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tiempo estaban el duque y la duquesa puestos en una galería que caia sobre la estacada, toda la cual estaba coronada de infinita gente que esperaba ver el riguroso trance nunca visto. Fue condicion de los combatientes que si Don Quijote vencia, su contrario se habia de casar con la hija de doña Rodriguez: y si él fuese vencido, quedaba libre su contendor de la palabra que se le pedia, sin dar otra satisfaccion alguna. Partióles el maestro de las ceremonias el sol, y puso á los dos cada uno en el puesto donde habian de estar. Sonaron los atambores, llenó el aire el son de las trompetas, temblaba debajo de los pies la tierra: estaban suspensos los corazones de la mirante turba, temiendo unos y esperando otros el buen ó el mal suceso de aquel caso. Finalmente Don Quijote, encomendándose en todo su corazon á Dios Nuestro Señor, y á la señora Dulcinea del Toboso, estaba aguardando que se le diese señal precisa de la arremetida: empero nuestro lacayo tenia diferentes pensamientos; no pensaba él sino en lo que ahora diré.

Parece ser que cuando estuvo mirando á su enemiga, le pareció la mas hermosa mujer que habia visto en toda su vida: y el niño ceguezuelo, á quien suelen llamar de ordinario amor por esas calles, no quiso perder la ocasion que se le ofreció de triunfar de una alma lacayuna, y ponerla en la lista de sus trofeos; y asi llegándose á él bonitamente sin que nadie le viese, le envasó al pobre lacayo una flecha de dos varas por el lado izquierdo, y le pasó el corazon de parte á parte: y púdolo hacer bien al seguro, porque el amor es invisible, y entra y sale por do quiere, sin que nadie le pida cuenta de sus hechos. Digo, pues, que cuando dieron la señal de la arremetida, estaba nuestro lacayo trasportado, pensando en la hermosura de la que ya habia hecho señora de su libertad, y asi no atendió al son de trompeta, como hizo Don Quijote, que apenas la hubo oido, cuando arremetió, y á todo el correr que permitia Rocinante partió contra su enemigo: y viéndole partir su buen escudero Sancho, dijo á grandes voces: Dios te guie, nata y flor de los andantes caballeros: Dios te dé la victoria, pues llevas la razon de tu parte. Y aunque Tosilos vió venir contra sí á Don Quijote, no se movió un paso de su puesto; antes con grandes voces llamó al maese de campo, el cual venido á ver lo que queria, le dijo: señor ¿esta batalla no se hace porque yo me case ó no me case con aquella señora? Asi es, le fue respondido. Pues yo, dijo el lacayo, soy temeroso de mi conciencia, y pondríala en gran cargo si pasase adelante en esta batalla; y asi digo que yo me doy por vencido, y que quiero casarme luego con aquella señora. Quedó admirado el maese de campo de las razones de Tosilos, y como era uno de los sabidores de la máquina de aquel caso, no le supo responder palabra. Detúvose Don Quijote en la mitad de su carrera viendo que su enemigo no le acometia. E' duque no sabia la ocasion por qué no se pasaba adelante en la batalla; pero el maese de campo le fué á declarar lo que Tosilos decia, de lo que quedó suspenso y colérico en estremo. En tanto que esto pasaba, Tosilos se llegó adonde doña Rodriguez estaba, y dijo á grandes voces: yo, señora, quiero casarme con vuestra hija, y no quiero alcanzar por pleitos ni contiendas lo que puedo alcanzar por paz y sin peligro de la muerte. Oyó esto el valeroso Don Quijote, y dijo: pues esto asi es, yo quedo libre y suelto de mi promesa; cásense en hora buena, y pues Dios Nuestro Señor se la dió, San Pedro se la bendiga. El duque habia bajado á la plaza del castillo, y llegándose á Tosilos, le dijo: ¿es verdad, caballero, que os dais por vencido, y que instigado de vuestra temerosa conciencia os quereis casar con esta doncella? Sí señor, respondió Tosilos.

El hace muy bien, dijo á esta sazon Sancho Panza, porque lo que has de dar al mur, dálo al gato, y sacarte ha de cuidado. Ibase Tosilos desenlazando la celada, y rogaba que apriesa le ayudasen, porque le iban faltando los espíritus del aliento, y no podia verse encerrado tanto tiempo en la estrecheza de aquel aposento. Quitáronsele apriesa, y quedó descubierto y patente su rostro de lacayo. Viendo lo cual doña Rodriguez y su hija dando grandes voces, dijeron: este es engaño, engaño es este; á Tosilos el lacayo del duque mi señor nos han puesto en lugar de mi verdadero esposo; justicia de Dios y del rey de tanta malicia, por no decir bellaquería. No vos acuiteis, señoras, dijo Don Quijote, que ni esta es malicia, ni es bellaquería; y si la es, no ha sido la causa el duque, sino los malos encantadores que me persiguen, los cuales envidiosos de que yo alcanzase la gloria deste vencimiento, han convertido el rostro de vuestro esposo en el deste que decís que es lacayo del duque: tomad mi consejo, y á pesar de la malicia de mis enemigos casaos con él, que sin duda es el mismo que vos deseais alcanzar por esposo. El duque que esto oyó, estuvo por romper en risa toda su cólera, y dijo: son tan estraordinarias las cosas que suceden al señor Don Quijote, que estoy por creer que este mi lacayo no lo es, pero usemios de este ardid y maña: dilatemos el casamiento quince dias si quieren; y tengamos encerrado á este personaje, que nos tiene dudosos, en los cuales podria ser que volviese á su pristina figura, que no ha de durar tanto el rencor que los encantadores tienen al señor Don Quijote, y mas yéndoles tan poco en usar estos embelecos y trasformaciones ¡Oh señor! dijo Sancho, que ya tienen estos malandrines por uso y costumbre de mudar las cosas de unas en otras, que tocan á mi amo. Un caballero que venció los dias pasados, llamado el de los Espejos, le volvieron en la figura del bachiller Sanson Carrasco, natural de nuestro pueblo y grande amigo nuestro, y á mi señora Dulcinea del Toboso la han vuelto en una rústica labradora, y asi imagino que este lacayo ha de morir y vivir lacayo todos los dias de su vida. A lo que dijo la hija de la Rodriguez: séase quien fuere este que me pide por esposa, que yo se lo agradezco, que mas quiero ser mujer legítima de un lacayo, que no amiga y burlada de un caballero, puesto que el que á mí me burió no lo es.

En resolucion, todos estos cuentos y sucesos pararon en que Tosilos se recogiese hasta ver en qué paraba su trasformacion. Aclamaron todos la victoria por Don Quijote, y los mas quedaron tristes y melancólicos de ver que no se habian hecho pedazos los tan esperados combatientes, bien asi como los muchachos quedan tristes cuando no sale el ahorcado que esperan, porque le ha perdonado ó la parte ó la justicia.

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Fuése la gente, volviéronse el duque y Don Quijote al castillo, encerraron á Tosilos, quedaron doña Rodriguez y su hija contentísimas de ver que, por una via ó por otra, aquel caso habia de parar en casamiento, y Tosilos no esperaba menos.

CAPITULO LVII.

Que trata de cómo Don Quijote se despidió del duque, y de lo que sucedió con la discreta y desenvuelta Altisidora,

doncella de la duquesa.

Ya le pareció á Don Quijote que era bien salir de tanta ociosidad como la que en aquel castillo tenia

que se imaginaba ser grande la falta que su persona hacia en dejarse estar encerrado y perezoso en tre los infinitos regalos y deleites, que como á caballero andante aquellos señores le hacia, y parecíale que habia de dar cuenta estrecha al cielo de aquella ociosidad y encerramiento; y asi pidió un dia licencia á los duques para partirse. Diéronsela con muestras de que en gran manera les pesaba de que los dejase. Dió la duquesa las cartas de su mujer á Sancho Panza, el cual lloró con ellas, y dijo ¿quién pensara que esperanzas tan grandes como las que en el pecho de mi mujer Teresa Panza engendraron las nuevas de mi gobierno, habian de parar en volverme yo agora á las arrastradas aventuras de mi ammo Don Quijote de la Mancha? Con todo esto me contento de ver que mi Teres corres

pondió á ser quién es, enviando las bellotas á la duquesa, que á no habérselas enviando, quedando yo pesaroso, se mostrara ella desagradecida. Lo que me consuela es que á esta dádiva no se le puede dar nombre de cohecho porque ya tenia yo el gobierno cuando ella las envió, y está puesto en razon que reciben algun beneficio, aunque sea con niñerías se muestran agradecidos. En efecto yo entré desnudo en el gobierno, y salgo desnudo de él, y asi podré decir con segura conciencia, que no es poco; desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano.

los que

Esto pasaba entre sí Sancho el dia de la partida; y saliendo Don Quijote, habiéndose despedido la

noche antes de los duques, á la mañana se presentó armado en la plaza del castillo. Mirábanle de los corredores toda la gente del castillo, y asimismo los duques salieron á verle. Estaba Sancho sobre su rucio con sus alforjas, maleta y repuesto, contentísimo porque el mayordomo del duque, el que fue la Trifaldi, le habia dado un bolsico con doscientos escudos de oro, para suplir los menesteres del camino, y esto aun no lo sabia Don Quijote. Estando, como queda dicho, mirándole todos á deshora, entre las otras dueñas y doncellas de la duquesa que le miraban, alzó la voz la desenvuelta y discreta Altisidora, y en son lastimero dijo:

Escucha, mal caballero,

Deten un poco las riendas,
No fatigues las hijadas
De tu mal regida bestia.

Mira, falso, que no huyes

De alguna serpiente fiera,
Sino de una corderilla,

Que está muy lejos de oveja.

Tú has burlado, monstruo horrendo
La mas hermosa doncella
Que Diana vió en sus montes,
Que Vénus miró en sus selvas.
Cruel Vireno, fugitivo Eneas,
Barrabás te acompañe allá te avengas.

¡Tú llevas, ¡llevar impío.

En las garras de tus cerras (1),
Las entrañas de una humilde,
Como enamorada tierna.
Llévaste tres tocadores

Y unas ligas de unas piernas,
Que al mármol puro se igualan
En lisas blancas y negras.
Llévaste dos mil suspiros,
Que á ser de fuego, pudieran
Abrasar á dos mil troyas,

(1) Voz de la germania manos.

Si dos mil Troyas hubiera.

Cruel Vireno, fugitivo Eneas,
Barrabás te acompañe allá te avengas.

De ese Sancho tu escudero

Las entrañas sean tan tercas

Y tan duras, que no salga De su encanto Dulcinea. De la culpa que tú tienes, Lleve la triste la pena: Que justos por pecadores Tal vez pagan en mi tierra. Tus mas finas aventuras En desventuras se vuelvan, En sueños tus pasatiempos, En olvidos tus firmezas. Cruel Vireno, fugitivo Eneas, Barrabás te acompañe, allá te avengas.

Seas tenido por falso

Desde Sevilla á Marchena,
Desde Granada hasta Loja
De Londres á Inglaterra.
Si jugares al Reinado,

Los Cientos ó la Primera,
Los reyes huyan de tí,

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En tanto que de la suerte que se ha dicho se quejaba la,lastimada Altisidora, la estuvo mirando Don Quijote. y sin responderla palabra, volviendo el rostro á Sancho, le dijo: por el siglo de tus pasados, Sancho mio, te conjuro que me digas una verdad; ¿díme, llevas por ventura, los tres tocadores y las ligas que esta enainorada doncella dice? A lo que Sancho respondió: los tres tocadores si llevo; pero las ligas, como por los cerros de Ubeda. Quedó la duquesa admirada de la desenvoltura de Altisidora, que aunque la tenia por atrevida, graciosa y desenvuelta, no en gra lo que se atreviera á semejantes desenvolturas, y como no estaba advertida desta burla, creció mas su admiracion. El duque quiso reforzar el donaire, y dijo: no me parece bien, señor caballero, que habiendo recibido en este mismo castillo el buen acogimiento que en él se os ha hecho, os hayais atrevido á llevaros (res tocadores por lo menos, y por lo mas las ligas de mi doncella: indicios son del mal pecho, y muestras que no corresponden á vuestra fama: volvedle las ligas, si no, yo os desafio á mortal batalla, sin tener temor que malandrines encantadores me vuelvan ni muden el rostro, como han hecho en el de Tosilos mi lacayo, el que entró con vos en batalla.

No quiera Dios, respondió Don Quijote, que yo desenvaine mi espada contra vuestra ilustrísima persona, de quien tantas mercedes he recibido: los tocadores volveré, porque dice Sancho que los tiene; las ligas es imposible, porque ni yo las he recibido, ni él tampoco; y si esta vuestra doncella quisiere mirar sus escondrijos, á buen seguro que las halle. Yo, señor duque, jamás he sido ladron, ni lo pienso ser en toda mi vida, como Dios no me deje de su mano. Esta doncella habla, como ella dice, como enamorada, de lo que yo no le tengo culpa, y asi no tengo que pedirle perdon, ni á ella, ni á vuestra escelencia, á quien suplico me tenga en mejor opinion, y me dé de nuevo licencia para seguir mi camino. Déosle Dios tan bueno, dijo la duquesa, señor Don Quijote, que siempre oigamos buenas nuevas de vuestras fechurías, y andad con Dios, que mientras mas os deteneis, mas aumentais el fuego en los pechos de las doncellas que os miran, y á la mia yo la castigaré, de modo que de aquí en adelante no se desmande con la vista ni con las palabras. Una no mas quiero que me escuches, oh valeroso Don Quijote, dijo entonces Altisidora, y es, que te pido perdon del latrocinio de las ligas, porque en Dios y en mi ánima que las tengo puestas: y he caido en el descuido del que yendo sobre el asno le buscaba. ¿No lo dije yo? dijo Sancho; bonico soy yo para encubrir hurtos, pues á quererlos hacer, de paleta me habia venido la ocasion en mi gobierno. Abajó la cabeza Don Quijote, é hizo reverencia á los duques y á todos los circunstantes, y volviendo las riendas á Rocinante, siguióndole Sancho sobre el rucio, se salió del castillo, enderezando su camino á Zaragoza.

CAPITULO LVIII.

Que trata de cómo menudearon sobre Don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas á otras.

CUANDO Don Quijote se vió en la campaña rasa, libre y desambarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro, y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asunto de sus caballerías; y volviéndose á Sancho le dijo: la libertad Sancho, es uno de los mas preciosos dones que á los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre: por la libertad, asi como por la honra se puede y debe aventurar la vida; y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir á los hombres. Digo esto Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos he nos tenido: pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecia á mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran mios, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear el ánimo libre. Venturoso aquel á quien el cielo dió un pedazo de pan, sin que le quede obligacion de agradecerlo á otro que al mismo cielo. Con todo eso, dijo Sancho, que vuesa merced me ha dicho, no es bien que se queden sin agradecimiento de nuestra parte doscientos escudos de oro, que en una bolsilla me dió el mayordomo del duque, que como pítima (1) y confortativo la llevo puesta sobre el corazon para lo que se ofreciere; que no siempre hemos do hallar castillos donde nos regalen, que tal vez toparemos con algunas ventas donde nos apaleen.

En estos y otros razonamientos iban los andantes caballero y escudero cuando vieron, habiendo andado poco mas de una lengua, que encima de la yerba de un pradillo verde, encima de sus capas estaban comiendo hasta una docena de hombres vestidos de labradores. Junto á sí tenian unas como sábanas blancas, con que cubrian alguna cosa que debajo estaba, estaban empinadas y tendidas y de trecho á trecho puestas. Llegó Don Quijote, á los que comian, y saludándolos primero cortesmente, (1) Pilima ó piclima es el emplasto corroborante que se ponia sobre el lado del corazon para fortalecerle, desahogarle y alegrarle. -Arr

les pregunto, que qué era lo que aquellos lienzos cubrian. Uno dellos le respondió: señor, debajo destos lienzos están unas imágenes de relieve y entalladura, que han de servir en un retablo que ha cemos en nuestra aldea: llevámoslas cubiertas porque no se desfloren, y en hombros porque no sequiebren. Si sois servidos, respondió Don Quijote, holgaria de verlas, pues imágenes que con tanto recato se llevan, sin duda deben de ser buenas. Y cómo si lo son, dijo otro, sino dígalo lo que cuestan, que en verdad que no hay ninguna que no esté en mas de cincuenta ducados: y porque vea vuesa merced esta verdad, espere vuesa merced, y verla há por vista de ojos; y levantándose dejó de comer, y fué á quitar la cubierta de la primera imágen que mostró ser la de San Jorge, puesto á caballo con una serpiente enroscada á los pies, y la lanza atravesada por la boca, con la fiereza que suele pintarse. Toda la imágen parecia una ascua de oro, como suele decirse. Viéndola Don Quijote dijo: este caballero fue uno de los mejores andantes que tuvo la milicia divina: llamóse don San Jorge, y fue además defendedor de doncellas. Veamos esta otra. Descubrióla el hombre, y pareció ser la de San Martin puesto á caballo, que partia la capa con el pobre; y apenas la hubo visto Don Quijote, cuando dijo: este caballero tambien fue de los aventureros cristianos, y creo que fue mas liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre, y le da la mitad; y sin duda debia de ser entonces invierno, que si no, él se la diera toda, segun era de caritativo. No debió der eso, dijo Sancho, sino que se debió de atener al refran que dicen que para dar y tener, eso es menester. Rióse Don Quijote, y pidió que quitasen otro lienzo, debajo del cuali se descubrió la imágen del Patron de las Españas á caballo, la espada ensangrentada, atropellando moros y pisando cabezas, y en viéndola dijo don Quijote: éste sí que es caballero y de las escuadras de Cristo; éste se llama don San Diego Matamoros, uno de los mas valientes santos y caballeros que tuvo el mundo, y tiene ahora el cielo. Luego descubrieron otro lienzo, y pareció que encubria la caida de San Pablo del caballo abajo, con todas las circunstancias que en el retablo de su conversion suelen pintarse. Cuando le vido tan al vivo, que dijeran que Cristo le hablaba, y Pablo respondia: éste, dijo Don Quijote, fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios Nuestro Señor, en su tiempo, y el mayor defensor suyo que tendrá jamás: caballero andante por la vida, y santo á pie quedó por la muerte, trabajador incansable en la viña del Señor, doctor de las gentes, á quien sirvieron de escue las los cielos, y de catedrático y maestro que le enseñase el mismo Jesucristo. No habia mas imágenes y asi mandó Don Quijote que las volviesen á cubrir, y dijo á los que las llevaban: por buen agüero he tenido, hermanos, haber visto, lo que he visto, porque estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas, sino que la diferencia que hay entre mí y ellos, es, que ellos fueron santos, y pelearon á lo divino, y yo soy pecador, y peleo á lo humano. Ellos conquistaron el cielo á fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza (1), y yo hasta ahora no sé lo que conquisto á fuerza de mis trabajos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, mejorandose mi ventura, y adobándoseme el juicio, podria ser que encaminase mis pasos por mejor camino del que llevo. Dios lo oiga, y el pecado sea sordo, dijo Sancho á esta ocasion. Admiráronse los hombres, asi de la figura como de las razones de Don Quijote, sin entender la mitad de lo que en ellas decir queria. Acabaron de com er, cargaron con sus imágenes, y despidiéndose de Don Quijote, siguieron su viaje.

Quedó Sancho de nuevo como si jamás hubiera conocido á su señor, admirado de lo que sabia, pareciéndole que no debia de haber historia en el mundo, ni suceso que no lo tuviese cifrado en la uña y clavado en la memoria, y díjole: en verdad, señor nuestro amo, que si esto que nos ha sucedido hoy se puede llamar aventura, ella ha sido de las mas suaves y dulces que en todo el discurso de nuestra peregrinacion nos ha sucedido; della habemos salido sin palos y sobresalto alguno, ni hemos echado mano á las espadas, ni hemos batido la tierra con los cuerpos, ni quedamos hambrientos: bendito sea Dios que tal me ha dejado ver con mis propios ojos.

Tú dices bien, Sancho, dijo Don Quijote; pero has de advertir que no todos los tiempos son unos, ni corren de una misma suerte: y esto que el vulgo suele llamar comunmente agüeros, que no so fundan sobre natural razon alguna, del que es discreto han de ser tenidos y juzgados por buenos acontecimientos. Levántase uno destos agoreros por la mañana, sale de su casa, encuéntrase con un fraile de la órden del bienaventurado San Francisco, y como si hubiera encontrado con un grifo, vuelve las espaldas, y vuelve á su casa. Derrámasele al otro Mendoza la sal encima de la mesa, y derrámasele á él la melancolía por el corazon, como si estuviese obligada la naturaleza á dar señales de las venideras desgracias con cosas tan de poco momento como las referidas. El discreto y cristiano no ha de andar en puntillos con lo que quiere hacer el cielo. Llega Cipion á Africa, tropieza en saltando en tierra, tienenlo por mal aguero sus soldados; pero él abrazándose con el suelo, dijo: no te me podrás huir, Africa, porque te tengo asida y entre mis brazos. Asi que, Sancho, el haber encontrado con estas imágenes ha sido para mí felicísimo acontecimiento.

Yo asi lo creo, respondió Sancho, y querria que vuesa merced me dijese ¿qué es la causa por qué dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego Matamoros, Santiago y cierra España? ¿Está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla? ¿ó qué

(1) Alusion al pasaje de San Mateo, XI, XII Regnum cælorum vim partitur.—Arr,

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