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Papa á Fernando por este grande y sublime acto, en que tanto resplandecian sus católicos sentimientos.

Con esto y con dejar la enseñanza de los niños esclusivamente encomendada á los frailes, y á las monjas la de las niñas, solo faltaba que la tiranía durase un par de generaciones para convertir á la España en una nacion monacal, tal como el rey la necesitaba para la realizacion de sus miras.

Los fanáticos quedaron satisfechos al ver la estrecha union que reinaba entre el trono y el que llamaban altar, y más viendo al Consejo Real ordenar la compostura en los templos, presentándose en ellos señoras sin adornos de ninguna especie, en tanto que el rey procuraba por medio de piadosos secretos, inculcar el respeto debido á los ministros de la religion. Trazas todas encaminadas al santo fin de atraerse al clero, sin preveer el riesgo que hay de atraérselo demasiado.

VIII.

A su tiempo veremos á Fernando poner al borde del precipicio al sólio que trataba de asegurar, por haber pasado la raya que una buena política aconseja en amistades tan peligrosas.

«El clero, unido al trono en ciertos términos, dice un publicista, puede darle un apoyo muy útil; en otros es la imágen de la yedra que al fin y al cabo corroe al muro, cuando no lo abate y derriba.>

La mansedumbre de los ministros de aquella época raya en lo imposible.

Eran criados, no consejeros del rey.

Gracias á la poderosa iniciativa de éste, los conventos habian sido restablecidos en toda su plenitud, devolviéndose á sus moradores los bienes nacionales, vendidos tanto por el intruso José como por el gobierno de Cádiz, despojando á los compradores, sin indemnizacion por supuesto, de las propiedades adquiridas.

Las medidas adoptadas en el reinado de Cárlos IV con el objeto de aminorar la deuda y restablecer la disciplina eclesiástica, fueron tambien, en ódio de Godoy y sin más razon que ese ódio, revocadas todas de hecho.

Al restablecimiento del Santo Oficio, debido en su mayor parte al influjo del nuncio Gravina, siguió igualmente el de los Consejos nominados Real y de Estado; la Hacienda volvió á la anarquía con la resurreccion de las contribuciones que se cobraban en 1808; la nueva division territorial y las diputaciones provinciales planteadas recientemente, fueron sustituidas otra vez con la antigua y omnímoda autoridad conferida á los capitanes generales, verdaderos bajás de las provincias, administradores con toga y presidentes de las chancillerías por la gracia del rey y del sable; la promesa de Córtes, en fin, tan formalmente hecha á los pueblos el dia 4 de Mayo, y ratificada despues al participar los ministros á los españoles de Ultramar las sólidas bases sobre las cuales habia de descansar la monarquía moderada, única conforme, decian, á las naturales inclinaciones de S. M. por ser el solo gobierno compatible con las luces del siglo, con las costumbres y con la elevacion de alma y carácter de los españoles; esa prome. sa, digo, nuevamente ratificada en la órden comunicada al Consejo de Castilla el dia 10 de Agosto para que acelerase

los trabajos relativos á la convocacion, quedó olvidada definitivamente y convertida en irrision y farsa, como la despedida hecha á Amezaga lo quedó en preliminares de horca.

IX.

Napoleon se habia vengado completamente de los españoles; pero esto no bastaba sin duda, y era preciso que Fernando fuese esplicitamente saludado como rey de los españoles por el único que en aquella época podía hacerle mal tercio, ó sea por su padre Cárlos IV.

«La caida de este buen hombre, dice el autor de Tirios y Troyanos, no habia sido celebrada per los pueblos sino en la persuasion de que el hijo les daria un reinado más digno del les habia cabido á la sombra del abandono del marido de la mujer de Godoy.»

que

Desencantados ahora de todas sus ilusiones, recordaban que aquel tiempo, aunque malo, no lo era tanto como el presente, y empezó á sonar un run run de que Cárlos iba á volver protegido por los extranjeros, no porque fuese realmente así, sino porque los hombres acostumbran á dar por cierto lo que desean, y el general anhelo en esta época daba trazas de apetecer una nueva restauracion en favor del monarca caido.

Fernando conoció que la cosa podia al fin parar en tempestad, y para prevenirla con tiempo, puso en el interior pararayos llamados vulgarmente patíbulos, contra todo el que osase hablar de la vuelta de los reyes padres, y en el exterior procuró inclinar á Luis XVIII y á Su Santidad Pio VII

á aconsejar á aquellos que renunciasen de un modo terminante y formal todos sus derechos al trono.

Cárlos cerdeó en la materia, pero al fin, viendo que Pio VII, á cuya córte se habia acogido, desterraba á Godoy á Pezzaro, separándole de su lado, temió males mayores para él y para su caro valido si se negaba á ratificar la abdicacion de Aranjuez, y así hubo de hacer su cesion enviándola desde Roma al célebre Congreso de Viena, de que hablaremos mas adelante, quedando, en consecuencia, Fernando reconocido por monarca legítimo de España, no sin recomendarle el abdicante que en vez de tratarnos cual perros, nos mirase como hijos suyos, mirando con compasion á muchos que en las turbulencias pasadas se habian dejado engañar. Fernando celebró la renuncia, que era lo que más le importaba; y en cuanto á lo demás, dicen que dijo:

-Cumplanse los deseos de mi padre, y traslado al consabido al verdugo.

X.

Para conseguir el objeto que Fernando se proponia con la abdicacion de su padre, debió tambien de servirle de mucho el emperador Alejandro, con el cual habia entablado la más cordial correspondencia poco despues de su vuelta al trono, ingiriéndole el bailio ruso Tattischeff, quien le pintó la amis. tad de su amo como el medio más á propósito para poder entregarse en España al ejercicio de la tiranía. Así fué como el autócrata del Norte ejerció en todos nuestros negocios decidida y exclusiva influencia, cabiéndole á Fernando la gloria de ser el primer rey español que sustituyó á la alianza

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del gobierno inglés ó francés, la del pueblo más salvaje de

Europa.

Tattischeff era en todo el tu autem de la fernandesca política, y en negocios de puertas de afuera no se daba un paso sin él.

Verdad es que en los de puertas adentro venia á suceder otro tanto, porque la que reinaba en lo interior ya he dicho que era la Camarilla, y esta al reorganizarse cierto dia en que así lo creyó conveniente, decidió en vez de un jefe tener dos, á manera de los del pueblo romano despues de la expulsion de Tarquino; y esos dos caudillos ó cónsules, ó como se les deba llamar, fueron el que ya lo era antes, ó sea el consabido Chamorro, y el que, merced á la reorganizacion del nunca bien loado conciliábulo, dividia su imperio con él, y algunas veces lo sobrepujaba, ó sea el mencionado Tattischeff. Así era un gusto, un verdadero gusto lo que sucedia en España, porque si esto consiste en variar, nada más ad hoc para ello que ver al lado de una horca rusa otra horca levantada en español, segun eran el bailio ó el ex-aguador de la fuente del Berro los que la mandaban alzar, siempre con la anuencia, por supuesto, de nuestro idolatrado mo

narca.

Lo único malo que en esto habia era que interviniendo un extranjero, y extranjero de tal procedencia, en todas las maldades que se hacian, perdian éstas la dignidad que hasta el crímen puede tener, sobre todo en materias políticas.

<«<La guillotina, exclama en un buen arranque Miguel Agustin Príncipe, de los franceses era al cabo francesa como ellos, y por eso podian sufrirla, si no con paciencia en ver

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