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dia 7 al ministro de Estado, la nota siguiente: Despues de los deplorables acontecimientos que acaban de pasar en la capital, los que abajo firman, agitados de las mas vivas inquietudes, tanto por la horrible situacion de S. M. C. y de su familia, como por los peligros que amenazan á sus augustas personas, se dirigen de nuevo á S. E. el Sr. Martinez de la Rosa, para reiterar con toda la solemnidad que requieren tan inmensos intereses, las declaraciones verbales que ayer tuvieron el honor de dirijirle reunidos.

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La suerte de España y de la Europa entera, depende hoy de la seguridad y de la inviolabilidad de S. M. C. y de su familia. Este depósito precioso está en manos del gobierno del Rey, y los que abajo firman, enteramente satisfechos de las esplicaciones llenas de nobleza, lealtad y fidelidad á S. M. G., que recibieron ayer de la boca de S. E. el Sr. Martinez de la Rosa, no por eso dejarían de hacer traicion á sus sagrados deberes, sino reiterasen en este momento á nombre de sus respectivos soberanos, y de la manera mas formal, la declaracion de que de la conducta que se observe con respecto de S. M. C., van á depender las relaciones de España con la Europa entera; y que el mas leve ultrage á la magestad real, sumergirá á la Península en un abismo de calamidades.

» Los que abajo firman, se aprovechan de esta ocasion para renovar á S. E. el Sr. Martinez de la Rosa, las espresiones de su muy alta consideracion. Madrid 7 de julio de 1822. «Seguian las firmas del Nuncio de su Santidad, de los ministros de Francia, Rusia, Austria, Prusia, Dinamarca y Portugal, y de alguna que otra potencia de menor consideracion.

La contestacion del ministro de Estado, fué mas larga que la nota. La insertaremos toda, por ser ilustracion de cuanto hemos dicho con relacion á la célebre semana.

Son notorios los acontecimientos desagradables de estos últimos dias, desde que una fuerza respetable, destinada especialmente á la custodia de la sagrada persona de S.-M., salió sin órden ninguna de sus cuarteles, abandonó la capital y se situá en el real sitio del Pardo, á dos leguas de ella. Este inesperado

accidente, colocó al gobierno en una situacion tan dificil como singular; la fuerza destinada á ejecutar las leyes, sacudió el fre no de la subordinacion y la obediencia, y militares destinados á conservar el depósito de la sagrada persona del Rey, no solo le abandonaron, sino que atrajeron la espectacion pública hácia el palacio de S. M., por estar custodiado por sus compañeros de armas. En tales circunstancias, conoció el gobierno que debia dirigir todos sus esfuerzos hácia dos puntos capitales: primero, conservar á toda costa el órden público de la capital, sin permitir que el estado de alarma y la irritacion de las pasiones, diesen lugar á insultos ni desórdenes de ninguna clase; segundo, tentar todos los medios de paz y de conciliacion para atraer á su deber á la fuerza estraviada, sin tener que acudir á medios de coaccion, ni llegar al doloroso estremo de verter sangre española. Respecto del primer objeto, han sido tan eficaces las providencias del gobierno, que el estado público de la capital, en unos dias tan críticos, ha ofrecido un ejemplo tan singular de la moderacion y cordura del pueblo español, que ni han ocurrido aquellos pequeños desórdenes que acontecen en todas las capitales, en tiempos comunes y tranquilos. Respecto del segundo objeto, no han tenido tan buen éxito las gestiones practicadas por el gobierno, por la pertinaz obstinacion de las tropas seducidas: se han empleado en vano todas las medidas conciliatorias que han podido dictar la prudencia y el mas ardiente deseo de evitar consecuencias desagradables; se han agotado todos los medios para disipar los motivos de alarma y de desconfianza que pudieran servir de motivo ó de pretesto á la tropa insubordinada: se la destinó á dos puntos, repitiéndoles el gobierno por tres veces y en tres diversas ocasiones, la órden de ejecutarlo: se pusieron en práctica cuantas medidas de conciliacion sugirió al gobierno el consejo de Estado, consultado tres veces con este motivo; y el ministerio llevó hasta tal grado su condescendencia, que ofició á las tropas del Pardo que enviasen los gefes ú oficiales que quisieran, á fin de que oyesen de los mismos labios de S. M. cual era su voluntad, y cuales sus deseos; cuyo acto se verificó efectivamente, aunque sin producir el efecto que se anhelaba. ›

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A pesar de todo, y sin perjuicio de haber adoptado las precauciones convenientes, todavia fueron tales los sentimientos moderados del gobierno, que no solo no empleó contra los insubordinados las tropas existentes en la capital, sino que para alejar todo aparato hostil, no desplegó otros medios que estaban á su disposicion, y de que pudo valerse legitimamente desde el momento en que sus órdenes no fueron obedecidas como debian; pero tantos miramientos por parte del gobierno, en vez de hacer desistir de su propósito á los batallones estraviados, no sirvieron sino para que alentados en su culpable designio, intentasen llevarle á efecto por medio de una sorpresa sobre la capital. Pública ha sido su entrada hostil en ella: públicos sus impotentes esfuerzos para sorprender y batir á las valientes tropas de la guarnicion y la Milicia Nacional; y público, en fin, el éxito que tuvo su temerario arrojo. En medio de esta crísis, y de la agitacion que debió producir en los ánimos una agresion de esta clase, se ha visto el singular espectáculo de conservar las tropas y Milicia la mas severa disciplina, sin abusar del triunfo ni olvidar en medio del resentimiento, que eran españoles los que tan fatal acontecimiento habian provocado. Despues de sucedido no era prudente, ni aun posible, que permaneciesen los agresores en medio de la capital, ni guardando á la persona del Rey, objeto de la veneracion y respeto del pueblo español. Asi es que se encargó de esta guardia preciosa un regimiento, modelo de subordinacion y disciplina; y las tropas y el público conocieron y respetaron, la inmensa distancia que habia entre una Guardia Real insubordinada y responsable ante la ley de sus estravios, y la augusta persona del Rey, declarada sagrada é inviolable por la ley fundamental del Estado.

» Jamas pudo recibir S. M. y real familia mas pruebas de adhesion y respeto que en la crisis del dia de ayer, ni jamas apareció tan manifiesta la lealtad del pueblo español, ni tan en claro sus virtudes. Esta simple relacion de los hechos, notorios por su naturaleza, y de que hay tan repetidos testimonios, escusa la necesidad de ulteriores reflexiones sobre el punto importante á que se refiere la nota de VV. EE. y SS. de ayer, cuyos sen

timientos no pueden menos de ser apreciados debidamente por el gobierno de S. M., como proponiéndose un fin tan útil y tan interesante bajo todos sus aspectos y relaciones. Tengo la honra, etc.-Francisco Martinez de la Rosa. Madrid 8 de julio

de 1822. >

Mientras tanto se procedia vivamente en la persecucion de los guardias fugitivos. Los generales Copons y Palarea, el señor Infante y otros, se mostraron activos en una operacion que era como el complemento de aquella jornada memorable. Los que se rindieron voluntariamente, fueron hechos prisioneros y diseminados en diversos puntos. En no pocos que se obstinaron en probar la suerte de las armas, se ensangrentaron los sables del regimiento de caballería de Almansa, que les iba á los alcances. En esta refriega se derramó la principal que corrió aquel dia, y cuya responsabilidad recae toda contra los provocadores de aquella fuga temeraria, insensata ademas por sus resultados para los que habian roto un pacto solemnemente ajustado algunas horas antes. Por lo demas, muy poca tiñó las calles de la capital, en el combate de la mañana del 7 de julio. Tuvieron los guardias catorce muertos: los milicianos nacionales, tres muertos y cuarenta y un heridos. Cuatro de esta clase tuvo el destacamento de la plazuela de Sto. Domingo.

El mismo dia publicó el Ayuntamiento un bando, en que manifestando lo mucho que convenia á la tranquilidad y seguridad pública, tomar las medidas que exigian las circunstancias, mandaba que todo ciudadano que tuviese recogido ú oculto algun guardia en su casa, lo pusiese inmediatamente á disposicion de la autoridad municipal, bajo la pena que imponen las leyes á los reos de alta traicion. Sin embargo; conociendo cuanto repugna al carácter español hacer estas entregas y denuncias, se concibe cuantos habrian quedado escondidos en casas particulares, en las de los embajadores y en el palacio mismo. Sobre el particular, no se hicieron pesquisas de ninguna especie.

La mañana del dia siguiente 8, se celebró en la Plaza Mayor una solemne ceremonia religiosa, fúnebre, por los que habian muerto tan gloriosamente el dia anterior; y al mismo tiem

po, en accion de gracias por los peligros de que la patria se había libertado. Se erigió un altar en que dijo misa solemne de re

quiem el obispo ausiliar de la corte, y entonó en seguida un TeDeum, en que le acompañó el numeroso clero que habia sido convocado. El gozo, el entusiasmo del inmenso concurso que acudió á la ceremonia, contenido en los límites del silencio religioso, fueron contraste vivo del ruido, del alboroto, del estruendo de las armas y del estampido del cañon, que el dia anterior habia escitado las iras de aquellos habitantes.

• La escena que habia ofrecido el real alcázar la noche del 6 al 7, desapareció y cambió totalmente; con los resultados del combate, se disiparon las ilusiones, se deshicieron los preparativos que habian tenido lugar por la total seguridad del triunfo. Desaparecieron ó se eclipsaron la mayor parte de los personages que rodeaban al monarca. Despertó este como de un sueño, al ver en qué tempestad se habia convertido lo que con colores tan halagüeños se le presentaba. Una bala, que segun dicen, llegó hasta los balcones de palacio, esparció el terror en el ánimo de sus habitantes. Fue el Rey el primero que envió órdenes para que se suspendiese el fuego. Mas el general Ballesteros ya habia tomado sus disposiciones, para que fuese por la muchedumbre respetado el recinto de palacio. Al desarme de los guardias dió su consentimiento, sin duda con mucha repugnancia. Cuando la fuga de estos, pareció animar con el gesto y la voz á los que iban en su perseguimiento.

Los secretarios del despacho que habian estado como confinados durante aquella noche, fueron llamados á su presencia, y recibidos como en tiempos ordinarios, como si nada hubiese ocurrido desde la última entrevista. Los ministros se retiraron á sus casas, é hicieron segunda vez dimision de sus destinos. Con fecha del 6 de julio se admitió la del ministro de la Guerra, quedando nombrado para sustituirle interinamente en sus funciones, el ministro de Hacienda D. Felipe Sierra Pambley. Con la del 7 recibió la suya el de la Gobernacion de la Península, quedando reemplazado interinamente por D. Diego Clemencin. La idea de un cambio completo ministerial, ocurrió naturalmente á todo el

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