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madre, bien alegres de ir en su compañía y por la nueva que nos habían algunos siervos de Dios dado, de que habíamos de padecer en aquella fundación muchos trabajos y aun nuestra sancta madre dió á entender lo mesmo á una hermana que le fué á decir que lo había entendido en la oración, respondió la sancta, amada hija, que no han de faltar, que también yo lo he visto.

>Partimos con su reverencia seis monjas, que fueron la hermana Ana de San Alberto, que después fué Priora en Caravaca y era hija de la casa de Malagón, la hermana María del Espíritu Sancto, y la hermana Leonor de San Gabriel, también profesa de la misma casa, la hermana Isabel de San Jerónimo, profesa en Medina del Campo y de las que fundaron en Pastrana, la hermana Isabel de San Francisco, profesa en la casa de Toledo, todas muy buenas religiosas y como nuestra sancta madre dice en el libro de las Fundaciones, .bien determinadas à padecer por Cristo y bien contentas de ir á donde esto se les ofreciese. Yo pecadora y indigna de ir en esta compañía, iba no menos contenta.

» Aquel día primero, llegamos á la siesta en una hermosa floresta, de donde apenas podíamos sacar á nuestra sancta ma. dre, porque con la diversidad de flores y canto de mil pajarillos, toda se deshacía en alabanza de Dios; fuimos á tener la noche en una ermita de San Andrés, que está debajo de la villa de Santisteban, donde á ratos rezando y á ratos descansando sobre las frías y duras losas de la iglesia, pasamos la noche bien alegres, aunque con poco regalo, porque veníamos bien desproveídas aun de lo muy necesario, porque nuestras hermanas de Veas, como recién fundada aquella casa, no tenían que nos dar. Nuestro camino fué bien trabajoso, por ser principio de verano, y en Andalucía donde los calores son tan recios y con pocas provisiones para tanta gente, porque como he dicho, veníamos seis monjas y nuestra madre siete y el Padre Julián de Avila que le podemos llamar compañero de nuestra sancta madre, por las muchas fundaciones à que le acompañó, Antonio Gaitán, un caballero de Avila, y el Pa

dre fray Gregorio Nacianceno, que le acababa de dar el hábito nuestro Padre Gracián en Veas. Iban también mozos y carreteros, y como caminábamos por tiempo de vigilias y cuatro témporas, no se hallaba qué comer, no porque nos otras comiéramos carne, aunque fuera dia de ella, ni jamás á nuestra madre se la pudimos hacer comer con estar enferma, y hubo muchos días que no comimos otra cosa sino habas, pan y cerezas, y cuando para nuestra madre hallábamos un huevo, era gran cosa. Todo se pasaba riendo y componiendo romances y coplas de todos los sucesos que nos acontecían, de que nuestra señora gustaba extrañamente y nos daba mil gracias, porque con tanto gusto y contento pasábamos tantos trabajos. Al pasar el Guadalquivir, nos vimos en grande aprieto, porque después de haber pasado de la otra parte del río toda la gente, queriendo pasar los carros la gran fuerza del agua, arrebató la barca y la llevó con un carro ó dos río abajo, de suerte, que parecía quedábamos sin remedio, y ya casi de noche estábamos con harta pena por la falta que nos hacían los carros; ya se puede pensar cómo tomarían este suceso carreteros y barqueros, que comenzaron á discantar á sù costumbre, sin que bastase nadie á los aplacar. De que esto vió nuestra madre, comenzó á ordenar su convento y tomar las posesión del, y fué debajo de una peña en la ribera del río, y entendiendo que aquella noche quedáramos allí, comenzamos å sacar nuestra recámara y aparejos, que eran una imagen y agua bendita y libros; cantamos completas y en esto gastamos el tiempo que los otros pobres trabajaban, deteniendo la barca con una maroma, aunque también fué necesaria nuestra ayuda, y comenzamos á tirar de ella, que por poco nos llevara á todas; al fin, como nuestra sancta madre estaba allí, que tan poderosa era su oración, quiso el Señor que fué á dar la barca à donde se detuvo, y hubo lugar de tornarla á traer, y así bien de noche, acabamos de salir de este aprieto y dar en otro, que fué perder el camino y sin saber por dónde tomar; un caballero que desde lejos había visto nuestros trabajos de aquella tarde, nos en

vió un hombre que á todo ayudó, aunque primero estuvo diciendo mil abominaciones de frailes y monjas sin se mover å poner por obra á lo que le habían enviado. No sé si de vernos rezar se movió, de suerte, que con mucha piedad nos socorrió, y ya que se iba, habiendo tornado á perder el camino y á enseñalle, andando así media legua con nosotros y pidiéndonos perdón de lo que había dicho. Llegando á una venta antes de Córdoba, primero día de Pascua de Espíritu Sancto, le dió á nuestra madre tan terrible calentura, que comenzó á desvariar, y el refrigerio y reparo que para tan terrible fiebre y recio sol que le hacía grande teníamos, era un aposentillo que creo habían estado en él puercos, tan bajo el techo, que apenas podíamos andar derechas, y que por mil partes entraba el sol, que con mantos y velos reparábamos; la cama era tal cual nuestra madre la significa en el libro de Las Fundaciones, y sólo esto echaba de ver y no la multitud de telarañas y sabandijas que había, y esto que estuvo en nuestra mano, remediar se hizo, mas que fué lo que se pasó por el espacio que allí estuvimos con los gritos y juramentos de la gente que había en la venta y el tormento de los bailes y panderos, sin bastar ruegos ni dádivas para los hacer quitar de sobre la cabeza de nuestra sancta madre, á quien tuvimos por bien de sacarla de allí y partirnos con la furia de la siesta. Llegamos aquella noche à unas ventas antes de entrar en Córdoba; creo que son cerca de la puente de Alcolea; quedámonos en el campo sin entrar en ellas. >>

Prosiguiendo su camino en medio de tantas penas, pasan por Córdoba, y una vez en las inmediaciones de Sevilla, refiere María de San José que no quisieron entrar en una venta, á cuya puerta se detuvieron algún tiempo por estar más recogidas de infinidad de gente infernal que en ella habia, la cual nos dió mucho más tormento que todos los que he dicho, porque si no lo viéramos, no pudiéramos creer que tan abominables gentes había entre cristianos; no podían oir nuestros oídos los juramentos y reniegos y abominaciones que decían aquella gente perdida, la cual, habiendo acabado de co

mer, quedó más furiosa, no sé si lo causó la falta del agua; al fin echaron mano á las espadas y comenzaron tal guerra, que todo parecía venido sobre nosotras, y metiéndonos la cabeza en el carro de nuestra madre para ampararnos con ella, oíamos disparar arcabuces y todo en manos de gente furiosa y sin juicio, movidos con furia infernal; luego cesó sin haberse herido ninguno y había más de cuarenta espadas.» Una vez llegadas á Sevilla, veamos el ajuar de casa de que disponían las Religiosas:

«Contemos por menudo los ajuares que aquí hallamos; lo primero fué media docena de cañizos viejos, que el padre Mariano había hecho traer de su casa de los Remedios; estaban puestos en el suelo por camas; había dos ó tres colchoncillos muy sucios como de frailes descalzos, acompañados de mucha gente de los que á ellos acompañan; éstos eran para nuestra madre y algunas flacas; no había sábana, manta ni almohada más que dos que nosotras traíamos; hallamos una estera de palma y una mesa pequeña, una sartén, un candil ó dos, un almirez y un caldero ó acetre para sacar agua, pareciéndonos que esto con algunos jarros y platos ya era principio de casa.»

Sigue después de esto María de San José, refiriendo las vicisitudes de la fundación, en lo cual por cierto, nada añade á lo que la Santa escribió.

III

He aquí el retrato que María de San José hace de la Doctora mistica:

«Era esta sancta de mediana estatura, antes grande que pequeña; tuvo en su mocedad fama de muy hermosa y hasta su última edad mostraba serlo; era su rostro no nada común, sino extraordinario y de suerte que no se puede decir redondo ni aguileño, los tercios del iguales, la frente ancha y igual y muy hermosa, las cejas de color rubio oscuro, con poca se

mejanza de negro, anchas y algo arqueadas, los ojos negros, vivos y redondos, no muy grandes más muy bien puestos, la nariz redonda y en derecho de los lagrimales para arriba, disminuida hasta igualar con las cejas formando un apacible entrecejo, la punta redonda y un poco inclinada para abajo, las ventanas arqueaditas y pequeñas y toda ella no muy desviada del rostro. Mal se puede con pluma pintar la perfección que en todo tenía, la boca de muy buen tamaño, el labio de arriba delgado y derecho, el de abajo, grueso y un poco caído de muy linda gracia y color y así la tenían en el rostro; que con ser ya de edad y mucha enfermedad, daba gran contento mirarla y oirla, porque era muy apacible y graciosa en todas sus palabras y acciones.

Era gruesa más que flaca y en todo bien proporcionada, tenía muy lindas manos aunque pequeñas, en el rostro, al lado izquierdo, tres lunares levantados como berrugas pequeñas y en el derecho unos de otros, comenzando desde abajo de la boca el que mayor era y el otro entre la boca y nariz, el último en la nariz, más cerca de abajo que de arriba. Era en todo perfecta, como se ve por un retrato que al natural sacó Fr. Juan de la Miseria, un Religioso nuestro.>>

«Consintió que la retratase, vencida de las lágrimas de las hermanas de Sevilla, á quien mucho había resistido, pareciéndole ser inhumanas dejallas desconsoladas, de quien por causa de volverse á Castilla se apartaba con mucho sentimiento y ternura.»

IV

Ninguna orden Religiosa como la del Carmen Descalzo, se ha mostrado tan solícita en reunir los materiales para escribir su Historia. A este fin, se ordenó en varias ocasiones á los Religiosos de ambos sexos, que declarasen lo que sabían acerca de los varones esclarecidos por sus letras ó virtudes, á quien habían tratado ó conocido y diesen cuenta de los da

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