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Gutierrez; vengamos á lo del lenguaje aragonés.

Que el autor tuviera esa patria no es para nosotros dudoso desde que Cervantes, que le habría muy bien conocido, nos lo aseguró varias veces, ya no con aire de sospecha, sino con toda la resolución de quien hablaba sobre seguro: que el tal aragonés fuera inquisidor está punto menos que resuelto, si como creemos se ha interpretado bien una frase de Cervantes: que fuera además religioso de la Orden de Predicadores se tiene hoy por muy probable, aunque más lo dudara Clemencín, fundado en los cuadros y expresiones lúbricas é indecentes del segundo D. Quijote, pero olvidando un momento la mayor procacidad con que, respecto á nuestros tiempos, en aquellos dorados se escribía: que fuera, en fin, el inquisidor general Fr. Luis de Aliaga, ó el dominico Joaquín Blanco de Paz con quien se enemistó Cervantes en Argel, ó un autor de comedias criticadas en la primera parte del Quijote, como afirma resueltamente D. Vicente de los Rios, es una cuestión literaria que permanece todavía sub judice. En favor de la primera opinión ha aducido tan buenas conjeturas el laborioso y perspicaz escritor D. Cayetano Rosell que á muchos ya ha rendido á su opinión, no porque el episodio de los Felices Amantes revele un tan gran conocimiento de los conventos de religiosas que no lo pudiera tener quien no los hubiera menudamente visitado, sino por las analogías de estilo entre el Quijote de Avellaneda y la Venganza de la lengua española de Aliaga, y por la coincidencia de haber denostado á Aliaga el Conde de Villamediana, en una décima satírica, con el nombre de Sancho Panza, mientras se de

signaba con el mismo á Avellaneda en un vejámen de Zaragoza; no siendo por otra parte muy descaminada, aunque desde luego gratuita, la sospecha que ha expuesto Rosell de que, conocido Aliaga en la Corte con el nombre de Sancho Panza, tomara Cervantes ese apodo para popularizarlo en su simple escudero, de que resultara la venganza literaria del supuesto Avellaneda.

Para nosotros es todo ello indiferente sino la patria de este autor, y ese es por otra parte el único dato averiguado; pero lo dificil de concebir es, cómo encontró Cervantes digno de reprehensión el lenguaje aragonés, que sólo conoció porque tal vez escribe sin artículos. Lo ligero y ténue de esta indicación, que luego declararemos ser también poco justa, prueba á lo menos la ninguna diferencia que había entre el lenguaje aragonés y el castellano; y, aunque nuestro Diccionario, en que hemos llegado á reunir un número bastante considerable de voces, parece que está probando lo contrario, convéngase en que el lenguaje no es en sí desemejante y que el de los escritores es absolutamente común cuando no idéntico.

Hemos leido con algún cuidado la obra de Avellaneda, cuyo lenguaje han elogiado aun sus impugnadores; y, deseando que suministrase alguna materia á nuestro Vocabulario, ya que no la hemos obtenido de otros escritores positivamente aragoneses, pero siempre escritores en muy buen castellano, no ha podido logrársenos el deseo sino en un reducidísimo número de voces y locuciones. Las únicas palabras que hemos sorprendido son zorriar, repapo, malvasia, reposto

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na, mala-gana y buen-recado, de cuyas cuatro primeras (quizá no todas aragonesas) ya hemos dado cuenta en nuestro Diccionario, habiendo de decir de las otras que la una se halla en el capítulo XXXI en aquel pasaje «á quien, por aguardar que convaleciese de una »mala-gana que le había sobrevenido en Zaragoza, no >>quiso dejar D. Cárlos,» y la otra en el XXXV:-«Mal »se puede cerrar, replicó D. Cárlos, carta sin firma, y »asi decid de qué suerte soleis firmar. ¡Buen recado se >>tiene! respondió Sancho: sepa que no es Mari-Gutie>>rrez amiga de tantas retóricas.>>

También leemos en los capítulos XXVI y XXIX «<echemos pelillos en la mar y con esto tan amigos como de antes..... dése por las entrañas de Dios por vencido, como mi amo le suplica, y tan amigo como de antes;» en el XXVII «la primera cosa que hizo en despertar,» locución que Rosell corrige con las de al despertar ó en despertando; y en el XVII y otros muchos (porque ésta es en él manera de decir muy de su gusto)» á la que llegó (cuando llego) delante de ella, se hincó de rodillas.»>

Pellicer, diligente escritor aragonés y uno de los que mejor han biografiado á Cervantes y comentado y corregido el Quijote, dice de Avellaneda: «aunque en Aragón se habla generalmente la lengua Castellana y algunos aragoneses son maestros consumados de ella, pero este autor no supo evitar ciertas voces y modismos propios de aquel reino, así como otros lo son de otras provincias de Castilla,» y luego añade que Cervantes podía haber alegado otras pruebas de aragonesía no menos convincentes y copiosas que la de escri

bir sin articulos, como son las locuciones en salir, á la que volvió, el señal, la escudilla, en las brasas, hincar, carteles, le pegaré, menudo ó mondongo, malagana, mire, oiga, etc.; pero Pellicer, que escribía esto en 1797, debía saber que sesenta años antes ya estaban definidas como españolas algunas de estas palabras, v.g. escudilla, menudo y pegar, y que la locución impersonal de mire, perdone etc., siempre se tuvo como esencialmente frailesca y no aragonesa, aunque para nosotros era totalmente española.

No anotamos zorrinloquios por circunloquios porque en boca de Sancho Panza no puede ser eso sino un barbarismo dispuesto graciosamente y de propósito; ni hendo cruel penitencia por haciendo, porque nos parece del mismo carácter, aunque hay pueblos en Aragón que dicen vinon por vinieron, turon por tuvieron, etc., mas respecto de omisiones, todo lo que hemos advertido ha sido haberse callado por dos veces la preposición de, lo cual se verifica en aquellas locuciones de los capítulos XVII y XIX «cerca (de) los muros de una Ciudad de las buenas de España... pero llegando á pasar por delante (de) su monasterio, » las cuales son á uso latino y de uso catalán; y haberse suprimido otras tantas el artículo en el capítulo VII en donde dice ello es verdad que no todas (las) veces nos salían las aventuras como nosotros queríamos... y con esto hacía toda (la) resistencia que podía para soltarse,» á cuyas dos frases no es lícito agregar aquella otra «á falta de colcha no es mala (la) manta.»

Hé ahí pues á qué proporciones queda reducido el reparo de Cervantes, aún más diminuto para el que re

cuerde aquel pasaje de P. de Mejía en su Coloquio del porfiado: «porque en invierno no es menester fresco, y en verano no lo hay todas veces,» ó aquel de Quevedo en Casa de locos de amor: «no podían ejecutar las temas de sus locuras todas veces.»

Por todo lo expuesto, insistimos en que no hay tal idioma, pero sí una perceptible desviación; una si se quiere más energía; una conservacion más tenaz del arcaismo común, y de ahí el ser acá tan frecuentes agora, mesmo, trujo, dende, y muchos otros vocablos de que ya no hacen gala sino los poetas; y, en fin, un cierto caudal de voces que dan ámplia materia á algún estudio.

II.

A este exámen vamos á dedicar el resto de nuestra tarea, procurando señalar la procedencia de algunas palabras, legitimando en lo posible su uso, probando que á su invención ha precedido instintivamente el mejor juicio y manifestando que no son barbarismos de gente inculta, sino á veces primores que el idioma castellano debiera prohijar (1) 6 no haber abandonado. Entiéndase que para la formación de este discurso, así como para la del Diccionario que le sigue, hemos de servirnos, en cuanto nos sea dable, de escritores aragoneses, de anuncios é inscripciones oficiales, de avisos impresos, de la conversación de personas cultas, y

(1) Yo en caso de haber formado algún vocablo nuevo, dice Mayans en sus Origenes, antes le tomaría de las provincias de España que de las extrañas; antes de la lengua latina, como más conocida, que de otra muerta.›

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