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PROPIEDAD DEL AUTOR.

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ANTE-SCRIPTUM.

Al terminar mi carrera, un anciano sacerdote, en cuya frente coronada de venerables

canas brillaban á competencia el saber y la virtud, tomó á su cargo dirigir mi aficion al cultivo de las bellas letras, que me habia visto acariciar con cariño desde mis primeros años. Cuando, algunos despues de su muerte, escribí Los CIGARRALES, pasatiempo de unas pocas horas, personifiqué á este respetable anciano en el cicerone ilustrado, porque poseyendo los secretos de la antigüedad, no fué avaro conmigo del tesoro adquirido á costa de prolijas vigilias. Esto era una alegoría de su carácter dulce y comunicativo. Significaba todavia más.

Don Ramon Fernandez de Loaisa, pues ya es tiempo de revelar su nombre, se propuso ante todo hacerme gustar los encantos de la historia, á cuyo estudio consagró lo mejor de su vida, si tranquila harto laboriosa. Yo bebí mil veces en sus labios la más pura doctrina, recibí constantemente sus consejos, fuí llevado de su mano por los caminos oscuros y espinosos, tomé en fin su criterio histórico; y al usar de estas dotes, nunca podré, sin ser ingrato ó desconocido, dejar de rendir un tributo de reconocimiento y admiracion á su buena memoria. Mi recuerdo, pues, significaba el cumplimiento de una deuda sagrada.

Y como al buen pagador no le duelen prendas, sean tambien hoy fianza segura de mi eterna gratitud las líneas con que encabezo este mi nuevo trabajo literario. No hay por qué decir que él se empezó á enjendrar á la sombra y bajo la direccion de un protector tan distinguido como competente. Bastará para mi propósito indicar de dónde nació la idea y cómo me animé á realizarla.

La historia de España, decia mi maestro, tal como yo la entiendo, no se ha escrito aún, ni se escribirá convenientemente mientras no se aclare la de aquellos pueblos que fueron cabezas de reinos en esta hetarquía monstruosa, hasta que se borren con los reactivos de una crítica severa las diferentes manchas extendidas sobre la piel de toro que forma la península. Á los ojos de un observador atento, añadia, se ofrece un fenómeno digno de

notarse en este punto. Cuando el sesudo Mariana como le llama Saavedra, el Tácito español que apellidan otros, pretendió escribir la historia de España, nos dió tan solo un compendio de la de Castilla. Lo contrario ha sucedido á los historiadores de nuestras ciudades. Jamás éstos se han contenido en los aledaños ó últimos términos de su objeto, que han ido mas allá del límite dentro del cual se encierran las historias de sucesos particulares. Cascales en la de Múrcia, Colmenares en la de Segovia, y los que empezaron la de Toledo, por no citar otros de menos fama, incurrieron en este defecto, ne quid nîmis contra el que pecaron cuantos hasta aquí acometieron igual empresa.

Hagamos con una pausa el resúmen de estas palabras.

Á juicio de mi maestro están por escribir la historia del reino y la de sus principales poblaciones. La última, en rigor, ha de ser el camino por donde se vaya á buscar la primera.

¿Tenía razon el sábio y discreto director de mis estudios?

Plumas mejor cortadas que la mia contestarán á esta pregunta. No es este lugar oportuno para entrar en investigaciones críticas de órden tan elevado. Á mí sólo me interesa consignar que sin apremio reconocí desde luego la necesidad que habia de escribir una historia de Toledo, como punto de partida para trabajos superiores, circunscrita en lo posible al limitado horizonte de la localidad, empapada en el espíritu de ella, basada, por último, en datos, documentos y autoridades irrecusables.

Así nació la idea.

Al acometerla con empeño, fué para mí un estímulo cada vez más poderoso el vacío que encontraba en las obras que debian servirme de cimiento. Ninguna me trazaba siquiera la senda que habia de seguir indeclinablemente. PEDRO DE ALCOCER, FRANCISCO DE PISA y el CONDE DE MORA, los tres historiadores de nuestra ciudad hasta ahora conocidos, escribieron en épocas que despreciaban los fueros de la buena crítica ó en que el gusto literario, amanerado y servil, estaba del todo pervertido. Hijo el primero de la escuela clásica griega, se desentendió de los modelos que le ofrecia la italiana que tanta boga gozaba en el siglo XVI, aunque su ingenio por demás vulgar y rastrero, carecia de arranque para penetrar tanto una como otra. El segundo nació y brilló en los tiempos de las relaciones portentosas, de los milagros palabreros y de los libros de caballerías; y en cuanto al tercero estará hecho su juicio con decir que se dió á conocer á punto de que en toda su fuerza y con despótico y extravagante poderío, avasallaba el culteranismo la república de las letras, y el churriguerismo imperaba en el campo de las artes. Poco ó ningun fruto, pues, podia sacarse de tales autores. Los tres, por otra parte, dejaron incompleta su tarea uno de ellos no pasó de la dominacion visigoda, y el que más, llegó al reinado de Felipe II, cuando si Toledo habia empezado ya á declinar rápidamente, no se habia pensado aún más que en buscar remedios para el mal que la agoviaba, sin detenerse á averiguar sus causas, ó equivocando lastimosamente las que le producian.

Se ha observado que las verdaderas bellezas de un cuadro suelen apreciarse únicamente al notar sus lunares ó imperfecciones. Observacion profunda en materias de estética. Para comprender bien el alto grado de esplendor á que se elevó un dia nuestra ciudad, hay que descender forzosamente á los tiempos en que se consumó su ruina. Más dicen al

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