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y de la Sorbona parisiense (1). A fuer de hombre de grande y elevado corazón, perseveró en su misión de enseñar y corregir a sus semejantes, a pesar del desengañado conocimiento que de ellos tenía (2). Nuestra provincia le debe su emancipación administrativa, la creación de su obispado, la elevación de su capital de villa a ciudad. Por eso acordaron, el ayuntamiento colocar en el salón de sus sesiones, una memoria del popular agradecimiento al padre Jesuíta; el cabildo catedral su retrato en la sala capitular, y ni uno ni otro lo cumplimentaron (3). Gratitud de corporaciones, que tiene su razón, si no su excusa, en las mudanzas de los tiempos, en las corrientes sucesivas de la atmósfera política, encontradas y diversas de entonces acá, pero nunca favorables al instituto de Loyola; argumento a los que profesan que las colectividades tienen a las veces dineros y brazos, pero nunca entrañas, nunca corazón ni cerebro.

Aún zumba en nuestros oídos el violento rumor de las ondas del Nansa, cuando vemos reflejarse el cielo en otro caudal mayor y más sosegado, el Deva, rico en salmones. En una barca le cruzan por Unquera los caminantes de Asturias. Nosotros sin embarcarnos seguimos hacia Mediodía.

Tomando cauce arriba va el camino por la orilla derecha del Deva, apartándose a trechos de ella y encaramándose con más bríos que necesidad a San Pedro de las Vaderas, para bajar de nuevo y entrar en las Asturias de Oviedo cerca del lugar de Buelles.

(1) Escribió bastante de teología moral y dogmática, de disciplina, de filosofía, etc. Sus obras, impresas o manuscritas, se conservan con buena parte de su selecta librería, en aquel palacio que describimos en Casar de Periedo, y es propiedad del actual poseedor de la casa, don José de Rávago y Prieto, del hábito de Calatrava.

(2) ... La triste experiencia enseña que ningún celo basta a despertar esta caída nación, escribía al famoso literato don Blas Antonio de Nasarre, desde Aranjuez, a 17 de abril de 1750, a propósito de ciertos nombramientos de cronistas del rey.

(3) En la actual sala municipal de sesiones se lee su nombre entre los de los montañeses ilustres o que han prestado meritorios servicios a su pueblo. (N. del E.)

Por el río bajan troncos y suben barcas, navegación singular, incompleta y difícil que se torna en arrastre en los pedregales someros, donde las tripulaciones, echándose al agua, empujan el barco, y a fuerza de pecho le hacen vencer la opuesta riguridad de la corriente y el roce de los cudones.

Atravesamos un pintoresco vallecillo; en su centro levanta Panes su caserío teñido del cárdeno polvo de la calamina, los anchos colgadizos en que el mineral se quiebra y se cierne, las altas cabrias que lo cargan y descargan.-En la ribera opuesta la atalaya de Siejo, hendida de la almena al cimiento como herida de un fendiente por la invencible colada de un Cid fantástico; la atalaya puesta entre las amenazas que suben de la costa y las que bajan del monte; la atalaya que sigue a las bajas y fáciles marinas precede a las quiebras y espesuras impenetrables. -No miente el anuncio: poco más arriba de la confluencia del Cares, de ático nombre, entra la carretera en una brecha angosta y profunda, de aquellas que, pasada la catástrofe diluvial, se abrieron las aguas depositadas en las altas concavidades del globo, para fluir al Padre Océano y restablecer el perturbado equilibrio de la estremecida creación.

Largo y romancesco tránsito cuando bajan sobre él los inexplicables terrores de la noche; cuando desde el fondo del solitario tajo, metidos entre las dos tenebrosas fajas de roca, descubrís en lo alto la luminosa claridad del estrellado cielo, lejano, inaccesible, mientras la angostura parece estrecharse, juntar sus inmensas moles y ahogaros, y esta mental angustia os mengua la respiración, os enflaquece el brío y acelera el paso. Cuando oís un eco de pisadas, que no sabéis si os siguen o si vienen a encontraros, y volvéis la cabeza, y sondeáis inútilmente las tinieblas; el pisar no cesa, como que es el pisar vuestro, os acompaña, os agita los pulsos, os irrita los nervios, suena más claro o más confuso, más recio o más débil, como de persona que no camina al azar de su jornada, sino sujeta a un propósito, propósito desconocido, de persecución o acecho; que quiere disimularse a veces, a veces co

rrer; ya acercarse, ya dejaros largo trecho adelante; y hay momentos en que imagináis que su pie va a pisaros los talones, en que esperáis sentir una mano extraña sobre el hombro, y una voz más extraña en el oído que os detenga y os cuaje la sangre.

Y ¡qué nombres tienen aquí los arroyos!: el Rúmenes, que se desentierra, o mejor dicho, se desenroca para caer al Deva; el Urdón, que baja de Tresviso arrastrando las escorias de sus hornos.

El ruido de la piedra que se desgalga la montaña abajo, el salto de la trucha en el agua estremecen y despavorizan, y más si al pasar sabéis que un pozo opaco y sombrío se llama el pozo del Infierno; si os cuentan que en otro pareció ahogado al romper de una mañana un mozo mensajero, cuyo paradero se ignoraba y se inquiría.

Un sonido rústico, tenue al principio, desigual, que a medida que avanzamos se gradúa y crece, viene a disipar visiones y espantos. Es la esquila de los bueyes que rumian acostados delante de la «Posada de Gabriel de Cué».-Un candil colgado de un balcón nos hace leer este rótulo.-Estamos en la Hermida.

Cuando amanezca verás la áspera grandeza de estos sitios; preguntarás por el manantial prodigioso que brota humeando de las entrañas del suelo, y cuyas aguas han de reposar buen trecho al aire ambiente antes de que los paralíticos y lisiados que entran a dejar su mal en ellas, puedan soportar su altísima temperatura; y verás que aquel elemento de salud, de fama y de riqueza, se pierde pobre, obscurecido, disfrutado de pocos; que la tristeza y desan.paro del lugar, que la descomodidad del alojamiento son para sufridos por sanos, no por enfermos; son para sufridos por gente robusta, que no valetudinaria; por gente moza, animosa, jovial, que consigo lleva el sol y la alegría, y la abundancia de todo, y ésa, a fe mía, ni necesita ni busca remedios al reuma y a la gota. Pero a bien que la naturaleza no es ahorrada ni cicatera: ahí estará haciendo fluir el manantial años y aun siglos sin menguar ni ago

tarse, curando necesitados y pordioseros, hasta que llegue el día de fundarse las termas para los opulentos y vanagloriosos. Entonces el yermo se habrá convertido en poblado, y crecerán árboles en las rocas, y se habrán mudado en pilas de rico mármol los cavados troncos, a manera de piragua salvaje o ataúd civilizado en que ahora se bañan los pacientes.

Cuando amanezca, oirás acaso tañer a misa y retumbar el tañido en el cóncavo del peñasco. Yo te desafío a que descubras dónde está la campana, sin ayuda de más prácticos ojos que guien los tuyos. Es un pobre santuario encaramado en un cueto al parecer inaccesible, una iglesia en cuya bóveda tocas, a poco generosa que haya sido la naturaleza contigo. En su altar se venera San Pelayo, un santo de prodigicsa devoción, que llora piedras gigantescas como esas que han rodado al cauce del río y llaman las gentes «lágrimas de San Pelayo». Es verdad que las lloró sobre el moro; y si así fué, y el moro no anduvo listo, bien pudo con cada lágrima de aquéllas dejar aplastados y yertos un centenar de paganos descreídos. Aunque visten al santo con dalmática y estola, no sé yo si aquellas piadosas gentes están muy ciertas de que su santo llorón no fuese el mismo que en Covadonga y contra los mismos infieles acudió a razones más positivas que el llanto y el sollozo. Al cabo tampoco en aquel lance dejaron las piedras de figurar cumplidamente, si bien para ser arrojadas por los puños aunque fornidos de cántabros y astures, no pudieron ser talludas como las lloradas por el patrono de la Hermida (1).

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Aquí haremos noche, lector. Conviene descansar para nuestra postrera y fatigosa jornada de mañana, al cabo de la cual hemos de despedirnos, acaso para siempre.

Aquí en el balcón nos servirán la cena; truchas del río, patatas del huerto, pan moreno y sentado, pero no menos sabroso. Tan sosegada es la noche, que la llama del velón no oscila. Al rumor de las aguas del Deva, al amor de la paz y de la soledad

(1) San Pelayo: ermitaño, monje y mártir en San Pedro de Arlanza;—se apareció a los castellanos acaudillados por el conde Fernán González en algunos encuentros contra moros (batalla de Hacinas).-Siglo x.

nocturnas, yo te contaré, mientras cenamos, algo de lo mucho que hay más allá de estas solitarias gargantas, en la tierra curiosa donde acaba ese camino.

III

LIÉBANA.-UN PARRICIDA.-LA VEZ DE SANTO TORIBIO.--EL OSO Y EL BUEY.

Este camino, que pasa por bajo del balcón, va a entrar en Castilla por el puerto de Piedrasalbas, después de cruzar el término libanense. Construyóse para desahogo de este país extraño, tierra feraz que no se niega a producción alguna, y de la cual se había quizás confundido la variedad con la abundancia, riquezas ambas, pero de índole diversa, más esencial y positiva la segunda, tanto que en el orden económico apenas lo es la primera, si no va pareja con ella para ayudarse y hacerse valer.

Liébana es uno de los recintos de aquel alcázar soberano que la Providencia labró a España para asilo de su libertad, de su independencia y de su gloria; de aquel alcázar cuyos escarpes arrancan de Covadonga y de Subiedes, que tiene por fosos las cavas del Nansa y el Sella, y al cual sirven de torre de homenaje y pedestal de su bandera los gigantes picos que, descollando en las lejanías del cielo a los ojos del navegante ansioso, le gritan: «¡Europa!», con los sublimes destellos de su glacial corona.

Es parte de aquella noble entraña, del corazón de la patria, centro y resumen de su vida; nido de la española esperanza, la cual, inclinada hacia su ruda breña, persiste y no desfallece, ni se huye al cielo, en tanto oye su latir inquieto y percibe su calor generoso por mucho que opriman lo restante del cuerpo los fríos letales de la esclavitud y el miedo.

Ante esas rocas se detiene la invasión, cesa la conquista, se quebrantan los yugos, toma treguas la muerte.

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