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tido antes del cerco pareciéndoles que el agua de la fuente no era bastante para tanta gente, y así perecian de sed, porque los del cerco no los dejaban ir por agua, y tambien de hambre, que habian entendido que este cerco habia de ser como el pasado; y sabido por los nuestros la necesidad que pasaban, acabados los quince dias fueron todos los reales y acometieron á las albarradas, donde habia muchos heridos, aunque fué sin provecho, con que se retiraron á sus estancias los españoles é hicieron su guarda. Retirados los españoles, quedóse Miguel de Ibarra paseando en su caballo, armado, por la entrada de las albarradas, mirando por dó se entraria, y estando en esto le salió al camino un indio, y llegándose á él le dijo: «Señor, te vengo á avisar de lo que hay en el peñol: has de saber que se hallan en mucho aprieto los indios enemigos, y que D. Francisco, el señor y cacique de los cascanes, me envia para que te diga que te quiere hablar en un callejou que está por donde tú guardas; ve allá que conviene. » Seria esto á prima noche, y Miguel de Ibarra dijo: «¿Eso es cierto?» á que respondió el indio que sí, y que no temiese y fuese, y el indio se fué luego y entró al peñol, y le dijo al cacique cómo habia hablado á su señor Miguel de Ibarra, y que ya estaba en el puesto, que fuese; con que el cacique D. Francisco fué al puesto señalado á ver á su encomendero Miguel de Ibarra, y estando juntos, el indio comenzó á llorar y clamar con él; era este cacique de muy buena persona, y Miguel de Ibarra le aplacó y dijo: «¿Cómo, D. Francisco, andais en esto? ¿porqué no os habeis bajado, pues el virey os ha perdonado? ya yo no hallo remedio y sé que os han de acabar á todos y destruir. Á esto respondió D. Francisco: «Señor amo, yo no tengo la culpa sino D. Diego el cacique zacateco que lo ha contradicho, y porque soy del bando español me han querido matar; con que aquí estos me tienen muy oprimido, y los españoles allá, y sobre todo hay mucha hambre y sed, porque se ha agotado la fuente y se ha secado, permitiéndolo Dios por nuestras maldades; no sé qué hacerme, y sé que si mañana acometen los españoles al peñol lo han de ganar, porque no hay agua, ni que comer, ni fuerzas, ni quien pueda defender la entrada: amo y señor mio, á tí me encomiendo. » Habiendo oido esto Miguel de Ibarra, le dijo: «¿Qué quieres que haga por tí? dimelo, que yo por tí

pondré la vida. » Entonces el indio le dijo: «Señor, por este callejon hay salida: yo me he de huir, y es fuerza pasar por tu puesto con toda mi gente, mujer y hijos; por amor de Dios no me descubras. Miguel de Ibarra le prometió hacerlo, y así se trató concertó que y á media noche estaria en el puesto y le sacaria, y que sacase su gente y parcialidad, y en señal de paz y que seria así le dió un bonete de grana.

Hecho este concierto se despidieron, y luego Miguel de Ibarra se fué á su cuartel y puso su gente en vela retirándose con ella un poco mas desviado del camino de Xalpa; y teniendo su gente ase gurada, cuando le pareció que era hora dijo á los soldados que él queria ir en persona á velar aquel cuarto de la media noche, porque convenia hacerlo él; y así se armó y fué con los soldados de su vela, y habiendo llegado les mandó que se desviasen, y que por mas cosas que viesen callasen, que seguros estaban; y al cabo de un rato encontró con su criado, el cual le dijo: «Señor amo, D. Francisco está en el puesto y callejon secreto, llámate para que le saques, que no quiere salir sino por tu mano; » con esto se fué Miguel de Ibarra hacia el callejon y llamó á D. Francisco y le preguntó si estaba apercibido, y el D. Francisco le respondió que sí: volvió á preguntarle que adónde determinaba ir con su gente, á lo cual el indio le dijo: « Señor, vamos á Xalpa á escondernos; y luego Miguel de Ibarra le volvió á decir: « Pues no hagais mudanza de ahí hasta que yo os avise; id con Dios y salid sin ruido, hasta que pase esta furia. » Luego comenzaron á salir con el D. Francisco mas de dos mil indios con sus hijos y mujeres: preguntóle Miguel de Ibarra: «¿Hay mas?» á lo que respondió : « Se+ ñor, los que son de mi bando y parcialidad están ya afuera; allá quedan otros tantos; paguen, pues se han hecho del bando del cacique D. Diego; y luego cerraron el callejon como si no hubiesen, salido, y Miguel de Ibarra los sacó con los soldados hasta me dia legua y les, dijo que se fuesen. Otra vez volvió á la vela y rindió su cuarto, habiendo mandado á los soldados guardasen el se creto, como lo hicieron; y otro dia al amanecer hubo un gran murmullo en el peñol de los enemigos, y Miguel de Ibarra se llegó al gobernador Oñate y le contó lo que habia pasado, al cual pareció bien, y le dijo que al medio dia se ganaria el peñol, por las

necesidades que padecían los cercados, segun que habia dicho D. Francisco, y que así fuese Su Señoría al combate; y luego que amaneció se armó el gobernador Oñate y se fué á decir al virey se desviase de donde estaba porque no usaban de la artillería ni se atrevian, porque pasaban las pelotas por encima del peñol y iban á dar en su tienda, y el dia antes habia llevado una pelota un pedazo, y así se desvió el virey á otro lado mas seguro. Hecho esto apercibió toda la gente del ejército, así á los de á pié como á los de á caballo y indios amigos mexicanos, para acometer, dándoles el órden que habian de guardar, y que la artillería se jugase mas aprisa porque ya estaba desviado el virey y en seguro puesto; y estando todo á punto, temiendo los enemigos acudieron á fortalecerse; pero la artillería los ojeó y echó de allí, y luego Cristóbal pe Oñate animó á los soldados, diciendo: «Ea, leones de la Galicia, á ellos, Santiago; » con que arremetieron á ganarles la entrada, y les ganaron las cuatro albarradas con muerte de muchos enemigos, y como las iban ganando las iban acabando de derribar y allanando los indios mexicanos amigos, andando entre ellos los de á caballo alanceando y matando enemigos, con que los retiraron; y estando los enemigos en guarda de sus últimas albarradas, se disparó la artillería y mató á los que las guardaban; y viéndolo los soldados arremetieron y se las ganaron, y los primeros que entraron en el peñol fueron Juan Delgado, soldado que fué de Nuño de Guzman, de quien no quedaron herederos, y Alonso de la Vera, soldado del adelantado D. Pedro de Alvarado, y lo hicieron tan valerosamente estos dos, que resistieron toda la batería de los enemigos, llevando siempre la delantera hasta que entró el tropel de á pié y á caballo; y viendo los enemigos su daño, por no darse á prision se despeñaban por la parte por do el virey estaba, que daba lástima verlos, porque de esta suerte murieron mas de dos mil, y fueron cautivos mas de mil, y todos los demas huyeron, y los que se rindieron fueron mas de diez mil combatientes, con que no quedó ninguno, porque á todos los sacaron del peñol y pueblo de Nochistlan.

CAPÍTULO XXXVIII.

En que se trata cómo el virey D. Antonio de Mendoza y el gobernador Cristóbal de Oñate fueron con el ejército al Mixton, y lo que sucedió en él luego que se desembarazó el ejército del peñol de Nochistlan.

Tuvo noticia el virey que los indios huidos, que se escaparon en gran número, se fueron á empeñolar al Mixton, por ser la fuerza mas inexpugnable que tenia toda la Nueva España, y allí se juntó toda la masa de la rebelion; y así salió con la mayor presteza que pudo de Nochistlan y fué á dormir á la villa vieja de Guadalajara, y otro dia caminó marchando con mucha órden por el puerto y montes de Nochistlan á Xuchipila; le halló despoblado porque todos los indios se habian huido y retirado al Mixton, que está enfrente del pueblo de Apozol; y habiendo corrido los soldados todas aquellas poblaciones, las hallaron yermas y supieron todos estaban encastillados con los otros, porque como supieron todos los indios la gran pujanza que el virey traia de soldados y indios amigos mexicanos, y los grandes castigos que hacian, y las fuerzas tan grandes que se habian ganado y arrasado, y lo sucedido en los peñoles de Nochistlan y Cuiná, porque todos estaban confederados para la guerra, se fueron al Mixton y se fortalecieron con doblados reparos: no era necesario hacerlo, porque segun el nombre de Mixton, que en la lengua española quiere decir gato, era tal la fortaleza y peñol, que si no eran gatos nadie podia entrar ni subir á él, por las muchas rocas, peñas tajadas y peñascos terribles que tiene para su defensa, como lo fué al principio de su alzamiento cuando fué desbaratado el capitan Miguel de Ibarra y MUERTA la mitad de sus soldados, y Mota y Sorribas, oficial de hacer ballestas y á cuyo cargo estaba aderezar la alcabucería, pareciéndoles á los enemigos que allí seria lo propio con el virey y su gente, aunque temerosos se fortalecieron con nuevos reparos de albarradas de piedras rodadizas, y llamaron mucha gente para su defensa, barruntando el daño que les podia venir. Y habiendo llegado el virey á Xuchipila

y

y visto la braveza de la gente y lo que pasaba, y que toda la tierra alrededores estaban alzados con tanta multitud de enemigos empeñolados en el Mixton, y ser el negocio de mucha consideracion, y que si se detenia habia de crecer el número de los enemigos, mandó el virey hacer junta de guerra y que llamasen al gobernador Oñate y al capitan y sus soldados para que se hallasen presentes á tratar en lo que se debia hacer en el caso; y habiéndose juntado, habló el virey diciendo al gobernador y demas capitanes: « Señores, aquí hemos venido para que se concluya la pacificacion de este alzamiento y revolucion, para que se pongan los medios eficaces para su fin, antes que á los enemigos se les aumenten las fuerzas y socorro, porque tengo noticia de que cada dia se les aumenta la gente belicosa y restada; y pues el señor gobernador Cristóbal de Oñate y sus capitanes y soldados conocen la tierra, vean de adónde les vino el daño la primera vez, y allí pongan todo cuidado y recato, y sus reales y estancias, y al cargo del señor gobernador estará el disponer lo que convenga y ordenar el campo, que yo y mi gente acudirémos á lo que su merced ordenare. »

Acabada la junta marcharon desde el pueblo de Apozol para el Mixton, y llegados repartieron los reales por sus estancias, plantando la artillería enfrente de la mayor fuerza de los enemigos, y detras de ella en lo mejor del sitio las tiendas del virey; y estando puestos todos en muy buena órden, el gobernador Oñate dijo al virey: «V. S. ordene y mande; » á que respondió el virey: «Eso haré yo de muy buena voluntad, siendo de los primeros soldados en obedecer; » y entonces le dijo Oñate: «No queremos poner á V. S. en tanto peligro; V. S. se esté en su tienda sin hacer mudanza, alentando con su vista y presencia los ánimos de los soldados de su ejército para los combates, que esto conviene; » y lue go fué á ver y poner su campo, y el virey se armó muy bien, y todos aquellos caballeros que con él estaban, á los cuales les dijo: « Aquí no hay mas que obedecer lo que se nos mande. >> Ya que el gobernador Oñate tuvo puesto en órden todo el campo, como es costumbre en tales casos y buena milicia de guerra, y antes que llegase á rompimiento fué con toda la gente de á pié y á caballo á la tienda y real del virey, haciendo oficio de capitan general, y allí hizo reseña de ella, y todos iban muy lucidos y bien armados,

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