que su marido. Hiciéronsele suntuosísimas exequias, y fué llevada á enterrar á la real capilla de Granada, con numerosa y brillante procesión de prelados, clérigos, grandes, títulos y caballeros. Hasta el rey Francisco I de Francia le hizo unas solemnísimas honras fúnebres (1). CAPÍTULO XXII LIGA CONTRA EL TURCO.-MOTÍN Y CASTIGO DE GANTE De 1539 á 1540 Compromisos y consecuencias para España de la liga contra el turco. -- Discordias entre los almirantes español y veneciano.-Conflicto de españoles en Castelnovo.— -Su heroísmo y su trágico fin.-Triunfo funesto de Barbarroja.—Alzamiento y revolución en Gante y sus causas.- Perplejidad del emperador. - Determina ir por Francia.-Caballeroso y cordial recibimiento que le hizo el rey Francisco.-Festejos que le hacen en París.-Disimulado y falso proceder de Carlos.-Marcha á Flandes. -Sofoca la rebelión de Gante.-Medidas y castigos crueles.-Desembózase con el rey de Francia, y le niega abiertamente la cesión de Milán.-Justo enojo del francés. -Vaticínanse nuevos rompimientos.-Demandas de los protestantes de Alemania, y respuesta del emperador. Cuando el condestable de Castilla, con acento elocuente y varonil, eco de la opinión de la grandeza castellana, aconsejaba á Carlos V en las cortes de Toledo que suspendiera las guerras que consumían y empeñaban las rentas de la corona y empobrecían al pueblo; y cuando el humilde leñador del Pardo con rústica sencillez, eco de la opinión popular, manifestaba al emperador, sin conocerle, que tantas guerras y tantos viajes y gastos eran la ruina de los pobres labradores y la perdición de España, entonces mismo traía el emperador empeñada una guerra terrible y dispendiosa allá en los mares y costas de Italia. La liga del pontífice, Venecia, el imperio y otros Estados y príncipes cristianos contra el turco, le obligaba á mantener en pie de guerra multitud de naves y muchedumbre de soldados. El general del ejército confederado era su virrey de Sicilia don Fernando de Gonzaga; el gran almirante y jefe de la armada de la liga era el ilustre genovés Andrea Doria, ambos súbditos del emperador. Barbarroja con ciento treinta galcras turcas se había echado sobre Candia y otras plazas, y una operación (1) La emperatriz doña Isabel era hija de los reyes de Portugal don Manuel y doña María, hija ésta de los Reyes Católicos. No se logró de ella más sucesión varonil que el príncipe don Felipe, de edad entonces de doce años. Dejaba además la infanta doña María, que fué mujer del emperador Maximiliano, doña Juana, que fué reina de Portugal. naval en que la fortuna no favoreció al príncipe Doria había envalentonado al terrible general de la armada mahometana, y producido desavenencias entre los jefes de las flotas española y veneciana, Andrea Doria y Vicente Capelo, echando éste sobre aquél la culpa del mal suceso. Reconciliados después por mediación de Gonzaga, acordaron tomar á los infieles la plaza fuerte de Castelnovo, y combatiéndola españoles y venecianos por mar y por tierra, la rindieron al tercero día, haciendo mil seiscientos cautivos, y poniendo para su presidio tres mil hombres, españoles todos, al mando del valeroso capitán Francisco Sarmiento, no sin contradicción y desagrado del de Venecia, que con tal motivo volvió á enojarse, desarmó las galeras, despidió la gente y vino á quedar deshecha la liga. Había intentado Barbarroja acudir al socorro de Castelnovo, mas impidióselo una tormenta, en la cual perdió una gran parte de sus naves. La pérdida de Castelnovo hirió de tal manera el orgullo del sultán que juró vengarla en venecianos y españoles, combatiendo á aquéllos en la Morea, y á éstos en la plaza cuya pérdida tanto le había irritado. Rehizo, pues, la armada de Barbarroja, dióle además diez mil turcos y cuatro mil genízaros, y llegada la primavera (1539) le envió á atacar por mar á Castelnovo, en tanto que por tierra marchaba al mismo punto el gobernador de Bosnia, Ulamen, que era un tránsfuga persiano, con treinta mil infantes, gran golpe de caballería y multitud de gente irregular y allegadiza. Acudió Juanetín Doria con veinte galeras á llevar provisiones á Castelnovo, pero volvióse luego, temeroso de que llegase la armada de Barbarroja, á quien no podía resistir con tan desiguales fuerzas. Llegaron, en efecto, algunos días después Barbarroja y Ulamen con la armada y ejército (18 de julio), ambos con igual gana de escarmentar á los españoles encerrados en Castelnovo. Los primeros combates les hicieron ya ver que las habían con gente denodada y que no se asustaba por el número de los enemigos. Prodigios de esfuerzo y de valor hicieron los cercados con ser tan pocos; y en los ataques y escaramuzas que cada día sostenían con los infieles, hubo ocasión de matar mil genízaros de aquellos que decían con arrogancia: Un español basta para dos turcos, pero un genízaro basta para dos españoles. La repetición de hechos heroicos como éste traía de tal manera desesperado á Barbarroja, que mandó que no se gastara más tiempo en escaramuzas, y dió orden para que se atacara formalmente y sin descanso la plaza con toda la artillería de las naves y del ejército de tierra. Cinco días con sus noches estuvieron batiendo el castillo hasta no dejar piedra sobre piedra, y como había acudido allí la principal fuerza de los sitiados y let habían ganado y perdido tres veces, murieron más de mil españoles, quedándose asombrados los turcos de la resistencia que tan pocos hombres habían puesto en un pobre castillejo á los innumerables tiros de sus cañones. Arrasada la fortaleza, dirigieron sus tiros á las murallas de la plaza, que demolieron más fácilmente, dejando aquélla tan abierta como si nunca hubiera estado cercada. El valeroso Francisco Sarmiento, mortalmente herido, andaba todavía á caballo por entre los cadáveres de los suyos, alentando á los pocos que quedaban á hacer el postrer esfuerzo. Era ya inútil, y además imposible prolongar la defensa. Entraron, pues, los turcos en Castelnovo (7 de agosto, 1539) sobre escombros y cadáveres de españoles, puesto que sólo quedaban con vida ochocientas personas entre hombres y mujeres, de las cuales unas fueron martirizadas, otras destinadas á los remos, y otras guardadas para presentarlas en Constantinopla como trofeo del triunfo, si triunfo podía llamarse la conquista de una plaza defendida por tres mil hombres, á costa de la muerte de casi todos los genízaros y de diez y seis mil turcos. Barbarroja ofrecía la libertad y una gran suma de dinero al que le presentara la cabeza de Francisco Sarmiento, pero no se halló, ó no se pudo reconocer entre tantos cadáveres (1). Este fué por entonces el fruto de la liga, y así se derramaba la sangre española en extrañas tierras, á los pocos meses de haber suplicado á Carlos V las cortes de Castilla que suspendiera las guerras y procurara la paz universal. Mas no era esto sólo por desgracia. Cuando esto acontecía, ya el emperador, á quien se había rogado que permaneciera en España como remedio para curar los males que sus continuas ausencias producían, se preparaba á abandonar otra vez el reino para acudir á los Países-Bajos á sofocar el levantamiento de Gante, su ciudad natal. La sublevación de los ganteses traía su origen de la invasión de Francia, hecha por Carlos V en 1537 de concierto con sus hermanos don Fernando y doña María. Esta última, gobernadora de Flandes, obtuvo de los Estados de las Provincias Unidas para los gastos de aquella guerra un fuerte subsidio, cuyo contingente se negó á pagar la rica ciudad de Gante, fundada en un privilegio que tenía, por el cual no podía imponérsele tributo alguno sin su expreso consentimiento. En vano la gobernadora alegaba haber sido votado por los Estados de Flandes, de que eran también miembros representantes los ganteses. Decididos éstos á no renunciar á un privilegio que tanto estimaban, y que habían defendido con éxito contra sus mismos soberanos, no cedieron ni á los suaves ruegos ni á las severas medidas de la reina regente. y lograron interesar á las demás ciudades flamencas á fin de conseguir de doña María que suspendiera la percepción del impuesto hasta tanto que enviaran comisionados á España á presentar á Carlos sus títulos de inmunidad. El emperador les contestó altivamente que obedecieran á su hermana como si fuese él mismo; y que si en algo se sentían agraviados, acudiesen al consejo ó tribunal superior de Malinas (1538), cuyo fallo les fué también desfavorable. Irritados con esto los ganteses, tomaron las armas, se alzaron en rebelión abierta, se apoderaron de los fuertes de la ciudad, prendieron á los oficiales reales, nombraron su consejo de gobierno, y conociendo que para poder sostenerse necesitaban un protector, despacharon secretamente emisarios al rey de Francia, ofreciendo reconocerle por soberano y ayudarle á recobrar el condado de Flandes, que en otro tiempo había pertenecido á la corona de Francia. Por más que halagara al rey Francisco tan (1) Sandoval, lib. XXIV, núm. 12.-El Dr. Diego José Dormer pone una larga lista nominal de los capitanes y oficiales españoles que murieron en Castelnovo. Anales de Aragón, cap. LXXXVIII. |