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que hace de la córte de don Juan II. en aquellas lin

das é inolvidables coplas:

¿Qué se hizo el rey don Juan?

Los infantes de Aragon

¿Qué se hicieron?

¿Qué fué de tanto galan?

¿Qué fué de tanta invencion
Como trajeron?

¿Las justas y los torneos,
Paramentos, bordaduras
Y cimeras,

Fueron sino devaneos?

¿Qué fueron sino verduras
De las eras?

¿Qué se hicieron las damas,
Sus tocados, sus vestidos,

Sus olores?

¿Qué se hicieron las llamas De los fuegos encendidos

De amadores?

¿Qué se hizo aquel trovar, Las músicas acordadas

Que tañian?

¿Qué se hizo aquel danzar,
Aquellas ropas chapadas
Que trayan?

Dispútase si en esta época se cultivó ya la poesía bajo la forma de drama. Nosotros no creemos que los entremeses y momos que en mas de una ocasion mencionan las crónicas fuesen las representaciones del género festivo que se han conocido despues con este nombre, sino algunas farsas groseras, ó una denomi

nacion genérica semejante á la de juegos (1). Si de drama se hubiera de calificar ya una composicion alegórica y dialogada que pudiera recitarse por varios interlocutores, tendria razon un crítico dramático de nuestros dias (2) en considerar como drama la Comedieta de Ponza del marqués de Santillana á mediados del siglo XV. Y en este concepto se atrevió ya otro crítico español (3) á mirar como ensayo de representacion dramática La Danza general de la Muerte, escrita á mediados del siglo XIV. Lo que tal vez se aproximó mas al espíritu y formas del drama, por lo menos al de las églogas que despues se representaron como dramas, fueron las célebres Coplas de Mingo Revulgo, sátira dialogada del género pastoril, en que se pintan con lenguaje vigoroso y rudo los vicios y el mal gobierno del reinado de Enrique IV. Los interlocutores son dos pastores, llamados el uno Mingo Revulgo, representante del vulgo ó del pueblo, el otro Gil de Arribato, que representa un profeta que le adivina y responde, los cuales bajo la alegoría de un rebaño apacentado y regido por un pastor imbécil, se desahogan en mordaces sátiras contra el carácter débil y degradado del rey, y contra los desórdenes de la córte, lamentando el miserable estado del reino. Mas todos estos no creemos puedan considerarse sino como dé

(1) La crónica suele decir: danzas, torneos y otros entremeses, como quien dice: y otros juegos.

(2) Martinez de la Rosa, Obras literarias, tom. II.

(3) Moratin, Obras, tom. I.

biles ensayos ó preludios de otras obras mas dignas del nombre de dramas (1).

Aunque la poesía era el genero de literatura que se cultivaba con mas ardor, no por eso dejaron de hacerse algunos adelantos y de publicarse algunas obras notables en prosa. Del estilo epistolar nos dejó una honrosa muestra el tantas veces citado bachiller Cibdareal, médico de don Juan II., en las ciento cinco cartas que forman su Centon, dirigidas á los principales personages del reino, muchas de ellas sobre asuntos interesantes, y sobremanera útiles para el conocimiento de las costumbres y de los caractéres de los hombres de aquel reinado. Su estilo es el que corresponde al genero epistolar, natural, sencillo y ligero, á las veces malicioso y satírico, que le da cierta amenidad agradable.

La historia se cultivó tambien con buen éxito

(1) Las coplas son 32, de á nueve versos cada una. La primera es una esclamacion de Gil de Arribato, que al ver venir á Min

go Revulgo, desgreñado, cabizbajo y mal vestido, le llama é interpela de este modo:

A Mingo Revulgo, Mingo!
á Mingo Revulgo, hao!
¿qué es de tu sayo de blao?
no le vistes en Domingo?
¿Qué es de tu jubon bermejo?
¿por qué traes tal sobrecejo?
andas esta madrugada
la cabeza desgreñada:
¿No te llotras de buen rejo?

Estas coplas, que en aquel tiempo tuvieron su importancia y su popularidad, se atribuyen á Rodrigo de Cota (el Tio), natural de Toledo, de quien se dice que com

puso tambien un animado Diálogo entre el Amor y un Viejo. De seguro se equivocó Mariana al hacer autor de ellas al cronista Hernando del Pulgar.

bajo la forma que entonces se conocia de crónica. El impulso dado por el Rey Sábio no habia sido infructuoso, y aunque perezosamente seguido, fué teniendo dignos si bien menos felices imitadores. El caballero Fernan Perez de Guzman, señor de Batres, sobrino del canciller Pedro Lopez de Ayala, emparentado como él con la principal nobleza de Castilla, y como él literato y poeta y capitan valeroso y esforzado, tambien fué cronista como él, y pareció como nacido para enlazar la literatura histórica del siglo XV. con la del XIV. Aunque fuesen varios ingenios los que trabajaron en la Crónica de don Juan II. tales como Alvar García de Santa María, Juan de Mena, Diego de Valera, y tal vez algun otro, no hay duda de que su ordenacion fué definitivamente encomendada al ilustre Fernan Perez de Guzman, que con recomendable criterio «cogió de cada uno lo que le >>pareció mas probable, y abrevió algunas cosas, to>>mando la sustancia de ellas, » como dice el docto Galindez de Carvajal. Es lo cierto que la Crónica de don Juan II., enriquecida con importantes documentos y con abundantes noticias de las costumbres de aquel tiempo, es ya un trabajo notable de pensamiento, de arte y de estilo, que revelaba ó dejaba entrever que la crónica estaba sufriendo una modificacion ventajosa y se acercaba ya á la manera y formas de la historia regular.

Menos felices los dos cronistas de Enrique IV.,

Enriquez del Castillo y Alonso de Palencia, partidario el uno y adversario el otro de aquel desdichado monarca, mas sencillo y natural el primero sin dejar de caer á veces en una verbosidad redundante, afectado, enmarañado y confuso el segundo, siguiendo el mal gusto de la escuela estrangera en que se habia formado y de los maestros que se propuso por modelo, sus crónicas no igualan en mérito á la anterior.

Ya no eran solos los reyes, ya no eran solamente los sucesos generales de un reinado los que merecian los honores de la crónica. Las plumas de los escritores se ocupaban tambien en historiar bajo aquella misma forma y con no menos estension las vidas y los hechos de los personages mas notables y señalados. De este género son las crónicas de don Pero Niño, conde de Buelna, que desempeñó el cargo de almirante durante los reinados de Enrique III. y Juan II., y de don Alvaro de Luna, gran condestable de Castilla, escrita la primera por Gutierre Diaz de Games, alférez y compañero de su héroe en sus peligrosas aventuras y batallas, la segunda por el judío converso Alvar Garcia de Santa María (1). La Crónica de don Alvaro es tal vez la

(4) «Se ignora enteramente, dice Tiknor, el nombre del autor de esta crónica.» Historia de la literatura española, primera época, cap. 10. Sin duda el erudito anglo-americano no habia leido lo que acerca de ella dijo el ilustrado y laborioso investigador don Rafael Floranes de Robles, que

hablando de este Santa María cuando suspendió la de don Juan II, añade: «y él se trasladó á escribir la historia de don Alvaro de Luna.... que es ciertamente de este mismo Alvar Garcia, aunque hasta ahora se ha ignorado su autor.»> Y sigue discurriendo sobre los motivos de haber abandonado la una

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