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alborotados, movidos por el conde de Salvatierra, hombre turbulento y altivo, de condición recia y desapacible, que por disensiones domésticas después de haberse indispuesto con la corte de los reyes se había rebelado contra el condestable, y al abrigo de las turbulencias de Castilla andaba desmandado y traía revueltas aquellas comarcas. Aunque la causa del conde de Salvatierra era diferente de la de las comunidades, la Junta y los caudillos de éstas procuraron traerle á su partido, y veníale grandemente al orgulloso magnate su apoyo; de modo que recíprocamente podían auxiliarse y servirse contra el condestable don Iñigo de Velasco, quien por otra parte podía fiar poco en los burgaleses, oprimidos y tiranizados, quejosos de él y del emperador, deseosos de vengar su taimado porte, y sólo por fuerza sujetos á su autoridad.

Para obligar y comprometer más en su causa al revolvedor de las Merindades, acordaron Padilla y Acuña rescatar para el magnate alavés la fuerte villa de Ampudia, en la tierra de Campos, que era de su señorío, y de la cual se había posesionado el condestable. Encamináronse á esta empresa los dos jefes de los comuneros con una respetable hueste y buenas máquinas de batir, entre las cuales se contaba un célebre y famoso cañón llamado San Francisco, fabricado en tiempo de Cisneros, cuyos disparos eran tan terribles, que solía en las batallas decirse comunmente: ¡Guárdate de San Francisco! Batido y aportillado el muro de Ampudia, como el alcaide de la fortaleza se saliera por un postigo y se refugiara en la Torre de Mormojón, á una legua de distancia, noticioso Padilla de su fuga, fuése tras él y puso cerco á la torre, y la combatió, é intimó la rendición á los que la defendían, amenazando ahorcar á todos los que no se entregaran. A un tiempo resonaba la artillería del caballero toledano contra la torre de Mormojón, y la del obispo de Zamora contra el castillo de Ampudia, y casi á un mismo tiempo se les rendían las dos fortalezas, si bien no sin haber obtenido sus defensores capitulaciones bastante honrosas, con seguro para sus vidas, y pudiendo salir con armas y caballos (1).

Con la fuerza moral que daba á los comuneros este triunfo y obligado á ellos por gratitud el conde de Salvatierra, hubiera peligrado Burgos si unos y otros hubiesen atacado en combinación la residencia del condestable. Pero el artificioso gobernador tuvo maña para hacer una especie de armisticio con el de Salvatierra, que dirigió sus miras hacia Vitoria. El prelado zamorano fué enviado á tierra de Toledo, donde andaba el prior de San Juan levantando los pueblos en favor de los imperiales, y el ambicioso obispo, noticioso de la muerte del arzobispo Guillermo de Croy, no iba descontento á hacer la guerra en aquella comarca, por si tal vez podía alcanzar la primera mitra del reino por los mismos medios con que se había posesionado de la de Zamora, y estado á punto de ponerse la de Palencia (2). Y por otra parte Juan de Padilla tuvo que acudir á Valladolid,

(1) Sandoval, Hist. del Emperador, lib. VIII.-Ayora, capítulo xXXXVII.-Carta del P. Guevara al obispo Acuña.

(2) En una de sus recientes expediciones se trasladó una noche de Valladolid á Palencia, combatió y tomó el castillo de Fuentes de Valdepero (una legua), y fortificó y guarneció los de Monzón, Torquemada, Carrión y otros. Mucha parte del vecindario

llamado por los de esta ciudad para que los ayudara á contener y enfrenar á los de Simancas, que diariamente se les llegaban á las puertas de la población, y los traían en continua zozobra; ya con diarias acometidas, ya con correrías y rebatos por el territorio intermedio, no pudiendo salir nadie de la ciudad que no le costase por lo menos sostener una escaramuza con los simanquinos.

Valladolid era la población que más sufría, ya por tener los enemigos tan cerca, ya por los sacrificios de hombres y de dinero que tenía que hacer continuamente, ya porque habiéndose hecho el asiento de la Santa Junta y como el alma del movimiento de las comunidades, era también el punto principal á que asestaban los tiros de su encono el emperador, los gobernadores y el consejo. Un clérigo tuvo la audacia de presentarse en la ciudad con unas provisiones imperiales, mandando que la chancillería, la universidad y el colegio, los tres establecimientos que más amaban los vallisoletanos, se trasladasen en el término de tres días á Arévalo y Madrigal. Alborotóse el pueblo y se puso en armas, pidió y obtuvo que le fuese entregado el clérigo, el cual fué puesto en la cárcel, y se apoderaron también los tumultuados de las provisiones. Los regentes y los caballeros desde Tordesillas despachaban cartas á la Junta y á los procuradores y jefes de las comunidades, requiriéndoles que depusiesen las armas y obedeciesen al gobierno de S. M., ó de otro modo los pregonarían y tratarían como traidores y los desafiarían á fuego y á sangre. La Junta contestaba con altivez y resolución desafiándolos á su vez á sangre y á fuego si no se apartaban de su mal camino. En estas agrias contestaciones, en que unos y otros, comuneros y realistas, blasonaban de ser los mejores servidores del rey, la Junta y los populares volvieron á caer en el lamentable error de enajenarse cada vez más, en vez de atraer á los nobles, amenazándolos con reincorporar al patrimonio real los muchos bienes de que habían despojado á la corona, con lo cual no sólo se hacía imposible toda transacción, no obstante las condiciones razonables que algunas veces proponían los caballeros, sino que colocaban al monarca en una condición absoluta y más independiente de sus vasallos, y en más aptitud de acabar con las mismas libertades que se proponían defender (1).

Por otra parte, el presidente de la Junta don Pedro Laso de la Vega, que, como ya indicamos, había quedado resentido de la preferencia que el pueblo había dado á Padilla para el mando en jefe de las tropas, comenzó á apartarse de la causa que tan ardientemente defendiera hasta entonces, y á entablar negociaciones secretas de concordia con el almirante por medio del jurado de Toledo Alonso Ortiz, y llevando mañosamente el hilo de estos tratos los padres Loaisa y Quiñones, generales de las órdenes de Santo Domingo y San Francisco. Don Pedro Laso se

de Palencia le aclamó por su obispo, y le fueron ofrecidos diez y seis mil ducados de la iglesia y del obispado. «Hecho esto, dice en tono sarcástico Sandoval, volvió á Valladolid hecho un rey y un papa.»>

(1) Sandoval trae mucha parte de esta correspondencia que medió entre los de Tordesillas y Valladolid en enero y principios de febrero de 1521. En los dos primeros tomos de la colección de Documentos inéditos se insertan también varias cartas.

obligaba á desmembrar de la Junta algunos procuradores, y á entregar una parte de la artillería y de la gente de á caballo y de á pie, con tal que los gobernadores se obligasen á traer concedidos por el emperador los capítulos que el reino pedía, que eran ciento diez y ocho, de los cuales sólo cinco fueron negados. Mediaron de una á otra parte muchas embajadas y conferencias secretas, no sin grave peligro algunas veces de los negociadores, que eran frailes los más de los que en estos tratos andaban.

Traslucidos, sin embargo, estos planes, á que decididamente se oponían Juan de Padilla y la gente popular, y conociendo los perjuicios de tener en inacción las tropas, determinaron emprender de nuevo la campaña. Sobrevínoles en esta situación un grave entorpecimiento. Cuatrocientas lanzas, procedentes de los Gelbes, que los comuneros tenían á sueldo, gente acostumbrada á pelear y vencer, se sublevaron en reclamación de los atrasos que se les debían, y que ascendían á una considerable suma, é intentaron abandonar la población. No era cosa de dejar escapar soldados tan valientes y aguerridos, y se les cerraron las puertas de la ciudad. Mas como la Junta careciese absolutamente de fondos para aprontarles las pagas, tomó del monasterio de San Benito seis mil ducados que tenían en depósito personas particulares, sacó del colegio lo que pudo, y lo demás lo pidió prestado. A poco de terminado este incidente, salió Juan de Padilla con sus tropas camino de Zaratán, con ánimo de caer sobre Torrelobaton, villa del señorío del almirante. Acompañábanle Juan Bravo, capitán de la gente de Segovia, Francisco Maldonado, que capitaneaba la de Ávila y Salamanca, y Juan Zapata, que conducía la de Madrid, reuniendo en todo sobre siete mil hombres, quinientas lanzas y la correspondiente artillería (13 de febrero, 1521). El obispo Acuña, que se hallaba enfermo, se hizo llevar á Zaratán en una litera para sosegar algunas alteraciones que comenzaban á amagar por la diversidad de pareceres entre los capitanes de las comunidades. Los caballeros habían tenido también cuidado de apercibir su gente de guerra; habían pedido refuerzos á muchas ciudades y villas, y el condestable desde Burgos había hecho un llamamiento á los montañeses, «para resistir, decía, al obispo de Zamora y á otros traidores que estaban con él (1).»

Partió, pues, Padilla al cabo de unos días con su hueste (21 de febrero) camino de Torrelobaton, villa bien murada y defendida con buena guarnición por Garci Osorio. Sin disparar un tiro se metieron los comuneros en el arrabal, y comenzaron á asestar con gran furia los arcabuces, cañones y ballestas contra el muro. Sosteníanse con valor y brío los sitiados contra los tiros de las lombardas y contra los asaltos que uno y otro día

(1) Habían pedido los regentes y nobles, á Ávila 1,800 infantes, á Córdoba 1,000 infantes, á Jaén 300, á Trujillo 150 lanzas y 200 infantes, á Badajoz 100, á Baeza 200, á Ecija 300, á Úbeda 200, á Cáceres 200, á Andújar 150, á Ciudad Real 120, á Jerez 150 lanzas, á Carmona 150 infantes, al duque de Arcos 60 lanzas, al conde de Ureǹa 60 ballesteros, á don Fernando Enríquez 20 lanzas, al conde de Palma 20, á don Rodrigo Mejía 20, al marqués de Tarifa 80, al conde de Ayamonte 30, al marqués de Comares 30, al marqués de Villanueva 20, al conde de Cabra 50, y al duque de Medina-Sidonia 100; toda esta gente se pedía pagada por tres meses.

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