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tercera el coronel don Miguel Osset. La batería rodada de obuses de á 16 y 24 Y la de obuses de á 12 de á lomo y el regimiento de húsares de la Princesa iban afectos á esta division. La cuarta division dirigida por el general don Ramon Castañeda y compuesta de dos brigadas á las órdenes de los brigadieres don Manuel Crespo y don Ramon Gascon, constaba de ocho bataHones, á los cuales acompañaba una batería de obuses de á lomo de á 12 y el regimiento de caballería Guias del general. Las ocho compañías de zapadores, la de cazadores de Luchana y los dos escuadrones que formaban la escolta del DUQUE continuaban en el cuartel general.

Las provincias Vascongadas y Navarra no quedaban desatentidas. El teniente general don Felipe Rivero, virey en cargos de Navarra, permanecia en este reino con quince batallones y ocho escuadrones en Guipúzcoa el general don Miguel Araoz con siete batallones y una compañía de caballería: en Vizcaya el general don Miguel Arechavala con ocho batallones é igual fuerza de caballos que la anterior: en Alava el mariscal de campo don Gregorio Piquero con siete batallones y cinco escuadrones. Ademas quedaban en la provincia de Logroño tres batallones, la caballería denominada húsares de Logroño, y la de Alcanadre á las órdenes del brigadier Santa Cruz: en las Merindades otros tres mandados por Quintana, y finalmente en Búrgos cuatro batallones y un escuadron á las órdenes del general don José Orús, con mas la columna de la Sierra del coronel don Gaspar Rodriguez con un batallon y un escuadron.

Asi ordenadas las cosas desde la ciudad de Logroño, convirtió su atencion el CONDE-DUQUE á un objeto noble, filantrópico y tan conforme con los sentimientos de su corazon como con el carácter augusto de que le habian revestido los últimos acontecimientos. El héroe que en Vergara acababa de dar sublime ejemplo de reconciliacion haciendo caer las armas como por encanto á los pies de los que con tanto teson las habian blandido, no podia mirar con indiferencia que algunos españoles de los pertenecientes à la comunion liberal, víctimas de errores, cuando no de persecuciones políticas, sufriesen las amarguras del destierro ó la emigracion y derramasen lágrimas copiosas alejados de su patria, que en aquellos mismos momentos se entregaba á demostraciones de júbilo saludando la aurora de paz que asomaba en su horizonte. La paz y la reconciliacion no podian ser completas mientras la proteccion y amistad del gobierno no se estendiera á todos los hijos de la gran familia española, que cualesquiera que, ahora fueran su color y denominacion de partido, se acogiesen francamente á su tutela reconociendo la legitimidad del trono y las instituciones del pais.

Asi lo conocia el DUQUE DE LA VICTORIA, sin olvidar tampoco por otra parte que una buena parte de los rebeldes que en los últimos acontecimientos de Navarra se habian refugiado á Francia lo habian hecho instigados

por sus gefes ó arrastrados por el ejemplo pernicioso de algunos de sus compañeros, sin que por eso dejasen de ser menos dignos de consideracion y de ser brindados nuevamente con la oliva de paz que habian desdeñado en Vergara. Abundando en estas ideas el general ESPARTERO, determinó elevar su voz á la Reina Regente y su gobierno para implorar clemencia á favor de tantos desgraciados como anhelaban por volver á su patria; y este pensamiento le llevó á ejecucion dirigiendo desde Logroño y con fecha 29 de setiembre á la Reina Gobernadora la esposicion que sigue :

«Señora: Al ver terminada la guerra de las provincias del Norte, y cuando está próxima la pacificacion general para gloria y esplendor del trono de vuestra escelsa hija y de la Constitucion del Estado, creo deber espresar á V. M. un sentimiento acorde con los que abriga el benigno corazon de V. M. Este sentimiento es dirigido en favor de todos los españoles liberales que guiados por equivocadas máximas, error de entendimiento ú otras causas de aquellas que permiten la indulgencia, tienen en el dia la desgracia de hallarse encausados, presos ó prófugos. Ha llegado, Señora, para bien de la España el momento mas propio de que una reconciliacion con el olvido de las faltas reuna á todos los españoles para que sea mas firme y duradera la ventura con que la suerte parece sonrie á esta heróica nacion; y cuando en Vergara quedó establecida la concordia entre los que peleaban bajo de las banderas opuestas poniendo los cimientos á la paz estable que todos los pueblos ansiaban, y esperan enagenados de alegría, justo es, Señora, que á todos alcancen los beneficios de la union, quedando sofocados los resentimientos y alejada la discordia que dividia á los miembros de la gran familia de quien V. M. es madre sensible y protectora solicita. Con tales atributos y con tan plausible motivo, no dudo que V. M. se dignará acoger bajo de su real proteccion á todos los que se hallen en los casos referidos; y si mi buen deseo y el celo con que he procurado ser útil á mi Reina y á mi patria pudiesen influir á la pronta concesion de esta gracia, tan propia de los benéficos sentimientos de V. M.,

Suplico reverentemente se digne acordarla, y que por un rasgo de su mucha bondad se sirva hacerla estensiva á los individuos de tropa que habiendo pertenecido á las filas rebeldes han tomado asilo en Francia, arrastrados á mi ver por gefes ilusos que despreciaron los beneficios del convenio de Vergara. Logroño 29 de setiembre de 1839. Señora. A L. R. P. de V. M. El DuQUE DE LA VICTORIA. >>

Con esta esposicion remitió un oficio al ministerio de la Guerra que cia de esta suerte:

de

«Excmo. Sr. Paso á manos de V. E. la adjunta esposicion que elevo á S. M. suplicando que en consideracion á los últimos faustos acontecimientos se digne conceder su real indulto á todos los liberales que guiados por equi

vocadas máximas, error de entendimiento ú otras causas se hallen encausados, presos ó prófugos, haciéndolo estensivo á los individuos de tropa que pertenecientes á las filas rebeldes han tomado asilo en el vecino reino de Francia.»

« Ruego á V. E. se sirva presentar esta súplica á S. M. é inclinar su real ánimo á fin de que se digne acceder à ella. Dios guarde à V. E. muchos años. Cuartel general de Logroño 29 de setiembre de 1839. Excmo. Sr.= El Duque de la VICTORIA. Ecxmo. Sr. secretario de Estado y del despacho de la Guerra. »

Esta alocucion del Duque fué recibida con jubilo general y fijó la atencion de las personas á quienes se dirigia.

El dia 30 dejó la ciudad de Logroño encaminándose á la de Tudela. Las poblaciones del tránsito le saludaban en medio de las mayores aclamaciones y se esmeraban á porfia para significar su admiracion y regocijo: asi recibiendo las ovaciones de infinitos españoles llegó el 4 de octubre á la ciudad de Zaragoza. Este pueblo siempre heróico, distinguido por su lealtad no menos que por la bravura y patriotismo de sus hijos, cuyos hechos y singulares proezas hacen ya un peso considerable en las páginas de la historia, no podia menos de recibir con señaladas muestras de entusiasmo al famoso guerrero que despues de pacificar las provincias Vascongadas pasaba á rea– lizar igual mision en aquellas del centro, ni dejar de significar sus simpatías á ESPARTERO, que es el título sencillo con que los zaragozanos han designado siempre al CONDE-DUQUE, sin duda por ser mas antiguo en su memoria y mas conforme á su carácter el apellido solo, que todas las demas denominaciones fundadas en los títulos con que tan merecida y justamente ha sido galardonado.

Desde el instante en que se supo de cierto que habia de albergarse algun tiempo en la ciudad, ocupáronse las autoridades locales en decorarla vistosamente, y preparar festejos dignos de tan alto personage. En uno de los sitios principales de la poblacion se elevó un magnífico arco triunfal, en cuyo friso, á la parte de la puerta de la derecha se veia el escudo de Aragon á la de la plaza el de Zaragoza, sobrepuesta en ambos la corona ducal con diversos pendones que contenian los nombres de Luchana, Peñacerrada, Ramales, Retuerta, Guardamino y otros pueblos tan célebres como estos por las señaladas batallas ganadas por el general ESPARTERO.

y

Pero no fué este ni otros infinitos preparativos lujosos á cual mas los que engalanaron la escena que tuvo lugar en Zaragoza el dia 4 de octubre. Su mejor decoracion fueron los sentimientos de un pueblo noble y generoso que los anunciaba en su semblante y se entregaba á ellos sin rebozo y con toda la efusion de corazones entusiasmados.

La entrada del CONDE-DUQUE se habia anunciado para las tres de la tarTOMO III.

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de, y con muchisima anticipacion hallábase formada la guarnicion y Milicia Nacional cubriendo la carrera que se estendia desde el palacio del señor marqués de Ayerve (que era el alojamiento que se le habia preparado) hasta el Coso, por la calle Mayor, Platería, Mercado y Albardería. La primera division de las fuerzas procedentes del ejército del Norte se hallaba tendida en el campo del Sepulcro. El ayuntamiento y una comision de la diputacion provincial esperaban al DUQUE en el apostadero. A la hora designada un coro de vivas y aclamaciones estrepitosas anunció su llegada, dejándose ver sobre cubierta, rodeado de algunos generales y oficiales de graduacion contestando con semblante risueño y agasajador á los gritos arrancados al gozo de que se sentia animada la inmensa concurrencia que aguardaba en el desembarcadero. Esperaba tambien en este sitio una magnífica carretela destinada à conducir á ESPARTERO al centro de la poblacion; pero como vestia el uniforme de general pareció que correspondia mejor á este trage el caballo en el que montó y verificó su entrada. Las calles y avenidas estaban cubiertas de gentes. Parecia que los habitantes de la inmortal ciudad se habian aumentado como por encanto. Los gritos de alegría, la confusion y algazara apenas dejaban oir las salvas de la artillería. La marcha de ESPARTERO y de su nu

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merosa comitiva era interrumpida à cada paso y sin que la tropa y Milicia pudieran contenerle el entusiasmo era tanto, que el caballo del primero era balanceado con frecuencia por la multitud que deseaba abrazar sus rodillas: al mismo tiempo se desprendia de los balcones una lluvia de coronas y papeles de colores con versos alusivos al objeto. Asi llegó el CONDE-DUQUE al alojamiento que tenia dispuesto, desde cuyo balcon presenció el acto de desfilar las fuerzas del ejército y Milicia Nacional.

Las autoridades todas civiles y militares, el ayuntamiento y la diputacion provincial pasaron á cumplimentarle y á ser fieles intérpretes de los sentimientos puros y leales del pueblo zaragozano. Recibiólos ESPARTERO con regocijo y enternecimiento, porque efectivamente no podia figurarse que á tal punto rayara el entusiasmo de aquel pueblo heróico. Las palabras con que contestó á sus felicitaciones no fueron estudiadas ni de mera etiqueta. Sencillas é ingénuas como el sentimiento que las producia, revelaban todo el reconocimiento, toda la gratitud á que le obligaban las demostraciones de un afecto tan sincero. Cuando el ayuntamiento le pedia parecer ó requeria su consentimiento para disponer alguna cosa, contestaba: «yo aqui no mando, no quiero mandar, nada me pregunten Vds. de si quiero esto ó quiero aquello, porque no tengo mas voluntad que la del ayuntamiento. >>

Al segundo cabo de la provincia, gefes y oficiales de la guarnicion y de la Milicia Nacional, que como era regular pasaron á visitarle respondió en los mismos términos satisfactorios y lisonjeros. «Deseo, dijo al sub-inspector y oficiales de la Milicia Nacional, deseo que Vds. me miren como un compañero y como un amigo. Sé lo que ha sido este pueblo en los tiempos antiguos (citándoles algunas épocas de la historia) y todo el mundo celebra con razon su heroismo en el nuestro. En cuanto á mí solo deseo hacer la felicidad de mi patria, en cuya demanda espero que me ayuden todos los que se sientan animados del mismo interés. »

Pero lo que mas llamó la atencion fué un rasgo de generosidad que probó los magnánimos sentimientos del DUQUE y llenó de gozo el corazon de todas las personas sensibles.

El mismo dia en que verificó aquel su entrada en la poblacion, debia haber sufrido la pena de ser pasado por las armas un soldado contra quien habia fulminado tal sentencia el consejo de guerra ordinario para castigar el delito de desercion con otras circunstancias graves en que aquel infeliz habia incurrido. Conociendo el segundo cabo que en dia tan solemne y en que el pueblo todo se encontraba alborozado no debia realizarse el terrible contraste que al lado de su júbilo habian de ofrecer las lágrimas de aquel desgraciado, habia mandado suspender la ejecucion aplazando el dia de ponerle en capilla para cuando hubiesen cesado los motivos de aquella suspension; mas la suerte del desventurado reo no habia mejorado. Su cadáver ensangrentado no ofen

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