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yemenitas y modharitas, árabes puros y sirios, sirios. y bereberes, porque sometidas las poblaciones á los jefes de las mismas tribus, la animosidad ó el interés de un solo hombre de prestigio y ascendiente bastaba á levantar toda una población. Así tuvo ocasión de experimentarlo el valiente y desgraciado Abulkattar, que por una ofensa hecha á un jefe de los Beni Modhar, halló su ruina en la mera alianza que hizo éste con un magnate de Écija y otro de Moro, los cuales arrastraron consigo toda la población árabe de ambas ciudades.

Cuando el poder de los Umeyas empezó á decaer en Oriente, y los Califas de esta dinastía se vieron arrebatar todas sus provincias más apartadas, la España árabe quedó abandonada á sí misma sin tener quien la rigiese y administrase con autoridad universalmente reconocida. Decidió entonces el ejército que se dividiese el imperio entre las dos facciones rivales de los modharitas y árabes del Yemen alternativamente, de modo que cada una de ellas gobernase el país por un año, dejando al espirar éste, con toda paz y tranquilidad, el mando al partido contrario. Los de Beni Modhar, á quienes tocó gobernar primero, eligieron para el efecto á Yusuf Abderrahmán El Fehrí (año 746); pero cuando espiró el año convenido, rehusó éste entregar el mando á la facción rival. Los yemenitas, que residían en un arrabal de Córdoba llamado Secunda, se prepararon á apoderarse del gobierno con la fuerza; mas los modharitas, advertidos de sus intentos, los acometieron de improviso en sus viviendas y pasaron á cuchillo á la mayor parte de ellos. Muchos, defendiéndose heróicamente, vendieron caras sus vidas; no obstante, sucumbió por entonces todo el partido, y el mismo Abulkattar que era su principal caudillo, cayó en manos de la facción vencedora, que inmediatamente le mandó degollar. Yusuf El Fehrí se mantuvo en el poder usurpado por espacio de nueve años, triunfando de las enemistades y asechanzas de los otros jefes que intentaron disputarle el mando, entre los cuales se señalaron el gobernador de Narbona, de cuyo poderoso brazo le libró el puñal de un

traidor: el partidario Orwah Ben Walid, que auxiliado por los cristianos y otras gentes, levantó el estandarte de la rebelión en Beja y en Sevilla, y á quien derrotó y dió muerte; el guerrillero Amir Al Abdarí, que se levantó en Algeciras, y á quien también rindió; otro caudillo árabe, Amrú Ben Yezid Al Azrak, que sublevó á Sevilla, en breve reducida á la obediencia; y por último el guerrero Al Habab Azzahrí, que sin embargo de derrotar al gobernador de Zaragoza, fiel á los modharitas, fué ignominiosamente vencido por Yusuf en persona. El gobierno de este personaje duró hasta el año 755, época en la cual el famoso vástago de la dinastía de Merwán, huyendo del negro pendón de los Abassidas que habían usurpado el Califato de Damasco, vino á fundar el Califato de Occidente en la hermosa región del Guadalquivir.

Poco figuran los pueblos de las provincias de Sevilla y Cádiz en la guerra que los yemenitas, partidarios de Abderrahmán hijo de Moavia, sostuvieron con los secuaces de Yusuf hasta lanzar á éste del puesto supremo en que se hallaba. La gran transformación que había de verificarse se preparó en Elvira entre los árabes adictos á los Umeyas y los sirios damascenos, y se empezó á realizar con la memorable batalla de Músara cerca de Córdoba. Las historias árabes cuentan que las poblaciones del tránsito se fueron todas unas tras otras declarando en favor del noble y joven pretendiente, merced al influjo de los caudillos yemenitas enemigos de los Kays y de los Beni Fehr, y que Sidonia, Morón y Sevilla le fueron sucesivamente abriendo sus puertas, aprovechando esta última la ausencia de Yusuf que estaba entretenido en la guerra de Aragón. Añaden que el plan de campaña que dió por resultado la sangrienta batalla de Músara fué concertado en Sevilla en consejo de capitanes convocado por Abderrahmán, y que en los campos de Tocina (Toshinah), donde hizo alto la hueste invasora marchando sobre la capital, fué donde, por no tener todavía bandera el ejército.que mandaba el predestinado Umeya, ocurrió por primera vez el pensamiento

de prender un turbante en lo alto de una pica: enseña gloriosa que, aun después de hecha girones, se conservó en lo sucesivo con el mayor cuidado, y que, cual misterioso talismán, atrajo

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siempre á la fortuna hacia las armas de aquella dinastía en cuantos conflictos tuvo luego que sostener contra sus enemigos. Más adelante veremos que no fueron los modharitas los únicos que contrastaron la exaltación de Abderrahmán al mando supremo,

sino que le suscitaron también obstáculos los mismos yemenitas, convirtiéndose de auxiliares en enemigos.

Uno de los más útiles partidarios del joven príncipe Umeya fué su próximo deudo Abdulmalek, hijo de Omar y nieto del Califa Merwán. Honrado y distinguido por Abderrahmán con el gobierno de Sevilla, correspondió noblemente á la confianza de su primo y señor, así en la administración de la rica y populosa ciudad puesta bajo su mando, como en la guerra que volvió á encender el vencido Yusuf enarbolando la enseña de la rebelión. Cuentan que ofendido este antiguo caudillo de una sentencia, dictada por un magistrado de Córdoba en un juicio que tuvo que sostener con algunos de sus colonos, y temeroso del enojo del Umeya, á quien oficiosos y bajos cortesanos habían llevado la noticia de ciertas expresiones sediciosas que con aquel motivo había proferido, allegó sus numerosos partidarios en Mérida. Sabedor Abderrahmán de este acto de aparente rebeldía, resolvió marchar contra él: Yusuf entonces se apercibió á la guerra y avanzó hacia Córdoba; pero viendo á su rey con numerosas fuerzas, torció la vuelta de Sevilla, cuyo gobernador le presentó la batalla y le derrotó. Huyó el rebelde del campo, pero un árabe, llamado Abdallah Ben Amrú Al-Ansarí, que le encontró en las cercanías de Toledo, le reconoció y le dió muerte llevando su cabeza á Córdoba. El Amir hizo también degollar al hijo del rebelde, Abderrahmán, y mandó que este acontecimiento fuese anunciado á los habitantes con público pregón, y que las cabezas de ambos, clavadas en sendas picas, fuesen puestas á la entrada de su palacio para escarmiento de sediciosos. No fué esta importante victoria la única que Abdulmalek proporcionó al Umeya. En el año 763, Alala Ben Mughiz Alyassobí zarpó desde el África oriental con intento de restablecer en España el negro pendón de los Abbassidas. Desembarcado en Andalucía, se apoderó de Beja, donde se hizo fuerte. Publicó la guerra contra Abderrahmán, y juntando en breve numeroso ejército, estableció sus reales cerca de Sevilla. Marchó sobre él el impetuoso

gobernador, trabóse una encarnizada batalla, y el invasor mismo cayó en sus manos con gran número de sus oficiales. Refieren los escritores árabes que el Amir, para dar una lección terrífica á sus enemigos los Beni Abbas, por cuyo impulso había traído á Andalucía la guerra el malhadado Mughiz, ordenó que las cabezas de los jefes vencidos, envueltas en las banderas negras de aquella estirpe odiosa, fuesen enviadas á la Meca en sacos cuidadosamente cosidos y sellados, dando las convenientes instrucciones á un mercader de su confianza á fin de que el Califa Abú Jafar Almansru, á la sazón reinante, no dejase de ver el contenido de aquellos bultos. El mercader se dió tal maña, que habiendo llegado á la Meca durante la peregrinación del Califa á la ciudad santa, consiguió depositar su nefando cargamento á la puerta misma de su tienda: advirtiéronlo las guardias por la mañana, dieron parte del suceso á Abú Jafar, y éste con grande impaciencia, sin sospechar el contenido de los sacos, los hizo abrir, exclamando lleno de horror al presentarle la ensangrentada cabeza de Mughiz: ¡Oh maldecido Abderrahmán, harto ›me descubre la suerte de este infeliz guerrero tus depravadas > intenciones! ¡Bendito sea Alá que entre nosotros dos ha puesto la mar de por medio!»

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Los enemigos interiores no desistían: llegaron á levantarse dentro de Sevilla los mismos yemenitas. Dos jefes descontentos, Abdul Ghaffar y Haywat Ben Mulamis, se rebelaron aprovechando la circunstancia de hallarse Abderrahmán ocupado en una campaña contra Shakiá el bereber. Los sediciosos de Sevilla, unidos con los de Córdoba, formaron un grueso ejército, y el gobernador Abdulmalek salió contra ellos, confiando á su hijo Umeyyah el regimiento de la vanguardia, mientras el otro hijo, Omar, gobernador de Morón, permanecía en el distrito de mando apercibido contra cualquier desgraciado evento. Al venir á las manos las huestes de ambos partidos, cedieron los del Amir al imponente número de los contrarios, casi sin trabar combate, y aterrado Umeyyah volvió grupas hacia el cuartel de

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