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No estará de más advertir aquí de paso, para que se conozca la poca discreción de estos Padres, y así se entienda mejor toda su conducta en estas cosas, que sobre ellas, sin exceptuar las más graves acusaciones contra los principales Padres de aquí, como luego veremos, tenían correspondencia, no sólo con el Padre General, sino también con otros dos de Roma. Uno era el P. Ildefonso de la Peña, llegado allí de Méjico poco antes de que ellos salieran, y ocupado ahora en la curia con el cargo de Procurador de la Provincia de España. No debían, ciertamente, escribirse a él cosas tan graves, ni aun para que él las comunicase al P. General, sino al General mismo directamente. Mucho menos debían escribirlas al P. Ferrari, o decir al P. Peña que se las comunicase, puesto que no tenía cargo alguno en la curia generalicia, sino el de Rector del Seminario de Nobles. El Padre Roothaan advirtió al P. Puyal, siendo Provincial, que le escribiese a él directamente y no por conducto del P. Gil, cuando estuvo en Roma, como lo hizo algunas veces; y eso que el P. Gil, aunque ausente, conservaba el cargo oficial de Consultor de Provincia y Socio del Provincial.

Trataban ellos de justificar aquella copia servil de las costumbres de Roma con la idea de que por estar a la vista del General, en nada podían ser contrarias, sino que habían de ser plenamente conformes al Instituto, mientras que aqui no había ya quien transmitiera las puras y legitimas de nuestros mayores; y por otra parte se debía procurar la mayor uniformidad posible aun en las menores cosas en toda la Compañía (1). Pero aparte del exceso que en esto último puede haber y de hecho hubo aqui entonces, mal encubierta se ve en esas razones, y quizás en el hablar la ocultaban menos, la idea de que en España no había quienes tuvieran formación ni medianamente jesuítica, ni conocieran el Instituto sino ellos, que habían estado en Roma. Lo primero en general lo repiten mil veces en su correspondencia, y apenas reconocen excepción alguna. «Los Superiores que ahora hay en la Provincia, todos (menos yo), dice el P. Seguí, son buenísimos y muy edificantes; pero generalmente están muy ayunos de Instituto y de historia nuestra» (2). Lo último se sobreentiende en todas sus cartas, y aun alguno lo expresó terminantemen

(1) El P. Frías al P. Peña, 13 de Octubre de 1827, original en Cast. I. (2) Al P. General, 31 de Enero de 1830, original en Cast. I.

te con toda la llaneza y simplicidad que se verá en estas palabras, dirigidas al P. Peña: «He recibido la adjunta Instrucción que V. R. me remite, lo cual le agradezco sumamente, y la he participado al P. Seguí, el cual va de acuerdo conmigo y yo con él y con el P. Frías y Lobo y el P. Riera, mi Ayudante, que somos los que más hemos visto el espíritu de la Compañía en Roma» (1). ¿A quién no hará sonreir esto, sabiendo que quien lo escribe, el P. Miguel Garcías, Maestro entonces de novicios, no había estado en Roma sino cuatro o cinco meses? Bien se deja entender que todo esto no podía menos de dar en rostro a muchos, hacer que mirasen mal aun las prácticas de suyo buenas y oportunas, e in disponerlos contra lo que empezaron a llamar costumbres de Italia, cosas del P. Seguí, y contra el mismo P. Seguí, que sin género de duda fué, si no el primero en el tiempo, ciertamente el más decidido, intrépido, activo e indiscreto promovedor de ellas. La indiscreción, si es que sólo fué indiscreción, no paró aquí. Presentaron como nacida de espíritu nacional y aun como oposición a Roma la que aquí se les hacía en su empeño de introducir los usos y prácticas de Italia, no tanto por los usos y prácticas en sí mismas, ni aun por traerlas de fuera, como por las otras circunstancias indicadas en el modo de introducirlas. Es verdad que hubo algún resentimiento contra Italia en defensa de España, causado, ya por el mal concepto, que allá mostraban tener de nuestras cosas, a causa principalmente de lo que estos jóvenes decían y escribían, ya también por lo que allí habían experimentado algunos otros de los que estuvieron los años pasados (2). Así lo reconoce y en parte excusa el P. Puyal. De modo que, aun existiendo ya antes algunos de los motivos de ese resentimiento, con todo, «hasta que vino el P. Frías, dice, no se había oído una palabra sobre el caso. Éste, y después el P. Seguí, son los que con gran celo, pero non secundum scientiam, han ocasionado esta división. Según ellos sólo en Italia se conocía el Instituto, sólo allí había observancia; sólo allí se hacía todo con orden, con exactitud, con decoro; los que no habían estado allí, no sabían siquiera lo que era Compañía, y aun los mismos vie jos no entendían una palabra de nuestras cosas. Estas máximas, que repetían con frecuencia, juntas a las instrucciones secretas,

(1) El P. Garcias, 14 de Abril de 1828, id. id.

(2)

El P. Puyal al P. General, 30 de Nov. de 1829; original en Cast. II.

que significaban tener de N. P., con la adición del grande apre, cio que hacía de ellos, etc., etc.; todo esto, ¿qué había de producir, sino división y cisma?» (1).

Lo que llamaban oposición a Roma era cosa más grave todavía, como que significaba resistencia a la autoridad del General y aun independencia de él. Con todo, si al principio equívocamente, después ya sin rebozo acusaron de tener esas ideas y espíritu generalmente a sus contrarios de aquí y aun determinadamente a los dos principales, el P. Puyal y el P. Gil. Recuérdense aquellas palabras del P. Frías hablando de las costumbres de Roma: a qua nulla unquam dimovere nos poterit auctoritas; de Roma jamás nos apartará autoridad alguna. Semejantes son otras en que da por causa de sus amarguras el haber sido el primero en declararse por Roma (2). Y si esas pueden parecer equívocas, no lo parecerán ya éstas del P. Seguí al P. General: «Es cosa cierta que aquí quieren pasar por superiores sin otro mayor; y entre los de fuera nunca mientan para nada el nombre ni la autoridad del General (3). El Provincial en todo sigue la etiqueta o ceremonial de los generales de otras órdenes religiosas, completamente independientes de Roma.» Y trae en confirmación de su idea el hecho de haber el P. Puyal nombrado Viceprovincial al P. Gil, al partir para la visita de Mallorca, y delegádole todas sus facultades para el gobierno de la Provincia hasta su vuelta, suponiendo que tal nombramiento y por tal motivo excedia las del Provincial, y dándole esta formal interpretación: «Esto creo que ha sido por hacer lo que hacen los Superiores generales aquí en Madrid. De modo que también la Compañía (como me escribió el P. Morey) tenga en esta corte su Vicario general» (4). No hallamos que el P. General tomase en consideración este punto, con ser de suyo gravísimo; o porque vió lo vano y aun falso de sus fundamentos, y del P. Seguí había empezado ya a desconfiar; o porque sabía bien que no había tales intentos de independencia, y que el disimular, hasta cierto punto, la dependencia a los ojos del Gobierno podia ser conveniente y aun necesario,

(1) A P. Peña, 9 de Junio de 1828, id. id.

(2) Carta citada al P. Peña, de 20 de Mayo de 1828.

(3) Nada menos que a Calomarde escribió el P. Puyal que para tratar de los estudios generales esperaba el parecer del P. General, como antes dijimos (Lib. III, c. II, p. 245).

(4) El 26 de Abril de 1830; original en Cast. II.

para que no se empeñara en suprimirla. Se quejó, sí, de que el P. Puyal hiciera algunas cosas sin contar con él; pero no lo atribuyó a espíritu de independencia, sino a inadvertencia o precipitación (1).

2. Como ya se va viendo, y se verá más claro todavia en lo que queda por decir, al paso que mejoraba, que sí mejoró por di ligencia principalmente del P. Seguí, la disciplina religiosa, se iniciaban por su modo indiscreto de proceder en eso otros daños mayores, que por fortuna se atajaron. Uno fué el rigor excesivo en imponer penitencias por las faltas, en humillar y mortificar a los súbditos por vía de prueba o de ejercicio de su virtud, y el empezar con eso a predominar en ellos el espíritu de temor sobre el de amor en la observancia y en el trato con los superiores. De algunos de estos extremos da testimonio, sin advertirlo, el mismo P. Seguí en carta al P. Peña, cuando haciendo su propio panegírico y diciendo que Dios confirma su proceder y que sus jóvenes de Alcalá, aun «los más bravos del Imperial», es decir, los que allí habían vivido, según él, en completa relajación, eran excelentes, dice de ellos: «Bástele saber que he hecho con muchísimos algunas pruebas, que Dios sabe qué me hubiera sucedido a mí, si de igual o semejante manera me hubieran tratado. Les he mortificado publice et privatim; y con todo esto me tienen un amor y afecto tan de hijos, que sería cosa larga decirle el recibimiento que me hicieron cuando vine de Madrid, y las ansias con que deseaban mi vuelta» (2). El valor de esas demostraciones, sin atribuirlas a fingimiento, lo sabrán entender muchos de los lectores; del amor y afecto tan de hijos, que supone en los súbditos, aunque en el tiempo de su gobierno en Alcalá no tenemos noticias, se podrá muy fundadamente juzgar por lo que vamos a decir del de Madrid. Como menos expuesto a la tacha de parcial, aduciremos el testimonio del P. Clemente Boulanger, uno de los Padres que, obligados a salir de Francia por la revolución de Julio, vinieron con algunos estudiantes al Imperial. Cuanto al gobierno de nuestros hermanos escolares, decía al P. General, me parece que el P. Rector ha procedido ordinariamente con modo áspero y aun duro en las reprensiones, como si

(1) Cartas al mismo P. Puyal de 13 de Julio de 1830 y 11 de Enero de 1831. Registro.

(2) Alcalá 9 de Febrero de 1829, original en Cast. II.

quisiera traerlos a la exacta observancia de las reglas con intimidaciones y amenazas; de lo cual han tenido algo también los subalternos. Yo he hecho por persuadirme de que lo exigiría así la diferencia de carácter o cierta relajación que, segun entiendo, había en esta casa antes de venir el P. Seguí; pero nunca he podido quitar de mi la idea de que ese no es espíritu de la Compañía. Se le advirtió al buenísimo P. Morey, Provincial, y desde entonces ha habido mucha enmienda. Con todo, parece que se sigue empleando como principal móvil el miedo a las penitencias y reprensiones con preferencia al amor y a la confianza... Lo indicado en este artículo es, sin duda, la causa de que en la Provincia se tema venir al Imperial» (1). Así escribía el P. Boulanger, aunque teniendo al P. Seguí por bueno, y por tan bueno, que eso era lo que le hacía dudar de si tal proceder lo exigiría el carácter español. El P. Luis Rodríguez, súbdito algún tiempo del P. Segui en ese colegio, siendo ya Vicerrector de Sevilla, escribía que por cosas de nada amenazaba con la expulsión e imponía fuertes penitencias, v. gr., una disciplina al cocinero porque no le salió bien sazonada la comida, y que allí, en su mismo colegio, se temia al P. Seguí más que al Provincial (2).

De este mal espíritu participaron algunos otros Superiores; y aunque no todos, a lo que entendemos, pero sí ciertamente algunos por influjo del P. Seguí. El P. Torroella, que lo fué de Alcalá de 1831 a 1835, tuvo antes en el Imperial, como Ministro suyo, según él mismo confiesa, fama de hombre de pocas palabras, muy severo, y de semblante no apacible, sino terrible (3); y en Alcalá estrechó la observancia de manera, y él y el Ministro y aun los bedeles con su autoridad, imponían tan duras penitencias por faltas insignificantes y aun por lo que no era falta ninguna moral, como el ser uno el último de la clase, que el P. Fé· lix Villavieja, trayendo casos particulares, pudo decir que la disciplina doméstica se guardaba con todo rigor estrictisimamente, de modo que en lo exterior, ni en un ápice dejaba de observarse el Instituto; pero que se echaba muy de menos el espiritu de amor, tan propio de él, y de San Ignacio, y que ya por esa dureza, ya por cargar a los jóvenes con demasiado trabajo de

(1) Al P. General 10 de Mayo de 1832, original en Cast. II.
(2) Autógrafa al P. Gil, Sevilla 24 de Enero de 1832, Col. Gil.
(3) Al P. General, Alcalá 10 de Enero de 1831, original en Cast. II.

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