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Si, porque interrogando á la mente, después de leer å Humbold, el Prólogo al Diccionario de Larramendi; á Erro, los catálogos de Aldrete, lo investigado por Mayans, se deduce, que en nuestra lengua, hay palabras de todos los pueblos, que hospedáronse en la Península, dominando la latina por las causas apuntadas y por la amistad literaria y religiosa que desde el siglo del autor eximio de la ciudad de Dios unió á los Obispos de la Iglesia española con los de Africa; pues ésta, que era entonces un vergel frondoso de cultura, transmitía á nuestros padres su amor á los Horacios y Tibulos, y de la eficacia de sus tareas son inmortales testimonios los nombres de los Latronianos, Orosios y Dámasos; el de un Yuvenco, autor del venerable libro Historia evangélica; el de un Ósio, el Padre de los Concilios; el de un Prudencio, vate tan sublime, que Villemain le pone por cima de todos los líricos que floreciesen, hasta la centuria del Dante. Y como si España se romanizó, por las razones que Borao patrocina, y en el grado dicho, el habla de los pueblos conquistados no se perdió, ni quedó enterrado, cual sucediese al mármol de Laocon; al ver el sermo rusticus, el provincial y el cristiano, descomponiendo el idioma sintético, haciéndolo analítico y dando margen á los vulgares; señalando á la románica española decimos, ved una hija del latín y de la lengua natural de los vencidos; del latín y del espíritu de raza. Aquél y ésta lucharon con el encarnizamiento que el numantino y Scipión; en cuya lucha ganó el pueblo y fué su idioma el de los grandes libertos del imperio, un idioma cristiano. Mas no pisemos fuera de la senda por la que el latín llegó á ser romance indeclinable, sin voz pasiva, necesitado del artículo, rudo, tosco, sin armonía.

No ha faltado quien, olvidándose de la ley apuntada, ha supuesto que la razón del fenómeno está, en que las neolatinas se derivan de la mezcla de la gótica y la romana, pero les desmiente el trozo del Evangelio traducido por Ulfilas que poseemos, pues supera al latin, en hipérbaton y declinaciones. Tampoco ha faltado quien suponga, que es el español rama del tronco provenzal, olvidándose de que hay quien asegura, que la lengua de los trovadores, no se habló hasta el siglo XIV y que Carlo-magno, cuando necesitó maestros para sus escuelas, tuvo que buscarlos en Italia. Muchos con Muratori han creído, que el cambio fué obra de las irrupciones del Norte; cuya teoría rechazan hoy los criticos, ya porque la lengua de los bárbaros carecía de vigor para troquelar, ya porque la heráldica no ve en los blasones de la civilización moderna que sea la encina de la

Germania lo que está en el centro...., la encina de la Germania!, que por otra parte ocupa un sitio principal. El bárbaro no es el fiat lux de la cultura moderna, según dice un hombre de grande autoridad, en los estudios crítico-históricos. Recorrió las hermosas campiñas de la Italia; penetró en Roma; subió á lo alto del Capitolio à esparcir por el orbe, el resplandor siniestro de su incendiaria tea; mas avasallado por la superioridad espiritual y por el saber de los vencidos, abandonó sus dioses y sus costumbres; empezó á hablar el latín y alguno de ellos á escribirlo, como Jornández, y de la herrumbre de su origen, sólo quedaron para memoria, los nombres de los caudillos y los gritos guerreros de la irrupción, conservados en la lengua vulgar. Donde se despeñaron cien torrentes de sangre huna, todo fué posible á Carlomagno, menos el formar una gramática teutonica; y en España, el. Visigodo no logró siquiera, la unidad nacional.

Si la Iglesia fué un cielo de mil soles, recuérdese que tal aconteció, cuando la mitra y el báculo eran hispano-romanos. En cambio degradóse bajo la dirección visigoda. He aquí la historia dando un mentis à Muratori. Y por no ser menos la ciencia, hace lo mismo. Cada pueblo bárbaro tenía su habla, tan peculiar suya, como sus tradiciones:-bajo qué canon, interroga con oportunidad un docto, habia de efectuarse la transformación del latin y qué lengua fué la corruptora?-Es indiscutible; el espíritu romano destruyó la influencia germánica, desde el primer instante, como la Iglesia llamó á sí las almas y las almas acudieron; y la raza latina dió vísceras á la civilización y á la historia modernas. Hojead y os convenceréis, á Idacio, Amiano-Marcelino, Casiodoro, Boecio y Gregorio Turonense. Y por otra parte, dejad á un lado la teoría de los que creen en lenguas europeas intermedias: observad el parecido de familia entre el léxico de las latinas y el léxico de la de Roma; la semejanza de la gramática de España con la del Lacio; y concluiréis por decir, que la tradición lingüistica conservada en nuestro suelo y la ley general que le obliga à pasar de sintético á analitico, son los únicos elementos transformadores del idioma, que huele á salvia y á rosal de Pæstum, en las Geórgicas.

He indicado antes que el Visigodo, casi no dejó huella de su dominación en nuestra patria. Es ley universal en la historia, que si á un conquistador supera en cultura el que es vencido, rindele éste, con las armas de su ilustración, por lo que el pueblo de los Suintila y Leovigildo, tenía que ser moral é intelectualmente subyugado, á pesar del muro de

bronce de la ley de raza y de la ley de propiedad, consignadas en el código escrito á imitación del de Teodosio, en muchas de sus páginas, y en el que se retrata con fidelidad, la conciencia y el espíritu del vencedor de Vándalos, Alanos y Suevos. Ley de raza!; ¡ley de propiedad! En su fondo se ve una sombra; y es, el alfanje que ha de triturar y convertir en arena del Guadalete, la pedrería de la corona de Ataulfo...

A la venida de éste, desaparecen las artes; las ciencias y las musas toman asilo en sagrado; poco a poco, los oprimidos, con sus historiadores, teólogos, filósofos y literatos, asombran al triunfador, le esclarecen y suavizan el espíritu, le seducen con su grandeza; y convirtiéndose, por su misma superioridad, en firmes columnas de la España visigoda, consiguen su primer triunfo en el tercer concilio toledano; en el que, proclamada la nueva fe, el óleo de Recaredo debilitó las costumbres septentrionales y convirtió en monumentos, las ruinas clásicas. San Leandro, á quien pertenece la gloria de haber preparado la proscripción del arrianismo, proclamó la unidad del lenguaje de la Iglesia; San Isidoro, fijó en éste las reliquias de la cultura antigua; y desde entonces, «todo testimonio público, religioso ó civil, breviarios, libros litúrgicos, dogmáticos, místicos, de polémica, códigos eclesiásticos, rituales, himnos, inscripciones, epitafios, leyes militares, aparece, se formula y se redacta en el idioma que, aunque decadente, conservaba los esmaltes de la literatura de Propercio y Ovidio.

Al abjurar el visigodo la herejía de Arrio, hablaba una lengua, bien diversa de la hispano-latina, anatematizada en el concilio; y que dejó de ser escrita, porque las llamas devoraron todos los libros contaminados con el error, en hora tan bárbara, cual las de la intolerancia de Almansur y Cisneros y la en que el árabe cegó el canal del Nilo abierto por Adriano: y... no digo, incendió la biblioteca de Alejandría, porque el hecho no está de todo punto comprobado. El visigodo convertido, así como conservó la dominación política, continuó hablando la lengua de Ulfilas, depositaria de las Sagradas Escrituras y de las tradiciones guerreras del invasor escandinavo... del Ulfilas! que sustituyó los idólatras caracteres rúnicos con los de su nombre y que compuso el célebre alfabeto, cuyos signos son parte griegos, parte latinos, parte greco-latinos y parte originales.

En la Janda fué, donde por serlo todo el monarca, desapareció un pueblo: en la Janda fué, donde se borró la ley de la propiedad y de la raza: en la Janda fué, donde al perder Rodrigo la vida, el cetro, el caballo y la herradura de

plata de éste, perdióse una lengua tan distinta del latin, como la letra ulfilana y la isidoriana.

Siendo una verdad la separación entre vencedores y vencidos y que al asentar aquéllos su dominación en la Península, había en ésta despojos de las lenguas indígenas, es natural, como dice Amador de los Ríos, que el latín no pudiera ser hablado por visigodos y romanos cual en los días del Imperio. Desde la confesión de nueva fe de Recaredo, el sacerdote católico aficionóse al estudio de la antigüedad, y aficiónanse, asimismo, un Bulgarano; un Sisebuto, de decir elegante, protector de las letras, doctisimo y que si no de la Vida de S. Desiderio Mártir, según creyó Mariana y negaron Nicolás Antonio, Fabricio y Ambrosio Morales, fué autor de las ocho cartas publicadas por Flórez; y un Chindasvinto, el primero de los Mecenas, quien por la escogida biblioteca que formase, ocupa un solio de oro en el Alcázar de nuestra civilización.

Sí, el primero de los Mecenas; porque si Augusto lo fué del Cisne de Mantua, Luis XIV de Boileau, Julio II de Rafael, María Teresa, de aquel Metastasio que recorrió, improvisando versos, las calles de Roma, á fin de ganar pan; Chindasvinto lo es del más glorioso de los episcopados y de los que personifican la ciencia de la Iglesia, después del autor de las Etimologias,-Tajon, Eugenio y el ilustre San Braulio. Ved lo que contribuye á que sea tan brillante el ocaso de la lengua latina, en el que es visible el contorno del antiguo españolismo y el del goticismo moderno.

Con el libro monumental de S. Isidoro, se demuestra que había en España idiomas que, aun sin ser escritos, influyeron en la corrupción de la lengua romana, á pesar de los esfuerzos de la Iglesia y de los sabios. Idólatras del sentimiento de la libertad, y de la personalidad los conquistadores, rasgaron las leyes de la Gramática: si en sus costumbres romanizáronse y con alegría de las artes escénicas consagraron, al parecer, la lengua del Lacio, la pureza de ésta desfloráronla sobre el tálamo en que había muerto, la señora de las gentes. Triunfadoras las tradiciones clásicas, el latin absorbió los restos celtiberos; «hablóse en los los concilios y escuelas clericales y monásticas; fué el único idioma escrito en la Península; influyó soberanamente en el hablado; mas si buscáis la integridad y nitidez que tuvo en los hexámetros de la Eneida.... desistid de conseguirlo. En resumen:- poco sensibles á las elegancias y bellezas de la cláusula ciceroniana los bárbaros, más lógicos que artistas, destruyeron el hipérbaton, en el que estriba el secreto de la energía que admiramos, en la más cé

lebre de las Catilinarias y en la descripción del Incendio de Sagunto de Tito Livio. Y no quedó en esto, el daño causado á la lengua de Polibio y de Tácito, pues suprimidas las declinaciones, el uso más frecuente de la preposición y el artículo, produjeron embarazo en la frase y sequedad en los sonidos. Poco dió en verdad el visigodo á los españoles; ningún timbre indeleble pudo imprimir, en el genio de nuestra lengua. Y el Oriente? Los que no ven en la Tabla Redonda y en Sto. Grial, sino una copia servil del ciclo de Kai Cosroes y de la copa de Yemsid, contestan que le debemos todo; y nada, muchos escritores de la época moderna.

Si hojeáis las páginas cristianas de los ciclos medios, ó las en que Tupin habla del rico ídolo del Profeta que se guardaba en Cádiz; el Roman de Mahomet; la canción de Rolando; las leyendas fabulosas que nos pintan á Gerbet y á Silvestre II, descubriendo, por un conjuro, un áureo palacio alumbrado con luz fascinadora por un carbunclo; os asombrará la larga ignorancia en que la Europa ha vivido, respecto á la religión y costumbres del vencedor de aquella España visigoda, cuyo fausto en palacios y templos pregonan, el libro de S. Isidoro y la Perla de las maravillas (1), Almaccari y Bayan-Almogreb, Ebn-Hayan, y Aben-Adhari; del que entró á saco en el Alcázar de Toledo; apoderóse de la mesa de Salomón, de ciento setenta coronas y diademas, de un Psalterio de David, escrito en hojas de oro, con letras yunanies y agua de rubí disuelto; y envió al Califa treinta carros de plata y todo linaje de pedrería. La ciencia de la actual centuria ha probado, que la lengua castellana, hija de varias influencias y de entronque latino, tiene deudas de gratitud con la semitica, y que ningún sello de este nombre y si enlaces indo-germánicos se advierten en ella, antes de los cartagineses.

Son los semíticos, idiomas de las razas monoteistas y los indo-germánicos, de carácter más subjetivo aún, de los pueblos que llenan de divinidades el cielo, la tierra y lo profundo, como aquel cuyos atributos de gloria son, la vieja lira homérica, el pincel de Apeles, los cinceles de Fidias y los libros de Platón ó de Xenophonte.

Aquéllos tienen una sencillez perfecta; éstos la fastuosidad, la complicación necesarias, para expresar la riqueza de la fantasia humana, lo más recóndito del espiritu, las más abstractas y profundas percepciones del entendimiento. La

(1) Ebn Alvvardi.

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